lunes, 27 de marzo de 2017

EL PARAÍSO (Gerard de Champeaux & Don Sébastien Sterck)

Gérard de Champeaux & Dom Sébastien Sterckx:

 EL PARAÍSO (1)

Entre los temas susceptibles de dar su profundidad a los simbolismos fundamentales expuestos hasta ahora, uno de los más importantes es el del paraíso. Nos interesa por  un doble motivo: primero, porque casi todas las tradiciones lo asimilan a la Montaña Santa, y, luego, porque corresponde a expresiones plásticas definidas que tienen sus equivalentes en la iconografía religiosa.

La Montaña Santa es una zona de bendiciones. Más que cualquier otro lugar recibe las lluvias, símbolo de favores celestiales; las distribuye a los cuatro puntos del universo por el canal de los ríos que de ella descienden y, de esta suerte, da la fecundidad a la tierra de alrededor. Es un ombligo primordial, su centro vital. Ella fue la primera que emergió de las aguas en la cosmogonía original; sobre ella apareció el primer hombre, y de ella descendió para ir a poblar el universo y darle vida con su actividad. A la inversa, esa montaña es el lugar hacia el que convergen los hombres y donde se reúnen en busca del paraíso que abandonaron o del que fueron expulsados. La aventura humana es un retorno laborioso hacia la Santa Montaña de los orígenes, proyectada hacia el porvenir de los últimos tiempos.

La localización del paraíso obsesiona al hombre desde que perdió su ruta. Mitos y leyendas se abren un camino en la jungla de los símbolos, a la búsqueda del lugar soñado. Dos sistemas principales se enfrentan o completan, porque la simbólica prescinde de las incoherencias aparentes. Para unos, el paraíso está localizado en el extremo-Norte, donde se alza la Montaña Santa, morada de los dioses y eje del cielo; es lo que  afirma, por ejemplo el libro de Henoc. "Si recordamos que los escritos henoquianos eran asiduamente leídos y copiados en el monasterio de Qumrân con el mismo título que otras obras tenidas como inspiradas y canónicas, es verosímil que, a la pregunta que atormenta al hombre desde hace cinco mil años: "¿dónde está el paraíso?", los esenios respondieran pronta y firmemente: "¡Al Norte, como está escrito en los libros de Henoc, el escriba de justicia!". Los difuntos, en espera del día de la resurrección, yacen con la cabeza al Sur, contemplando en el sueño de una dormición pasajera su futura patria. Cuando sean despertados, se levantarán de cara al Norte y caminarán derechamente hacia el paraíso, la Montaña Santa de la Jerusalén celeste. Todavía no se ha intentado explicar, al menos que yo sepa, la orientación Sur-Norte de las mil cien tumbas esenias de Qumrân. La solución que acabo de proponer me parece la única posible. Por otra parte, los demás judíos y los cristianos justificaban la disposición Este-Oeste de sus difuntos por la situación oriental que asignaban al paraíso" (J. T. Milik, "Revue biblique", 1958, p. 77). Paraíso al Norte, paraíso al Este... Hasta la época románica, el mundo, tal como lo representan los mapas simbólicos, adopta la forma de una pera puesta derecha; nos viene a la memoria la hermosa fórmula de Platón: "La tierra, nuestra nodriza, fuertemente apretada en derredor de su eje que lo atraviesa todo..." (Timeo, 40 b). En la punta de esa pera está situado el paraíso del Este. Cuando, después de muchas vacilaciones, el Este cartográfico gire para ocupar la derecha, el paraíso permanecerá la mayoría de las veces en la parte alta, tan fuerte es la necesidad simbólica que hace de él el lugar privilegiado de la tierra, unido a la vertical Sur-Norte y al eje del mundo.
El progreso de la cartografía y su evolución en el sentido de un mayor rigor en el trazado científico chocarán durante mucho tiempo con la incoercible resistencia del símbolo. El mapa del mundo de Gerardo Kremer, llamado Mercator (1512-1594), coloca ya tan exactamente los grandes conjuntos continentales que los planisferios más modernos sólo tendrán que precisar contornos y distancias. Se comprueba, sin embargo, con cierta sorpresa que el polo ártico está concebido todavía según el antiguo simbolismo del paraíso septentrional ocupado por la Montaña axial (Rupes nigra et altissima) que se alza bajo la Polar. Esta Roca se eleva en medio de un mar circular ambarino limitado por un ancho anillo de tierra cercado de montañas; las aguas de este mar primordial desembocan en los océanos conocidos a través de los cuatro brazos fluviales orientados hacia los cuatro puntos cardinales. Cinco siglos antes, los mapas del mundo habían impuesto esta división de la tierra, por la concepción que se tenía de los mares como anchos ríos, en cuatro partes simbólicas (a veces en tres, las tres grandes partes del mundo conocido: Europa, Asia y Africa); el paraíso original y el mundo que de él había salido se correspondían a través del tiempo y del espacio. El mapa de Mercator muestra la supervivencia de uno solo de estos dos homólogos, el polo-paraíso cuatripartito, en una época en que hubo que renunciar al otro como consecuencia de un mejor conocimiento de las grandes rutas por tierra y por mar.

Esto no quiere decir que la cuestión estuviese resuelta y que el descubrimiento del mundo que se proseguía a un ritmo acelerado, relegando el paraíso a las regiones inaccesibles, hubiera puesto fin a esa vieja nostalgia. La mentalidad de un Cristóbal Colón, que, un siglo antes (octubre de 1492), descubría un nuevo continente y, remontando el curso del Orinoco, esperaba en cada instante ver surgir, finalmente, la tierra de felicidad en que comienza el paraíso... permanece, y permanecerá durante mucho tiempo, inalterable. A medida que las regiones vírgenes del globo se abren a los viajeros y exploradores, se asiste a un frenesí de búsqueda en el que se mezclan las disciplinas y las preocupaciones más diversas, lo mejor y lo peor. Bástenos transcribir el texto de la Cosmografía universal de Sebastián Munster (editada en 1559 y, por consiguiente, contemporánea del mapa de Mercator); representa las tesis más científicas de la época: "Siendo nuestro propósito describir en este libro todo el círculo de la tierra, su apariencia física y las regiones habitadas, y siendo, por otra parte, el paraíso un lugar determinado de la tierra, no sin motivo haremos mención de él al comienzo de nuestra obra, para preguntarnos dónde se hallaba este jardín de delicias en tiempo de nuestros primeros padres y si existe aún en el mundo actual. En realidad, los sabios son de distinto parecer sobre este punto y apenas hay ninguno que no proponga un punto de vista particular. Algunos, en efecto, pretenden que el paraíso está situado hacia el Oriente, fuera del trópico de Capricornio y del trópico de Cáncer. Otros quieren colocarlo en la zona equinoccial, en un lugar templado. Otros, incluso, lo imaginan colocado en un lugar muy alto, separado de nuestro globo por una larga distancia y próximo al círculo lunar, al abrigo de todo accidente atmosférico, y donde no pueden llegar ni frío ni viento; afirman que Henoc y Elías viven allí con sus cuerpos. Un cuarto grupo escribe que este jardín ocupó antes del diluvio alguna región muy fértil de Oriente, como Siria, Damasco, Arabia o Egipto..."

En el reinado de Luis XIV (1638-1715), se ordenó a la Academia francesa que hiciera un estudio destinado a esclarecer lo más posible la situación geográfica de "este lugar de delicias lleno de árboles magníficos y de perfumes exquisitos". Daniel Huet, obispo de Avranches, miembro eminente de la docta corporación, fue el encargado de realizarlo; el desaliento parece haber invadido al poco afortunado, repetidas veces, ante la proliferación divergente de las soluciones presentadas. El obispo de Avranches concluyó su informe dando su parecer personal. Se limita, con sabiduría y prudencia, a seguir, lo más fielmente posible, los datos de la Biblia, interpretándolos al pie de la letra, al modo de su época. Esto le lleva a situar el paraíso "en el canal que forman el Tigris y el Eufrates unidos, entre el lugar de su unión y el de la separación que hacen de sus aguas antes de desembocar en el golfo Pérsico"; por consiguiente, en una especie de isla fluvial rodeada por los dos ríos mencionados en el libro del Génesis.

NOTAS:

1. Ext. de Gérard de Champeaux & Dom Sébastien Sterckx: "Le monde des Symboles", St. Léger Vauban, 1972.

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