A LA LUZ DE UNA CANDELA
Mentira y melancolía políticas
José Jiménez Lozano, Premio Cervantes
(Diario de Ávila 28 febrero 2010)
L a crítica social y política siempre tuvo mucho predicamento, y, cuando la política y la sociología politizaron y sociologizaron también a la literatura, ésta comenzó a medirse por la cantidad de crítica que contenía en este sentido. De manera que un lector de nuestro tiempo piensa consecuentemente que Shakespeare debería haber metido al rey Lear en una residencia de la tercera edad, y que Romeo y Julieta hubieran puesto un piso de solteros, y pelillos y tragedias a la mar. Incluso en el caso de Otelo, porque el asesinato por celos a lo mejor puede entenderse como la defensa de un elemento autóctono de la cultura de gentes de una cierta etnia, pero en modo alguno estaríamos ante una tragedia.
Pero lo que iba a decir en torno a este prestigio de la crítica política y social, que nunca parece que sirvió para mucho, excepto para poner un limbo de justicieros en los que la hacían en público, ya que en privado, la suele hacer casi todo el mundo, aunque también hay que prefiere no ensuciar su lengua ni que le ensucien sus oídos con la política, y el simple nombre de los políticos.
Por lo demás, el justiciero de oficio suele ser también de beneficio, porque de ordinario la misma sociedad y el mismo poder que critica la coronan, y con mucho gusto; y el propio crítico no desea que se venga abajo lo que critica, sino que es, como diría Borges, un conservador por prevención de que lo que venga sea peor.
Antiguamente, los Gobiernos guardaban, a veces, las críticas subvertidoras, como el señor Sagasta
hacía, en baúles que llevaban unos letreros según se digno indicar una día: «Unos en mi padre y otros en mi madre», y él se alzaba simplemente de hombros, aunque también tenía que dar otras veces la sensación de que estaba abatido y asustado; siquiera para asegurar la carrera crítica a los críticos y cumplir con lo de la libertad de prensa. Esto así dicho es muy bonito, y las cosas bonitas le gustan a todo el mundo.
Se dice que a una especie de manager del con de de Romanones, en plena campaña electoral, en un pueblo ya grandecito y que contaba en el distrito, afirmó que, si el señor conde ganaba, iba a hacer un puente. Pero por el pueblo no pasaba ningún río e hizo el ridículo, en vista de lo cual el señor conde volvió a enviar a dicho pueblo a su agente electoral quien tras aguantar algunas burlas afirmó enérgicamente que el auditorio se había precipitado un poco en el anterior mitin, y no le había permitido explicar que el puente que había prometido se haría sobre el río que también haría el señor conde si ganase. Y, entonces, el local se vino abajo con el estruendo de los aplausos y vivas, y el señor Conde ganó.
Lo importante es no decir una sola verdad ni nada racional, en éstos o parecidos negocios
políticos, porque tal es la naturaleza fraudulenta y el manejo melancólico de estos asuntos.
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