TRATADO IX.2 Reflexiones
sobre la oración
(Abbé Henri Stéphane
1907-1985 , Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo IX, La Oración)
No es cuestión de
hacer aquí un Tratado completo sobre un tema tan difícil; conviene solamente
dar algunas sugestiones relativas:
1) al lugar de la oración en la vida espiritual;
2) a la manera de comprender este ejercicio.
Parece en primer lugar indispensable recordar su origen
historico. Aunque no se puede atribuir la oración mental bajo su forma actual a san
Francisco de Sales, no remonta sin embargo más allá del siglo XVIe: ni la Regla de San Bruno, ni la de San
Benito hacen mención de ella.
Estos hechos que, a los ojos de algunos, podrían parecer banales,
parecen al contrario de un alto significado y de una importancia capital;
prueban que los hombres de la Edad Media tenían otra espiritualidad, hoy
perdida, y que podían pasar de la oración. La necesidad de la oración, que los autores
modernos recomiendan con insistencia, se deben a desgracias del tiempo, a la
decadencia intelectual y espiritual salida del Renacimiento; es un mal menor
destinado a compensar perfectamente las pérdidas de las que vamos a decir
algunas palabras.
Esta decadencia puede llevarse a dos puntos
principales:
1) Desaparición del esoterismo occidental, con la supresión
de la ' 0rden de los Templarios y de las Órdenes de caballería, que consuma la
ruptura con el mundo oriental; pérdida progresiva de las tradiciones de oficio:
el artesano y el constructor de catedrales encontraban en su arte una verdadera
iniciación, y “temas de meditación” en el curso mismo de su trabajo “litúrgico e y sagrado
lo que les eximía hacer media hora de meditación
todas las mañanas, meditación que se apresura a continuación a olvidar en el trabajo diario devenido “ profano”
2) Según lo que precede, separación de la religión y de la
vida realizada por el Renacimiento. La vida, los oficios, las artes habiéndose
vueltos paganos, el hombre no encuentra ya en el simbolismo de las cosas, el alimento natural de su vida espiritual.
La ciencia profana acentúa la pérdida
del simbolismo de la naturaleza y es necesario crear medios artificiales, de orden psicológico, para regenerar imperfectamente
una mentalidad espiritual que, no siendo ya I engendrada por “la eficacia sacramental” del mundo
exterior, tiende a devenir puramente
“interior”, imaginativa y psicológica, La pérdida del sentido espiritual de las
cosas acabará en una reacción protestante contra una religión de prácticas que se han
convertido en puramente “formales”, para
no retener más que el culto “en espíritu y en verdad “preferible a un
“ritualismo” déspiritualizado.
Es en el seno de esta decadencia que nace la oración
concebida como “recuperación” de los “valores espirituales” que no proporciona más
la contemplación del mundo exterior, ni el uso de los símbolos tradicionales de los que se ha perdido la significación. Aparece entonces
como un ejercicio autónomo y metódico, orgánicamente distinto de todos los otro, viviendo de su
vida propia, ejercicio por cuál, después de habernos establecido en una especie de “estado meditativo “2, introducimos en nuestra conciencia una idea santificante para considerarla con
nuestra memoria, nuestro entendimiento
y nuestra imaginación. Esta “consideración” debe tener por fin “conmovernos”
y” llevarnos a resoluciones, luego a actos conformes a la idea o a la virtud
meditada. Es un instrumento de educación de la voluntad.
Como dijimos más
arriba, (es un ejercicio autónomo, distinto de todos los otros, viviendo de su
vida propia. Ahora esto es muy grave, y marca con nitidez la “separación” no solamente de la religión y la vida, sino aún de la oración
así concebida y de la vida litúrgica, como si la vida religiosa consistiera en
actos de voluntad independientes de los ritos simbólicos que confieren la gracia.
El primero escollo a evitar será pues separar la oración mental
dela oración litúrgica, Estos son dos
modos complementarios de toda vida
espiritual. Pero la oración litúrgica, que es la oración oficial de la Iglesia,
Esposa sagrada y Cuerpo místico del Cristo,
2.
Nosotros diríamos hoy: un estado de concentración
es evidentemente superior a la oración mental individual, y más
agradable a Dios. La Iglesia, con sus ritos sacramentales y su Oficio divino,
aparece así como la Fuente en la cual se alimenta el fiel; o, si se prefiere,
ofrece a las almas, en vista de su santificación, un alimento comida
que se puede llevar a dos fuentes
esenciales, la Eucaristía, en torno a
la cual se centra toda la liturgia sacrificatoria, y la Escritura Santa que sirve de base principal al' 0ficio divino o a
la liturgia de la palabra.
El alma se alimenta pues en esta doble Fuente divina participando en la liturgia, pero aún es preciso
que asimila, que digiera este
alimento: este será el papel de la oración
mental. En esta perspectiva, sin embargo, en vez de considerarse como un ejercicio
autónomo viviendo su vida propia, o como
un comercio íntimo y un coloquio del alma con Dios, la oración mental se pone
de nuevo en su relación normal frente a la
la oración ritual; elle impide a esta última degenerar en “ritualismo”, en
gestos incomprendidos, infructuososl, vaciados de todo contenido espiritual, en
rutina y en psitacismo. Pero, a su vez, la oración ritual evita a la oración
mental degenerar en un puro ejercicio psicológico que puede acabar en una rumia puramente interior en que la acción
individual de los facultades mentales del sujeto corre el riesgo que obstaculizar
la acción del Espíritu-Santo, que se ejerce normalmente por la vida sacramental
de la Iglesia. En otros términos, la oración mental “aislada” está más o menos
separada de la Fuente donde extrae su alimento; peligra entonces de “girar en
el vacío” sobre ideas “desencarnadas porque privadas del “soporte” material que
constituye el simbolismo sacramental, y puede también acabar en una mística desaliñada.
Así pues, la oración litúrgica aparece a la vez como la fuente irreemplazable, la
“regulación” y el “soporte” material de
la oración mental, al mismo tiempo que “decuplica” la acción individual del sujeto
por su participación en la acción comunitaria de la Iglesia.
Si se objeta que la oración y los ritos no son más que
medios para llegar al fin de la vida espiritual, es decir, a la unión con Dios,
y que la oración mental parece más directamente orientada hacia este fin, es
necesario responder que el “medio próximo” de unión a Dios es la gracia que
santifica, y que, si la oración mental consiste en el ejercicio de las
facultades espirituales bajo la acción de la gracia, de las virtudes teologales
y de los dones del Espíritu Santo, importa permanecer en relación con la Fuente
de la gracia, y no hacer de la oración mental un ejercicio separado de la
Fuente de la cual se alimenta. La oración mental misma no es más que un medio,
que pone en juego las facultades humanas, y que, por lo tanto, no puede pretender
igualar la acción de un rito: debe pues permanecer subordinada a este último 3.
En resumen, pondremos, en principio, que la oración mental
debe permanecer subordinada a la
oración litúrgica, en estrecha relación con ella, puesto que consiste en la
“digestión” y la asimilación interior
del alimento espiritual proporcionado por la oración litúrgica.
Puesto esto, vamos a
poder ahora precisar en que consiste la oración; su naturaleza depende, en
efecto, del lugar que ella ocupa en la vida espiritual, y, en particular, de la
dependencia que le hemos reconocido
frente a la oración litúrgica. Pero antes, es importante retomar la cuestión por la base y de hacer algunas distinciones indispensables,
Se confunden a menudo “meditación” y “oración”; ahora bien,
“méditar “sobre una virtud, hacer nacer “afecciones”, tomar “resoluciones”, o
incluso meditar un misterio, una parábola, un versículo de evangelio, esto no
es hablando propiamente “hacer oración “, aunque estos dos ejercicios se pueden
compenetrarse en la práctica. El primero se orienta más bien hacia la acción y
la educación de la voluntad, el segundo hacia la contemplación, bien que
aquella depende de la plenitud de ésta.
La oración es pues superior a la meditación, que puede reducirse una simple
lectura “refleja”; por eso encuentra en ciertas obras la siguiente gradación: lectio, para dar ideas y un materia para
meditar; meditatio, para que estas ideas penetren en el alma; oratio et contemplatio. Ahora bien, “hacer oración”, no es hablando
propiamente “meditar es “rezar”; la oración es un rezo mental, más interior que
el rezo vocal a menudo amenazado por el psitacismo. La oración nace con motivo de
la meditación, pero, en el fondo, le sucede ya que, en el curso del mismo
3. Allí habría,
al profesar la opinión contraria, una tendencia al “pelagianismo”
ejercicio, se pasa de una a la otra, sin que realmente se
mezclen. Por ejemplo, meditar sobre el Prólogo de santo Jean puede poner en
“estado de oración”; en eso la meditación favorece la oración misma que tiene por
término la contemplación. Pero, repitámoslo,
la oración es, como la palabra lo indica, un rezo: orare. Esto nos invita a
retomar rápidamente la cuestión del rezo.
En el primer grado, el rezo aparece como un “coloquio” del alma con Dios,
concebido como “exterior” al alma y distinto del hombre. Son dos seres
distintos puestos hasta cierto punto uno en frente del otro, y el hombre habla
a Dios que lo escucha: él le dirige toda clase de demanda que “se ruega” a Dios
conceder. Tengamos en cuenta sin embargo, como dice santa Teresa, que la simple
recitación del Padrenuestro puede invitar a Dios a ponernos en la contemplación
perfecta.
La oración mental se concibe como algo más interior
constituye un grado de más en la vía de la interioridad, pero ella no
esencialmente del rezo. Es siempre un coloquio, pero más íntimo, entre el alma
y Dios siempre considerado como distinto del alma, pero “menos exterior”. Se
toma aún más conciencia de la presencia de inmensidad de Dios en el alma, de la
presencia de la gracia y el inhabitación trinitaria; no obstante este método de
representación se basa en una vista antropomorfica del mismo género clase que para el rezo ordinario: es un
coloquio más profundo entre el alma y Dios.
No se puede ciertamente más que recurrir a metáforas y a
antropomorfismos, pero existe métodos de expresión menos antropomórficos, que
“ciernen” algo más cerca la verdad, Así parece preferible considerar la oración,
mental o no, no como un coloquio donde el alma y Dios parecen estar puestos sobre el mismo plan, sino más bien como una apertura del alma a la gracia; es justamente lo que expresa la palabra orare (“abrir la boca”) y el versículo
del Salmo: Os meum aperui et attraxi
Spiritum 4; es también lo que expresa la
palabra “adoración”: abrir la boca hacia… Dios. Este manera de considerar las
cosas
4. Salmo
119,131: “Abrí mi boca y atraje el Espíritu” según el latín del Vulgate; el
hebreo dice simplemente: “Abro mi boca y suspiro.”
pide entonces una actitud
general de alma “orante”, más pasiva sin duda, pero que corre menos el riesgo
de obstaculizar la acción del Espíritu por una palabrería insípida y pueril.
Esto parece muy conforme al pensamiento de San Pablo: “No sabemos lo que
debemos pedir, según nuestras necesidades, en nuestros rezos; pero el propio
Espíritu reza para nosotros con gemidos inefables “(Rom. VIII, 26). La oración
aparece pues como una apertura del alma a la acción del Espíritu que quiere orar
en ella y allí realizar el misterio de la Vida trinitaria, lo que San Pablo
llama un poco más lejos “los deseos del Espíritu”; aparece como una actitud del
alma que se pone en estado de disponibilidad, de receptividad, de docilidad
frente a la gracia y la acción santificadora de la Voluntad del Cielo, o
también como una dilatación “del alma bajo la acción del Soplo divino, pudiendo
ir hasta el excessus mentis, al
éxtasis de la Contemplación perfecta. Pero el alma sólo puede, normalmente,
abrirse a la Gracia si está colocada en la Fuente de ésta, Fuente que es de orden
sacramental, como hemos dicho, y reponemos asíí la oración mental en su relación normal con la oración
litúrgica: ésta, Fuente de la Gracia que mana del lado abierto del Cristo por
el intermedio de su Esposa Sagrada, la Iglesia, invade el alma “abierta” y
dilatada que se hunde de alguna manera en esta “fuente de vida que brota”, para
beber el “brebaje de inmortalidad “.
Así considerada, la oración aparece menos como un coloquio donde
el alma y Dios están en el mismo plano, donde el alma ejerciendo sus facultades
mentales, parecen jugar el papel principal y arriesgando obstruir la acción de Espíritu,
que como una actitud, caracterizada
por las palabras “apertura”, “receptividad”, “disponibilidad”, etc., donde Dios juega el
papel principal y donde el alma se borra para dejar a Dios realizar en ella el Misterio de la Vie Trinitaria Misterio de
Pobreza y de Caridad, elMisterio del
Amos, Don total, de la Perfecta Éxtasis de las Tres Personas en la Unidad de un
mismo Espíritu. El papel de la voluntad es entonces menos producir actos de virtud
especificados por su objeto, que de apartar
los obstáculos a la acción divina
y de realizar la transparencia del alma a la Luz Increada, por la separación de
todas las cosas, el despojamiento de sí,
la “dimisión del yoi”, y el “revestimiento del Cristo”, que es el único capaz de ofrecer
al Padre un sacrificio de alabanza,
es decir “el fruto de los labios que celebran su nombre”(Hebr. XIII, 15).
Al principio de esta ascensión “mística el alma “se dilata” al
ritmo del rezo vocal: rosario,
letanías, recitación de los Salmos, etc. En el segundo grado, medita un único
versículo, por ejemplo : Inmanus tuas,
Domine, commendo spiritum meun 5, entrecruzando
esta “rumia interior” de silencios “más o menos prolongados, y armonizando, si se quiere, este
ejercicio al ritmo de la respiración corporal
, símbolo del “respiración mística” que es el rezo. En el límite de esta
ascensión, se establece en el Silencio de la Contemplación perfecta: devenida
“lira” perfectamente dócil al Soplo Divina, ejecuta la perfecta Sinfonía del
Silencio Eterno en la Pura Luz de la Contemplación y en la consumación del
Amor.
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