VIII
LA OBRA DE CRISTO
(Nikos Vardhikas, Le
Graal Roman, cap VIII)
Dios es el principio supra-humano de toda vida. Él es absolutamente
incognoscible, excepto en sus energías, y el hombre no puede asimilárselo en
cuanto a la esencia, sino sólo por participación en estas energías, un poco
como no se puede conocer el sol más que como luz y calor, que son entonces sus
energías pero no su esencia (helio, hidrógeno y estado de fusión nuclear).
Según el cristianismo, Dios es conocible a través del Espíritu que la misión de
Jesús hizo transmisible. Este Espíritu es
la fuerza de
resurrección y la energía de la inmortalidad
según San Gregorio Palamas, es decir, lo que el hombre perdió
a la salida del Edén, pero que poseía en
el origen. Este origen es horizontal y vertical: temporal y ontológico. Para
encontrarlo, tendríamos que hacer los últimos como los primeros (tiempos) y lo
de fuera (existencia corporal separada) como
lo de dentro (la parte más profunda del hombre, que lo abandona, por la vía
natural, a su muerte). Esta
gracia deificante
perpetuamente producida por el Padre
(St G. Palamas) no puede ser transmitido, ni siquiera por un
hombre piadoso o ascético o purificado, incluso por un elegido a quien Dios se
reveló a sí mismo; Elías no ha podido transmitir a Eliseo más que una parte doble de su espíritu; se trató ahí de una
especie de metempsicosis parcial y voluntaria del maestro, y por lo tanto de un sacrificio, una concepción a la que los
caminos naturales, incluso iniciático, no puede escapar. Esto no es, de acuerdo
con el Padre, la obra de Cristo. Preguntémonos primero: ¿por qué y con qué
propósito, ha venido Cristo al seno del Judaísmo, hace dos mil años? ¿En qué se
diferencia su camino del Judaísmo? ¿Por qué una vía cristiana?
- No es a causa de los milagros. Ya en el Antiguo Testamento,
Enoc había caminado con Dios y desaparecido sin dejar un cadáver. Elías el
Tesbita había resucitado de entre los muertos al hijo de una viuda en Zarepta y
fue llevado al cielo en un carruaje de fuego, sin dejar atrás ninguna reliquia
que no sea su manto, como señal de la investidura de Eliseo. Después de Jesús, Mansur
al-Hallaj era la Verdad y fue, por haberlo dicho públicamente, crucificado.
Todos estos, y otros, no son no fundadores de vías distintas, ni iniciáticas ni
adoratrices simples. Jesús, sin embargo, que resucitó también un hombre muerto,
fue proclamado hijo de Dios, crucificado y no dejó ninguna reliquia, durante su rapto en el Cielo, fundó un camino distinto,
y esto sin verdadera obra profética legislativa.
- Ni es el hecho de que él ascendió al Cielo, ni la ausencia
de reliquias. Hasta entonces, todo lo que esto nos dice es que se trata, en su
caso, de un hijo de Dios, que se le considera como un hombre deificado
(jivan-mukta) o como un descenso divino (avatar o hulul), no cambia el hecho de
que, desde el momento que comenzó su ministerio (la única fase de su vida, que
el Evangelio de Juan nos cuenta, sin Anunciación ni Natividad) él era, en
efecto, más que simplemente humano. Pero esto no es suficiente para hay una vía
Crística, que aporte a los hombres otra
cosa que no sea un culto judío ligeramente menos ritualista y formalista.
- Ni son las palabras de Jesús las que pueden constituir la
base de una nueva vía: ellas se
resume en el mandamiento del amor (que no se manada), y, los
mismos evangelios, no se consideran como las ipsisima verba de Dios, como lo son los versos del Corán. No dudamos que , en caso contrario, habrían sido
acogidas con cuidado en la lengua original con ne varietor. Sin embargo, nosotros las tenemos en griego en las
colecciones canónicas, en cuatro versiones diferentes (incluso si tres están
cerca una de otra) y en una colección no
canónica, que no comporta más que ellas, en la traducción copta de un original griego
perdido [El Evangelio de Tomás = del gemelo].
No, lo único que justifica la existencia de una vía Crística
es el hecho de que Yeschua el Consagrado cumple una obra de sacrificio que, de
hecho, trajo algo inimaginable, hasta entonces. Pero este sacrificio no es el
que se cree, aunque está emparentado con él: no se trata de la muerte en la
cruz como tal, vista por San Anselmo como la satisfacción de la justicia divina
y castigo del Pecado Original [visión violentamente rechazada por las iglesias
orientales]; es que Jesús aportó a los Apóstoles el Espíritu de Dios, ahora
hecho invocable, consolador y asistente (Paráclito). Este Espíritu, durante su
ministerio, permaneció sobre él, como sobre todos los Sabios, Profetas, Santos
y Realizados; pero Jesús mismo no podía transmitirlo, mientras permaneciera
encarnado. Sin este Espíritu, ninguna perfección espiritual es concebible, ya
que entonces falta la fuerza atractiva del cielo.
Es en la transmisión, operación, activación y la adquisición
de este Espíritu en lo que consiste en el camino Crístico. Sí, Jesús dio su
vida, pero no sólo la vida humana; él también dio su principio de vida divina.
LA IDENTIDAD DEL REVELADOR
El Prólogo del Evangelio de San Juan establece, a través de
su bereshit (en arkehai), un vínculo
con el Génesis. Este vínculo se mantiene a lo largo de todo el proceso de la
doctrina expuesta por Juan. Antes de que identifiquemos otras conclusiones,
presentamos el Prólogo, despojado de sus referencias a Juan el Bautista
(traducción a partir del griego):
En el principio, cuando
Dios creó el mundo, la Plabra ya existía; ella estaba al lado de Dios, ella era
Dios. Ella estaba pues con Dios en el comienzo. Todas las cosas advinieron a
través de ella; nada de lo que advino advino sin ella.
En ella estaba la
vida, y esa vida era lo que los hombres llaman luz. La luz brilla en la
obscuridad y la oscuridad [nunca] la ha dominado. Esta luz era la verdadera, la
que, cuando viene al mundo, es vista por todos. La Palabra estaba en el mundo;
el mundo había sido hecho a través de ella, pero no la reconoció. Ella vino a ella,
pero su gente no la recibió. Sin embargo, unos pocos la han recibido; a ellos
les dio el poder de convertirse en hijos de Dios. Estos [ahora] nacieron de
Dios, no de sangre o carne, o deseo humano.
La Palabra se convirtió
en un ser humano y levantó su tienda en nosotros, pleno de dones y conocimiento
[verdad]. Hemos visto su gloria, luz [cf. s. 60:1-2], como la de un Hijo
unigénito del Padre.... Todos recibimos de su desbordamiento, una bendición
tras bendición. La Ley fue dada por medio de Moisés; el don y el conocimiento [la
verdad] nos llegó a través de Jesucristo. Nadie ha visto nunca a Dios; el Hijo
unigénito que habita en el seno del Padre, lo ha llevado a nosotros....
En el Génesis, la Creación es pensada ante todo como siendo
la del Cielo y la Tierra. Sin embargo, es a partir del segundo día que el
firmamento fue creado, y a partir del cuarto que Dios creó de los cuerpos. El
primer día se distingue de los demás por ser llamado Día Uno y no Primer Día,
en el texto hebreo tanto como en el griego (Septuaginta) y el latín (Vulgata).
Antes de que existiera este día, el espíritu (o el aliento, o el viento) de
Dios preexistió, planeando en las aguas, en la Oscuridad original. Es en el
momento en que Dios habla que la Creación comienza: por la luz. Esta luz no es la
luz visible: Dios separó la luz (Que llamó día) de las tinieblas (a las que él
llamó noche) el día Uno. Pero fue sólo en el Cuarto Día que creó las luminarias
del cielo, para separar el día de la noche y (otra vez, pero una muesca abajo)
para separar la luz de las tinieblas. Es en este sentido que San Juan habla de
la luz verdadera, que ilumina a cada
hombre cuando ella viene al mundo.
La luz o el conocimiento que un hombre
puede tener tiene como origen la luz no-manifestada, la que fue la primera obra
de Dios por la Palabra y que es lo que hace que esta Palabra viva (y no existentes,
solamente). Esto ya contiene en germen la noción de la Trinidad Cristiana. La
creación a través de la Palabra es solamente la creación visible: la separación
establecida por el Cielo entre la luz primordial y la luz intermitente del mundo
lo prueba. Más allá de este cielo, todavía están las aguas superiores, el
espíritu y la luz. Los elementos terrestres: el aire, mares, tierra y luces
existen, bajo forma primordial más allá del cielo terrestre. La tierra no es, por
otra parte hecha por Dios; sólo está llamada a verse o aparecer (1) de entre las aguas inferiores.
La Luz, de la misma manera, sólo está llamada a aparecer; todas
las demás creaciones, Dios las llama a la existencia, a través de la Palabra,
entonces las hizo (2). Hasta el cuarto día, es
Él quien las llama, también; esto será después la tarea (o el privilegio) del hombre.
Este giro vale para: Cielo (D 2), las luminarias (D 4), los animales acuáticos
y voladores (D 5), animales terrestres (D 6). Pero no para la Luz, ni para la
tierra y sus plantas.
El hecho de que el latín turn
factum est no es lo suficientemente distinto del acto que sigue: fecit, para aclarar esta idea; al contrario,
cuando la idea de devenir, aparecer o adviene es traducida por fue hecho, pueden
producirse malentendidos: y Verbum caro factum
est - ¿se trata de un Verbo encarnado enteramente creado?
El resumen, por lo tanto, de toda la Manifestación es la aparición
de la Luz, primer acto de la Palabra. Sólo el hombre es animado por el soplo de
Dios:
El Señor Dios formó al
hombre del polvo tomado de la tierra y él sopló en su cara un aliento de vida,
y el hombre vino a ser un alma viviente.(3)
La identificación de la Palabra con el conocimiento no tiene
ninguna dificultad, ya la sabiduría
judía había hablado de la Sabiduría en los mismos términos que San Juan del
Logos (excepto que la Sabiduría es una criatura):
El Señor me creó desde
el principio de sus vías a sus obras, antes del siglo Él me fundó al principio
antes de hacer la tierra y antes de hacer el abismo, antes que las fuentes de
la las aguas salieran, antes de que las montañas se asienten, me generó antes
de las montañas.....
Cuando Él preparaba el
cielo, yo estaba presente a su lado y cuando delimitó su trono a los vientos,
cuando fortificó
1 Septuaginta: οphthêtο, ophthê; Vulgate: appareat;
Rabbinat: aparece.
2 Septuaginta: egéneto hοutôs. kai epoiêsen ho Theós....
Vulgata: factum est ita. Deus Fecitque...... Rabinato: y
esto se cumplió. Dios hizo....
3 Gn 2:7, Septuaginta
las nubes de lo alto y
como Él puso las fuentes seguras de lo que está bajo el cielo y fortaleció los
cimientos de la tierra yo estaba en estas orillas, reuniendo; fue conmigo que
expresó su alegría.
Todos los días me
regocijaba en Su rostro, en todo momento cuando Él se regocijó por haber
cumplido lo habitado y se regocijó en los hijos de los hombres (1).
La diferencia con el Prólogo de Juan es que el Logos
(palabra que, sólo en griego, puede ya significar tanto Palabra como La
Sabiduría) no sólo está presente con Dios antes de la Creación, sino que es viviente: una expresión
de Dios tanto como el Soplo, sin embargo, no aparece más que en el momento de
la Creación: en este sentido, nace de Dios, sin ser una criatura, sino una manifestación
de Su voluntad y pensamiento, el Soplo estando allí desde siempre.
Cuando la Palabra se encarna, no puede ser más que como luz;
hay ahí una analogía con el Sol y su fuente no-sensible y esto apunta al tercer
significado de la palabra Logos: causa. Filón de Alejandría ya había
comprendido la importancia de la noción del Logos como el poder creador de
Dios; pero no tenía la de una Encarnación de este Logos. Es evidente que la
doctrina cristiana no habla de una encarnación de Dios-el- Padre, y aquellos
que han hablado de ello (por ejemplo los Patripasianistas (2)) han sido excomulgados como herejes.
Si hubo una Encarnación, fue para hacer accesible este don
que llamamos, con un término vago, gracia. San juan admite, antes de la
Encarnación, la posibilidad de filiación divina; hubo, antes de Cristo, hijos
de Dios, de los que uno fue precisamente Salomón, a quien se tribuye los
Proverbios. El hijo de Dios es
1 Prov. 8, 22-31. Aquí está la traducción de la Biblia en el actual
francés (entre paréntesis las diferencias en la traducción del Rabinato, u
otras versiones señaladas):
El Señor me creó (o adquirió) hace mucho tiempo (al principio de su
acción)como la primera de sus obras, antes que todas las demás (desde el
principio de las cosas). He sido establecido desde el principio de los tiempos,
incluso antes de que el mundo existiera.... Yo estaba allí cuando puso los cielos.....durante este tiempo, yo feo
como un arquitecto (entonces yo estaba a su lado, hábil obrero) desde entonces,
mi alegría es estar en medio de los hombres (haciendo mis delicias de los hijos
de los hombres).
2 Monofisita, sosteniendo que el Padre sufrió en la Cruz
su Logos; Cristo es el Hijo en la medida en que es el Logos-
pero también es el hijo del hombre.
Que la Palabra pueda encarnarse sólo significa solamente que
el conocimiento de Dios (siendo el conocimiento identidad ontológica) es
posible hasta el límite que constituye la Palabra misma, lo que la separa de lo
no-manifestado. Esto fue de hecho posible antes de Jesús, en todos aquellos
que, a través de la Sabiduría o la Santidad por su propia calificación y esfuerzo o por
elección divina fueron hijos de Dios. Solamente que no todos pueden dar el
Espíritu, el que habla a través de ellos y les manifiesta la Palabra; por otro
lado, esto es siempre una excepción, no hay nada previsto para este efecto; así
los hijos de Dios están dispersos, mientras que Cristo quiere reunirlos.
LA IDENTIDAD DEL INICIADOR
Entre las dos hipóstasis de Dios manifestadas antes de la Creación,
sólo la Palabra, instrumento de esta,
puede encarnarse; esto es normal, ya que sólo ésta toma parte. El Soplo no nace
de Dios, sino que procede de él o emana de él; en otras palabras, no es
relativo a la intención creativa de Dios,
sino un atributo permanente. No toma ninguna otra forma, en la manifestación informal o formal,
inteligible o sensible (como lo hace la Palabra, por otro lado, la cual, tan
pronto como es emitida, es Luz). En este sentido, no procede en modo alguno del
Hijo; por el contrario, necesariamente coopera en su Encarnación, como en todo nacimiento:
el espíritu sopla
donde quiere; se oye su voz pero no se sabe de dónde viene o a dónde va. Así es
cada hombre que nacido del el espíritu (1).
Es precisamente porque el Espíritu espira donde quiere que
no es captable. La Palabra encarnada tiene al Espíritu, que, contrariamente al
común de los mortales, que la han recibido al comienzo, permanece sobre ella :
y se quedó sobre él (2)
1 Jn 3,8
2 Jn 1:32.
Esta morada del Espíritu y el hecho de que fue el punto de
partida de la herejía adopcionista, según la cual Jesús no fue más que un
hombre entre estas dos fechas; para tomar las cosas por el final, como dijo San
Máximo el Confesor, un hombre deificado podría, en efecto, ser visto así, ¿pero
cómo el que está en el origen de la cadena se habría deificado? Incluso desde
esta óptica terminamos con una elección por el Cielo; por lo tanto, ¿qué queda a
la herejía? El momento para esta elección (antes de la concepción, o no).
Tener el Espíritu no es inédito, antes de Cristo; lo que es difícil
es conservarlo, como lo hizo la Palabra Encarnada (el cual todavía tenía que
devolverlo, en la cruz:
rindió el espíritu (1)
aunque esta rendición parece más bien concernir a la parte humana).
Dios, recordemos, dio el espíritu al hombre, en el origen; pero
normalmente, es decir, según la naturaleza (que comprende la Caída), nadie
puede tenerlo en permanencia todo el tiempo sobre la tierra. Por eso las viejas
tradiciones transmigracionistas tienen la
idea de la inmortalidad e incluso del monoteísmo en general como algo sospechoso
(2). Esto es porque, si la Palabra Encarnada
tiene el Espíritu, no puede darlo mientras permanezca encarnada. Sin embargo,
desde la perspectiva cristiana, no puede haber realización espiritual sin este
don del Espíritu Santo, es decir, la atracción del Cielo desde el estado de
no-manifestación.
El don de que se trata en el Prólogo de San Juan, y en el bautismo,
no es más que un nuevo nacimiento, como Cristo le explica a Nicodemo. Después
de éste, vida y conocimiento se identifican: su vida era la luz de los hombres.
Este nacimiento es de lo alto y toma la forma de agua y espíritu porque estos
son los dos elementos, preexistentes de toda manifestación, que la Palabra hace
accesible, es decir, en primer lugar, visible. Esta gennesis (nacimiento)
repite la génesis.
1 Jn 19,30
2 Que, desde un punto de vista hindú (pero sólo hindú), A. Daniélou
nunca deja de recordar en sus libros
El nuevo nacido de esta manera tiene sus raíces más allá del
Cielo visible, en el tiempo del principio e incluso más allá, antes de la misma
Luz. En efecto, ninguna liberado-viviente puede transmitir una influencia
espiritual una vez que él mismo haya alcanzado la liberación, es decir, el
estado absolutamente incondicionado, después de la muerte; por lo tanto, ¿cómo
podemos esperar recibir tal influencia? Especialmente desde la perspectiva cristiana,
donde la Palabra no puede permanecer
eternamente encarnada, y donde la cadena ininterrumpida no está necesariamente
constituida por los realizados.
Para que el Logos encarnado pueda dar este Espíritu, es
necesario pues tanto una subida como un
redescenso (seguido, en el caso de Cristo de otra ascensión): después de la
Encarnación, se requiere un desencarnación seguido de un nuevo descenso (no exactamente
la encarnación) que llevará a la Ascensión definitiva. En efecto, es en San
Juan donde las apariciones de Cristo resucitado son las más explícitas:
apareció por primera vez irreconocible e intocable:
Ella no sabía que era
Jesús.... Creyendo que era el jardinero, le dijo ella.... Jesús le dijo:
¡Mariam! Dando la vuelta, dijo en hebreo: Rabbouni (que se traduce como
Didascale). Jesús le dijo: "No me toques, porque aún no he subido al
Padre. Ve a ver a mis hermanos y diles: Voy a ir a mi Padre y vuestro Padre y
mi Dios y vuestro Dios.(1)
El cuerpo que poseía en ese entonces no era ni físico
(porque pasaba a través de puertas cerradas) ni de gloria (porque él les
mostró, y sobre todo a Tomás, los rastros de las clavos y la lanza). Pero es trataba
seguramente fue Jesús, como persona, y no como fantasma (el Evangelio de Lucas
insiste particularmente en esto).
Estas apariciones duraron cuarenta días, y las dos primeras (sólo
en Juan) tuvo lugar el tercero y el noveno día desde el entierro; es decir,
exactamente los mismos tiempos en que la Iglesia Ortodoxa ofrece un servicio en
la tumba de los fieles difuntos. Según San Lucas, Jesús tenía entonces un
cuerpo físico normal; pero de acuerdo a este evangelista también, El Espíritu
fue dado sólo después de la Ascensión; según
San
1 Jn 20,14-17
Juan, es en su primera aparición, la tarde, en ese día, el día
después del sábado, el mismo día en que por la mañana no había todavía ascendió
al Padre, que Jesús pudo dar el espíritu
a los Apóstoles, en privado:
Y les dijo de nuevo:
"Paz a vosotros, como el Padre me ha enviado, así que os envío a vosotros.
Habiendo dicho eso, sopló en ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu
Santo". Si perdonáis los errores de algunos, se les perdonados; si los
retenéis, serán retenidos (1).
Esta misión es la segunda,
la que sigue a la Encarnación; es la segunda; no hay duda de que antes
de la Ascensión, entre el momento del descubrimiento de la tumba vacía (donde
no debe ser tocado) y las apariciones a los discípulos (donde Tomás puso su
dedo en el rastro de los clavos, Cristo ascendió a su Padre y redescendió (temporalmente, sin embargo; el
Hijo mismo no podría, en esta forma, exceder los cuarenta días en la tierra). Fue
entonces cuando la promesa del envío del Consolador se hizo realidad (para los
otros Evangelistas, en Pentecostés; las dos descripciones se reconcilian así:
en Pentecostés, no se trata de del envío del Paráclito, sino de la perfección
de los Apóstoles, de su realización espiritual).
Es necesario ser consciente del hecho de que lo espiritual
puro no puede encarnarse, porque sería imperceptible. Para transmitir el
Espíritu, por lo tanto se requiere la presencia no de un Dios-hombre (los
avatares de Vishnu no tienen nada de eso) solamente, sino de una encarnación no
encarnada, si se puede llamar así, de lo divino, o más encarnada, ya que se
trata de transfigurar la naturaleza humana, pero perceptible de todos modos.
Así fue la presencia de Cristo (por cuarenta días) después de su resurrección.
Es decir, una presencia guardando su naturaleza humana lo suficiente para ser
al menos perceptible (y que no sea un fantasma), una forma informal, un cuerpo incorporal.
El hecho de que San Lucas no hable del envío del Espíritu más que diez días
después de la Ascensión, no indica un segundo envío, sino otra forma de decir
lo mismo, y menos escandalizante; pero es siempre en virtud del hecho de que
Cristo también ha sido hombre, y que ya no era como era antes de su Resurrección,
que esto es posible.
1 Jn 20,14-17
Esto significa, visto desde el lado humano y expresado en
términos extra-cristianos (para aquellos que ya no entienden el lenguaje tradicional),
que esto es nada menos que una realización descendente (1). El sacrificio en la Cruz es el que nos despoja de nuestro yo terrestre (y, en la misma medida, nos reviste
de un Ser celeste)--pero a nivel de la naturaleza, la cual, en el caso de los
hombres, es colectiva; todavía no se ha hecho nada para asegurar que las hipóstasis
humanas (cada una de ellas, en la medida de sus cualificaciones y capacidades)
puede realizar esta promesa, que quedará para la mayor parte reenviada al Fin
de los Tiempos.
El sacrificio (en el sentido de renunciación, así como de santificación)
que permite la realización es el del descenso descrito por Juan después de la
Resurrección! El descenso es tradicionalmente descrito como un sacrificio en un
sentido estrictamente ritual (2).
La Crucifixión y el Descenso a los Infiernos son el
prerrequisito purificador de la Ascensión; Cristo lo necesita, en tanto que hombre
perfecto aunque, desde otro punto de vista, no tiene necesidad. Gracias a este
sacrificio, disponemos de ritos sacrificiales que puede operar a dos niveles: cultual y teúrgico.
En efecto, la tradición apostólica no es otra cosa que la ordenación de los ritos, de tal manera que cada uno de
ellos celebre (y opere) la totalidad de la economía salvadora.
En el espíritu del evangelio de Juan, por lo tanto, no se
trata, con el nuevo nacimiento (prefigurado por la resurrección de Lázaro) de asegurar
(solamente) una nueva vida después de la muerte física, postergada al Fin de
los Tiempos, como Marta cree (en la Resurrección común), sino más bien de no
morir (antes o después de la muerte física). La Encarnación es una humanización
de lo divino (sin alterar la inaccesibilidad de la esencia divina); la Resurrección
es una deificación del ser humano (sin que el hombre accede a la esencia misma).
Es por eso que si Jesús no ha resucitado, entonces nuestra fe es vana. Sólo la
Encarnación tiene como consecuencia la comunicación de ambas naturalezas (sin
mezcla ni separación); pero sólo en Cristo.
Cf. El último capítulo de Iniciación y realización espiritual de R.
Guénon
2 R. Guénon op.cit. 264
Sin la Resurrección, no tendríamos el Espíritu, porque no es
un hombre perfecto/Dios perfecto quien puede transmitírnoslo, sin salir de este
mundo y devenir inaccesible. Es un hombre deificado, que no llegará a algunos
totalmente más que en el Fin de los Tiempos, que, contrariamente a nosotros, es
Dios, que es el único que nos lo puede transmitir. Sin la Resurrección, el
hombre perfecto en Jesús habría permanecido muerto sin que la naturaleza divina
puede hacer algo más que irse. Toda aparición, entonces, no sería más que fantasmal,
incapaz de hacer pasar el Espíritu a hombres normales.
¿Por qué Cristo no da el Espíritu antes de Resurrección? Esto
constituiría una teofanía insoportable a los otros, reservada a unos pocos sin
posibilidad de transmisión, y en consecuencia ya no sería un hombre del todo.
Pero aparte de estas razones técnicas, la principal es esta:
Sólo Dios el Padre puede hacer que el Espíritu proceda; no
el Hijo o el Logos (contrario a la doctrina católica). Y eso es porque la
esencia de Dios no estaba encarnada que Jesús no puede pasar el Espíritu (es decir, a la vez espirar
como transmitirlo en forma perceptible) en tanto que es un hombre normal.
También significa que Dios-el- Padre, el único no nacido y por tanto único Ser,
no debe ser identificado con el Brahma
saguna o el Ishvara de la
tradición hindú (que es más bien el
lugar de Cristo como Dios), sino con Brahma
nirguna. Es muy importante señalar que la noción de filioque daña muy profundamente
a esta concepción tradicional y metafísicamente justa; es a causa de ella que es
difícil para los cristianos, especialmente en Occidente, encontrar la verdad en
su propia tradición. ¿Significa esto que el Cristo resucitado espira el
Espíritu, o que él es, después de la resurrección, Dios Padre? En absoluto,
pero entonces es solamente ascendido al Padre, de manera que sea toda la
Trinidad la que divinice. Sólo una hipóstasis se ha hecho hombre, incluso si esto
equivale a que Todo Dios lo haya hecho.
Cuando este Dios/hombre es también hombre/Dios,
Dios todo entero puede entonces soplar de manera perceptible.
San Gral. Palamas, Contra Akindynos es muy claro en esto, como lo
son todos los Padres.
Esta prefiguración del destino de los santos en el Fin de
los Tiempos no duró más que cuarenta días; todavía es demasiado largo, en el
sentido de que es un sacrificio, el más grande de todos, el que renuncia al reinado
inmediato a la diestra del Padre. Los dos componentes de la economía son
necesarios para la transmisión del Espíritu se puede lograr. Es característico
que Lázaro, resucitado por Dios/hombre, no es un hombre deificado, excepto
quizás parcialmente; no como en el Fin. María, cuerpo espiritualizado, no
resucita corporalmente. Y Elías no puede para pasar su espíritu a Eliseo más
que cuando él desaparece de nuestra dimensión.
Recapitulemos, por lo demás, sabiendo que el griego
distingue entre esencia y naturaleza, lo que el latín no hace: Dios tiene una esencia
(principio del ser), pero no tiene naturaleza, porque no es nacido. En efecto, natura significa lo que debe nacer, y
por lo tanto programa genético, oportunidades de desarrollo inherente desde el
nacimiento.
La Palabra Encarnada tiene dos naturalezas, sin mezcla ni
separación, es a la vez un hombre perfecto (es decir, el hombre en todo menos
en el pecado, porque nace fuera de la forma natural, heredada de la expulsión
del Edén) y Dios perfecto. El Cristo resucitado no es un hombre perfecto de la
misma manera que el Cristo de antes; en este último caso, perfecto significa
normal, en todos (excepto en el pecado), mientras que para el Cristo resucitado
se trata de un hombre perfeccionado, es decir, deificado; el cuerpo de Cristo
resucitado es un cuerpo espiritualizado, como el que tendrán los santos (ya, parcialmente,
antes de su muerte) y los justos en la Resurrección final. El hombre normal no
posee más que la naturaleza humana, y lo más cercano que tiene al espíritu es la parte razonable de su alma; pero, según la naturaleza, el compuesto humano se desagrega,
porque no tiene su principio de vida en sí mismo. Cristo antes de su
resurrección es Dios-hombre, y tiene dos naturalezas (la esencia de Dios no
siendo encarnado, como señalan San Basilio de Cesárea y San Basilio de Cesárea
como San G. Palamas).
Según este, él no es más que un hombre deificado; la
naturaleza humana y la naturaleza divina son ahora una sola, por lo que no es
hombre perfecto más que a penas: normalmente, un hombre que ha alcanzado en
esta etapa, que equivale a adquirir un estado no solamente suprahumano, sino incondicionado, desaparece del el medio
ambiente terrestre. Es a este respecto que esta existencia de cuarenta días es
un sacrificio. El bautizado también tiene dos naturalezas, que ahora es posible
unificar en un grado cualquiera, una unión que no puede ser perfecta más que después de la muerte, la deificación (según San
Máximo el Confesor y el San Gregorio Palamas) prosiguiéndose indefinidamente en
la más allá, y acabada en el Fin de los Tiempos.
LA DOCTRINA DE SAN JUAN
San Juan es considerado en Oriente como el Teólogo por excelencia,
y el exponente de la paternidad espiritual. Escuchemos, así sus siguientes
palabras, según de estas observaciones:
Dios es espíritu.
Nunca habéis oído la
voz del Padre, nunca has visto su apariencia; y vosotros no tenéis su palabra [logos]
que permanece en vosotros.
No tenía todavía el
espíritu, porque Jesús no era todavía glorificado.
Yo soy la luz del
mundo; quien me sigue... tiene la luz de la vida.
Mientras yo esté en el
mundo, yo soy la luz del mundo.
Por eso es que el
Padre me ama, porque yo entrego mi alma, para recibirla de nuevo. Nadie me lo
quitará, yo mismo la entrego. Tengo el poder de entregarla y tengo para
recibirla de nuevo. Eso es lo que el mandato que he recibido de mi Padre.
[la Escritura] llama dioses a aquellos a los que llegó la palabra
de Dios.
Jesús iba a morir por
la nación, y no sólo por el pueblo, pero también para reunir en uno a los hijos
dispersos de Dios.
Mientras tengas la
luz, cree en la luz, para que seáis hijos de la luz.
Yo, Luz, he venido al
mundo.
El Espíritu de la
Verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo sabe; vosotros lo conocéis, porque permanece a vuestro lado,
y estará en vosotros.
Yo he salido del Padre
y vine al mundo; de nuevo, dejo el mundo y voy al Padre.
No te he dicho estas
cosas antes, porque yo estaba con vosotros.
Ellos no son del
mundo, como yo, yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad..... Es por ellos
que me consagro yo mismo, para que puedan ser consagrados ellos también en verdad...(1)
La doctrina expuesta en el Evangelio de Juan, que es el
fundamento de toda la espiritualidad cristiana, dice claramente la necesidad de
la filiación: al principio del camino, por el simple reconocimiento del hecho
de que nosotros y todo nuestro conocimiento tienen un origen suprasensible, nosotros
devenimos los hijos de Dios; este es un enfoque de nuestra parte. Al final, se
trata de una nueva filiación, dada por el Hijo: convirtiéndonos en él, nos
convertimos en el Hijo, la Palabra. Lo que opera este encaminamiento es el Espíritu.
Elías y Eliseo ya habían operado resurrecciones de muertos y
otros milagros; Elías (como Enoc antes que él y como Jesús después de él) no
dejó un cuerpo en el momento de su muerte e invistió a su sucesor con su manto
(gesto simbólico que recuerda a lo que rodea a la khirga en el Sufismo). Sin embargo, no hubo verdadera sucesión,
porque no había una realización allí descendente. Estos fueron ahí
realizaciones tan reales como salvajes, y la adquisición de poderes por la
ascesis. Pero el propósito de Cristo es reunir a los hijos de Dios dispersos, esta
es la única manera que conviene.
Hay que decir que....
entre los evangelios, las primicias son las de Juan, cuyo significado nadie
puede comprender a menos que tenga derramado sobre el pecho de Jesús y no haya
recibido de Jesús a María
1 Juan 4:24; 5:37; 7:39; 8:12; 9:5; 10:17-18; 10:35; 11:52; 12:36;
12:46; 14:17 16,5 ; 16, 28 ; 17,16-18. No incluimos el Prólogo, la entrevista
con Nicodemo, con la Samaritana, los 7 milagros, el diálogo con Marta y la
doctrina de los dos destinos póstumos: morir y resucitar o no morir.
por madre. Para ser
otro Juan, tienes que llegar a ser tal que, todo como Juan, se entienda
designar por Jesús, como siendo Jesús mismo.(1)
El autor de este texto (condenado, es cierto, pero por sus
opiniones transmigracionistas), lejos de llegar a la conclusión de que esta es
tarea imposible o blasfemo, escribió acerca de Juan treinta y dos libros
(Capítulos). Sólo la Encarnación habría bastado para la salvación entendida a
la manera judía: dormición esperando la resurrección final (una meta que no
justifica en sí misma el envío de un nuevo profeta dentro del judaísmo)(2); es como iniciador que Jesús bajó para dar el Soplo
que estaba flotando en las aguas antes de la creación del Cielo Separador.
La vida eterna, según San Juan, es la que se adquiere aquí y
en la tierra y ahora y, después de la muerte, una vida antes del Juicio (anulado
para el adepto), que no es una dormición.
Dicho esto, tampoco debemos hacernos ilusiones pensando que
un cristianismo efectivamente devenido inoperante, falto de rituales adecuados (desde
el siglo XI y especialmente desde 1969) y de la conciencia/conocimiento aquí relacionada,
como el que se practica en Occidente, puede esconder de otra forma que no sea
en forma latente estas posibilidades; ni que cualquier cosa que sea menos que
una metanoia de la Iglesia entera puede contrarrestar este estado de cosas. Por
otro lado, decir que carece de estas posibilidades le faltan intrínseca y
providencialmente sería un error de la misma gravedad, a menudo atribuida a R.
Guénon, que sin embargo limitó sus comentarios al catolicismo.
1 Origenes, Comentarios sobre San Juan I.23 (SC I20).
2 Ciertamente no es necesario juzgar a la Providencia, pero tampoco
hay que creerla absurda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario