I V
CONSIDERACIONES
TRINITARIAS
(Nikos Vardhikas, Le
Graal Roman, cap IV)
Cuando se dice que Dios es conocido como Padre, Hijo y
Espíritu, este Dios no es otro dios que el Padre; en la Trinidad, el Padre es
la fuente, de ahí su el nombre del Padre. El Hijo tiene la misma esencia que el
Padre, pero el Padre es más grande que él pues él espira. El Espíritu tiene la
misma esencia que el Padre, pero el Padre es más grande como es, porque genera
al Hijo. Si el Padre y el Hijo espiran al Espíritu, entonces hay dos Fuentes y
un pariente pobre, y no hay nada que impida que el Espíritu no genere, él
también, al Hijo. Entonces tenemos tres dioses, como dice el Corán. Si se
privilegia la unidad de esencia a expensas de la distinción de personas,
entonces Padre = Hijo, Hijo = Espíritu, Padre = Espíritu. Pero ¿Cuál es
entonces esta necesidad de tres dioses?
Como es Cristo quien nos ha dado a conocer este misterio,
nosotros somos conducidos más tarde o
más temprano, según esta concepción, que es la de la del filioque que ha estado en uso en Roma desde 1009, o a considerar el
Hijo como criatura (arrianismo) o a adoptar una tesis monofisita, según el cual
sólo la divinidad del Hijo solo nos hace olvidar al Padre y al Espíritu, y
cualquier participabilidad está excluida. Para refutar mejor el arrianismo
manteniendo esta concepción, se acaba en la omnipotencia mecánica y mágica de
la Iglesia enseñante y los sacramentos, en la Infalibilidad papal, en la noción
de la Inmaculada Concepción de María, en la adoración del Sagrado Corazón
(esperando la de los Ojos Sagrados, quizás), etc. Todas estas aberraciones
excluyen toda concepción esotérica, así como cualquier cooperación de la
voluntad humana; además, si consideran la participación de Dios, no pueden
hacerlo más que hablando de su esencia, que es blasfematorio, herético y (quizás más simplemente)
imposible. La cuestión también se plantea, en este caso: ¿qué necesidad de la Encarnación,
Resurrección y envío del Espíritu?
Sin siquiera tocar el filioque, la concepción latina de La
Santísima Trinidad privilegiando la unidad de la naturaleza tal como es expresada
en el patrón conocido de la Edad Media, incluye un malentendido:
PATER
* * *
no es * es * no es
* * *
* DEUS *
* es * * es *
* * * *
FILIUS * * * * * SPIRITUS
no es
Ahora, el Padre, el Hijo y el Espíritu no son juntos y al
mismo tiempo un DEUS abstracto, otro y sintético, sino Dios el Padre, de pero
de una manera distinta.
En el diseño correcto,
Padre
* *
generación * * procesión
*
*
Hijo Espíritu
el Hijo es en todo caso de la misma esencia que el Padre, a
excepción de paternidad; idem para el Espíritu.
El Hijo no es el Espíritu, sino en el Padre; el Espíritu no
es el Hijo, sino en el Padre. El Padre es más grande que el Hijo, más grande
que el Espíritu. La combinación de unidad y la distinción da por tanto un
patrón asimétrico. Dios el Padre no es una modalidad especial de un Dios
abstracto, sino la Fuente de la divinidad (y de la Trinidad). Es por eso que la
oración del Señor está dirigida a Dios Padre, no al Padre-Hijo-Espíritu, aunque
San Máximo la Confesora dice, en su explicación de esta oración, que el Hijo
está figurado por el nombre y el Espíritu a través del reino. Esta concepción no
revela subordinacionismo, bajo el pretexto de que tiene al Hijo y al Espíritu como
inferior al Padre, en un cierto respeto; porque esta herejía disminuye estos
hipóstasis al considerarlos como creados.
Por otro lado, la Santísima Trinidad no se identifica con
las tríadas Gnósticas y naturalistas, algo que R. Guénon había reconocido y
evitado. La tríada Dios-Hombre-Mundo, es decir, la que incluye un Origen
trascendente, un intermediario y un polo creado, sensible y pasivo, no es la
Trinidad; si se sustituye al Padre como Origen y al Hijo como intermedio, ya no
podemos tener al Espíritu como intermediario tercer término, sino a la
naturaleza, o María. De hecho, las concepciones gnósticas habían feminizado al
Espíritu, y los pensadores católicos de la Edad Media Occidental habían divinizado
a María; el Corán habla bien de una concepción cristiana que diviniza a Jesús y
a su madre. Una tal tríada, que es preciso no confundir con la Trinidad (que el
abad H. Stéphane no ha sabido evitar) es la tríada hindú Brahma nirguna,
Purusha, Prakriti. Ver una parte femenina en la Trinidad presupone que, según
el punto de vista ordinario, las otros dos hipóstasis son masculinas; y que la
diferenciación de género es esencial, no una consecuencia de la Caída. Estas
dos suposiciones son tontas y es más que sorprendente que tengamos que considerarlas
como iniciáticas.
La Trinidad Cristiana analiza el primer término de estas
tríadas, y no les corresponde; sin embargo, no se puede negar una cierta
analogía entre la Naturaleza Original, la Prakriti y María, analogía indicada
por los vínculos (en la historia salvífica) entre el Espíritu y la Virgen.
Indicar esta analogía no es postular una identificación, bajo pena de anulación
de todo la concepción cristiana, de la operatividad de los sacramentos. Pasarla
en silencio (así como la analogía, pero no la identidad, de la Caída bíblica
con la Caída Platónica o la analogía, pero no la identidad, del amor nupcial de
Cristo y de la Iglesia con el amor entre los sexos) equivaldría, sin embargo, a
descuidar un ángulo bajo el cual, precisamente, el Cristianismo transforma la gnosis
anteriores y, más en general, las gnosis naturales, conservando lo que puede
ser compatible con su perspectiva. Es en esto que no suprime, sino que
completa, y en esto que su núcleo es transformador. Es dentro de este marco y
dentro de estos límites que nosotros mismos hemos sido capaces de acercar a la
tríada hindú de la Trinidad', sabiendo que estos acercamientos no sólo no son
necesarios, no sólo no son necesariamente aclarantes , sino que pueden
extraviar, si son absolutizados o, si aprendemos a juzgar una tradición en
términos de otra.
En la medida en que el dogma de la Trinidad es verdadero, y
no una simple vista de la mente (que puede ser suficiente, para un propósito de
enseñar cómo superar o detener la trasmigración en una perspectiva natural,
pero que no es suficiente desde una perspectiva monoteísta, donde sin la
irrupción de lo divino en el mundo nada se puede hacer), entonces también el
Islam, bajo pena de ser una falsa revelación, debe tener fragmentos o un typos,
si al menos aspira a algo más que un culto de adoración
(que, es también suficiente para la salvación, si esta última noción se limita
a dormición hasta el Fin de los Tiempos y si el goce del Paraíso es sólo para
después de la Resurrección). De hecho, El
Corán ve a Jesús como la Palabra y el Espíritu de Dios pero es el Sufismo (el
único Islam unitivo) el que considera a Jesús como sello de santidad, capaz así
de transmitir una influencia espiritual. La doctrina Sufí de las Cinco
Presencias divinas (2) analiza la segunda, la de
la Divinidad (Lahût) que sigue a la de la Ipseidad absoluta e inalcanzable
(Hahût), en dos hipóstasis
1 VIT 29, 1987
2 AI-hadarat al-ilahiyya al-hams
que pueden ser aproximadas al Logos y al Espíritu, pero en naturalista
y gnóstico, es decir, en modo no viviente, el segundo término es más bien pasivo
y femenino; pero debemos recordar el hecho de que, sin al menos esta tríada, es
absolutamente imposible considerar una participación cualquiera en cualquier modo que
sea de la existencia divina Una.
He aquí las distinciones, según Abu-Talib al-Makki, :
- la Pluma Suprema
y la Tableta Inviolada (o Table
Guardada)".
La pluma también se llama (desde otro punto de vista)
Intelecto Primero (2), una noción cercana al
Logos en algunos lados, al menos en tanto que Νοûs. Ella también es conocida
como el Espíritu Universal.(3) La tableta (o
pizarra) también se llama Naturaleza Universal
(4) y Sustancia
suprema, nociones cercanas a la materia prima de los escolásticos.
Además, es bastante seguro que, independientemente de lo que
digan algunos, que estas nociones vienen directamente de la gnosis griega. Llamando
a la primera división de la Deidad pluma, intelecto y espíritu, esta concepción
utiliza las designaciones de Jesús en el Corán (ruh-ullah y kalimat-ullah). Contrariamente
a la terminología cristiana, aquí se concentran el Espíritu y la Palabra en una
sola hipóstasis, en el polo masculino. El polo femenino no puede en ningún caso
corresponder al Espíritu divino, excepto en tanto que fecunda a la Virgen; pero si reducimos este a la Naturaleza, incluso
primordial, entonces le quitamos todo valor como precursor de nuestra salvación
de todos; y es a este precio, al contrario de una educación iniciática, que puede hablar
de la inmaculada concepción de María. Nada
en la naturaleza, es capaz de producir
deificación, es una sentencia de San Gregorio Palamas que es imposible
ignorar.
1 Qalam al-a `la et
Lawh aI-mahfuz
2 `aql al-awwal
3 ruh al-kulli
4 al-tabi'ah aI-kulliyah
5 al-unsur al a zar
LA DIRECCIÓN DE LA TRI-UNIDAD
Está claro desde el principio, para un judío o un musulmán,
que no conocen a Dios más que como un espíritu trascendente, cuyo inmanencia
sólo puede ser expresada a través de la elección de ciertos santos y las
teofanías para las cuales son considerados dignos, que un Dios Único no podría
por definición, tener Madre ni Hijo (único) compartiendo su Esencia. Sin
embargo, también está claro (a los ojos, por ejemplo, de los
"politeístas" hindúes) que la la noción de la UNO no puede agotar la
divinidad, ya que la UNO está necesariamente del lado de la creación, y por lo
tanto no entiende la realidad no manifestada; además, el UNO no puede, sin
multiplicarse, tener cualquier tipo de relación con el Mundo del cual, sin
embargo, Él es el Creador. Tenemos aquí a la antigua oposición entre judíos y griegos,
de los que eran conscientes tanto Pablo como San Juan de Damasco: por un lado, la
trascendencia relativamente absoluta que, sin embargo, debe servirse de imágenes
antropomórficas para describir la irrupción de la inmanencia; por otro lado, la
inmanencia evidente en los hijos de
Zeus, que deja, sin embargo, un vacío insuperable entre dioses y hombres.
Tenemos que observar desde el principio que no vemos nada de
obscuro y ningún cambio abruptos en la
teología que va de los Evangelios en los Concilios; vemos aquí solamente las dos
grandes tendencias en todas las herejías clásicas: judaizante con una
cristología pobre pero vinculada a Israel, o helenizante con una rica
cristología, pero separado de Israel. Además, no vemos nada en la síntesis
capadociana consagrada a los dos primeros Concilios que son de una naturaleza totalmente
exotérico o que rebaja la enseñanza esotérica que todo el mundo reconoce como
cristianismo primitivo. Nosotros encontramos, por el contrario, que la síntesis
fue una forma admirable adecuado para proteger esta enseñanza esotérico y
hacerla disponible. Esta síntesis, nosotros la llamamos una tradición
apostólica.
La visión trinitaria de Dios es el dogma básico de la Cristianismo.
Esta revelación trina del Dios único existía, en el germen, en el judaísmo: en
la creación, es la Palabra y el Aliento que preexisten, y es la Palabra que
realiza la Creación (y Aliento, en el caso del hombre). Es el Cristo, en todo
caso, quien la revela en tanto misterio escondido desde hace siglos. La
Trinidad es una experiencia de Dios vista no en su esencia (pretensión por otra
parte absurda) sino del lado de la criatura; por otra parte ella no se esconde,
ya que la esencia divina para la teología cristiana (ortodoxa) no es en
absoluto conocible , salvo (y parcialmente) por participación en las energías
trinitarias. Es por eso que la teología apofática y neumatológica de Oriente es
tan importante, y por qué la visión opuesta (de un Benedicto XII, por e. j.)
tan funesta. ¿Es necesario recordar aquí por qué, en esta condición (el acercamiento de Dios en
tanto participación), el número tres es inevitable, al menos como un conteo de
los dos movimientos: descenso y ascenso?
Una visión tal de alguna manera limitativa no es, a su vez,
una visión legítima más que a condición de ser dada y adoptada en vista de la reintegración;
una religión no puede adorar solamente la manifestación, bajo pena de
convertirse en cosmolatría, idolatría y panteísmo. Por lo tanto, la Santísima
Trinidad debe ser entendida necesariamente en estos dos aspectos, de descenso y
remonte bajo pena de convertirse en politeísmo o panteísmo. La fórmula
atribuida a San Atanasio: Dios se convierte
en hombre para que el hombre se convierta en Dios es por lo tanto una constatación
absolutamente indispensable, tan pronto como Dios se revela trino, bajo pena de
blasfemia. No puede, a decir verdad, existir cristianismo únicamente adorativo, sin la dimensión de la deificación.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN SÍ MISMA
En el Génesis, todo fue hecho por la Palabra y el Aliento de
Dios (el hombre solo por ambos al mismo tiempo). Son estas dos hipóstasis, así
llamadas desde la Biblia hebrea, que manifiestan, en la Santísima Trinidad
Cristiana, a Dios Padre, no-manifestado. En griego, la palabra logos no sólo tiene
el sentido
1 Es ridículo decir legítimo acerca de una revelación; es erróneo
querer explicar la revelación por especulación filosófica o en términos de otras
revelaciones
de palabra, sino también de intelecto, de orden causal, de
la causa que manifiesta cómo es (existe)
una cosa 1.
La Palabra de Dios (causa - lógica - orden de todo) es
llamada el Hijo único de Dios, ni el Espíritu ni ninguna otra cosa o ser habiendo
salido (2) de Él de una manera tan directa.
¿Sería demasiado verlo como una analogía (sin más) con la salida de Atenea, toda
armada, de la cabeza de Zeus?
La palabra hijo aquí se refiere a la manera en que el Logos
de Dios sale de Dios sin afectar su no-Manifestación, siendo y al mismo tiempo
no siendo idéntico a Él. Como dice Eusebio, toda manifestación de Dios fue una
manifestación del Logos, y en esto de Dios; de lo contrario, se atenta a la
alteridad radical de Dios, a quien debemos llamar, si lo consideramos no-manifiesto,
Dios Padre. Ciertamente, este nombre nos dice que Dios puede manifestarse ;
pero no en tanto que tal. A través de esta visión de Dios en manifestación los
cristianos consideraban que habían vencido la cuestión espinosa de UN solo
Dios, pero que se manifiesta :
por la noción de
unidad de la naturaleza, el politeísmo griego desaparece; por el del Espíritu y
el Logos, el dogma judío es volcado. Se guarda lo mejor de cada tradición: los
judíos, la unidad de la naturaleza y los griegos, la distinción de las personas
(3).
LA MISIÓN DE JESÚS
Cristo es el hijo de Dios en cuanto se identifica con su
Logos; es este Logos quien era (y es) el único Hijo de Dios. No hubo nunca encarnación
de Dios-el- Padre directamente, a través de su Espíritu, el de su Logos. Juan
dice:
El Logos se hizo
carne, y habitó entre nosotros (y en nosotros)—nosotros hemos contemplado su
gloria.
Nadie ha visto a Dios
-Jesús el Ungido lo ha revelado/manifestado
...gloria como la que
tiene de su Padre un único Hijo
1 cf. San Juan Damasceno. Exposición exacta de la fe ortodoxa
2 Jn 16:28 usa la palabra exêlthon (para tou patros) para referirse
a la venida (elélytha) de Cristo en el mundo.
3 St. Jean Damascène, op. cit. 1,7.
El Verbo se hizo carne, pero la divinidad no se hizo
humanidad, ni la humanidad divinidad, profesa Ortodoxia; y no ha habido encarnación
del espíritu (que sería un fantasma, un parecido humano, solamente) sino un ser
de dos naturalezas que manifestaron la gloria de Dios, y fue, según San Pablo
declarado Hijo de Dios
por su gloriosa Resurrección, con poder según el Espíritu Santo, nuestro Señor
Jesús el Ungido.
Doy gracias a Dios en
el Jesús el Ungido
La naturaleza humana
ha sido modelada a imagen de Dios-Hombre (1)
Un no-Cristiano puede considerar que Jesús reveló la dualidad
fundamental del ser humano, a la vez espiritual y terrestre, que otras
tradiciones podía conocer de otra manera y sólo de forma especulativa; pero el
hecho es que sólo el Cristo reveló esto claramente en la era geográfica del
monoteísmo. Además, sólo la misión de Cristo, a través de la Resurrección y la dispensación
del Espíritu, dotó a los hombres dotados (no todos, pero esta vez sólo los
bautizados) de las primicias de una esencia (principio del ser) que no poseen
naturalmente, porque el espíritu que se respira en Adán no contiene las dos
naturalezas religadas más que temporalmente, desde la caída. La adoración, por los
Cristianos, de la Santísima Trinidad (una esencia en tres hipóstasis) y la
utilización por ellos de la doctrina de la persona con dos naturalezas, identificada con
la segunda hipóstasis de esta Santa Trinidad, no puede ser justificada sin su
corolario necesario: la deificación del hombre.
LA ENCARNACIÓN SIN DEIFICACIÓN
Ahora, ¿cuál es el propósito de esta visión manifestativa de
Dios (y de esta revelación), si no la reintegración en él?
Una cosa es no ser heterodoxo (al no hablar de Encarnación
de Dios Padre sino poniendo la Encarnación a través del Logos); si el corolario
obligatorio de la existencia misma del Logos Encarnado, el Espíritu Santo, no
entra en juego, la heterodoxia no se evita: todavía hemos compartido Dios, sin
1 Rom 5.14
Reconstituirlo. Sin deificación, la Iglesia sólo habla del
Hijo -por lo tanto, ella no habla de Dios plenamente (incluso si el Hijo es plenamente
a Dios).
Hablar de Dios en tres personas es legítimo –aunque no se
hable entonces de la ipseidad de Dios, sino de la manera en que Él se
manifiesta. Pero si estamos hablando de una manifestación del Dios único en
tanto Logos, es decir, de un descenso, la ortodoxia no está salvada si no
hablamos también del remonte análogo. ¿Por qué Dios reveló el carácter de la
naturaleza humana, si no es con el objetivo de que la humanidad pueda unirse
con Él? El ser con dos naturalezas ha revelado la nuestra: en términos
cristianos, unificó en su única hipóstasis las dos naturalezas humanas opuestas y solo temporalmente
unidas (inteligibles, incorruptible, intangible, incorporal, inmortal y también
sensible, corruptible, y grosera), y dispersado en un número indefinido de hipóstasis-
¿con qué propósito?
Una vez que se sabe que, so pena de ser en el mejor de los
casos una fe vana y en el peor de los
casos una heterodoxia, el cristianismo no puede olvidar que su fin es la
santificación de la y la adquisición de la doble gracia: la del Transfigurado y
la del Paráclito, las cosas extrañas que constituyen a los ojos de algunos la
Santísima Trinidad, la doble naturaleza, etc., resultan ser salvaguardias indispensables
de la ortodoxia. A los cristianos, el Cristo no sólo dio un conocimiento de
Dios y una manera de adorarle (que el judaísmo no puede dejar de hacer), sino también y sobre todo la posibilidad y los medios de la
deificación personal: la superación del ego, la cesación de las pasiones y la adquisición
del amor.
El envío del Espíritu Santo en la Iglesia que es su cuerpo, bajo
la forma del sello del bautismo, no significa otra cosa que la recepción de una
influencia espiritual no-humana y la indicación de una vía transformadora del
estado ontológico del fiel.
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