La voie rationelle
Matgioi
Éditions Traditionelles
Quai Saint –Michel Paris V 1984
(pp191-213, 219-222)
Toda la terapéutica
de Extremo Oriente ha salido directamente de los dogmas del más antiguo
estudio. En la creencia búdica, en el Taoísmo místico, en el lejano y
metafísica Yiking, no hay más que una sola e irreductible afirmación sobre el septenario de elementos primarios que forman el compuesto humano. Bajo
nombres diferentes, su naturaleza subsiste idéntica, y la universalidad de esta
creencia extendida influyó sobre todas las ciencias de origen secundario
nacidas en los tiempos posteriores, en los cerebros hechos al módulo de este
primer e infrangible principio.
En una estrecha unión, que es una prenda
de la verdad, se corroboran, en planos diferentes, se apoyan y se entreayudan
la ciencia hierática, la fe popular y las determinaciones fisiológicas.
Los Extremo -Orientales han visto
excelentemente que la ciencia de la conservación del cuerpo no podía encontrar
su vía más que aclarándose con la
antorcha luminosa encendida por las ciencias intelectuales, y que el primer
deber de una ciencia experimental era tomar, como principio axiomal, la
deducción lógica de las ciencias racionales.
No corresponde más que a los presuntuosos querer determinar
las verdades del plano espiritual por las sensibilidades del plano anímico, y estas por el empirismo
del plano corporal. Una opinión tan rara procede evidentemente de una
adquisición mal coordinada de conceptos, de una acumulación incoherente de
principios en un espíritu que estalla al querer contenerlos todos, de una colocación
falsa en un cerebro de datos experimentales probables, a los cuales la vanidad,
común a los imperfectos, presta gratuitamente la potencia de las evidencias o
demostraciones racionales.
La ciencia pura y primera debe tener
como consecuencia los distintos saberes que el hombre descubre como
consecuencia, en aplicaciones, en grados diferentes y en diversas situaciones de
los cuerpos, de los principios eternos.
Pero, lo mismo que un corolario no puede
pretender regentar el teorema, de la misma manera las ciencias secundarias no
pueden pretender nada sobre o contra las primeras ciencias; y, si la fisiología
o la terapéutica parecen repentinamente sublevarse contra la metafísica o la
psicología, no es necesario dudar un momento, es que el experimento fue malo, y
que el empirismo debe recomenzar.
Tal es la base de las ciencias de
observación de Extremo-Oriente; no es necesario buscar en otra parte la causa
del poder física extraordinario de sus sabios y la maravillosa perspicacia de
sus experimentaciones.
En patología, hicieron la más delicada
aplicación y la más sabia interpretación de sus doctrinas. Conscientes de que
las enfermedades, tal como nos aparecen, son simples efectos, que las causas de
estas enfermedades en órganos especiales no son más que consecuencias
inmediatas de la causa verdadera, buscaron el origen de todo mal, en el plano superior,
en uno de los principios esenciales del hombre, con el fin de poder, una vez descubierta
la fuente mórbida, agotarla de golpe con el remedio conveniente, no en el consecuencia
tangible, sino en la causa primordial, a menudo obscura, siempre escondida.
Y establecieron, a este respecto, los
principios de una ciencia verdaderamente original - cuyo nombre, solo existente
Occidente, no tiene por decirlo así más coherencia en nuestros oídos - la
patogenia, que es, en sentido de la palabra, el acrotismo nosológico.
*
En experimentalismo, dicen los chinos, las
simplificaciones son más a menudo mezclas que reducciones y no conducen así más
que a la confusión. He aquí su teoría:
El cuerpo (Xuong,
sustancias orgánicas) y la sangre (Maû, vehículo de la vida animal) constituyen
los elementos inferiores del hombre. El Wun
o voluntad celestial que sostiene el compuesto humano en su integridad
(acordarse de Paracelso), parcela divina que está en nosotros, y el
entendimiento (Thinh
) que es, no la facultad de razón, sino la
facultad de las asociaciones de ideas, constituye los elementos superiores. He ahí el cuerpo y el espíritu cuya unión hace el hombre. Ahora bien, la
sangre, tan pura, por muy globulada que sea, no puede servir a mantener la
existencia física, si no está a la vez ágil, caliente y vibrante; la asociación
de ideas no puede tomar aparición en nuestra dicción sin una comunicación
íntima con el cuerpo: existe pues inevitablemente en nosotros una facultad de calor,
movimiento, luz,
que está fuera de toda fisiología y debajo de todo entendimiento. Esta facultad
tiene tres modalidades de revelación y de obras bien distintas; y conviene
dejarle su triple determinación, si no se quiere errar - en este invisible y,
por lo tanto, difícil dominio - en el momento de la especialización.
Ahora bien, los elementos superiores,
viniendo de la voluntad Una y de sus consecuencias, no pueden sufrir
esencialmente de ningún mal.
Ahora bien, los elementos inferiores no
pueden ser atacados directamente sino por efluvios exteriores, destructivos o
nocivos, es decir que sus únicas afecciones no puede traducirse más que en una
pérdida de cantidad o un cambio de calidad. Las dos únicas enfermedades
esenciales de los inferiores son pues la corrupción y la anemia, dos
enfermedades visibles, y de las que las prognosis, el tratamiento y la curación
no salen del empirismo habitual.
Pues, todas las enfermedades, que llevan sobre
uno cualquiera de los elementos humanos (excepto el séptimo, que es inatacable
y no puede causar sino un único estado, la muerte súbita, que no es una
enfermedad, debido a la disociación con los otros elementos), todas las
enfermedades tienen su causa primordial en uno de los tres intermediarios que reúnen las moléculas corporales a
las facultades del entendimiento (las cuales no podrían afectarse en su
coexistencia, sin el coadyuvante de medios de otro plano). El
movimiento, el soplo y la luz son pues, a causa misma de su tenuidad esencial, los
primeros elementos blanco de las influencias mórbidas, las puertas por las
cuales el mal se introduce en el compuesto que somos.
La patogenia oriental consiste pues,
después de un diagnóstico psicológico, en determinar, entre estas puertas, la
que se habría sido abierta o roto, para que la terapéutica pueda directamente
volverla a cerrar o reconstruirla.
¿Estas consideraciones una vez admitidas
como estrechas consecuencias de las psicologías y metafísicas, qué razonamiento
se impone?
Es, en el caso de la enfermedad tomada a
tiempo en un cuerpo no alcanzado de miseria fisiológica, de descuidar el efecto
visible, por terrorífico que parezca, para remontarse la causa esencial, escondida,
oscura, pero única eficiente del mal, y de atacarlo exclusivamente. Es el
rechazo absoluto de todo empirismo experimental, de toda medicación externa, de
todos los tópicos; es, en el ámbito práctico, la exclusión de todos los
substitutos, y la reducción de la farmacopea a algunos principios regeneradores
y revulsivos, de aplicación adecuada al descubrimiento de las causas
determinantes del mal. Es la clasificación de nosología en algunos títulos de
capítulos especializados.
Es sobre todo la lucha psíquica e
intelectual contra el mal coincidente y aliándose
íntimamente con la lucha material contra la enfermedad consecuencial; es, según
la determinación exacta del ingreso mórbido en el elemento humano
especializado, la tonificación, la exasperación, el despertador, o, según el
caso, la disminución, la refrigeración, el empobrecimiento de dicho elemento,
en cualquier caso su retorno su influencia habitual en el compuesto humano. Es
el rígido tratamiento, a nivel anímico como a nivel corporal, de la causa
verdadera; es la reducción del mal producido al elemento principal, la
represión del desorden fijada en la localización física de este principio, independientemente
del proceso seguido en los diferentes órganos por el desarrollo de la
enfermedad.
Es decir que, basada en los índices de
una patogenia cuidadosa, la terapéutica no es más que un corolario material de
una ciencia de la observación psíquica; que este corolario, al perder toda su
envergadura experimental, pierde al mismo tiempo sus probabilidades peligrosas
y sus facilidades de error; y que, retirada de todas las falsedades que
arrastran con ellas las observaciones mal hechas, o las comprobaciones de síntomas
extraños debidos a circunstancias exteriores desconocidas del observador, la
medicina no es ya más que una aplicación lógica de una psicología fisiológica
de un considerable valor, y gana en precisión lo que parece perder en iniciativa.
Es sin embargo bueno añadir que el
tratamiento por remedio directo, con exclusión de los sucedáneos, supone el
empleo de los revulsivos y de los venenos más potentes, capaces de revolucionar
el organismo humano; que este tratamiento implique el uso sin ningún lenitivo
ni temperamento, de cantidades determinadas durante períodos determinados; es
necesario añadir que la potencia de esta medicación requiere, en todos los
demás elementos del compuesto humano, una fuerza vital, una energía suficiente
para resistir su acción, y producir efectos reflejos que beneficiará al
elemento alcanzado y tratado. Es necesario al sujeto fuerza y juventud, y además
una salud general, que supone que el mal se trató tan pronto como reconocido, y
que el diátesis, en caso de herencia, haya si cogida desde la más tierna edad.
Concluiremos pues inmediatamente que, si los accidenta súbitos, las afecciones
graves, los casos desesperados incluso encuentran, en la aplicación del patogenia
a la terapéutica, oportunidades de curación verdaderamente extraordinarias y
desconocidas a los Occidentales, por el contrario, las enfermedades inveteradas,
los ancianos, los anémicos y los diatésicos de ascendencia no tratada, son poco
susceptible de curación, porque la terapéutica no admite o ignora los
substitutos capaces de endulzamiento y alivio, y que los enfermos, no
soportarían los medicaciones violentos capaces de refrenar el mal.
Que una localización de los elementos
vitales parece por consiguiente necesaria, no es dudoso; pero esta localización
- absolutamente teórica - sólo sirve, como inicio, en la patogenia, como sirve
la suposición de un valor de x en la discusión de una ecuación algebraica;
tomada sólo ella, la suposición es gratuita y cuestionable; pero es una base
hipotética necesaria, de donde parte el razonamiento para seguir la red de las
posiciones posibles, asignarles valores concordantes, y volver de nuevo
entonces a la inicial, indeterminada, pero que la definición de todos los
valores vecinos no deja mas que un único lugar a tomar, que es su verdadero
lugar. Así se ha razonado en la disposición de los elementos vitales a través
de los órganos, y es preciso incluso admitir una inversión normal de la
hipótesis primitiva en algunos casos psicológicos, fisiológicos, o incluso
patológicos, desde el avance previstos: exactamente como, al paso insensible de
un valor por una línea de demarcación designada en la curva de los valores, el
valor correspondiente del factor salta repentinamente de más infinito menos infinito.
El Khi o
soplo (véase la doctrina del
estoicos), transporta la vida general,
es el factor que parece el más importante en esta organización, o, en todo
caso, aquel cuyo valor cuantitativo parece el más considerable.
Los tres elementos disolubles están en
potencialidad de animación vital, los tres elementos inmortales estando en potencialidad
de localización temporal, el Khi viene, por su complejidad, a conectar y reunir
elementos de distintas esencias y propiedades dispares. En efecto, el Khi tiene
en común con los disolubles que muere, y en común con los inmortales que no se
disuelve, y que se reúne, por una inmediata resurrección, a estos inmortales,
para constituir un nuevo modo de existencia. Tal es el mecanismo del
nacimiento; tal es por inversión el mecanismo de la muerte.
El Khi (soplo de vida) cuya entrada
pendiente causa directamente la vida en el organismo humano, encuentra dos movimientos
determinar, uno en los superiores, uno en los inferiores; estos dos movimientos
se aplican dos especialidades, una física y material, otra hiperfísica e
intelectual; estas esencias, estos elementos, estos movimientos, constituyen el
juego del organismo, que se llama la existencia humana normal.
Del lado físico, el Khi, yendo derecho a pulmones,
órganos de la combustión y la regeneración de los combustibles; alcanza la
sangre, que se mueve y forma, bajo su impulso, el nodo sanguíneo (inferior)
esquematizado en forma de un remolino o de un plexo.
Del ladol psíquico, el Khi encuentra el elemento
inmortal ThÂn (luz y consecuencialmente calor). Se
une inmediatamente a él de la manera más indisoluble (eso es natural, puesto
que el Khi, sujeto a las resurrecciones, está más atraído por el lado de los
inmortales que por el lado de los solubles) y forma con él el nodo psíquico, el cual se extiende en
todo el ser, pero tiene su especial localización en el corazón: el Thán, cuando
está solo, no está localizado. Pero es necesario remarcar que el aislamiento del
Thân es una potencialidad, y no un estado.
Reunidos el uno con el otro, el Thân y
el Khi se convierten en el único Thânkhi
(fluido o cuerpo astral): se extiende en
torno a los elementos inmortales; afecta
al Tinh (asociación de las ideas) y produce el nodo intelectual, localización pasajera en el cerebro. Digo “pasajera”,
porque se admite en Oriente que no es necesario tener un cerebro para tener
asociaciones de ideas.
Como es inútil – e incluso peligroso,
dicho el Phankhoatu, - querer afectar al
Wun (que no es más que una manifestación) y vincularlo a elementos
humanos, no queda más que explicar la acción del movimiento sobre los órganos tangibles que forman el “cuerpo”
humano.
Ahora bien existe aquí una aplicación
especial del principio del Am-Duong (1) (principio doble, fisiológicamente
caliente y frío, seco y húmedo). Una superficial experimentación establece que
el cuerpo humano, por su liberación, tanto calórica como de humor, participa en
el doble principio.
1. Am-Duong,
principio doble, creador, de la metafísica de Fohi, es el fundamento de la
filosofía metafísica china. Se encuentran aplicaciones en todas las ramas de
todas las ciencias, y se coloca esta teoría como principio axiomal y casi
divino.
Toda secreción, toda liberación supone
un movimiento interior; de donde el riñón se considera como un hogar de
movimiento, puesto que él es secretor de las humedades corporales; por lo
tanto, sirve; en la marcha de los elementos inferiores, como una especie de
intermediario. Su mismo nombre lo certifica (Thânthuy:
riñón húmedo). Es el correspondiente a Am del principio doble.
Por otra parte, el calor debe tener
también su movimiento especial; y este movimiento debe tener una sede. El Thân
(calor) se mueve con Khi y no puede comenzar su movimiento sin él; sin embargo,
tiene su movimiento propio da, por la analogía cara a los Orientales, y para
satisfacer al_Duong del principio doble, existe, localizado en frente del
Thánthuy, un Thánhoa (movimiento del calor), el cual liga el
Thân a la suerte del Khi.
Así pues, entrada normal del Khi; su
división inmediata, una cantidad proporcional al Thân ligándose a este Thân
para formar el nodo psíquico; y este psíquico accionando el intelectual
(localización: el corazón, el cerebro); el resto del Khi accionando la sangre,
y formando el nodo corporal (localización: los pulmones), el principio Am-Duong
conectando por el Am los inferiores por
un movimiento reactivo (localización: el riñón) y empujando, por el Duong, el Thân
hacia su vía normal (localización indefinida: por analogía se coloca el Am en
el riñón izquierdo, y el Duong en el riñón derecho; pero no hay eso otras
causas que la muy gratuita razón del amor de la simetría): tal es la forma de
la acción vital sobre el compuesto humano en estado normal y en buena salud. Recordemos
una vez más que la localización fisiológica tiene un punto de partida
hipotético, y solamente verosímil, en las especializaciones de los distintos
casos mórbidos; cuyo proceso puede cambiar racionalmente la marcha ordinaria, y
reducirlo al único valor de una petición de principio.
Se ve por ahí qué experiencia
fisiológica una tal ciencia exige del terapeuta, en el curso de la práctica, y
cuánto un verdadero sabio de las ciencias experimentales, para diagnosticar seguramente,
debe ser un filósofo, más aún que un médico.
*
Establecemos aquí el esquema de la
vida normal, así como el
presagia el precedente expuesto: se reconocerán, en la disposición de los siete
elementos, sus relaciones respectivas en el compuesto humano, y sus tendencias
paralelas y de sentidos contrarios; se observarán la estrecha unión del Thân y
del Khi, la indicación de las influencias y el valor del tres nodo en estado de
salud. Se observará por fin (y se da a veces esto como prueba que las doctrinas
chinas no son panteísticas) la soledad del elemento superior, cuya presencia
vincula el uno con el otro los seis elementos, pero que no se vincula a ningún
ellos más que por su propia voluntad ; y, en la otra extremidad del compuesto, se
observará también la situación concordante del último elemento, que es afectado
por el compuesto, pero no conectado él, hecho singular, del que se extrae, en
psicología oriental, las teorías más
audaces, una de entre ellas siendo ésta: que el hombre no tiene necesidad, para
vivir, de la aparición humana que llamamos cuerpo.
Este esquema es el origen gráfico de
toda la representación de la patogenia. Ya que, en la inspección de los prognosis
de una enfermedad, el terapeuta, se transportará a este esquema, y, aplicando la
observación experimental de de tal o tal sufrimiento (falta o plétora de la
economía orgánica), deducirá en primer lugar el nodo afectado; luego el motor, calórico
o luminosos, obstaculizado, disminuido, o aumentado, luego la entrada
mórbida original, por fin el elemento del
compuesto humano que. se encuentra especialmente atacado. Y, de esta larga inspección
psicológica, deriva solamente su diagnóstico, el cual será a menudo diferente
de aquél que habría dado únicamente con el examen superficial de las prognosis.
Todos los Estados normales de la vida
humana son así reducibles a esquemas, casi siempre concordantes con los datos
empíricos. Lo regla para establecerlos es similar a aquella por la cual se
establecen los esquemas mórbidos. Partiendo del esquema de la vida, se observa,
por medio de los síntomas, la característica del nuevo estado normal por donde
pasa el compuesto humano. Se observa el elemento especialmente interesado por
el cambio de estado, aquel cuyas funciones se vuelven diferentes, por
disminución, disminución o aumento. La lógica conduce, por analogía, a la impresión
sentida por
el elemento y por los motores
correspondientes, una deducción estricta lleva a la inmediata consecuencia en
el organismo general. Y, si la consecuencia se deduce bien, el esquema debe
traducirlo, sin ninguna restricción, en un gráfico, no simbólico, sino
directamente comentarista.
Establezcamos, por lo tanto, con los
mismos razonamientos, los esquemas de los dos estados normales del hombre sano,
fuera “del estado de vida habitual, el estado de sueño y el estado de muerte.
EL SUEÑO
En el estado de sueño
natural (acordarse
aquí la influencia de la voluntad sobre las distintas clases de sueño), la
ralentización de la circulación de la sangre, la independencia hecha a la
asociación de las ideas, e incluso a la idea simple, son los dos síntomas
característicos, físico e intelectual. El esquema traduce inmediatamente estas
dos diferencias.
Las consecuencias saltan inmediatamente
a los ojos, y gráficamente. El Khi localizado en los pulmones (esta porción
toma el nombre de Khiphoî) siendo menos considerable, - y la prueba es que la sangre, a la cual
corresponde, sufre un movimiento ralentizado - se sigue que la cantidad de Khi
que se aplica al Thân (con localización al corazón) se aumenta tanto; y la
unión, llamada Thânkhi, es, no más estrecha, sino más activa y más sutil.
Por otra parte, la función normal
intelectual del Thânkhi (impulsión del elemento Tinh, en el interior del
compuesto del humano) se le escapa, puesto que la independencia del Tinh es uno
del dos síntomas del sueño. Por tanto, el Thânkhi, no teniendo más de
funciones, sale de su localización. El esquema lo indica inmediatamente (ya que
un elemento no puede localizarse sino para un objetivo inmediato; ocultándose el
objetivo, la causa de la localización cesa, y el elemento sutil, reanudando su
carácter de ubicuidad, pierde su localización).
El Thánkhi abandona pues al hombre
dormido; y, como no está vinculado al Tinh, no es ya dotado de voluntad, no va donde
él quiere, y se encuentra independiente del durmiente: está sometidos a las
influencias del tiempo, el lugar, el espacio.
Este esquema da la explicación de los
todos los sueños, e incluso
de estas clases de alucinaciones que se
asignan al recuerdo de una cosa vista, a la memoria obscura del pasado, a una
preocupación del posible, o una previsión (en la etimología literal del
término) del futuro.
Este alejamiento del Thânkhi da la razón
de peligro que se corre un despertador brusco, que vuelva a llamar
violentamente al durmiente el Thankhi alejado, a veces interesado a otra parte,
a tal punto que su regreso violento puede causar un catástrofe interior. Este
hecho fisiológico se conoce por otra parte desde hace tiempo, desde el mismo
bueno de Montaigne; quién recomendaba que se despertara a los adolescentes al
sonido de una música muy suave. La explicación del desorden posible es totalmente física: el despertar
brusco causa a los elementos inferiores y al Khiphoî, .la sorpresa del
despertar físico que precede al despertar intelectual (y puede darse cuenta de
este hecho observando que, al despertar, se experimenta una sensación antes de
ser capaz de un sentimiento, y, a
fortiori, de un razonamiento: por ejemplo, se siente la picadura de un
alfiler antes de percibir que es un alfiler que pincha, y que es una persona la
que tiene el alfiler). Ahora bien el despertar físico, si el Thânkhi no volvió
a entrar, llama al Thânkhi; y, por lo tanto, el momento, muy imperceptible, que
separa el despertar físico del despertar total, es un momento de desequilibrio
general, procedente de una falta del intelectual.
Ahora bien toda sorpresa violenta (como
la de un despertar brutal) causa una diástole y un sístole igualmente violentos,
correspondiente a un estrechamiento o una acumulación momentánea arterias en
proximidad inmediata del corazón. Este fenómeno tiene lugar precisamente en el
momento en que el Thânkhi bruscamente recordado, quiere reintegrar su
localización fisiológica. Se encuentra así detenido en su vía normal por un
obstáculo físico.
Ahora bien el no regreso del Tkânkhi en
el compuesto humano sería la muerte; como ella no está prevista, y como Wun
asiste siempre a esta existencia, como su presencia obliga, Thânkhi está forzado a su
localización normal, o a encontrar otra; en este segundo caso, como Thânkhi está
formado por un inmortal, va inmediatamente hacia la localización inmediatamente superior a la suya, el cerebro, localización de Tinh.
El cerebro se encuentra por tanto preso de un calor y un movimiento inusitado (pródromos
de la meningitis y las fiebres perniciosas). Tales son los delirios, jaquecas,
crisis nerviosas, desesperaciones y lágrimas incoercibles, etc., de las
personas despertadas en sobresalto.
La doctrina del Tinhdzuoc va incluso más
lejos: afirma que el Thânkhi está dotado
de facultades de percepciones especiales; sin que , según dice, se pueda imaginar una voluntad o una azar constante
bastante potentes para forzar el Thânkhi de dos hombres dormidos, a cambiar, reintegrando
los cuerpos opuestos, las personalidades humanas de los durmientes; admite que,
en el llamamiento del Thânkhi por el despertador, éste no puede equivocarse de
el mismo, y reconoce psíquicamente el compuesto del que forma parte.
Impulsando la consecuencia, el
Tirndzuoc admiten como pernicioso el cambio hecho un cuerpo, durante el sueño
por una causa exterior, como, por ejemplo, el cambio de ropas y el tinte de la
cara: especialmente declaran que el tinte en negro de la cara de una yema de
huevo o de un amarillo o de blanco dormido, en caso de que se lo despierta bruscamente,
conduce inevitablemente al delirio y la locura pasajera. Conocí Thay-Thuoc
(doctores) que afirman haber visto una cosa similar. En cualquier caso, la
transformación artificial
del color de un hombre durante su sueño
es un crimen previsto por la glosa de las Leyes Tradicionales (pero no por las
Leyes Rituales) y condenado el exilio de primera categoría.
*
El
esquema de las letargias
(estado de reposo, catalepsia. o hipnosis profunda, ya que estos distintos estados
son obtenidos por influencias exteriores cuya acción se superpone en un esquema
idéntico) indica que el letargia es un sueño agravado. El síntoma del ralentización
de la circulación va hasta el paro completo en el letárgicos. El síntoma de independencia
del intelecto va hasta el influencia de este intelecto por una voluntad extraña,
amiga o enemiga (lo que las hipnosis demuestran todos los días prácticamente).
El esquema traduce estos síntomas y saca
las deducciones lógicas. Estando detenida la influencia del Thânthuy sobre la
sangre, la localización de una parte del Khi en los pulmones (Khiphoi) no tiene
más utilidad práctica ni razón ser; por tanto desaparece. Todo el Khi se traslada simpáticamente hacia el Thân
(en efecto, el letárgico es insensible, y llega a presentar todas las apariencias
de la muerte). Por otra parte, el Thán es excitado fuera de medida por todo el
Khi, que lo afecta con un valor y una intensidad superiores a normales. Hay por tanto un aumento de movimiento y calor; y el Thânkhi
forma, en vez de uno, dos plexos; por otra parte el efecto reflejo analógico
quiere que la desaparición del nodo sanguíneo se refleja en la aparición de un
nuevo nodo, en los elementos superiores gráficamente opuestos.
El primero nodo A, similar el del esquema del sueño,
se arremolina sobre él-mismo, y, no teniendo más de razón localizarse, se
exterioriza en las mismas condiciones que durante el sueño. El nodo B, de valor
equivalente, como cantidad de movimiento, el valor normal del Khiphoî, se
vuelve al Thin , según su normalidad, lo afecta, y lo excita en su función.
Pero Tinh no puede manifestarse corporalmente, puesto que él no puede actuar
sobre los elementos inferiores más que por medio del nodo A, que está exteriorzazo.
La localización del nodo B en Tinh es por lo tanto inútil; por tanto este nodo
también se exterioriza, arrastrando con él
la facultad de concebir y de de asociar las ideas de la que está
revestido. Desde ese momento, la presencia de Wun es la única razón de la
existencia, la cual no tiene más manifestación; por mucho tiempo que dure este
estado, la vida human no está amenazada.
Pero es necesario remarcar que, desde
momento en que el nodo B ha llevado Tinh en su viaje exterior, el desdoblamiento
psíquico e intelectual se realiza, y aún en las condiciones más malas para el
compuesto humano. En efecto, Tinh no podía más servirse de los elementos
inferiores; pero su presencia sobre estos elementos impedía a toda voluntad o
fuerza exterior de servirse de ellos; en el presente los cuerpos (Xuong et Mû)
abandonados están a merced de una
voluntad clarividente, e incluso de una fuerza natural pasando: por allí
fortuitamente. Se podría ver la verdad de esta afirmación muy oriental el día en
que se haga sobre los letárgicos profundos las experiencias razonadas de
electricidad o de un dinamismo dosificado proporcionado cualquiera.
Tal es la explicación del hecho hoy
probada, y para que la cual la hoguera no estaba de más antaño: que la voluntad del
hipnotizador se introduce en los elementos del hipnotizado, los tiene bajo su dominación
y como su servicio. Pero es allí donde yace la responsabilidad de los
experimentadores, que están
a menudo más dotados de curiosidad que
de voluntad, y que, ignorando aún muchas cosas, no prevén ni presienten la
aproximación de fuerzas exteriores iguales o superiores su misma voluntad,
atraídas por el fenómeno anormal producido, y apoderándose, gracias a su valor,
de uno o de varios de los elementos humanos abandonados.
En cuanto al Thânkhi y al Tinh, no está
sujetos más que a la voluntad bastante fuerte para regular su vuelo caprichoso.
Pueden pues bastante fácilmente ser cogido por el operador, que provoca su
salida, y está prevenido por lo tanto de su paso; puede pues imponerles su
voluntad. Gracias a la tenuidad, la sutileza de estos elementos inmortales,
puede enviarlos lejos, volverlos a llamar: puede servirse de sus calidades
especiales para conocer por ellos lo que no podría conocer por el mismo, por
ejemplo para percibir lo que existe ya, pero que, causa de la rudeza de
nuestros órganos y la imperfección de los conceptos de tiempo y espacio,
decimos deber existir solamente en el futuro. El operador es así señor del
cuerpo y el espíritu del sujeto (no es señor del compuesto humano ni de su
vida, ya que no puede provocar directamente la muerte del sujeto, al menos en
el caso especial que lo ocupa). De ahí, su responsabilidad es mucho grande que
en la sola posesión del cuerpo. En efecto; el experimentador debería, antes de
enviar los elementos superiores del sujeto en un lugar o tiempo cualquiera,
conocer por adelantado todas las fuerzas vivas errantes que se opondrán al
viaje que estos elementos efectúen bajo su orden. Ya que un fuerza superior a
la del emisor del movimiento puede detener los elementos en su trayecto; y,
como éstos no son nunca dueños de su conducta, se rompen en esta barrera imprevista. En otro plano, estos
elementos pueden - dado sobre todo el ámbito que se les hace explorar
generalmente - encontrar una voluntad sabia o liberada de nuestras formas
imperfectas, que, bien superior a la voluntad del operador, se apodere ella misma
de estos elementos viajeros (esto ocurre en los países en que el hipnotismo
está en honor, y llegará ciertamente un día u otro a Occidente, cuando se hayan
vulgarizado las prácticas experimentadas bastante a la ligera desde hace unos
años), los aplica a intenciones especiales, e ignorando o despreciando su
origen, los vuelve a poner, después de haberse servido, a la aventura, desorientados,
cegados, por eso incapaces de encontrar el compuesto de donde están salidos que
el primero operador es incapaz de volverlos a poner en su potencia. Es inútil
enumerar las catástrofes que pueden resultar de una eventualidad semejante.
En estas condiciones letárgicas, el
despertador imprevisto o sin precauciones es fatal. Es un hecho por todas
partes reconocido, y no tengo que recordar qué accidentes ocurren cuando malos complacientes
o ignorantes despiertan con sobresalto simples sonámbulos.
Este esquema no ofrece ya apenas más que
un caso el examen, caso que levanta una esquina de las velas de uno de los más
graves y oscuros problemas: es el caso del sabio que ha adquirido bastante el voluntad,
saber, y potencia sobre él mismo, para poder, después de haberse puesto a si mismo
en estado de letargia, desarrollar conscientemente fuera él, una suma de
personalidad suficiente para entrar en posesión de sus elementos superiores independientemente
de los inferiores, y poder así él mismo, con la ayuda de él mismo, franquear los
límites de la naturaleza imperfecta y encontrarse en un estado psíquico
superior. A pesar de las investigaciones operadas hasta hoy, tal propuesta
inmediatamente sería colocada por los Occidentales entre las hipótesis
irrealizables; sin embargo, esta hipótesis está den el dominio de las verdades
y realidades: el hecho ocurre en Oriente, no frecuentemente, pero bastante a
menudo para no ser considerado como maravilla.
Por otra parte, y sin intentar aquí el
establecer nada, yo no hago más que una técnica didáctica, intentando demostrar
la lógica deductiva de algunos hechos que parecen extraordinarios, y que sería
extraordinario, al contrario, ver producirse bajo otro método o no producirse en
absoluto. Un caso como el que acabo de citar es una cosa posible; él no tiene contra
él ningunas barreras. En tales condiciones, evidentemente difíciles de realizar,
el esquema pone de manifiesto que el peligro para el operador que se opera a si
mismo es muy raro, pero que, cuando se presenta, es inevitable y mortal.
En efecto, la fuerza exteriorizada de
los elementos humanos es suficiente para el objetivo que se le propone, ya que
la voluntad del hombre conoce desde el principio el instrumento psíquico del
que va a servirse, y evita pedirle cosas inútiles o peligrosas (por
relativamente inalcanzables). Una razón del peligro es por tanto evitada. Pero,
si los elementos vienen a ser reencontrados por una voluntad superior, o bien
son captados (y con ellos la voluntad del dormido), o bien la voluntad del
hombre al acecho ve el peligro y, para escapar a él, se precipita rápidamente,
con los elementos viajeros, hacia su localización corporal. Y el regreso violento
elementos, el contacto brutal de los superiores con los inferiores por un Khi
muy emocionado y no equilibrado, es propio para causar más catástrofes todavía que
la vuelta violenta la vida normal de los dormidos naturales, de los sonámbulos
y de los catalépticos.
No añadiré aquí ninguna consideración.
Quiero solamente mostrar que los esquemas patogénicos del septenario humano;
esquemas que existen desde cerca de cinco mil de años; contienen, por lo que se
refiere a los hechos intermediarios, el germen y las ineludibles consecuencias
de los descubrimientos modernos, y que, al exprimirlos, un escritor que tuviera
bastante ciencia y bastante tiempo haría brotar propuestas y corolarios todavía
insospechados.
El último esquema normal que ofrece
algún interés es el de la muerte.
Entiendo aquí (como lo hacen los maestros chinos) por muerte; la muerte normal
por desgaste, sin enfermedad mental ni descomposición; es decir que, un instante
antes de las disociaciones finales del compuesto humano, todos los elementos de
este cuerpo compuesto tienen su valor relativo, su movimiento; su acción
racional. En estas condiciones, el esquema de la muerte elaborado en Extremo
Oriente nos va a conducir a constataciones singulares, que se alegrarán a los modernos psiquistas.
La entrada en agonía retira al cuerpo una parte de su sensibilidad, a la
inteligencia una parte de su lucidez. A estos síntomas se añaden una
disminución de todas las funciones y un enfriamiento general de los órganos.
Movimiento, calor, luz; disminuyen proporcionalmente hasta la desaparición, que
es la muerte (disociación de los elementos por desaparición del Khi).
Los diversos períodos de esta
disociación resaltan en el esquema con una singular claridad; permite ver a la
vez que elementos son alcanzados los primeros, y también cuanto tiempo la
muerte aparente puede durar sin llegar a la muerte verdadera, y por fin como,
mientras el elemento esencial la coordinación no ha desapareció, es posible devolver
a la vida un compuesto que, afectado por todos lados, no ha sufrido sin embargo
la disociación total.
El elemento Xuong está presto a
disolverse, a causa de la tendencia hacia cero del movimiento Am, salido del
Thánthuy, el elemento Maû está próximo a
la detención y el enfriamiento, a causa de la tendencia al retorno, al Khi
central, del Khiphoi particularizado que anima al Maû. El elemento Thán (Thânthuy
ou Thânhoa) es alcanzado directamente por el desgaste, y se aproxima sin cesar a
la inmovilidad (que es su muerte individual, puesto que su razón ser es el
movimiento). El Khi, en tanto que KhÍphoî, tiende perder su a localización, ya
que el Khi del Thân, disminuyendo poco a
poco, el Khi del Phoi tiende a reemplazarlo,
para evitar la solución de continuidad entre elementos inferiores y superiores.
El Thánkhi, cada vez menos fuerte en valor y en cantidad (siempre en el caso
normal de la muerte por desgaste), puesto que no encuentra ya en el compuesto
humano los motores ni los móviles donde aplicar su actividad, se retira poco a poco.
El elemento Thân, que ya no es excitado por el movimiento Hoa y que no tiene ya
a suficientemente Khi para ligarse aún más, tiende la disociación y su vuelta
hacia los inmortales. El elemento Tinh ya no es excitado por el Thán, que
emplea lo poco que le queda de fuerzas en su sola vitalidad, sin ninguna
demostración, y tiende a su disociación como consecuencia de su inutilidad. El
elemento Wun, permaneciendo presente, se aleja poco a poco; y se prevé el
momento en que, a fuerza de alejarse, no se será ya visible, y en que, por
consiguiente, el compuesto humano, faltando la manifestación divina,
desaparecerá.
Tal el momento de vida disminuida, pero
aún normal, momento más vecino de la muerte. Los fenómenos sucesivos que lo
causan pueden dividirse y resumirse así;
El Thânkhi disminuyendo poco a poco, la
atracción material y la repulsión instintiva de todo elemento por la
disociación fuerzan al Khiphoi a ir a encontrar en su localización fisiológica
el Thânkhi que se ha vuelto impotente; y
está ahí el primer síntoma de la muerte. El Khi desaparece de todos elementos
visibles del compuesto; el pulso cae, la circulación se detiene, la sangre se
retira y se enfría; el inmovilidad, el insensibilidad, la palidez se asientan en
los elementos inferiores: tal es la muerte animal. No es distinta esencialmente del más profundo
letargo, pero solamente difiere en modalidad; eso se reconoce hoy, incluso en
Occidente, donde se toma frecuentemente por muerte el letargo total, y donde se
entierra a veces gentes que no están muertas, y que no mueren verdaderamente más
que porque han sido inhumadas. Se prescriben ciertamente esperar cuarenta y
ocho horas entre los fenómenos mortales y la inhumación; pero hay letargos - de
las muertes animales - que duran varias semanas y varios meses sin traer la
muerte verdadera; se recomienda también la incineración de las extremidades;
pero no es cierto que la misma quemadura devuelva del letargo; ¿o, si devuelve,
no es, quizá, de una manera tan brusca, que el paciente sólo vuelva de nuevo la
vida para morir inmediatamente? Es cierto absolutamente que se entierra una
determinada cantidad de individuos que no están muertos; es cierto que - si la
costumbre de la incineración total subsiste – se quemarán vivos varios enfermos
(aunque menos frecuentemente que en el caso de la inhumación). Pero está
garantizado más aún que los médicos abandonarán, como muertos, ciertos
pacientes que cuidados convenientes, y sobre todo otorgados en un momento
preciso, podrían impedir morir; está garantizado que - convencidos de la muerte
en su consciencia - no hacen absolutamente nada para llegar a diagnosticar seguramente
la muerte total, y para aclarar, sobre este punto capital, su ciencia aún entenebrecida.
La muerte animal va seguida inmediatamente de la desaparición
de todo movimiento (en efecto el elemento ThÂn es el primero. afectado de los
inferiores, a la cumbre de las cuales se encuentra). La muerte del Thân afecta
directamente al Tinh, que se encuentra su vez privado de la fuerza que le
permite unirse al movimiento del Khi y vivificar así el entendimiento. Thân (y
por lo tanto Thânkhi, - puesto que Khi y Thán están indisolublemente vinculados
hasta el último momento) permanece en él-mismo, y su radiación no viene a
afectar más los elementos vecinos; el elemento Tinh desaparece pues de la economía, y,
subsistiendo al mismo tiempo (puesto que Wun mismo aún no se retiró), no forma ya parte del
compuesto humano: aunque quedando virtualmente capaz de ser devuelto; no sufre nada;
solo su ligazón con el compuesto humano ha desaparecido. Tal es el segundo momento
.
El tercer momento es el más fugitivo; es
aquel en que Khi (y esto a pesar de la oposición del Khipoî) está demasiado
usado, demasiado débil para conserven, en el compuesto tan sacudido, el Thân
inmortal, que no está sujeto a ninguna disminución esencial, pero que necesita,
para permanecer en el hombre, una fuerza apropiada a la suya y que le mantiene
ahí. Desorientado, Thân se escapa pues lentamente y como a pesar y sube a los superiores. Es la muerte anímica.
La desaparición del Thân hace morir el
compuesto humano, pero solamente indirectamente, esperado que, incluso
entonces, Wun, “estando en la extremidad de la vista, aún no ha desaparecido
completamente”. Thân, no estando ya en el compuesto, la localización de Khi se
vuelve inútil; Khi abandona pues los elementos inferiores. Pero “se está un
momento sobre el cuerpo que acaba de dejar, como si lo lamentara”. En efecto,
disminuye poco a poco, y no hay razón para que cese bruscamente; se va
suavemente, como la llama de una lámpara sin aceite. Es por esto que los ritos ordenan
simbólicamente al hijo del padre muerto a ir al techo de la casa para llamar el
espíritu del muerto que aún no se ha ido. Es para eso que el Tinhdzuoc, y sobre
todo los Phanac, declaran que el sabio que ha seguido todos los fenómenos de la
enfermedad y la muerte, y que se encuentra, en el momento querido, cerca del
cuerpo, que ha observado las sucesividades mortales, puede, con un tratamiento
adecuado, y en el corto espacio de tiempo que nos ocupa, causar un anagénesis
aún posible, y recordar la vida entera en el cuerpo humano, sobre el cual solo
el Khi, agente de la existencia total, vela aún.
Pero este momento es extremadamente
fugitivo. Rápidamente el Khi, abandonado, disminuye hasta perder su ser mismo;
tiende hacia su naturaleza, hacia el Thân huido; insensiblemente, se desvanece,
se escapa, muere, en ese momento preciso en que Wun desaparece. La muerte está consumada.
Pero apenas muere, para satisfacer la
ley de los elementos inferiores, resucita y se lanza hacia los elementos superiores,
de la naturaleza de los cuales participa, y se reúne en el Thân, a fin de
reanudar una nueva existencia, y reconstituir, con otros elementos, pero con la
misma personalidad, la ola de vida inmortal.
Tal es el esquema oriental de la muerte.
Es difícil no penetrarse de admiración ante semejantes concepciones; es difícil
sobre todo no acordarse, ante esta doctrina, que tiene pronto cinco mil de años
de existencia, del dogma del cuerpo
glorioso humano indisociable que predica el apóstol San Pablo, con el cual
y por el cual declara que todos los hombres, gozante o sufriente, viven
eternamente y vivirán. (San Pablo: Romanos, VI, 5; VIII, 37,38,39- Corintios. :
Iª epístola, VI, 13,14; xv, Iq, 20,21,22,42,43,44,52,53,54 - - Corintios: 2ª
epístola, V, 4.) Bajo palabras diferentes, la creencia es la misma, y da a los
discípulos de Fohi y Laotseu, como a los verdaderos del Cristo, la confianza en
la recompensa, por otras existencias o por una sola, de los trabajos de la
existencia presente, y el seguro consuelo de nunca perder esta personalidad
misteriosa tanto más que su misterio nos
ha hecho dudar, trabajar y sufrir.
*
La embriaguez física puede resumirse en
la embriaguez de vino o de cualquier alcohol. La embriaguez intelectual puede
resumirse en la del opio (pero no en la de la morfina u otros estupefacientes,
cuyos efectos no son en absoluto análogos, ya que actúan en primer lugar sobre
los inferiores, y solo a continuación sobre los superiores).
Los esquemas de las embriagueces son
sobre-erogatorios, es decir que el efecto de la vida normal no es detenido por
ellos, sino que es necesario, para tener la verdadera vida del compuesto humano
bajo las influencias en cuestión, superponer los esquemas de las embriagueces
sobre el esquema de la vida, sin hacer influir los gráficos de los unos sobre
el gráfico del otro. Es así como, en la existencia, la influencia de las
embriagueces viene a superponerse momentáneamente a las influencias vitales de
los órganos.
En el caso de las embriagueces
físicas, el síntoma es
un aumento de calor en la sangre, y de velocidad en su circulación. Es en
efecto en el elemento Maû que la embriaguez alcohólica tiene su ingreso de
influencia. El calórico y el movimiento, introducidos por el alcohol en el
organismo, se ponen inmediatamente sobre el nodo físico, que aceleran, y
aumentan la amplitud. Por consiguiente, el Khiphoi no basta ya con su valor
ordinario, para regular el nodo; y, para evitar todo desorden directo, recurre
a una cantidad de Khi, correspondiente a la cantidad de influencia exterior
introducid; esta cantidad de Khi viene en su ayuda, y determina una marcha
superficial normal de los inferiores, pero con una elevación de temperatura, debida
el aumento cuantitativo del torbellino. Este elevación y esta aceleración
determinan la cirrosis. Ahora bien el Thánkhi ve alterarse su composición, y el
Thán llegar a ser, al revés de la norma, el elemento dominante; la cantidad de
Thân, correspondiente a la cantidad de Khi que dejó el Thânkhi, se encuentra
libres y se desvía a Tinh, donde causa el daño acostumbrado; es el delirio y la
agrioritmia de las embriagueces. Si la influencia exterior aumenta aún, la temperatura
del torbellino sanguíneo aumenta también, e, incluso, la cantidad de Thân
liberado; más allá de un límite que la terapéutica llega fácilmente a determinar,
el estado de ebriedad-muerte se muestra, con, en el nodo sanguíneo exacerbado fuera
de medida, el ataque nervioso y la degeneración del corazón, y, en el nodo intelectual,
privado de un elemento, la acatalepsia, lel delirium tremens, el coma. Por una
razón de analogía material, un brusco cambio de temperatura exterior, como el
pasaje súbito a un aire vivo, es perjudicial al organismo en estado de
embriaguez física, y conduce a la posible congestión.
EMBRIAGUEZ
INTELECTUAL
La embriaguez intelectual tiene su síntoma en una ligereza singular
aparente de los elementos inferiores, donde hormiguea un acrodinia suave y pasajera.
Afecta al Thán, exacerba las facultades del Thânkhi, excita su actividad, el
primer efecto es expulsar toda torpeza mental y todo sueño, aclara la inteligencia,
de aumentar la memoria, de recordar el pasado. Pero, para mantenerse en sus
límites acostumbrados, el Thân en este estado exige una mayor cantidad de Khi;
y el Khi con una intuición instintiva de que su presencia es necesaria, es atraído
simpáticamente hacia el Thán; hay pues disminución del Khiphoi y, por lo tanto,
disminución y enfriamiento del nodo sanguíneo, que se manifiesta inmediatamente
(en los países cálidos, sobre todo) por la adiaforésis. Si la influencia aumenta
aún, la claridad del Tinh imponderado puede ir hasta la alucinación (éxtasis,
desdoblamiento, bilocación y otros fenómenos psíquicos). Por analogía reflejo,
sobreviene la acromasia, la anemia se apodera del cuerpo, que se deseca, caquetiza,
y puede descender hasta la miseria fisiológica más irremediable.
Esta observación rigurosa acarrea ya una
consecuencia práctica, es decir que
nadie ha mentido declarando el opio él
Népenthés universal, y que todas las curaciones, todos los alivios, y también
todas las fulguraciones intelectuales pueden ser obtenidos por un uso de la
droga adecuado al resultado buscado, pero de una dosificación escrupulosa y de
una utilización poco frecuente. Es necesario pues siempre con sabiduría y
discernimiento, en el caso oportuno.
Pero es se remarcar, desde ahora, que la
embriaguez (o mejor la exacerbación) del opio no puede de ningún modo
compararse a las embriagueces del alcohol, no más que un intelectual un animal,
puesto que la primera satisface las curiosidades del espíritu, mientras que la
otra apacigua los apetitos desordenados del bruto.
Se remarcará por otro lado que el uso
del alcohol en dosis embriagadora es pernicioso tanto como el abuso, al cual
conduce inevitablemente; mientras que el uso de la excitación por el opio es
saludable a veces, inofensivo siempre, a condición (y eso no pide un esfuerzo
de voluntad muy grande), que esta excitación esté mantenida siempre dentro de
los mismos límites.
El efecto del abuso del alcohol es la
congestión sanguínea, el delirio nervioso y la anemia cerebral; el efecto del
abuso del opio es la caquexia corporal, el alotropismo nervioso, la alucinación
mental. Se lo verá fácilmente por otra parte comparando sus esquemas al doble
esquema de las locuras.