sábado, 28 de octubre de 2023

LA PATOGENIA CHINA. Matgioi

 

 

 

 

LA PATOGENIA CHINA

 

La voie rationelle

Matgioi

Éditions Traditionelles

Quai Saint –Michel Paris V 1984

(pp191-213, 219-222)

Toda la terapéutica de Extremo Oriente ha salido directamente de los dogmas del más antiguo estudio. En la creencia búdica, en el Taoísmo místico, en el lejano y metafísica Yiking, no hay más que una sola e irreductible afirmación sobre el septenario de elementos primarios que forman el compuesto humano. Bajo nombres diferentes, su naturaleza subsiste idéntica, y la universalidad de esta creencia extendida influyó sobre todas las ciencias de origen secundario nacidas en los tiempos posteriores, en los cerebros hechos al módulo de este primer e infrangible principio.


En una estrecha unión, que es una prenda de la verdad, se corroboran, en planos diferentes, se apoyan y se entreayudan la ciencia hierática, la fe popular y las determinaciones fisiológicas.


Los Extremo -Orientales han visto excelentemente que la ciencia de la conservación del cuerpo no podía encontrar su vía más que aclarándose con  la antorcha luminosa encendida por las ciencias intelectuales, y que el primer deber de una ciencia experimental era tomar, como principio axiomal, la deducción lógica de las ciencias racionales.


No  corresponde más que a los presuntuosos querer determinar las verdades del plano espiritual por las sensibilidades  del plano anímico, y estas por el empirismo del plano corporal. Una opinión tan rara procede evidentemente de una adquisición mal coordinada de conceptos, de una acumulación incoherente de principios en un espíritu que estalla al querer contenerlos todos, de una colocación falsa en un cerebro de datos experimentales probables, a los cuales la vanidad, común a los imperfectos, presta gratuitamente la potencia de las evidencias o demostraciones racionales.


La ciencia pura y primera debe tener como consecuencia los distintos saberes que el hombre descubre como consecuencia, en aplicaciones, en grados diferentes y en diversas situaciones de los cuerpos, de los principios eternos.


Pero, lo mismo que un corolario no puede pretender regentar el teorema, de la misma manera las ciencias secundarias no pueden pretender nada sobre o contra las primeras ciencias; y, si la fisiología o la terapéutica parecen repentinamente sublevarse contra la metafísica o la psicología, no es necesario dudar un momento, es que el experimento fue malo, y que el empirismo debe recomenzar.


Tal es la base de las ciencias de observación de Extremo-Oriente; no es necesario buscar en otra parte la causa del poder física extraordinario de sus sabios y la maravillosa perspicacia de sus experimentaciones.


En patología, hicieron la más delicada aplicación y la más sabia interpretación de sus doctrinas. Conscientes de que las enfermedades, tal como nos aparecen, son simples efectos, que las causas de estas enfermedades en órganos especiales no son más que consecuencias inmediatas de la causa verdadera, buscaron el origen de todo mal, en el plano superior, en uno de los principios esenciales del hombre, con el fin de poder, una vez descubierta la fuente mórbida, agotarla de golpe con el remedio conveniente, no en el consecuencia tangible, sino en la causa primordial, a menudo obscura, siempre escondida.


Y establecieron, a este respecto, los principios de una ciencia verdaderamente original - cuyo nombre, solo existente Occidente, no tiene por decirlo así más coherencia en nuestros oídos - la patogenia, que es, en sentido de la palabra, el acrotismo nosológico.

 

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En experimentalismo, dicen los chinos, las simplificaciones son más a menudo mezclas que reducciones y no conducen así más que a la confusión. He aquí su teoría:


El cuerpo (
Xuong, sustancias orgánicas) y la sangre (Maû, vehículo de la vida animal) constituyen los elementos inferiores del hombre. El Wun o voluntad celestial que sostiene el compuesto humano en su integridad (acordarse de Paracelso), parcela divina que está en nosotros, y el entendimiento (Thinh

) que es, no la facultad de razón, sino la facultad de las asociaciones de ideas, constituye los elementos superiores. He ahí el cuerpo y el espíritu  cuya unión hace el hombre. Ahora bien, la sangre, tan pura, por muy globulada que sea, no puede servir a mantener la existencia física, si no está a la vez ágil, caliente y vibrante; la asociación de ideas no puede tomar aparición en nuestra dicción sin una comunicación íntima con el cuerpo: existe pues inevitablemente en nosotros una facultad de calor, movimiento, luz, que está fuera de toda fisiología y debajo de todo entendimiento. Esta facultad tiene tres modalidades de revelación y de obras bien distintas; y conviene dejarle su triple determinación, si no se quiere errar - en este invisible y, por lo tanto, difícil dominio - en el momento de la especialización.


Ahora bien, los elementos superiores, viniendo de la voluntad Una y de sus consecuencias, no pueden sufrir esencialmente de ningún mal.


Ahora bien, los elementos inferiores no pueden ser atacados directamente sino por efluvios exteriores, destructivos o nocivos, es decir que sus únicas afecciones no puede traducirse más que en una pérdida de cantidad o un cambio de calidad. Las dos únicas enfermedades esenciales de los inferiores son pues la corrupción y la anemia, dos enfermedades visibles, y de las que las prognosis, el tratamiento y la curación no salen del empirismo habitual.

Pues, todas las enfermedades, que llevan sobre uno cualquiera de los elementos humanos (excepto el séptimo, que es inatacable y no puede causar sino un único estado, la muerte súbita, que no es una enfermedad, debido a la disociación con los otros elementos), todas las enfermedades tienen su causa primordial en uno de los tres intermediarios que reúnen las moléculas corporales a las facultades del entendimiento (las cuales no podrían afectarse en su coexistencia, sin el coadyuvante de medios de otro plano). El movimiento, el soplo y la luz son pues, a  causa misma de su tenuidad esencial, los primeros elementos blanco de las influencias mórbidas, las puertas por las cuales el mal se introduce en el compuesto que somos.


La patogenia oriental consiste pues, después de un diagnóstico psicológico, en determinar, entre estas puertas, la que se habría sido abierta o roto, para que la terapéutica pueda directamente volverla a cerrar o reconstruirla.


¿Estas consideraciones una vez admitidas como estrechas consecuencias de las psicologías y metafísicas, qué razonamiento se impone?


Es, en el caso de la enfermedad tomada a tiempo en un cuerpo no alcanzado de miseria fisiológica, de descuidar el efecto visible, por terrorífico que parezca, para remontarse la causa esencial, escondida, oscura, pero única eficiente del mal, y de atacarlo exclusivamente. Es el rechazo absoluto de todo empirismo experimental, de toda medicación externa, de todos los tópicos; es, en el ámbito práctico, la exclusión de todos los substitutos, y la reducción de la farmacopea a algunos principios regeneradores y revulsivos, de aplicación adecuada al descubrimiento de las causas determinantes del mal. Es la clasificación de nosología en algunos títulos de capítulos especializados.


Es sobre todo la lucha psíquica e intelectual contra el mal coincidente y  aliándose íntimamente con la lucha material contra la enfermedad consecuencial; es, según la determinación exacta del ingreso mórbido en el elemento humano especializado, la tonificación, la exasperación, el despertador, o, según el caso, la disminución, la refrigeración, el empobrecimiento de dicho elemento, en cualquier caso su retorno su influencia habitual en el compuesto humano. Es el rígido tratamiento, a nivel anímico como a nivel corporal, de la causa verdadera; es la reducción del mal producido al elemento principal, la represión del desorden fijada en la localización física de este principio, independientemente del proceso seguido en los diferentes órganos por el desarrollo de la enfermedad.


Es decir que, basada en los índices de una patogenia cuidadosa, la terapéutica no es más que un corolario material de una ciencia de la observación psíquica; que este corolario, al perder toda su envergadura experimental, pierde al mismo tiempo sus probabilidades peligrosas y sus facilidades de error; y que, retirada de todas las falsedades que arrastran con ellas las observaciones mal hechas, o las comprobaciones de síntomas extraños debidos a circunstancias exteriores desconocidas del observador, la medicina no es ya más que una aplicación lógica de una psicología fisiológica de un considerable valor, y gana en precisión lo que parece perder en iniciativa.


Es sin embargo bueno añadir que el tratamiento por remedio directo, con exclusión de los sucedáneos, supone el empleo de los revulsivos y de los venenos más potentes, capaces de revolucionar el organismo humano; que este tratamiento implique el uso sin ningún lenitivo ni temperamento, de cantidades determinadas durante períodos determinados; es necesario añadir que la potencia de esta medicación requiere, en todos los demás elementos del compuesto humano, una fuerza vital, una energía suficiente para resistir su acción, y producir efectos reflejos que beneficiará al elemento alcanzado y tratado. Es necesario al sujeto fuerza y juventud, y además una salud general, que supone que el mal se trató tan pronto como reconocido, y que el diátesis, en caso de herencia, haya si cogida desde la más tierna edad. Concluiremos pues inmediatamente que, si los accidenta súbitos, las afecciones graves, los casos desesperados incluso encuentran, en la aplicación del patogenia a la terapéutica, oportunidades de curación verdaderamente extraordinarias y desconocidas a los Occidentales, por el contrario, las enfermedades inveteradas, los ancianos, los anémicos y los diatésicos de ascendencia no tratada, son poco susceptible de curación, porque la terapéutica no admite o ignora los substitutos capaces de endulzamiento y alivio, y que los enfermos, no soportarían los medicaciones violentos capaces de refrenar el mal.


Que una localización de los elementos vitales parece por consiguiente necesaria, no es dudoso; pero esta localización - absolutamente teórica - sólo sirve, como inicio, en la patogenia, como sirve la suposición de un valor de x en la discusión de una ecuación algebraica; tomada sólo ella, la suposición es gratuita y cuestionable; pero es una base hipotética necesaria, de donde parte el razonamiento para seguir la red de las posiciones posibles, asignarles valores concordantes, y volver de nuevo entonces a la inicial, indeterminada, pero que la definición de todos los valores vecinos no deja mas que un único lugar a tomar, que es su verdadero lugar. Así se ha razonado en la disposición de los elementos vitales a través de los órganos, y es preciso incluso admitir una inversión normal de la hipótesis primitiva en algunos casos psicológicos, fisiológicos, o incluso patológicos, desde el avance previstos: exactamente como, al paso insensible de un valor por una línea de demarcación designada en la curva de los valores, el valor correspondiente del factor salta repentinamente de más infinito menos infinito.



El
Khi o soplo (véase la doctrina del estoicos), transporta  la vida general, es el factor que parece el más importante en esta organización, o, en todo caso, aquel cuyo valor cuantitativo parece el más considerable.



Los tres elementos disolubles están en potencialidad de animación vital, los tres elementos inmortales estando en potencialidad de localización temporal, el Khi viene, por su complejidad, a conectar y reunir elementos de distintas esencias y propiedades dispares. En efecto, el Khi tiene en común con los disolubles que muere, y en común con los inmortales que no se disuelve, y que se reúne, por una inmediata resurrección, a estos inmortales, para constituir un nuevo modo de existencia. Tal es el mecanismo del nacimiento; tal es por inversión el mecanismo de la muerte.


El Khi (soplo de vida) cuya entrada pendiente causa directamente la vida en el organismo humano, encuentra dos movimientos determinar, uno en los superiores, uno en los inferiores; estos dos movimientos se aplican dos especialidades, una física y material, otra hiperfísica e intelectual; estas esencias, estos elementos, estos movimientos, constituyen el juego del organismo, que se llama la existencia humana normal.


Del lado físico, el Khi, yendo derecho a pulmones, órganos de la combustión y la regeneración de los combustibles; alcanza la sangre, que se mueve y forma, bajo su impulso, el nodo sanguíneo (inferior) esquematizado en forma de un remolino o de un plexo.


Del ladol psíquico, el Khi encuentra el elemento inmortal
ThÂn (luz y consecuencialmente calor). Se une inmediatamente a él de la manera más indisoluble (eso es natural, puesto que el Khi, sujeto a las resurrecciones, está más atraído por el lado de los inmortales que por el lado de los solubles) y forma con él el nodo psíquico, el cual se extiende en todo el ser, pero tiene su especial localización en el corazón: el Thán, cuando está solo, no está localizado. Pero es necesario remarcar que el aislamiento del Thân es una potencialidad, y no un estado.


Reunidos el uno con el otro, el Thân y el Khi se convierten en el único
Thânkhi (fluido o cuerpo astral): se extiende en torno a los elementos inmortales;  afecta al Tinh (asociación de las ideas) y produce el nodo intelectual, localización pasajera en el cerebro. Digo “pasajera”, porque se admite en Oriente que no es necesario tener un cerebro para tener asociaciones de ideas.


Como es inútil – e incluso peligroso, dicho el Phankhoatu, - querer afectar al  Wun (que no es más que una manifestación) y vincularlo a elementos humanos, no queda más que explicar la acción del movimiento sobre los órganos tangibles que forman el “cuerpo” humano.


Ahora bien existe aquí una aplicación especial del principio del Am-Duong (1) (principio doble, fisiológicamente caliente y frío, seco y húmedo). Una superficial experimentación establece que el cuerpo humano, por su liberación, tanto calórica como de humor, participa en el doble principio.

 

1. Am-Duong, principio doble, creador, de la metafísica de Fohi, es el fundamento de la filosofía metafísica china. Se encuentran aplicaciones en todas las ramas de todas las ciencias, y se coloca esta teoría como principio axiomal y casi divino.

 


Toda secreción, toda liberación supone un movimiento interior; de donde el riñón se considera como un hogar de movimiento, puesto que él es secretor de las humedades corporales; por lo tanto, sirve; en la marcha de los elementos inferiores, como una especie de intermediario. Su mismo nombre lo certifica (
Thânthuy: riñón húmedo). Es el correspondiente a Am del principio doble.


Por otra parte, el calor debe tener también su movimiento especial; y este movimiento debe tener una sede. El Thân (calor) se mueve con Khi y no puede comenzar su movimiento sin él; sin embargo, tiene su movimiento propio da, por la analogía cara a los Orientales, y para satisfacer al_Duong del principio doble, existe, localizado en frente del Thánthuy, un
Thánhoa (movimiento del calor), el cual liga el Thân a la suerte del Khi.


Así pues, entrada normal del Khi; su división inmediata, una cantidad proporcional al Thân ligándose a este Thân para formar el nodo psíquico; y este psíquico accionando el intelectual (localización: el corazón, el cerebro); el resto del Khi accionando la sangre, y formando el nodo corporal (localización: los pulmones), el principio Am-Duong conectando por el  Am los inferiores por un movimiento reactivo (localización: el riñón) y empujando, por el Duong, el Thân hacia su vía normal (localización indefinida: por analogía se coloca el Am en el riñón izquierdo, y el Duong en el riñón derecho; pero no hay eso otras causas que la muy gratuita razón del amor de la simetría): tal es la forma de la acción vital sobre el compuesto humano en estado normal y en buena salud. Recordemos una vez más que la localización fisiológica tiene un punto de partida hipotético, y solamente verosímil, en las especializaciones de los distintos casos mórbidos; cuyo proceso puede cambiar racionalmente la marcha ordinaria, y reducirlo al único valor de una petición de principio.


Se ve por ahí qué experiencia fisiológica una tal ciencia exige del terapeuta, en el curso de la práctica, y cuánto un verdadero sabio de las ciencias experimentales, para diagnosticar seguramente, debe ser un filósofo, más aún que un médico.


 


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LA VIDA


Establecemos aquí el esquema de la vida normal, así como el presagia el precedente expuesto: se reconocerán, en la disposición de los siete elementos, sus relaciones respectivas en el compuesto humano, y sus tendencias paralelas y de sentidos contrarios; se observarán la estrecha unión del Thân y del Khi, la indicación de las influencias y el valor del tres nodo en estado de salud. Se observará por fin (y se da a veces esto como prueba que las doctrinas chinas no son panteísticas) la soledad del elemento superior, cuya presencia vincula el uno con el otro los seis elementos, pero que no se vincula a ningún ellos más que por su propia voluntad ; y, en la otra extremidad del compuesto, se observará también la situación concordante del último elemento, que es afectado por el compuesto, pero no conectado él, hecho singular, del que se extrae, en psicología  oriental, las teorías más audaces, una de entre ellas siendo ésta: que el hombre no tiene necesidad, para vivir, de la aparición humana que llamamos cuerpo.


Este esquema es el origen gráfico de toda la representación de la patogenia. Ya que, en la inspección de los prognosis de una enfermedad, el terapeuta, se transportará a este esquema, y, aplicando la observación experimental de de tal o tal sufrimiento (falta o plétora de la economía orgánica), deducirá en primer lugar el nodo afectado; luego el motor, calórico o luminosos, obstaculizado, disminuido, o aumentado, luego la entrada
mórbida original, por fin el elemento del compuesto humano que. se encuentra especialmente atacado. Y, de esta larga inspección psicológica, deriva solamente su diagnóstico, el cual será a menudo diferente de aquél que habría dado únicamente con el examen superficial de las prognosis.


Todos los Estados normales de la vida humana son así reducibles a esquemas, casi siempre concordantes con los datos empíricos. Lo regla para establecerlos es similar a aquella por la cual se establecen los esquemas mórbidos. Partiendo del esquema de la vida, se observa, por medio de los síntomas, la característica del nuevo estado normal por donde pasa el compuesto humano. Se observa el elemento especialmente interesado por el cambio de estado, aquel cuyas funciones se vuelven diferentes, por disminución, disminución o aumento. La lógica conduce, por analogía, a la impresión sentida por
el elemento y por los motores correspondientes, una deducción estricta lleva a la inmediata consecuencia en el organismo general. Y, si la consecuencia se deduce bien, el esquema debe traducirlo, sin ninguna restricción, en un gráfico, no simbólico, sino directamente comentarista.


Establezcamos, por lo tanto, con los mismos razonamientos, los esquemas de los dos estados normales del hombre sano, fuera “del estado de vida habitual, el estado de sueño y el estado de muerte.



 


EL SUEÑO


En el estado de sueño natural (acordarse aquí la influencia de la voluntad sobre las distintas clases de sueño), la ralentización de la circulación de la sangre, la independencia hecha a la asociación de las ideas, e incluso a la idea simple, son los dos síntomas característicos, físico e intelectual. El esquema traduce inmediatamente estas dos diferencias.


Las consecuencias saltan inmediatamente a los ojos, y gráficamente. El Khi localizado en los pulmones (esta porción toma el nombre de Khiphoî) siendo menos considerable, -  y la prueba es que la sangre, a la cual corresponde, sufre un movimiento ralentizado - se sigue que la cantidad de Khi que se aplica al Thân (con localización al corazón) se aumenta tanto; y la unión, llamada Thânkhi, es, no más estrecha, sino más activa y más sutil.


Por otra parte, la función normal intelectual del Thânkhi (impulsión del elemento Tinh, en el interior del compuesto del humano) se le escapa, puesto que la independencia del Tinh es uno del dos síntomas del sueño. Por tanto, el Thânkhi, no teniendo más de funciones, sale de su localización. El esquema lo indica inmediatamente (ya que un elemento no puede localizarse sino para un objetivo inmediato; ocultándose el objetivo, la causa de la localización cesa, y el elemento sutil, reanudando su carácter de ubicuidad, pierde su localización).


El Thánkhi abandona pues al hombre dormido; y, como no está vinculado al Tinh, no es ya dotado de voluntad, no va donde él quiere, y se encuentra independiente del durmiente: está sometidos a las influencias del tiempo, el lugar, el espacio.


Este esquema da la explicación de los todos los sueños, e incluso
de estas clases de alucinaciones que se asignan al recuerdo de una cosa vista, a la memoria obscura del pasado, a una preocupación del posible, o una previsión (en la etimología literal del término) del futuro.


Este alejamiento del Thânkhi da la razón de peligro que se corre un despertador brusco, que vuelva a llamar violentamente al durmiente el Thankhi alejado, a veces interesado a otra parte, a tal punto que su regreso violento puede causar un catástrofe interior. Este hecho fisiológico se conoce por otra parte desde hace tiempo, desde el mismo bueno de Montaigne; quién recomendaba que se despertara a los adolescentes al sonido de una música muy suave. La explicación del desorden  posible es totalmente física: el despertar brusco causa a los elementos inferiores y al Khiphoî, .la sorpresa del despertar físico que precede al despertar intelectual (y puede darse cuenta de este hecho observando que, al despertar, se experimenta una sensación antes de ser capaz de un sentimiento, y, a fortiori, de un razonamiento: por ejemplo, se siente la picadura de un alfiler antes de percibir que es un alfiler que pincha, y que es una persona la que tiene el alfiler). Ahora bien el despertar físico, si el Thânkhi no volvió a entrar, llama al Thânkhi; y, por lo tanto, el momento, muy imperceptible, que separa el despertar físico del despertar total, es un momento de desequilibrio general, procedente de una falta del intelectual.


Ahora bien toda sorpresa violenta (como la de un despertar brutal) causa una diástole y un sístole igualmente violentos, correspondiente a un estrechamiento o una acumulación momentánea arterias en proximidad inmediata del corazón. Este fenómeno tiene lugar precisamente en el momento en que el Thânkhi bruscamente recordado, quiere reintegrar su localización fisiológica. Se encuentra así detenido en su vía normal por un obstáculo físico.


Ahora bien el no regreso del Tkânkhi en el compuesto humano sería la muerte; como ella no está prevista, y como Wun asiste siempre a esta existencia, como  su presencia obliga, Thânkhi está forzado a su localización normal, o a encontrar otra; en este segundo caso, como Thânkhi está formado por un inmortal, va inmediatamente hacia  la localización inmediatamente superior  a la suya, el cerebro, localización de Tinh. El cerebro se encuentra por tanto preso de un calor y un movimiento inusitado (pródromos de la meningitis y las fiebres perniciosas). Tales son los delirios, jaquecas, crisis nerviosas, desesperaciones y lágrimas incoercibles, etc., de las personas despertadas en sobresalto.


La doctrina del Tinhdzuoc va incluso más lejos: afirma que el Thânkhi está  dotado de facultades de percepciones especiales; sin que , según dice,  se pueda imaginar una voluntad o una azar constante bastante potentes para forzar el Thânkhi de dos hombres dormidos, a cambiar, reintegrando los cuerpos opuestos, las personalidades humanas de los durmientes; admite que, en el llamamiento del Thânkhi por el despertador, éste no puede equivocarse de el mismo, y reconoce psíquicamente el compuesto del que forma parte.


Impulsando la consecuencia, el Tirndzuoc admiten como pernicioso el cambio hecho un cuerpo, durante el sueño por una causa exterior, como, por ejemplo, el cambio de ropas y el tinte de la cara: especialmente declaran que el tinte en negro de la cara de una yema de huevo o de un amarillo o de blanco dormido, en caso de que se lo despierta bruscamente, conduce inevitablemente al delirio y la locura pasajera. Conocí Thay-Thuoc (doctores) que afirman haber visto una cosa similar. En cualquier caso, la transformación artificial
del color de un hombre durante su sueño es un crimen previsto por la glosa de las Leyes Tradicionales (pero no por las Leyes Rituales) y condenado el exilio de primera categoría.

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LA LETARGIA


El esquema de las letargias (estado de reposo, catalepsia. o hipnosis profunda, ya que estos distintos estados son obtenidos por influencias exteriores cuya acción se superpone en un esquema idéntico) indica que el letargia es un sueño agravado. El síntoma del ralentización de la circulación va hasta el paro completo en el letárgicos. El síntoma de independencia del intelecto va hasta el influencia de este intelecto por una voluntad extraña, amiga o enemiga (lo que las hipnosis demuestran todos los días prácticamente). El esquema traduce estos síntomas y  saca las deducciones lógicas. Estando detenida la influencia del Thânthuy sobre la sangre, la localización de una parte del Khi en los pulmones (Khiphoi) no tiene más utilidad práctica ni razón ser; por tanto desaparece. Todo el  Khi se traslada simpáticamente hacia el Thân (en efecto, el letárgico es insensible, y llega a presentar todas las apariencias de la muerte). Por otra parte, el Thán es excitado fuera de medida por todo el Khi, que lo afecta con un valor y una intensidad superiores a normales. Hay  por tanto un  aumento de movimiento y calor; y el Thânkhi forma, en vez de uno, dos plexos; por otra parte el efecto reflejo analógico quiere que la desaparición del nodo sanguíneo se refleja en la aparición de un nuevo nodo, en los elementos superiores gráficamente opuestos.

 

El primero nodo A, similar el del esquema del sueño, se arremolina sobre él-mismo, y, no teniendo más de razón localizarse, se exterioriza en las mismas condiciones que durante el sueño. El nodo B, de valor equivalente, como cantidad de movimiento, el valor normal del Khiphoî, se vuelve al Thin , según su normalidad, lo afecta, y lo excita en su función. Pero Tinh no puede manifestarse corporalmente, puesto que él no puede actuar sobre los elementos inferiores más que por medio del nodo A, que está exteriorzazo. La localización del nodo B en Tinh es por lo tanto inútil; por tanto este nodo también se exterioriza, arrastrando con él  la facultad de concebir y de de asociar las ideas de la que está revestido. Desde ese momento, la presencia de Wun es la única razón de la existencia, la cual no tiene más manifestación; por mucho tiempo que dure este estado, la vida human no está amenazada.


Pero es necesario remarcar que, desde momento en que el nodo B ha llevado Tinh en su viaje exterior, el desdoblamiento psíquico e intelectual se realiza, y aún en las condiciones más malas para el compuesto humano. En efecto, Tinh no podía más servirse de los elementos inferiores; pero su presencia sobre estos elementos impedía a toda voluntad o fuerza exterior de servirse de ellos; en el presente los cuerpos (Xuong et Mû) abandonados están a  merced de una voluntad clarividente, e incluso de una fuerza natural pasando: por allí fortuitamente. Se podría ver la verdad de esta afirmación muy oriental el día en que se haga sobre los letárgicos profundos las experiencias razonadas de electricidad o de un dinamismo dosificado proporcionado cualquiera.


Tal es la explicación del hecho hoy probada, y para que la cual la hoguera no estaba  de más antaño: que la voluntad del hipnotizador se introduce en los elementos del hipnotizado, los tiene bajo su dominación y como su servicio. Pero es allí donde yace la responsabilidad de los experimentadores, que están
a menudo más dotados de curiosidad que de voluntad, y que, ignorando aún muchas cosas, no prevén ni presienten la aproximación de fuerzas exteriores iguales o superiores su misma voluntad, atraídas por el fenómeno anormal producido, y apoderándose, gracias a su valor, de uno o de varios de los elementos humanos abandonados.


En cuanto al Thânkhi y al Tinh, no está sujetos más que a la voluntad bastante fuerte para regular su vuelo caprichoso. Pueden pues bastante fácilmente ser cogido por el operador, que provoca su salida, y está prevenido por lo tanto de su paso; puede pues imponerles su voluntad. Gracias a la tenuidad, la sutileza de estos elementos inmortales, puede enviarlos lejos, volverlos a llamar: puede servirse de sus calidades especiales para conocer por ellos lo que no podría conocer por el mismo, por ejemplo para percibir lo que existe ya, pero que, causa de la rudeza de nuestros órganos y la imperfección de los conceptos de tiempo y espacio, decimos deber existir solamente en el futuro. El operador es así señor del cuerpo y el espíritu del sujeto (no es señor del compuesto humano ni de su vida, ya que no puede provocar directamente la muerte del sujeto, al menos en el caso especial que lo ocupa). De ahí, su responsabilidad es mucho grande que en la sola posesión del cuerpo. En efecto; el experimentador debería, antes de enviar los elementos superiores del sujeto en un lugar o tiempo cualquiera, conocer por adelantado todas las fuerzas vivas errantes que se opondrán al viaje que estos elementos efectúen bajo su orden. Ya que un fuerza superior a la del emisor del movimiento puede detener los elementos en su trayecto; y, como éstos no son nunca dueños de su conducta, se rompen en  esta barrera imprevista. En otro plano, estos elementos pueden - dado sobre todo el ámbito que se les hace explorar generalmente - encontrar una voluntad sabia o liberada de nuestras formas imperfectas, que, bien superior a la voluntad del operador, se apodere ella misma de estos elementos viajeros (esto ocurre en los países en que el hipnotismo está en honor, y llegará ciertamente un día u otro a Occidente, cuando se hayan vulgarizado las prácticas experimentadas bastante a la ligera desde hace unos años), los aplica a intenciones especiales, e ignorando o despreciando su origen, los vuelve a poner, después de haberse servido, a la aventura, desorientados, cegados, por eso incapaces de encontrar el compuesto de donde están salidos que el primero operador es incapaz de volverlos a poner en su potencia. Es inútil enumerar las catástrofes que pueden resultar de una eventualidad semejante.


En estas condiciones letárgicas, el despertador imprevisto o sin precauciones es fatal. Es un hecho por todas partes reconocido, y no tengo que recordar qué accidentes ocurren cuando malos complacientes o ignorantes despiertan con sobresalto simples sonámbulos.


Este esquema no ofrece ya apenas más que un caso el examen, caso que levanta una esquina de las velas de uno de los más graves y oscuros problemas: es el caso del sabio que ha adquirido bastante el voluntad, saber, y potencia sobre él mismo, para poder, después de haberse puesto a si mismo en estado de letargia, desarrollar conscientemente fuera él, una suma de personalidad suficiente para entrar en posesión de sus elementos superiores independientemente de los inferiores, y poder así él mismo, con la ayuda de él mismo, franquear los límites de la naturaleza imperfecta y encontrarse en un estado psíquico superior. A pesar de las investigaciones operadas hasta hoy, tal propuesta inmediatamente sería colocada por los Occidentales entre las hipótesis irrealizables; sin embargo, esta hipótesis está den el dominio de las verdades y realidades: el hecho ocurre en Oriente, no frecuentemente, pero bastante a menudo para no ser considerado como maravilla.


Por otra parte, y sin intentar aquí el establecer nada, yo no hago más que una técnica didáctica, intentando demostrar la lógica deductiva de algunos hechos que parecen extraordinarios, y que sería extraordinario, al contrario, ver producirse bajo otro método o no producirse en absoluto. Un caso como el que acabo de citar es una cosa posible; él no tiene contra él ningunas barreras. En tales condiciones, evidentemente difíciles de realizar, el esquema pone de manifiesto que el peligro para el operador que se opera a si mismo es muy raro, pero que, cuando se presenta, es inevitable y mortal.


En efecto, la fuerza exteriorizada de los elementos humanos es suficiente para el objetivo que se le propone, ya que la voluntad del hombre conoce desde el principio el instrumento psíquico del que va a servirse, y evita pedirle cosas inútiles o peligrosas (por relativamente inalcanzables). Una razón del peligro es por tanto evitada. Pero, si los elementos vienen a ser reencontrados por una voluntad superior, o bien son captados (y con ellos la voluntad del dormido), o bien la voluntad del hombre al acecho ve el peligro y, para escapar a él, se precipita rápidamente, con los elementos viajeros, hacia su localización corporal. Y el regreso violento elementos, el contacto brutal de los superiores con los inferiores por un Khi muy emocionado y no equilibrado, es propio para causar más catástrofes todavía que la vuelta violenta la vida normal de los dormidos naturales, de los sonámbulos y de los catalépticos.


No añadiré aquí ninguna consideración. Quiero solamente mostrar que los esquemas patogénicos del septenario humano; esquemas que existen desde cerca de cinco mil de años; contienen, por lo que se refiere a los hechos intermediarios, el germen y las ineludibles consecuencias de los descubrimientos modernos, y que, al exprimirlos, un escritor que tuviera bastante ciencia y bastante tiempo haría brotar propuestas y corolarios todavía insospechados.


LA MUERTE

 
El último esquema normal que ofrece algún interés es el de la muerte. Entiendo aquí (como lo hacen los maestros chinos) por muerte; la muerte normal por desgaste, sin enfermedad mental ni descomposición; es decir que, un instante antes de las disociaciones finales del compuesto humano, todos los elementos de este cuerpo compuesto tienen su valor relativo, su movimiento; su acción racional. En estas condiciones, el esquema de la muerte elaborado en Extremo Oriente nos va a conducir a constataciones singulares, que se alegrarán a los modernos psiquistas. La entrada en agonía retira al cuerpo una parte de su sensibilidad, a la inteligencia una parte de su lucidez. A estos síntomas se añaden una disminución de todas las funciones y un enfriamiento general de los órganos. Movimiento, calor, luz; disminuyen proporcionalmente hasta la desaparición, que es la muerte (disociación de los elementos por desaparición del Khi).


Los diversos períodos de esta disociación resaltan en el esquema con una singular claridad; permite ver a la vez que elementos son alcanzados los primeros, y también cuanto tiempo la muerte aparente puede durar sin llegar a la muerte verdadera, y por fin como, mientras el elemento esencial la coordinación no ha desapareció, es posible devolver a la vida un compuesto que, afectado por todos lados, no ha sufrido sin embargo la disociación total.


El elemento Xuong está presto a disolverse, a causa de la tendencia hacia cero del movimiento Am, salido del Thánthuy, el elemento Maû está  próximo a la detención y el enfriamiento, a causa de la tendencia al retorno, al Khi central, del Khiphoi particularizado que anima al Maû. El elemento Thán (Thânthuy ou Thânhoa) es alcanzado directamente por el desgaste, y se aproxima sin cesar a la inmovilidad (que es su muerte individual, puesto que su razón ser es el movimiento). El Khi, en tanto que KhÍphoî, tiende perder su a localización, ya que el  Khi del Thân, disminuyendo poco a  poco, el Khi del Phoi tiende a reemplazarlo, para evitar la solución de continuidad entre elementos inferiores y superiores. El Thánkhi, cada vez menos fuerte en valor y en cantidad (siempre en el caso normal de la muerte por desgaste), puesto que no encuentra ya en el compuesto humano los motores ni los móviles donde aplicar su actividad, se retira poco a poco. El elemento Thân, que ya no es excitado por el movimiento Hoa y que no tiene ya a suficientemente Khi para ligarse aún más, tiende la disociación y su vuelta hacia los inmortales. El elemento Tinh ya no es excitado por el Thán, que emplea lo poco que le queda de fuerzas en su sola vitalidad, sin ninguna demostración, y tiende a su disociación como consecuencia de su inutilidad. El elemento Wun, permaneciendo presente, se aleja poco a poco; y se prevé el momento en que, a fuerza de alejarse, no se será ya visible, y en que, por consiguiente, el compuesto humano, faltando la manifestación divina, desaparecerá.


Tal el momento de vida disminuida, pero aún normal, momento más vecino de la muerte. Los fenómenos sucesivos que lo causan pueden dividirse y resumirse así;


El Thânkhi disminuyendo poco a poco, la atracción material y la repulsión instintiva de todo elemento por la disociación fuerzan al Khiphoi a ir a encontrar en su localización fisiológica el  Thânkhi que se ha vuelto impotente; y está ahí el primer síntoma de la muerte. El Khi desaparece de todos elementos visibles del compuesto; el pulso cae, la circulación se detiene, la sangre se retira y se enfría; el inmovilidad, el insensibilidad, la palidez se asientan en los elementos inferiores: tal es la 
muerte animal. No es distinta esencialmente del más profundo letargo, pero solamente difiere en modalidad; eso se reconoce hoy, incluso en Occidente, donde se toma frecuentemente por muerte el letargo total, y donde se entierra a veces gentes que no están muertas, y que no mueren verdaderamente más que porque han sido inhumadas. Se prescriben ciertamente esperar cuarenta y ocho horas entre los fenómenos mortales y la inhumación; pero hay letargos - de las muertes animales - que duran varias semanas y varios meses sin traer la muerte verdadera; se recomienda también la incineración de las extremidades; pero no es cierto que la misma quemadura devuelva del letargo; ¿o, si devuelve, no es, quizá, de una manera tan brusca, que el paciente sólo vuelva de nuevo la vida para morir inmediatamente? Es cierto absolutamente que se entierra una determinada cantidad de individuos que no están muertos; es cierto que - si la costumbre de la incineración total subsiste – se quemarán vivos varios enfermos (aunque menos frecuentemente que en el caso de la inhumación). Pero está garantizado más aún que los médicos abandonarán, como muertos, ciertos pacientes que cuidados convenientes, y sobre todo otorgados en un momento preciso, podrían impedir morir; está garantizado que - convencidos de la muerte en su consciencia - no hacen absolutamente nada para llegar a diagnosticar seguramente la muerte total, y para aclarar, sobre este punto capital, su ciencia aún entenebrecida.


La
muerte animal va seguida inmediatamente de la desaparición de todo movimiento (en efecto el elemento ThÂn es el primero. afectado de los inferiores, a la cumbre de las cuales se encuentra). La muerte del Thân afecta directamente al Tinh, que se encuentra su vez privado de la fuerza que le permite unirse al movimiento del Khi y vivificar así el entendimiento. Thân (y por lo tanto Thânkhi, - puesto que Khi y Thán están indisolublemente vinculados hasta el último momento) permanece en él-mismo, y su radiación no viene a afectar más los elementos vecinos; el elemento Tinh  desaparece pues de la economía, y, subsistiendo al mismo tiempo (puesto que Wun  mismo aún no se retiró), no forma ya parte del compuesto humano: aunque quedando virtualmente capaz de ser devuelto; no sufre nada; solo su ligazón con el compuesto humano ha desaparecido. Tal es el segundo momento

.
El tercer momento es el más fugitivo; es aquel en que Khi (y esto a pesar de la oposición del Khipoî) está demasiado usado, demasiado débil para conserven, en el compuesto tan sacudido, el Thân inmortal, que no está sujeto a ninguna disminución esencial, pero que necesita, para permanecer en el hombre, una fuerza apropiada a la suya y que le mantiene ahí. Desorientado, Thân se escapa pues lentamente y como a pesar y sube a  los superiores.
Es la muerte anímica.


La desaparición del Thân hace morir el compuesto humano, pero solamente indirectamente, esperado que, incluso entonces, Wun, “estando en la extremidad de la vista, aún no ha desaparecido completamente”. Thân, no estando ya en el compuesto, la localización de Khi se vuelve inútil; Khi abandona pues los elementos inferiores. Pero “se está un momento sobre el cuerpo que acaba de dejar, como si lo lamentara”. En efecto, disminuye poco a poco, y no hay razón para que cese bruscamente; se va suavemente, como la llama de una lámpara sin aceite. Es por esto que los ritos ordenan simbólicamente al hijo del padre muerto a ir al techo de la casa para llamar el espíritu del muerto que aún no se ha ido. Es para eso que el Tinhdzuoc, y sobre todo los Phanac, declaran que el sabio que ha seguido todos los fenómenos de la enfermedad y la muerte, y que se encuentra, en el momento querido, cerca del cuerpo, que ha observado las sucesividades mortales, puede, con un tratamiento adecuado, y en el corto espacio de tiempo que nos ocupa, causar un anagénesis aún posible, y recordar la vida entera en el cuerpo humano, sobre el cual solo el Khi, agente de la existencia total, vela aún.


Pero este momento es extremadamente fugitivo. Rápidamente el Khi, abandonado, disminuye hasta perder su ser mismo; tiende hacia su naturaleza, hacia el Thân huido; insensiblemente, se desvanece, se escapa, muere, en ese momento preciso en que  Wun desaparece
. La muerte está consumada.


Pero apenas muere, para satisfacer la ley de los elementos inferiores, resucita y se lanza hacia los elementos superiores, de la naturaleza de los cuales participa, y se reúne en el Thân, a fin de reanudar una nueva existencia, y reconstituir, con otros elementos, pero con la misma personalidad, la ola de vida inmortal.



Tal es el esquema oriental de la muerte. Es difícil no penetrarse de admiración ante semejantes concepciones; es difícil sobre todo no acordarse, ante esta doctrina, que tiene pronto cinco mil de años de existencia, del dogma del cuerpo glorioso humano indisociable que predica el apóstol San Pablo, con el cual y por el cual declara que todos los hombres, gozante o sufriente, viven eternamente y vivirán. (San Pablo: Romanos, VI, 5; VIII, 37,38,39- Corintios. : Iª epístola, VI, 13,14; xv, Iq, 20,21,22,42,43,44,52,53,54 - - Corintios: 2ª epístola, V, 4.) Bajo palabras diferentes, la creencia es la misma, y da a los discípulos de Fohi y Laotseu, como a los verdaderos del Cristo, la confianza en la recompensa, por otras existencias o por una sola, de los trabajos de la existencia presente, y el seguro consuelo de nunca perder esta personalidad misteriosa  tanto más que su misterio nos ha hecho dudar, trabajar y sufrir.


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La embriaguez física puede resumirse en la embriaguez de vino o de cualquier alcohol. La embriaguez intelectual puede resumirse en la del opio (pero no en la de la morfina u otros estupefacientes, cuyos efectos no son en absoluto análogos, ya que actúan en primer lugar sobre los inferiores, y solo a continuación sobre los superiores).


Los esquemas de las embriagueces son sobre-erogatorios, es decir que el efecto de la vida normal no es detenido por ellos, sino que es necesario, para tener la verdadera vida del compuesto humano bajo las influencias en cuestión, superponer los esquemas de las embriagueces sobre el esquema de la vida, sin hacer influir los gráficos de los unos sobre el gráfico del otro. Es así como, en la existencia, la influencia de las embriagueces viene a superponerse momentáneamente a las influencias vitales de los órganos.




 EMBRIGUEZ FÍSICA


En el caso de las embriagueces físicas, el síntoma es un aumento de calor en la sangre, y de velocidad en su circulación. Es en efecto en el elemento Maû que la embriaguez alcohólica tiene su ingreso de influencia. El calórico y el movimiento, introducidos por el alcohol en el organismo, se ponen inmediatamente sobre el nodo físico, que aceleran, y aumentan la amplitud. Por consiguiente, el Khiphoi no basta ya con su valor ordinario, para regular el nodo; y, para evitar todo desorden directo, recurre a una cantidad de Khi, correspondiente a la cantidad de influencia exterior introducid; esta cantidad de Khi viene en su ayuda, y determina una marcha superficial normal de los inferiores, pero con una elevación de temperatura, debida el aumento cuantitativo del torbellino. Este elevación y esta aceleración determinan la cirrosis. Ahora bien el Thánkhi ve alterarse su composición, y el Thán llegar a ser, al revés de la norma, el elemento dominante; la cantidad de Thân, correspondiente a la cantidad de Khi que dejó el Thânkhi, se encuentra libres y se desvía a Tinh, donde causa el daño acostumbrado; es el delirio y la agrioritmia de las embriagueces. Si la influencia exterior aumenta aún, la temperatura del torbellino sanguíneo aumenta también, e, incluso, la cantidad de Thân liberado; más allá de un límite que la terapéutica llega fácilmente a determinar, el estado de ebriedad-muerte se muestra, con, en el nodo sanguíneo exacerbado fuera de medida, el ataque nervioso y la degeneración del corazón, y, en el nodo intelectual, privado de un elemento, la acatalepsia, lel delirium tremens, el coma. Por una razón de analogía material, un brusco cambio de temperatura exterior, como el pasaje súbito a un aire vivo, es perjudicial al organismo en estado de embriaguez física, y conduce a la posible congestión.

EMBRIAGUEZ INTELECTUAL


La embriaguez intelectual tiene su síntoma en una ligereza singular aparente de los elementos inferiores, donde hormiguea un acrodinia suave y pasajera. Afecta al Thán, exacerba las facultades del Thânkhi, excita su actividad, el primer efecto es expulsar toda torpeza mental y todo sueño, aclara la inteligencia, de aumentar la memoria, de recordar el pasado. Pero, para mantenerse en sus límites acostumbrados, el Thân en este estado exige una mayor cantidad de Khi; y el Khi con una intuición instintiva de que su presencia es necesaria, es atraído simpáticamente hacia el Thán; hay pues disminución del Khiphoi y, por lo tanto, disminución y enfriamiento del nodo sanguíneo, que se manifiesta inmediatamente (en los países cálidos, sobre todo) por la adiaforésis. Si la influencia aumenta aún, la claridad del Tinh imponderado puede ir hasta la alucinación (éxtasis, desdoblamiento, bilocación y otros fenómenos psíquicos). Por analogía reflejo, sobreviene la acromasia, la anemia se apodera del cuerpo, que se deseca, caquetiza, y puede descender hasta la miseria fisiológica más irremediable.


Esta observación rigurosa acarrea ya una consecuencia práctica, es decir que
nadie ha mentido declarando el opio él Népenthés universal, y que todas las curaciones, todos los alivios, y también todas las fulguraciones intelectuales pueden ser obtenidos por un uso de la droga adecuado al resultado buscado, pero de una dosificación escrupulosa y de una utilización poco frecuente. Es necesario pues siempre con sabiduría y discernimiento, en el caso oportuno.

 

Pero es se remarcar, desde ahora, que la embriaguez (o mejor la exacerbación) del opio no puede de ningún modo compararse a las embriagueces del alcohol, no más que un intelectual un animal, puesto que la primera satisface las curiosidades del espíritu, mientras que la otra apacigua los apetitos desordenados del bruto.


Se remarcará por otro lado que el uso del alcohol en dosis embriagadora es pernicioso tanto como el abuso, al cual conduce inevitablemente; mientras que el uso de la excitación por el opio es saludable a veces, inofensivo siempre, a condición (y eso no pide un esfuerzo de voluntad muy grande), que esta excitación esté mantenida siempre dentro de los mismos límites.


El efecto del abuso del alcohol es la congestión sanguínea, el delirio nervioso y la anemia cerebral; el efecto del abuso del opio es la caquexia corporal, el alotropismo nervioso, la alucinación mental. Se lo verá fácilmente por otra parte comparando sus esquemas al doble esquema de las locuras.