LA RUEDA DE LA TRANSFORMACIÓN
Karlfrief Graf Dürckheim
Solo podrá acreditar la esencia en su vida terrenal quien
acepte la oscuridad que hay dentro y alrededor suyo, y por tanto no rehúya la
amenaza siempre existente. Más esto lo consigue únicamente quien, obediente a
la ley de la vida que no consiente el paro, pone en juego una y otra vez la
posición conseguida en el mundo. Así ha
de estar también dispuesto a probar si la forma, que transitoriamente
corresponde a su esencia, está en condiciones de resistir nuevos encuentros con
el mundo amenazador. No se trata sólo de
vencer al Yo elemental que aletea en nosotros ni tampoco de superar la forma
que, al corresponder a las exigencias de rendimiento y de postura del mundo,
deforma la propia esencia, sino que, por encima de todo ello, lanzarse siempre
de nuevo en busca de la disposición que surgió del contacto con la esencia
ascendente. Instintivamente, el hombre, cuando ha descubierto el núcleo de su
esencia, construye un templo a su alrededor.
Pero también este templo tiene que ser destruido una y otra vez para que
lo santo que en él se guarda pueda brillar en nueva vida.
Lo que se halla más allá de los contrastes del Ser existente
en nuestra esencia no puede florecer en esta vida si uno se establece en una
de sus formas y no quiere reconocer los contrastes de este mundo. El hombre sólo puede crecer de su propia
esencia si también admite el acercamiento de lo que le disgusta. Ha de enfrentarse con las fuerzas mundanas
sin reservas, aceptándolas como son, sin rehuir la oscuridad y no deteniéndose
tampoco ante la luz. Sólo en el
encuentro libre y abierto, sólo en el continuo avanzar y, si es necesario, en
la renuncia a lo felizmente conseguido, se forma y endurece la piel que
precisamos para salir airosos en el mundo, así como se forman también el cincel
y la espada que hacen falta para conseguir un orden nuevo y más válido.
En contraste a la coraza del pequeño Yo y de la
personalidad, que es dura e impermeable, está nuestra "piel de vida",
correspondiente a la esencia y adaptada al mismo tiempo al mundo, transparente
para la siempre nueva penetración del Yo y para la esencia surgente, formando
por ello el vaso en el que el hombre puede aumentar sin cesar su poder, su
riqueza espiritual, su forma y su fuerza de unión con el Ser. Mas esta piel sólo sigue creciendo cuando, en
la disposición pensativa y activa, se busca una y otra vez la forma en la que,
en los grandes momentos de la liberación del Yo y en la fusión con el fondo, la
esencia se ha encontrado con el Ser.
Grande es entonces la tentación de mantenerse apartado en sublime
silencio, pero quien esto intente, retrocederá. El hombre "despertado" a la esencia
cumple su servicio al Ser según el modo en que, luchando, formando y amando,
revela en medio del mundo "ese Algo que hace falta'.
La fuerza luminosa y formativa que procede de la esencia
nunca se mantiene viva y fecunda en el bello armario que la protege
cuidadosamente del mundo, sino únicamente en una defensa que reluce gracias a
su transparencia, con la que el hombre no resiste el mundo sólo por su fuerza
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