Bahya
Ibn Paquda
SUMISIÓN
A DIOS
De Bahya ibn Paquda (1040?-1110?), filósofo y poeta, se sabe poco, excepto que vivió en
Zaragoza, donde ejerció el cargo de juez de la comunidad judía, y que su obra principal, Libro de la doctrina sobre los deberes
de los corazones, de la
que procede el siguiente extracto, fue
escrita en árabe. Traducido de
Textes mystiques d'Orient et d'Occident, ed. Solange Lemaître, vol. 2, Paris,
Plon, 1955, páginas 129-133. Utilizamos la versión de la editorial Taurus, Madrid, 1983, aparecida
en el volumen titulado La literatura mística española. Antología. Vol. I: la Edad Media.
***
Dios en
su poder y gloria permanece más escondido que todo lo escondido y más lejano
que toda lejana. La razón sólo nos dice que ΈΙ existe. Si la razón intenta
penetrar la esencia de Dios o atribuirle cualquier semejanza, la existencia de
Dios se desvanece, pues se trata de un objetivo que la razón no puede alcanzar.
Es como intentar obtener una percepción sensible sin usar el sentido adecuado.
Por esto nos vemos obligados a buscar a Dios en la huella que de sí deja en
sus obras. Cuando de esta forma es conocida su existencia no hay que proceder a
atribuirle forma o figura, o a buscar su esencia gloriosa, pues lo reduciríamos
a la medida de nuestro pensamiento y se nos escaparla su misma existencia, ya
que cuanto podemos concebir mentalmente no es ... Cuando descubrimos a Dios
gracias al rostro que de si deja en sus obras, cuando razonamos acerca de su
sabiduría y poder, comprendemos que existe, nuestro espíritu es iluminado por
tal conocimiento y entonces sabemos cuánto se puede saber, como dice el verso:
"Yo soy el Señor, tu Dios; te enseño para tu utilidad. Yo te llevo por el
camino que conduce adonde debes ir" (Isaías, 48, 17).
Alma. -Si no estuviera
ansiosa, cierto que no intentarla levantar el velo que cubre mi misterio.
Razón. -El misterio de tu existencia consiste en que tu Creador te
ha creado de la nada como a otras esencias espirituales y ha querido,
además, elevarte al rango de sus elegidos, de aquellos que ha elegido a causa
de su pureza y que contempla íntimamente la luz de la gloria. Quiere tu
felicidad porque te ama gratuitamente. Mas para hacerte acreedor a esta gracia
debes deshacerte de la máscara de locura que sobre ti pesa y ser iluminado por
su conocimiento. Debes también probarte y sondearte para poder cerciorarte de
si vas a escoger adorarlo o rebelarte contra él. Debes, en fin, aceptar la
disciplina de su yugo con el fin de ser elevado a las regiones supremas donde
los ángeles, como héroes, se someten y bendicen al Señor.
En tu estado original tú no puedes cumplir con estos requisitos, por lo
cual el Altísimo, en su sabiduría, ha creado este mundo para ti, con sus
minerales, vegetales y animales sometidos a un orden establecido, a una ley
inmutable, donde todo está dispuesto para servirte...
Si te abres a la intención de mi gracia, escoges mi servicio y desechas
toda manera de rebelión en el uso de tus dones, te levantaré a los grados
supremos de elección y gracia Te llevaré a las puertas de mi misericordia y te
revestiré con el resplandor de mi gloria. Mas si escoges la rebelión haré que
caiga sobre ti un duro castigo, una opresión terrible...
Todo es justicia de parte de tu Creador, ya escojas rebelarte o someterte
en tus actos y deseos secretos, pues lo descubierto y lo que ocultas están para
Ι patentes. Te recompensará según lo que haya visto en ti, aunque sea oculto a
los ojos de los hombres... Cuando el tiempo de tu prueba en la tierra toque a su fin, el Creador mandará a tus servidores para que la
abandones y te quitará las ligaduras que te atan al cuerpo. Entonces tornarás a
tu estado original, permaneciendo el cuerpo inmóvil, inerte, y volverá a su primer estado, como dice el
Eclesiastés: "El polvo vuelve a la tierra de donde salió y el espíritu a Dios,
que lo dio" (12, 7). Entonces te será presentado el recuento de los
pensamientos, deseos y aspiraciones que escogiste en la tierra. De ΈΙ depende
tu suerte eterna tal como te fue manifestado por sus enviados, sus profetas y
la Tora. Presta, pues, atento oído a las palabras de los sabios.
El amor de Dios es un ímpetu del alma, la cual, en su
esencia, gravita hacia Dios para unirse con su altísima luz. El alma, sustancia
espiritual simple, es atraída por lo que le es semejante en el mundo de los espíritus
y es naturalmente repelida por lo que le es opuesto en el mundo de la tosca
materia. Para perfeccionarla el Creador la ha unido a un cuerpo opaco con el
fin de que ella lo dirija, cuide de él y le proporcione cuanto le sea útil;
ella desea cuanto se ordena al bien del cuerpo, cuanto le evita sufrimiento; es
como el médico experto que cuida de su enfermedad y le sirve con cuidado.
Cuando el alma percibe un objeto que aumenta su luz y fuerza, es atraída por
él, se une con él y medita con ansiedad y ardiente deseo acerca de su
presencia. En esto consiste la perfección del puro amor... Entonces ella se sacia con la copa del amor santo, se
aísla en Dios para unírsele de corazón y rendirle su ofrenda de amor; se
abandona, desea... No tiene otro deseo que someterse a l... Ninguna imagen que no sea
la de EΙ pasa por su espíritu. Y nadie, excepto El, ocupa su pensamiento.
Enferma de amor y ebria de deseo, no inicia el menor gesto que no le una a la voluntad de El, ni usa su lengua si no es
para celebrarlo, para darle alabanza y gloria. Si EΙ la humilla, ella le da
gracias; si le agobia, ella se muestra paciente y sólo concibe más amor y
abandono. Un santo se levantaba de noche y decía: "¡Oh Dios mío me haces
pasar hambre, me dejas abandonado en las tinieblas de la noche; mas por tu
gloria soberana ya puedes consumirme en las llamas y el fuego, que en mí sólo crecerá mi amor por ti y mi
gozo en tu seno".
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