TRATADO IX.1 Reflexiones
sobre el rezo
(Abbé Henri Stéphane
1907-1985 , Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo IX, La Oración)
No espere el lector encontrar aquí un Tratado completo
del rezo, sino solamente algunas sugerencias destinadas a hacerle reflexionar
sobre una cuestión mucho más complicada de lo que se cree habitualmente.
No se retiene generalmente del rezo más que uno de los aspectos bajo el cual se puede considerar,
el rezo de demanda, y se olvida de los otros. Se habla - y con razón – de muchos
pasajes de la Escritura como éstos: “Pedid y se os dará, buscad y encontrareis;
llamad y se os abrirá “ (Mat. VII, 7); “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre,
lo haré “(Juan, XIV, 13).
Se cree entonces
autorizado a pedir no importa que favores temporales u otros, y se está muy asombrado de no ser cumplido; en
particular, se interpreta mal el pasaje precedente de san Juan: “Todo lo que pidáis.
. ” Se olvida “en mi nombre “, lo que significa que se trata de un rezo hecho en
nombre de Jesús, es decir él obra por un
rezo hecho en nombre de Jesús, dicho de
otra manera el que reza la hace “ en tanto que “ discípulo de Jesús “y
continuador de su obra, de su misión ya que, el “nombre” en lengua bíblica
significa la “misión”. Este rezo es principalmente la que hace la Iglesia; la
eficacia prometida no concierne pues más que a la obra redentora y no se aplicaría ano
importa que, sino solamente a la santificación de las almas.
Esta reserva hecha en lo que concierne a las indicaciones de
rezar “en nombre de Jesús” quien se encuentra en otros lugares de san Juan, se
puede admitir que el rezo recomendado (en los Sinópticos(Mat. VII, 7 ;, XVII,
19; XXI, 22; Marc XI, 24) tiene un objeto y una eficacia menos limitados. Todo
el mundo sin embargo a reconocer que Dios no concede más que los rezos que juzga
saludables.
En líneas generales, este segunda reserva (sumisión a la
voluntad de Dios) es suficiente para
asegurar a la oración de demanda el carácter de humildad y de confianza
requerida para evitar atribuirle un efecto mágico y supersticioso.
Pero existe otro aspecto del rezo, demasiado a menudo
ignorado, es el rezo de adoración, por el cual el alma reconoce su dependencia frente Dios,
su pequeñez, su miseria, su “impotencia para todo bien” (santa Teresa del Niño Jesús);
es el rezo del publicano. Todos están de acuerdo en reconocer que la adoración
es la forma más alta del rezo pero además es ella quien da al rezo de demanda la
máxima eficacia con las reservas hechas
más arriba.
La adoración es esencialmente una actitud del alma, que se pone
en estado de disponibilidad o receptividad frente a la gracia. No pretende
acosar a Dios con sus solicitudes, agobiar bajo una montaña de fórmulas apremiantes.
Su expresión más alta es el fiat voluntas
tua o, si se quiere, todo el Padrenuestro, con la ocasión del cual el
Cristo recomienda “no multiplicar las palabras, como hacen el paganos, que se
imaginan ser cumplido a fuerza de
palabras “(Mate. VI, 7). Es una orientación del alma que se pone en la “línea
de la Gracia”; es una apertura del alma a la Luz de los Alto, es una docilidad
del alma la acción soberana del Espíritu.
Disponibilidad, receptividad, orientación, apertura,
docilidad, tantas palabras que es
necesario meditar para captar el contenido. Tales serán las trazas características
del alma “orante”; abrir la boca, a fin “de aspirar” el Espíritu: “os meum aperui, y attraxi spiritum “ 1
En fin de cuentas, es necesario remontarse siempre al
Principio ya que es Dios quien obra, es Dios quien quiere “rendirse gloria” a él mismo a través nosotros, suponiendo
que estemos disponibles,
1. Salmo
1 19, v. 131: “He abirto mi boca y he
atraído el Espíritu”, según el latín de la Vulgata; el hebreo dice simplemente:
“Abro la boca y aspiro. ”
receptivos, dóciles, etc. Es el Espíritu mismo quien reza en
nosotros y por nosotros, quien ruega al Padre de completar en nosotros
y por nosotros la obra de santificación y de santidad, de realizar en nosotros
y por nosotros el misterio de pobreza de amor, el misterio de anonadamiento del
Verbo encarnado, de su Pasión y de su muerte, el misterio de su Glorificación de su Resurrección, de su “Exaltación”, el
misterio de la “renovación de todas las cosas del “renacimiento espiritua , de
la “vida nueva ”, de la “vida sobrenatural”, de la “vida eterna” y del éxtasis de Amor de las Tres Personas.
La voluntad del Padre es pues realizar en nosotros su obra
de amor . Así es preciso comprender la palabra de San Pablo: “asimismo también el
Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, ya que nosotros no sabemos lo que
debemos, según nuestras necesidades, pedir en nuestras oraciones, pero el Espritu mismo
ruega por nosotros con gemidos inefables, y el que sondea los corazones conoce
cuales son los deseos del espíritu; sabe
que ruega según Dios por los santos” (Rom. VIII, 26-27).
El deseo del Espíritu es encontrar un alma suficientemente
disponible, desapegada, pobre en espíritu, suficientemente receptiva, pura,
transparente a la Luz, orientada hacia el Padre y el Reino, abierta “a la
fuente de agua viva brotando hasta la vida eterna “(Juan IV, 14), dócil a su acción purificante y beatificante,
suficientemente desnudada, desposeída, dimitida de sí para no obstaculizar la
Acción del Espíritu; es encontrar “al Padre, los verdaderos adoradores en espíritu
y en verdad, los que el Padre busca “(Jean, IV, 23), y no ¡“mendigos “de “gracias
temporales”! de modo que no es ya este alma quien ruega, quien “farfulla”, quien “gorjea”, quien
peligra de obstaculizar la acción del Espíritu por su “chochera, sus fórmulas totalmente
hechas, adeudadas apresuradamente; es el
Espíritu quien rinde al Padre la
verdadera alabanza de gloria del Verbo Encarnado, supuesto que el alma desnudada
de sí y revestida del Cristo no sea ya más que una pura disponibilidad entre
las manos de Dios, una pura transparencia a la Luz increada: “No soy ya quien vive (o quien ruega),es el Cristo quién vive
en mi “(Gal. II, 20). “He ahí que me tienes a la puerta y llamo: si alguien oye
mi voz y abre la puerta, entraré en él, cenaré con él y él con mi “(Apoc.111,20).
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