miércoles, 30 de agosto de 2017

Reflexiones sobre la oración (Abbé Henri Stéphane 1907-1985)

TRATADO IX.2  Reflexiones sobre la oración

(Abbé Henri Stéphane 1907-1985 , Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo IX, La Oración)


 No es cuestión de hacer aquí un Tratado completo sobre un tema tan difícil; conviene solamente dar algunas sugestiones relativas:

1) al lugar de la oración en la vida espiritual;
2) a la manera de comprender este ejercicio.

Parece en primer lugar indispensable recordar su origen historico. Aunque no se puede atribuir  la oración mental bajo su forma actual a san Francisco de Sales, no remonta sin embargo más allá del siglo  XVIe: ni la Regla de San Bruno, ni la de San Benito hacen mención de ella.
Estos hechos que, a los ojos de algunos, podrían parecer banales, parecen al contrario de un alto significado y de una importancia capital; prueban que los hombres de la Edad Media tenían otra espiritualidad, hoy perdida, y que podían pasar de la oración. La necesidad de la oración, que los autores modernos recomiendan con insistencia, se deben a desgracias del tiempo, a la decadencia intelectual y espiritual salida del Renacimiento; es un mal menor destinado a compensar perfectamente las pérdidas de las que vamos a decir algunas palabras.

Esta decadencia puede llevarse a dos puntos principales:  
 
1) Desaparición del esoterismo occidental, con la supresión de la ' 0rden de los Templarios y de las Órdenes de caballería, que consuma la ruptura con el mundo oriental; pérdida progresiva de las tradiciones de oficio: el artesano y el constructor de catedrales encontraban en su arte una verdadera iniciación, y “temas de meditación” en el  curso mismo de su trabajo “litúrgico e y sagrado  lo que les eximía hacer media hora de meditación todas las mañanas, meditación que se apresura a continuación a olvidar  en el trabajo diario devenido  “ profano”

2) Según lo que precede, separación de la religión y de la vida realizada por el Renacimiento. La vida, los oficios, las artes habiéndose vueltos paganos, el hombre no encuentra ya en el simbolismo de las cosas, el alimento natural de su vida espiritual. La ciencia profana acentúa  la pérdida del simbolismo de la naturaleza y es necesario crear medios artificiales, de orden  psicológico, para regenerar imperfectamente una mentalidad espiritual que, no siendo ya I engendrada  por “la eficacia sacramental” del mundo exterior, tiende a devenir  puramente “interior”, imaginativa y psicológica, La pérdida del sentido espiritual de las cosas acabará en una reacción protestante  contra una religión de prácticas que se han convertido en puramente  “formales”, para no retener más que el culto “en espíritu y en verdad “preferible a un “ritualismo” déspiritualizado.

Es en el seno de esta decadencia que nace la oración concebida como “recuperación” de los “valores espirituales” que no proporciona más la contemplación del mundo exterior, ni el uso de los símbolos  tradicionales de los que se  ha perdido la significación. Aparece entonces como un ejercicio autónomo y metódico, orgánicamente  distinto de todos los otro, viviendo de su vida propia, ejercicio por cuál, después de habernos establecido  en una especie de “estado meditativo “2, introducimos en nuestra conciencia una idea santificante para considerarla con nuestra memoria, nuestro entendimiento  y nuestra imaginación. Esta “consideración” debe tener por fin “conmovernos” y” llevarnos a resoluciones, luego a actos conformes a la idea o a la virtud meditada. Es un instrumento de educación de la voluntad.
Como dijimos  más arriba, (es un ejercicio autónomo, distinto de todos los otros, viviendo de su vida propia. Ahora esto es muy grave, y marca  con nitidez la “separación” no solamente de   la religión y la vida, sino aún de la oración así concebida y de la vida litúrgica, como si la vida religiosa consistiera en actos de voluntad independientes de los ritos simbólicos que confieren  la gracia.

El primero escollo a evitar será pues separar  la oración mental  dela oración litúrgica, Estos son dos modos  complementarios de toda vida espiritual. Pero la oración litúrgica, que es la oración oficial de la Iglesia, Esposa sagrada y Cuerpo místico del Cristo,

2. Nosotros diríamos hoy: un estado de concentración
 
es evidentemente superior a la oración mental individual, y más agradable a Dios. La Iglesia, con sus ritos sacramentales y su Oficio divino, aparece así como la Fuente en la cual se alimenta el fiel; o, si se prefiere, ofrece a las almas, en vista de su santificación, un alimento   comida que se puede llevar  a dos fuentes esenciales, la Eucaristía, en torno a la cual se centra toda la liturgia sacrificatoria, y la Escritura Santa que sirve de base principal al' 0ficio divino o a la liturgia de la palabra.

El alma se alimenta pues en esta doble Fuente divina  participando en la liturgia, pero aún es preciso que asimila, que digiera este alimento: este será el papel de la oración mental. En esta perspectiva, sin embargo, en vez de considerarse como un ejercicio autónomo viviendo  su vida propia, o como un comercio íntimo y un coloquio del alma con Dios, la oración mental se pone de nuevo en su relación normal frente a la la oración ritual; elle impide a esta última degenerar en “ritualismo”, en gestos incomprendidos, infructuososl, vaciados de todo contenido espiritual, en rutina y en psitacismo. Pero, a su vez, la oración ritual evita a la oración mental degenerar en un puro ejercicio psicológico que puede acabar en  una rumia puramente interior en que la acción individual de los facultades mentales del sujeto corre el riesgo que obstaculizar la acción del Espíritu-Santo, que se ejerce normalmente por la vida sacramental de la Iglesia. En otros términos, la oración mental “aislada” está más o menos separada de la Fuente donde extrae su alimento; peligra entonces de “girar en el vacío” sobre ideas “desencarnadas porque privadas del “soporte” material que constituye el simbolismo sacramental, y puede también acabar en una mística desaliñada. Así pues, la oración litúrgica aparece a la vez como la fuente irreemplazable, la  “regulación” y el “soporte” material de la oración mental, al mismo tiempo que “decuplica” la acción individual del sujeto por su participación en la acción comunitaria  de la Iglesia.
Si se objeta que la oración y los ritos no son más que medios para llegar al fin de la vida espiritual, es decir, a la unión con Dios, y que la oración mental parece más directamente orientada hacia este fin, es necesario responder que el “medio próximo” de unión a Dios es la gracia que santifica, y que, si la oración mental consiste en el ejercicio de las facultades espirituales bajo la acción de la gracia, de las virtudes teologales y de los dones del Espíritu Santo, importa permanecer en relación con la Fuente de la gracia, y no hacer de la oración mental un ejercicio separado de la Fuente de la cual se alimenta. La oración mental misma no es más que un medio, que pone en juego las facultades humanas, y que, por lo tanto, no puede pretender igualar la acción de un rito: debe pues permanecer subordinada a este último 3.

En resumen, pondremos, en principio, que la oración mental debe permanecer subordinada a la oración litúrgica, en estrecha relación con ella, puesto que consiste en la “digestión” y la asimilación  interior del alimento espiritual proporcionado por la oración litúrgica.
Puesto  esto, vamos a poder ahora precisar en que consiste la oración; su naturaleza depende, en efecto, del lugar que ella ocupa en la vida espiritual, y, en particular, de la dependencia que le hemos  reconocido frente a la oración litúrgica. Pero antes, es importante retomar  la cuestión por la base y  de hacer algunas distinciones indispensables,
Se confunden a menudo “meditación” y “oración”; ahora bien, “méditar “sobre una virtud, hacer nacer “afecciones”, tomar “resoluciones”, o incluso meditar un misterio, una parábola, un versículo de evangelio, esto no es hablando propiamente “hacer oración “, aunque estos dos ejercicios se pueden compenetrarse en la práctica. El primero se orienta más bien hacia la acción y la educación de la voluntad, el segundo hacia la contemplación, bien que aquella depende de la plenitud  de ésta. La oración es pues superior a la meditación, que puede reducirse una simple lectura “refleja”; por eso encuentra en ciertas  obras la siguiente gradación: lectio, para dar ideas y un materia para  meditar; meditatio, para que estas ideas penetren en el alma; oratio et contemplatio. Ahora bien, “hacer oración”, no es hablando propiamente “meditar es “rezar”; la oración es un rezo mental, más interior que el rezo vocal a menudo amenazado por el psitacismo. La oración nace con motivo de la meditación, pero, en el fondo, le sucede ya que, en el curso del mismo

3. Allí habría, al profesar la opinión contraria, una tendencia al  “pelagianismo”
 
ejercicio, se pasa de una a la otra, sin que realmente se mezclen. Por ejemplo, meditar sobre el Prólogo de santo Jean puede poner en “estado de oración”; en eso la meditación favorece la oración misma que tiene por término la contemplación. Pero, repitámoslo, la oración es, como la palabra lo indica, un rezo: orare. Esto nos invita a retomar rápidamente la cuestión del rezo.

En el primer grado, el rezo  aparece como un “coloquio” del alma con Dios, concebido como “exterior” al alma y distinto del hombre. Son dos seres distintos puestos hasta cierto punto uno en frente del otro, y el hombre habla a Dios que lo escucha: él le dirige toda clase de demanda que “se ruega” a Dios conceder. Tengamos en cuenta sin embargo, como dice santa Teresa, que la simple recitación del Padrenuestro puede invitar a Dios a ponernos en la contemplación perfecta.

La oración mental se concibe como algo más interior constituye un grado de más en la vía de la interioridad, pero ella no esencialmente del rezo. Es siempre un coloquio, pero más íntimo, entre el alma y Dios siempre considerado como distinto del alma, pero “menos exterior”. Se toma aún más conciencia de la presencia de inmensidad de Dios en el alma, de la presencia de la gracia y el inhabitación trinitaria; no obstante este método de representación se basa en una vista antropomorfica del mismo género  clase que para el rezo ordinario: es un coloquio más profundo entre el alma y Dios.
No se puede ciertamente más que recurrir a metáforas y a antropomorfismos, pero existe métodos de expresión menos antropomórficos, que “ciernen” algo más cerca la verdad, Así  parece preferible considerar la oración, mental o no, no como un coloquio donde el alma y Dios parecen estar puestos  sobre el mismo plan, sino más bien como una apertura del alma a la gracia; es justamente lo que expresa la palabra orare (“abrir la boca”) y el versículo del Salmo: Os meum aperui et attraxi Spiritum 4; es también lo que expresa la palabra “adoración”: abrir la boca hacia… Dios. Este manera de considerar las cosas

4. Salmo 119,131: “Abrí mi boca y atraje el Espíritu” según el latín del Vulgate; el hebreo dice simplemente: “Abro mi boca y suspiro.”

pide entonces una actitud general de alma “orante”, más pasiva sin duda, pero que corre menos el riesgo de obstaculizar la acción del Espíritu por una palabrería insípida y pueril. Esto parece muy conforme al pensamiento de San Pablo: “No sabemos lo que debemos pedir, según nuestras necesidades, en nuestros rezos; pero el propio Espíritu reza para nosotros con gemidos inefables “(Rom. VIII, 26). La oración aparece pues como una apertura del alma a la acción del Espíritu que quiere orar en ella y allí realizar el misterio de la Vida trinitaria, lo que San Pablo llama un poco más lejos “los deseos del Espíritu”; aparece como una actitud del alma que se pone en estado de disponibilidad, de receptividad, de docilidad frente a la gracia y la acción santificadora de la Voluntad del Cielo, o también como una dilatación “del alma bajo la acción del Soplo divino, pudiendo ir hasta el excessus mentis, al éxtasis de la Contemplación perfecta. Pero el alma sólo puede, normalmente, abrirse a la Gracia si está colocada en la Fuente de ésta, Fuente que es de orden sacramental, como hemos dicho, y reponemos asíí la oración mental  en su relación normal con la oración litúrgica: ésta, Fuente de la Gracia que mana del lado abierto del Cristo por el intermedio de su Esposa Sagrada, la Iglesia, invade el alma “abierta” y dilatada que se hunde de alguna manera en esta “fuente de vida que brota”, para beber el “brebaje de inmortalidad “.

Así considerada, la oración aparece menos como un coloquio donde el alma y Dios están en el mismo plano, donde el alma ejerciendo sus facultades mentales, parecen jugar el papel principal y arriesgando obstruir la acción de Espíritu, que como una actitud, caracterizada por las palabras “apertura”, “receptividad”,  “disponibilidad”, etc., donde Dios juega el papel principal y donde el alma se borra  para dejar a Dios  realizar en ella el  Misterio de la Vie Trinitaria Misterio de Pobreza y de  Caridad, elMisterio del Amos, Don total, de la Perfecta Éxtasis de las Tres Personas en la Unidad de un mismo Espíritu. El papel de la voluntad es entonces menos producir actos de virtud especificados por su objeto, que de apartar los obstáculos a la acción divina y de realizar la transparencia del alma a la Luz Increada, por la separación de todas las cosas, el despojamiento de  sí, la “dimisión del yoi”, y el “revestimiento  del Cristo”, que es el único capaz de ofrecer al Padre un sacrificio de alabanza, es decir “el fruto de los labios que celebran su nombre”(Hebr. XIII, 15). 


Al principio de esta ascensión “mística el alma “se dilata” al ritmo del rezo vocal: rosario, letanías, recitación de los Salmos, etc. En el segundo grado, medita un único versículo, por ejemplo : Inmanus tuas, Domine, commendo spiritum meun 5, entrecruzando esta “rumia interior” de silencios “más o menos  prolongados, y armonizando, si se quiere, este ejercicio al ritmo  de la respiración corporal , símbolo del “respiración mística” que es el rezo. En el límite de esta ascensión, se establece en el Silencio de la Contemplación perfecta: devenida “lira” perfectamente dócil al Soplo Divina, ejecuta la perfecta Sinfonía del Silencio Eterno en la Pura Luz de la Contemplación y en la consumación del Amor.

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