miércoles, 3 de marzo de 2010

Mentira y melancolía políticas (José Jiménez Lozano, Diario de Ávila 28-2-2010)

A LA LUZ DE UNA CANDELA

Mentira y melancolía políticas
José Jiménez Lozano, Premio Cervantes
(Diario de Ávila 28 febrero 2010)


L a crítica social y política siempre tuvo mucho predicamento, y, cuando la política y la sociología po­litizaron y sociologizaron también a la literatura, ésta comenzó a medirse por la cantidad de crítica que conte­nía en este sentido. De manera que un lector de nuestro tiempo piensa consecuentemente que Shakespeare debería haber metido al rey Lear en una residencia de la tercera edad, y que Romeo y Julieta hubieran puesto un piso de solteros, y pelillos y trage­dias a la mar. Incluso en el caso de Otelo, porque el asesinato por celos a lo mejor puede entenderse como la defensa de un elemento autócto­no de la cultura de gentes de una cierta etnia, pero en modo alguno es­taríamos ante una tragedia.

Pero lo que iba a decir en torno a este prestigio de la crítica política y so­cial, que nunca parece que sirvió para mucho, excepto para poner un limbo de justicieros en los que la hacían en público, ya que en privado, la suele ha­cer casi todo el mundo, aunque tam­bién hay que prefiere no ensuciar su lengua ni que le ensucien sus oídos con la política, y el simple nombre de los políticos.
Por lo demás, el justiciero de oficio suele ser también de beneficio, por­que de ordinario la misma sociedad y el mismo poder que critica la coronan, y con mucho gusto; y el propio crítico no desea que se venga abajo lo que cri­tica, sino que es, como diría Borges, un conservador por prevención de que lo que venga sea peor.

Antiguamente, los Gobiernos guardaban, a veces, las críticas sub­vertidoras, como el señor Sagasta
hacía, en baúles que llevaban unos letreros según se dig­no indicar una día: «Unos en mi padre y otros en mi madre», y él se alza­ba simplemente de hombros, aunque tam­bién tenía que dar otras veces la sensa­ción de que estaba abatido y asusta­do; siquiera para asegurar la ca­rrera crítica a los críticos y cumplir con lo de la li­bertad de prensa. Esto así dicho es muy bonito, y las cosas bonitas le gustan a todo el mundo.

Se dice que a una es­pecie de manager del con de de Romanones, en plena campaña electoral, en un pueblo ya grandecito y que contaba en el distrito, afirmó que, si el señor conde ganaba, iba a hacer un puente. Pero por el pueblo no pasaba ningún río e hizo el ridícu­lo, en vista de lo cual el señor conde volvió a enviar a dicho pueblo a su agente electoral quien tras aguantar algunas burlas afirmó enérgicamente que el auditorio se había precipi­tado un poco en el ante­rior mitin, y no le había permitido expli­car que el puente que había prometido se haría sobre el río que también haría el señor con­de si ganase. Y, entonces, el local se vino abajo con el estruendo de los aplau­sos y vivas, y el señor Conde ganó.

Lo importante es no decir una sola verdad ni nada ra­cional, en éstos o parecidos negocios
políticos, porque tal es la naturaleza fraudulenta y el manejo melancólico de estos asuntos.

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