PROGRESISMO Y EVOLUCIONISMO
Entender la historia de la humanidad desde
un perfil progresista que proclamaría la superioridad de la modernidad
occidental, como correlato y eco en el hombre de la evolución natural, es uno
de los tópicos recurrentes que enuncia la mentalidad ilustrada. Desde tal
mentalidad lo previo a este periodo axial de la humanidad no sería sino
oscurantismo y burda pre-racionalidad en la que, a lo sumo, podríamos ver
ciertos trazos de racionalidad entreverados de esas supersticiones que la Era
de las Luces habría venido a superar y a depurar. El hecho de que la evolución
natural corroborara científicamente una evolución lineal hacia formas
crecientes de complejidad cada vez más evolucionadas en realidad sólo vendría a
dar sanción científica a aquello que la Ilustración y el siglo XIX tuvieron
como obviedad, a saber, el progreso incondicionado de los tiempos más allá los
diversos frenazos o retrocesos que pudiéramos detectar. De esa manera el tiempo
y la historia se configurarían como si de una línea se tratara respondiendo el
progreso al preferible adelanto sobre esa línea. Así las cosas no son de
extrañar los diversos sarampiones a la hora de ajustar disciplinas tales como
la antropología, la política o la historia a un evolucionismo, a través de
simplones y generalizadores estadíos evolutivos, que evidentemente siempre
legitiman a aquel que respecto de terceros los pregona. Así regímenes
políticos, modos de pensar, estrategias de dominación colonial, modelos de vida
o culturas enteras serán denigradas, apuntaladas o justificadas, a priori, desde
su posición en una determinada escala evolutiva que desplazará toda reflexión
racional sobre las complejidades y matices de cada sociedad y cultura en
cuestión.
La traslación de modelos evolucionistas
propios de la historia natural a las disciplinas ya mencionadas fue pasto común
en el siglo XIX. Tales pretensiones fueron diluyéndose poco a poco a lo largo
de la primera mitad del siglo XX, excepto en USA, donde han pervivido a lo
largo del siglo XX y en plena crisis de los tópicos ilustrados(piénsese en la
intensa recepción en USA del pensamiento de Herbert Spencer y las antropologías
racistas del supremacismo blanco) para llegar incluso hasta nuestros días(me
refiero el neo-espiritualismo Ken Wilber).
La gran trampa de intentar ordenar desde
la ciencia, en este caso desde la biología evolucionista y la historia natural,
disciplinas como la antropología, la psicología, la política o la historia, responde
a una burda confusión metodológica y al intento de liquidar la reflexión
racional en las ciencias, como si estas fueran capaces de dar cuenta de la
totalidad de lo Real y de ordenar la especulación filosófica en su totalidad(cuando
se limitan exclusivamente a lo
empírico-positivo). Con todo, y siendo muy conscientes de que una cosa es
pensar desde la ciencia(algo completamente legítimo) y otra muy diferente hacer
ciencia, ¿qué nos dice el evolucionismo sobre el sentido del tiempo?
DARWINISMO Y PROGRESO
Si nos adentramos en la historia del
evolucionismo lo veremos nacer en el siglo XVIII y tomar forma definitiva a
principios del XIX. El abuelo de Charles Darwin, Erasmus Darwin, será uno de
los paladines de un evolucionismo que con bastante poco éxito intentaba ser
reconocido en los entornos de las nacientes ciencias modernas. Su obra, escrita
en verso, expresaba antes que una teoría científica una filosofía del progreso
en la que el evolucionismo encajaba como un elemento más en su concepción del
mundo[i]. Ni
se probaban las hipótesis desde inducciones cuidadosamente registradas ni se
podía prever absolutamente nada desde las mismas. En realidad todo se quedaba
en una reflexión estético-filosófica, exclusivamente deductiva, sobre la
historia natural. Erasmus Darwin simplemente proyectaba de manera elegante la
hipótesis de que el movimiento evolutivo, que desde su mentalidad no era sino
un a priori intelectual casi de
índole perceptivo, recreaba la “mitología” ilustrada del progreso. La crisis de
un creacionismo basado en lecturas literalistas de la Biblia, por cierto mucho
más proclives en ambientes protestantes que en católicos[ii], era
algo inevitable dados los indicios que apuntaban los primeros registros
fósiles. Esto no supuso sólo el descubrimiento de que la naturaleza estaba en
permanente transformación, algo que en absoluto es una contribución del
pensamiento moderno, sino que además supuso la proyección sobre tal estado de
cambio de los tópicos culturales del momento y en especial del mito del
progreso lineal, mito(evidentemente estoy usando la palabra mito en el limitado
sentido, exclusivamente pre-racional, que le otorgan sus críticos) que a la
postre no responderá sino a la secularización del mesianismo judeo-cristiano de
la mano de la consideración de la Ilustración como tiempo mesiánico por excelencia
capaz de dividir la historia en dos e inagurar la Era de las Luces.
Charles Darwin y la primera generación
de evolucionistas dieron rango de cientificidad a toda esta amalgama. De unas
pocas formas de vida, sencillas y arcaicas, se iba evolucionando lineal y
gradualmente a formas de vida cada vez más numerosas y complejas. El incremento
de la complejidad y la biodiversidad, expresado en las ramificaciones cada vez
más variadas de un supuesto tronco que se iba diversificando crecientemente,
expresaría una tendencia inherente al tiempo hacia la complejidad y hacia una
mayor eficiencia adaptatoria servida por la selección natural. Para Darwin tal
tendencia progresiva hacia la complejidad encontrará en la selección natural y
la supervivencia de los más fuertes su auténtico motor. A este respecto no es
casual que el propio Darwin se limitara a la hora de interpretar los datos que
cotejaba a reproducir el discurso de la naciente burguesía anglosajona y su
perfil puritano. No en vano no sólo le eran ideas afines sino que
representaban, ni más ni menos, la textura de su mentalidad y la de su época.
El gran problema de toda esta teoría era
que parecía oponerse a la segunda ley de la termodinámica que indicaba la
tendencia hacia la muerte térmica de todo fenómeno físico. Esta ley, que tanto
parece disgustar al evolucionista y neo-espiritualista californiano Ken Wilber,
en realidad sólo expresaba en los términos propios de la Física eso que los
budistas llaman el principio de impermanencia.
La recepción del evolucionismo dentro
del panorama científico fue mas difícil de lo que suele suponerse ya que lo
deductivo y lo hipotético era muy importante en su propuesta, y por eso mismo
le era muy difícil cumplir con los criterios epistémicos corrientes que se
exigen a la ciencia, a saber, capacidad para hacer previsiones y fundamentación
en la observación y la experimentación. La crisis del positivismo y de la
presunción de objetividad en el conocimiento científico radicalizó todavía más
los problemas de reconocimiento del evolucionismo ya que si algo era
susceptible de ser atacado por mediatizar cultural e ideologicamente los datos
tenidos en cuenta y las conclusiones propuestas era precisamente el
evolucionismo. Con todo este iba cobrando una textura verdaderamente científica
y un merecido reconocimiento, especialmente desde su maridaje con la genética y
el mendelismo. Así las cosas la historia del evolucionismo en el siglo XX
estará muy marcada por la necesidad de emancipación respecto de toda proyección
cultural y con el cumplimiento con los criterios epistémicos de las ciencias
modernas. Consideremos que lo que esta en juego es el propio prestigio
científico del evolucionismo.
El resultado de todo lo dicho supuso el
progresivo divorcio entre los metarelatos[iii]
progresistas y la praxis científica evolucionista, cuando no directamente la
crítica abierta de ese progresismo. Ejemplo de lo dicho son Theodosius
Dobzhansky y Stepen Jay Gould. El primero, filosóficamente afecto a Chardin,
desgajaba cuidadosamente su trabajo, como científico evolucionista que
pretendía ajustarse a los criterios epistémicos de la ciencia, de lo que era su
posición filosófica respecto de su condición de científico. El segundo dedicará
su obra a mostrar como la evolución, desde lo que expresan los registros
fósiles, se mueve a través de equilibrios estables desde los que se avanza en
momentos excepcionales a grandes saltos y a gran velocidad. Gould también será
el gran crítico de la proyección de los ideologemas progresistas sobre el
evolucionismo reclamando su mayoría científica de edad respecto de las
proyecciones ideologicas. Este autor en obras como “La vida maravillosa” y “La grandeza
de la vida” mostrará cómo tal evolución hacia la complejidad y la exhuberancia
de la vida es contradicha clamorosamente por los registros fósiles haciendo
depender estas lecturas de exclusivas
proyecciones interpretativas. Gould aportará datos tan sumamente reveladores
como la mayor biodiversidad del periodo Cámbrico por lo que a grupos de
especies vivas se refiere respecto de la actualidad, criticando con dureza el
ideologema de la diversificación creciente y el desarrollo arborescente hacia
una diversidad cada vez mayor y crecientemente compleja(imaginemos un tronco
del que se van diferenciando cada vez más ramas) en la que el extremo de cada
rama evolutiva responde teleologicamente e integra y culmina todo el esfuerzo evolutivo previo.
En este sentido son muchos los científicos que alertan sobre cómo el tópico del
progreso mediatiza la teoría científica de la evolución. El eje del debate se
centra pues en lo que de cientificidad, o de mera proyección cultural, pudiera
tener una evolución hacia una complejidad creciente cada vez mejor adaptada y
más exuberante en sus manifestaciones. De
lo dicho se deduciría más complejidad, más exito adaptativo y más
biodiversidad según avanzáramos a lo largo de la línea evolutiva. Por lo que se
refiere a lo primero la complejidad en el ADN de una ameba no es muy diferente
a la del hombre con la que al parecer compartimos mucha más información
genética de la que se suponía. Por lo que se refiere al éxito adaptativo son
los organismos unicelulares del precámbrico y las algas son los más exitosos.
En palabras de Gould “la historia de la
vida es una narración de eliminación masiva seguida de diferenciación en el
interior de unos cuantos stocks supervivientes, no el relato convencional de un
aumento constante de excelencia, complejidad y diversidad[iv]”.
Para Gould factores extrabiológicos que tienen mucho que ver con el mero azar y
las catástrofes(cambios rápidos del entorno)[v] son
los que tienen que ver con la evolución ya que de por si la biosfera tiende a
evolucionar poco al tender a estabilizarse en puntos de equilibrio. No habría
pues desde su punto de vista sentido innato alguno en la exclusiva progresión
de un tiempo lineal hacia modos de complejidad crecientes.
Las tesis de Gould son tremendamente
sugerentes ya que nos llevan a la más absoluta conciliación de la biología
evolucionista con la segunda ley de la termodinámica. Grandes explosiones de
vida encontrarían en el acoso del tiempo y la adversidad el desarrollo de su
ciclo vital y de sus posibilidades. A tal ciclo creativo, que expresaría unas
determinadas posibilidades predefinidas en un marco dado, le sucederian nuevos
ciclos creativos. Tal y como entendió el premio Nobel Ylia Prigogine la segunda
ley de la termodinámica desde el propio caos y sus “leyes”, lejos de amenazar
la evolución, expresaría la tremenda potencia creadora de la naturaleza y su
permanente capacidad de renovación. De lo dicho sólo cabrá reconsiderar el
viejo concepto helénico de Physis o
el latino de natura naturans, para
los que la naturaleza, integrando tanto lo mineral, lo vegetal y lo físico e
incorporará, desde sí, una infinita capacidad creativa. Se hará evidente pues
que la naturaleza lejos de quedar estratificada en lo mineral, lo vegetal y lo
animal es un todo integrado con una innata capacidad creadora. De ahí la
pujanza de la llamada hipótesis Gaia(Gea)
que considera al planeta como un vasto organismo vivo que expresa la vida(más
allá de las contradicciones inherentes a la propia Gaia que en realidad vendrían a expresar sus dinamismos de su
funcionamiento integrado). El giro es pues copernicano respecto del darwinismo y
su esforzado desarrollo de la vida vegetal y animal, a través de una espartana
selección natural y en clara confrontación con un medio hostil. Pareciera que a
poco que escarbemos en los entresijos del evolucionismo darwinista surgieran
por doquier tópicos ilustrados, en este caso el de separación hombre-naturaleza
y la consideración de ésta como un exclusivo objeto de dominio con la que se
está condenado a colisionar...
Se hace evidente que dada la deriva del
evolucionismo en el siglo XX cabría cuestionar muchas de las cosas que dan por
sentadas esos teóricos, que no científicos, gustosos de proyectar los
postulados del evolucionismo a otros ámbitos tales como la antropología, la
historia, la política, la psicología e incluso la espiritualidad. Especialmente
lo referido a una evolución en el tiempo desde lo más elemental y arcaico hacia
formas y modos crecientes de complejidad y desarrollo evolutivo. Con todo los
hay que todavía siguen erre que erre aferrados
a tales creencias decimonónicas jugando a dar ribetes de cientificidad a
su culto progresista y haciendo culminar la evolución, por ejemplo, en la
libertad y moralidad humana(Dennett), en una espiritualidad depurada por la
razón(Wilber, Chardin) o en el modelo político de las democracias capitalistas
de estado de bienestar(Wilber). Intensos modos de fe de la mano de oscuros e titánicos
intereses.
[i] Por lo que se refiere a la
historia del evolucionismo resulta de gran interés el libro “El misterio de los
misterios” del evolucionista y popperiano Michael Ruse.
[ii] Sobre este tema habría
que matizar que el catolicismo configuro su ortodoxia a partir de la dimensión
simbólica(anagógica) y espiritual de los textos evangélicos, capaz de transcender
toda interpretación literalista como también la mera dimensión histórica del
texto. De ahí la menor preocupación que el evolucionismo darwinista despertó en
ambientes católicos. Por lo demás el no-movimiento de la naturaleza en
ambientes católicos venía más de la mano de la influencia de la teología
aristotélico-tomista que apostaba por la eternidad del mundo y la consideración
de la naturaleza como mera creación inerte de Dios sin esa capacidad de
regeneración y creatividad ya aludida.
[iii] Entiendo como
meta-relato la reflexión deductiva y teórica, filosófica en cualquier caso, que
se infiere respecto de una serie de contenidos y datos con el fin de asentar
desde los mismos un determinado sistema. El problema es que tales intentos
sistemáticos, con la finalidad de legitimarse, se dediquen a redondear aquello
de lo que tratan con el fin de ajustarlo y hacerlo encajar en el sistema
propuesto. Tal será la gran laguna de esta forma de pensar, ideocrática y
decimonónica. Desconfiar de estas pulsiones sistematizadoras con pretensiones
de universalidad lejos de abocar a relativismo alguno sólo supone hacer consciente
el carácter simbólico del lenguaje en tanto representación que indica lo real
para contextos específicos.
[iv] Stephen Jay Gould. La
vida maravillosa. Ed. Critica, pg 20.
[v] Es decir, con la
integración sistémica de biosfera y fisiosfera en un mismo nivel cualitativo de
ser.
[i] Por lo que se refiere a la
historia del evolucionismo resulta de gran interés el libro “El misterio de los
misterios” del evolucionista y popperiano Michael Ruse.
[ii] Sobre este tema habría
que matizar que el catolicismo configuro su ortodoxia a partir de la dimensión
simbólica(anagógica) y espiritual de los textos evangélicos, capaz de transcender
toda interpretación literalista como también la mera dimensión histórica del
texto. De ahí la menor preocupación que el evolucionismo darwinista despertó en
ambientes católicos. Por lo demás el no-movimiento de la naturaleza en
ambientes católicos venía más de la mano de la influencia de la teología
aristotélico-tomista que apostaba por la eternidad del mundo y la consideración
de la naturaleza como mera creación inerte de Dios sin esa capacidad de
regeneración y creatividad ya aludida.
[iii] Entiendo como
meta-relato la reflexión deductiva y teórica, filosófica en cualquier caso, que
se infiere respecto de una serie de contenidos y datos con el fin de asentar
desde los mismos un determinado sistema. El problema es que tales intentos
sistemáticos, con la finalidad de legitimarse, se dediquen a redondear aquello
de lo que tratan con el fin de ajustarlo y hacerlo encajar en el sistema
propuesto. Tal será la gran laguna de esta forma de pensar, ideocrática y
decimonónica. Desconfiar de estas pulsiones sistematizadoras con pretensiones
de universalidad lejos de abocar a relativismo alguno sólo supone hacer consciente
el carácter simbólico del lenguaje en tanto representación que indica lo real
para contextos específicos.
[iv] Stephen Jay Gould. La
vida maravillosa. Ed. Critica, pg 20.
[v] Es decir, con la
integración sistémica de biosfera y fisiosfera en un mismo nivel cualitativo de
ser.
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