JOSE JIMÉNEZ LOZANO
A LA LUZ DE UNA CANDELA
PREMIO CERVANTES
El gusto de leer
Como me dijo una vez alguien muy 1importante que había perdido sus ojos en el estudio y la lectura, parece que ahora «hay gentes a las que les gusta leer, y eso puede dar a entender que nunca las ha trastornado por dentro ningún libro». Y así es de ordinario, pero no sólo ocurre esto, sino que los libros se ofertan como las pastillas de jabón, y como los muebles de jardín, para la temporada. Y hay campañas de lectura como de sopas Campbell, y existen también mercadillos donde se intercambian registros de lectura o señaladores de páginas. De manera que cualquier día puede ocurrir esto hasta con los autores de los libros; esto es, que se cambien dos o tres autores con menos cachet por uno, un medio o un cuarto de autor de gran cachet. Ya que a los autores les parece haber caído la terrible desgracia según la Biblia de ser «más grandes» que sus obras, aunque según las medidas mercantiles es lo mejor de lo que podría ocurrirles.
Un saco de nueces vanas siempre hace más ruido que un saco de nueces llenas, sobre todo si las agitamos más en el saco o andamos con éste de un lado para otro, yen este mundo el ruido es lo que importa. Se necesita para vivir, el silencio nos aterra, y ní las predicaciones advirtiendo de la vanidad, ni las prohibiciones municipales contra los ruidos van a adelantar nunca nada. Y, por el contrario, la industria cultural es muy capaz de producir ruidos y cacheis, y lectores de primavera, verano, otoño, invierno y de entretiempo.
El lector de veras lee porque lo necesita su ánima, no por leer, ni porque le guste especialmente leer, puesto que, a veces, el leer es algo muy serio, y ciertamente el horror a lo negro, o libros-libros, sigue siendo tan reverencial como en el tiempo en que Cervantes lo ponía en solfa. Y ya se acostumbra bastante a los niñoscon tantos dibujitos,y especialmente con la televisión
que permite el ahorro en todo desgaste de inteligencia: todo se ve evidente y obvio y no hay que andar empleando silogismos ni otra clase de fósforos.
Las endechas y trenos acerca de la insuficiencia de lectura ya hace unos cuantos años, que llevan llenando los cielos y la tierra, se deben a que el libro convertido en pura mercancía no acaba de generar los beneficios necesarios no ya según la vieja fórmula del beneficio del antiguo librero, sino según la fórmula nueva de los productos de masas. Así que los libros, en el supuesto de que quieran atraer a las gentes, tendrán que dejar de ser libros, como los periódicos que han dejado de ser periódicos: una imagen vale por mil palabras y cien mil ideas, por lo visto.
Porque, sencillamente, en esta civilización no se necesita leer, o de leer, serán escritos de media idea cada dos páginas. Aunque subsistirá naturalmente la pequeña subcultura de los lectores verdaderos que, desde luego, no nece
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