TRATADO VII.4
Renacimiento y Resurrección
Renacimiento y Resurrección
(Abbé Henri Stéphane
1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo VII. La realización
espiritual)
¿Un occidental puede comprender las doctrinas orientales? En su totalidad, es imposible, en caso contrario no sería un occidental. De una manera general las interpreta más menos a través de su propia mentalidad, racionalista, moralista o jurídica y no consigue más que una caricatura del ” hinduismo” (este nombre por si solo es ya tendencioso y designa muy mal las doctrinas orientales, por eso conviene ponerlo entre comillas); es entonces fácil refutar tal caricatura en nombre de una filosofía sana , el tomismo por ejemplo.
Importa no obstante hacer algunas distinciones: parece que los orientalistas actuales, a fuerza de escrutar los textos, cometen menos errores que sus precursores, En particular parecen comprender mejor las concepciones hindúes relativas a la Divinidad, y se encuentra menos bajo sus plumas las acusaciones groseras de panteísmo, inmanentismo, etc., pues las doctrinas hindúes, la de Shankara por ejemplo, son una condenación formal del panteísmo bajo todas sus formas. Otros textos los hacen sin embargo dudar aún y, racionalistas incurables, ven aquí naturalmente contradicciones, mientras que se trata de “puntos de vista” diferentes de la Doctrina, de donde la ambigüedad de la palabra “hinduismo” que, en rigor, es una contrasentido: las doctrinas orientales no constituyen de ninguna manera un “sistema”, sino un conjunto de “puntos de vista “— aparentemente contradictorios para un espíritu racionalista — lo que es muy diferente.
Si ciertos orientalistas constatan actualmente un cierto acuerdo entre las concepciones orientales y las concepciones occidentales relativas a la Divinidad, hay, por el contrario, un aspecto de la Doctrina al cual parecen completamente rebeldes, a saber el de la Cosmología: la teoría de los ciclos, de las “vidas sucesivas” de la “transmigración”, etc., parece absolutamente incomprensible a los Occidentales que confunden invariablemente la teoría de los ciclos con el “eterno retorno” del Estoicos, lo que constituye pura y simplemente una contrasentido. Es preciso reconocer que tal teoría — que se expresa necesariamente en un lenguaje simbólico no tiene equivalente en Occidente, mientras que las concepciones relativas a la Divinidad encuentran un eco en autores como san Dionisio, san Agustín, etc. lo que les hace ya un poco familiares a los Occidentales. Por el contrario no hay nada de similar por lo que concierne a la teoría de los ciclos y no existe ninguna posibilidad de expresarlo en lenguaje occidental; es necesario entonces ser capaz de comprender directamente el simbolismo oriental que expresa esta teoría.
A esta teoría de los ciclos que no pueden comprender a falta de medios de expresión, los Occidentales oponen una concepción “lineal” y más o menos “progresista” del tempo y de la historia. ¿En qué descansa tal concepción? Que Dios haya intervenido en la historia desde Abraham y se hay encarnado en el tiempo no obliga de ninguna manera a adoptar un tal
concepción que no tiene nada de tradicional y que no es más que un invención del espíritu moderno, destinada seguramente a hacer fracasar la “dialéctica histórica” de los marxistas, colocándose sobre el mismo plano que ella; es quizá una artificio “apologético“ para uso de los “cristianos progresistas”, pero es perfectamente ilusorio hacer una máquina de guerra contra la teoría hindú de los ciclos, que nadie comprende. Se trata en efecto de una alguna cosa “Supra-racional”, que escapa completamente a nuestras categorías mentales, de la misma manera que “el fin de los tiempos” en la doctrina católica escapa completamente a nuestro entendimiento: el fin de los tiempos “, como el “fin de un ciclo”, no se sitúa en el tiempo (como en matemáticas el límite de una sucesión está fuera de la sucesión, y como una curva encuentra nunca su asíntota); es una suerte de “recapitulación “del tiempo, inseparable del “Juicio Final”.
En cualquier caso, si, para hacer prevalecer el cristianismo sobre el hinduismo “, se usa los argumentos de este tipo, se pierde su tiempo: En vez de excitarse sobre las declaraciones líricas (sentido de la historia, revalorización del tiempo, personalismo, irrupción de lo divino en el tiempo, etc.) que los teólogos modernos repiten unos detrás de otros, y que no tienen nada de tradicional, se haría mejor quizá en hacer uso de argumentos de la clase: lejos
de ser incompatible con la teoría de los ciclos, el cristianismo, enfocado desde este punto de vista, aparece esencialmente como el “medio de salvación“ por excelencia, de destinado precisamente a hacer escapar al ser humano a las ”vidas sucesivas”, a las “series de
muertes y de renacimientos “a través de los distintos “ciclos de existencia“, y eso simplemente en virtud del dogma del Resurrección de la carne y la Vida eterna. Es por otra parte por esta razón que la doctrina católica no tiene que tomar en consideración la teoría hindú de los ciclos, y es quizá por esto que providencialmente los Occidentales no la comprendan nada. Es también por esta razón que, exceptuados los primeros versículos del Génesis, el cristianismo no comporta prácticamente ninguna cosmología; se desinteresa efectivamente del “ciclo de renacimientos “, porque el dogma de la Resurrección y del vitam venturi saeculi 11 es suficiente en su perspectiva, lo mismo que no se interesa directamente por la suerte “póstuma” de los animales. Todo lo más se encuentra a lo sumo en San Pablo la distinción de dos “ciclos “: el eón de este mundo y el eón futuro. La “vida del siglo a venir“ no es un “renacimiento “a un ciclo cualquiera, sino una “Resurrección de los muertos “, lo que es muy diferente, y ella comprende, como contrapartida inevitable, la condenación eterna y el infierno. Añadiremos aún una observación digna de interés: si los Hindúes queman sus muertes, es porque se supone que “renacen“ a otro estado de existencia, no humano, mientras que ellos entierran sus santos, porque se supone que escapan a los “ ciclos de los renacimientos “, lo que corresponde en nosotros a la Resurrección.
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