martes, 4 de agosto de 2009

Carta abierta de Giacinto Auriti a los señores obispos

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“SIN LA PROPIEDAD POPULAR DE LA MONEDA ES IMPOSIBLE REALIZAR LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA”

CARTA ABIERTA DE GIACINTO AURITI A LOS SEÑORES OBISPOS

Primera parte.

Actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia

La Doctrina Social de la Iglesia está sintéticamente y perfectamente formulada en seis palabras del Padre Nuestro: “... danos a cada uno nuestro pan...”. Aquí, la palabra más importante no es “pan”,sino “nuestro”, que significa que no se necesita solamente que nos den el pan, sino también el derecho de pretenderlo, o sea la “propiedad”. El pan satisface la necesidad de comer común a todos los seres vivientes. El derecho de pretender, que distingue al hombre de la bestia, satisface la necesidad de justicia, la necesidad de la certeza del derecho y confiere a cada hombre la dignidad jurídica de ser “sujeto”, no “objeto”, del derecho.

Surge en este punto la pregunta: “¿Cómo es posible dar originariamente la propiedad del pan a quien no tiene el derecho de pretenderla? Es obvio que si le doy el pan a quien no es propietario el gesto se reduce a la categoría de la “limosna”, no del “derecho social”. He aquí por qué “De Gasperi, (...) otorgando la política económica a hombres como Einaudi y La Malfa, se mostró alejado de la doctrina social de la Iglesia. (...) Como ha sido justamente observado, De Gasperi no se limitó a una simple revisión de la doctrina social de la Iglesia (...), hizo algo más definitivo y bajo muchos puntos de vista sorprendente: la eliminó con un solo trazo de pluma (...) Creó la hegemonía de la Democracia Cristiana en Italia (...) según una línea que se conecta (...) más a la praxis de los estadistas liberales de la Italia prefascista que a la tradición de la doctrina social católica (cfr. Giuseppe Bedeschi, Las ideologías políticas en Italia de la constituyente al centrismo, Turín, 2003, página 27)”. La verdad es que la Doctrina Social de la Iglesia no podía ser realizada porque faltaba la parte relativa al sistema monetario: el descubrimiento del valor inducido por la propiedad popular de la moneda. La moneda era entonces concebida como título de crédito representativo de la reserva [respaldo] de propiedad de la banca. Con la finalización de los acuerdos concertados en Bretón Woods habíamos obtenido la confirmación histórica, más que la científica (cfr. Auriti, El ordenamiento internacional del sistema monetario, Edigrafital, Téramo, 1993, páginas 41 y siguientes), de que la reserva no sirve.

Una vez demostrado que el valor monetario está usado no por quien emite, sino por quien acepta la moneda por convención social, viene atribuida de consuno la propiedad, a título originario, del portador en concepto de beneficios de ciudadanía; porque es él mismo quien, aceptándola, crea el valor, y sin costo alguno. He aquí por qué la moneda, en el acto de la emisión, debe ser acreditada (y no debitada) a la colectividad nacional. De esta forma puede ser realizada la Doctrina Social de la Iglesia: sólo con la justicia monetaria que habilita a cada uno comprar con su moneda a su pan.

Con la propiedad popular de la moneda se puede llegar finalmente a la convergencia de fuerzas políticas hasta ahora contrapuestas e incompatibles. Las izquierdas la deben aceptar, porque teniendo la moneda un poder de adquisición semejante a la totalidad de los bienes reales medidos o medibles en el valor, realiza concretamente y sin deuda, la “propiedad del pueblo” también de los bienes reales.

Las derechas la deben aceptar como “socialización de la moneda”, esto es, como bien perseguido no con el anhelo del mero goce económico (de conformidad con las tesis de la lucha de clases) sino como derecho de la persona con contenido patrimonial. Los liberales la deben aceptar en
cuanto se realiza lo dispuesto por el inciso segundo del artículo 42 de la Constitución, que dispone el acceso a la propiedad para todos y hace posible la economía de mercado. De hecho con este proyecto, para financieros y productores, se “financian” los consumidores, que es el único modo apto para promover según justicia la economía de mercado.

Los católicos la deben aceptar porque de lo contrario la Doctrina Social de la Iglesia queda relegada en el desván de las utopías olvidadas. En suma, se da a cada uno no la limosna, sino su dinero para comprar su pan en plena dignidad jurídica. Se realiza así la sociedad orgánica de la democracia integral en la cual el pueblo no tiene solamente la soberanía política, sino también la monetaria (cfr. G. Auriti, El país de la utopía, la respuesta a las cinco preguntas de Ezra Pound, Tabula fati, Chieti, 2002, páginas 39 y ss.). La única condición para que este proyecto se realice es que los operadores no sean parte de la categoría, históricamente nefasta, de los servidores de los banqueros.


Parte segunda

Con el descubrimiento del valor inducido como medida del valor y valor de la medida, se ha llegado finalmente a la verdad monetaria. Porque la propiedad de la moneda debe ser de quien crea el valor y no de quien fabrica el símbolo, la moneda debe nacer, a título originario, de propiedad de quien la acepta, y no de quien la emite. De esto se sigue que, en el acto de la emisión, la moneda se acredita como beneficio (o crédito) de ciudadanía en lugar de ser debitado como actualmente sucede.

Cuando el Banco Central emite la moneda prestándola, y prestar es prerrogativa del propietario, transforma a la colectividad de propietaria en deudora de su propio dinero. He aquí cómo la moneda nominal deviene cuerpo del delito de una estafa de dimensiones planetarias. Faltando el conocimiento de que la moneda está grabada por el equivalente “débito de señoraje” (análogo a la hipoteca que graba los inmuebles) el ciudadano se ilusiona con disponer la propiedad de su moneda; porque cuando la emplea (gasta) transfiere con ella el equivalente débito no debido y, cuando la recibe, agrega también la misma deuda equivalente
causada por la estafa profesionalmente realizada por los bancos centrales.

Se expande de tal manera el malestar social de la insolvencia inevitable causada por deudas no debidas, que sólo puede ser eliminada sustituyendo la moneda nominal, deuda del portador, por la moneda de valor inducido, propiedad del portador. En el actual sistema [monetario] es imposible realizar el mensaje del Padre Nuestro: “Danos el pan de cada día”, al paso que lo único realmente operante es aquello del Deuteronomio: “... Presta al pobre...”. El pobre, de hecho, deviene tal porque fue transformado de propietario en deudor de su propio dinero.
Lo cual explica también la diferencia entre Viejo y Nuevo Testamento, o lo que es lo mismo, entre judaísmo y cristianismo, o entre “prestar” y “dar”. Porque la moneda, como medida del valor y valor de la medida, y con un poder de adquisición similar a todos los bienes económicos que se pueden adquirir, duplica [con el actual sistema de emisión con deuda] espectacularmente el valor.

El portador de la moneda puede comprar, a su libre arbitrio, los bienes que se ofrecen en el mercado, a condición de que le sea asignado, según justicia, en el acto del emisión, su cuota de beneficio monetario de ciudadanía, a título de “propiedad” y no de “ deuda”. Para dar a cada uno la propiedad de “su” pan es preciso darle la propiedad de “su” moneda con que comprarlo. Hoy los bancos, prestando en el acto de la emisión la moneda de costo nulo y sin respaldo, quedan en condiciones de otorgar, a costo igualmente nulo, préstamos ilimitados y de pretender luego su restitución.

Hoy los bancos son la “iglesia de Satanás” y los bancos centrales sus correspondientes “catedrales”, porque se transmuta en valor monetario la limosna concedida a préstamo por el estafador al estafado. Sin la propiedad popular de la moneda la Doctrina Social de la Iglesia no es realizable. He aquí por qué Satanás se ha apropiado de la moneda y se ha realizado históricamente una tradición satánica que ha transformado los pueblos de propietarios en deudores por señoraje de su propio dinero, víctimas de una estafa monstruosamente descomunal.

San Francisco lo había comprendido. Es por eso que consintió a los padres mendicantes aceptar solamente el óbolo de bienes reales y les prohibió la moneda-limosna de Satanás. Para desbaratar a Satanás y dar ejecución a la doctrina social de la Iglesia se debe hacer que cada pueblo sea el propietario de su moneda, como un acto fundamental y universal de justicia.

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