miércoles, 18 de enero de 2017

De la infancia espiritual (Abbé Henri Stéphane 1907-1985)

TRATADO VII.5 

De la infancia espiritual

(Abbé Henri Stéphane 1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo VII. La realización espiritual)


El simbolismo de la infancia (cf. Mateo XVIII, 2-6, 1 0) es uno de los más sugestivos para transmitir la esencia del mensaje evangélico, y para designar un estado espiritual muy elevado, pero que no es aún más que una etapa en la Vía que conduce a la Unión a Dios. La infancia espiritual, que no tiene obviamente nada que ver con el infantilismo de ciertos adultos o con la chochez de ciertos ancianos, no debe tampoco confundirse con una actitud psicológica característica de la infancia: simplicidad, abandono, confianza, amor, etc. Estos Estados del  alma” no son aún mismos más que de los símbolos de la infancia espiritual” propiamente dicha , y es importante no confundir lo psíquico y lo espiritual.

La infancia espiritual se parece obviamente a la “pobreza de espíritu “, simbolizada ella misma por “una puerta estrecha“ y “el agujero de la aguja que es más fácil de atravesar a un camello que a un rico de entrar en la Cielo (Mateo XIX 23-26). Si se dice: “Quien no reciba el Reino de Dios  como un niño pequeño, no entrará” (Lucas XVIII ,17), se dice igualmente: “El Reino del Cielo no es para ninguno si no está en perfecta muerte (Maestro Eckhart), es decir a quién renunció a todo, al mundo y a sí mismo, conforme a muchas prescripciones evangélicas.

Pero todo esto, repitámoslo, no se limita a una simple actitud psicológica, y, a este respecto, el simbolismo de la infancia permite comprender mejor de lo que se trata. Evidentemente nuestra consciencia actual ejerciéndose al nivel de lo corporal y de lo psíquico, no nos es posible imaginar un estado espiritual de orden superior, y si se quiere hablar se está obligado a usar
un lenguaje humano o símbolos prestados de nuestro mundo lo que explica nuestra tendencia a bajar lo espiritual  al nivel de lo psíquico y a ser incapaces de superar los límites de lo humano. Ahora bien estamos invitados a esta superación por las palabras del Cristo: Cuidaos de despreciar ningún de estos pequeños, ya que le digo que sus ángeles en el cielo ven su
cesa la Cara de mi Padre que está en los Cielos(Mateo XVIII, 10).

Antes de comentar estas palabras de un alcance y de una profundidad que superan al mismo el estado de infancia espiritual”, comencemos por caracterizar éste, en la medida de lo posible  , y por situarlo al nivel “ontológico” que se le conviene. El estado en cuestión se designado en sánscrito por la palabra bâlya que designa literalmente un estado comparable al de un niño (bâla): Es un estadio  deno expansión”, si se puede hablar así, dónde los todas las potencias de ser están por así decir concentradas en un punto, realizando por su unificación una simplicidad indiferenciada, aparentemente similar a la potencialidad embrionaria 12. Es también, en un sentido un poco diferente, pero que completa  el precedente (pues hay allí a la vez reabsorción y plenitud), el retorno al ”estado primordial” Este retorno es efectivamente una etapa necesaria en la Vía que lleva a la Unión (a Dios), pues es solamente a partir de este ”estado primordial” que es posible franquear los límites de la individualidad humana para elevarse a los  Estados superiores 13.

Se  trata pues del ”estado edénico” de Adán, antes de la caída. Es un ”estado de infancia, ya que es aún más que potencial o virtual  y deben ser ”actualizado por el segundo Adán, el Cristo. A este respecto, es comparable al estado virginal” de la Teotokos, cuyas virtualidades  deben ser actualizadas por el descenso del logos o del Espíritu Santo.

En cuanto a  los Estados superiores” mencionados más arriba, son evidentemente los Estados angélicas” a los cuales se accede a  partir del estado de infancia espiritual o delestado edénico que aparece entonces, así como hemos dicho, como una etapa en la Vía que lleva la Unión mística. Así se precisan, en la medida de lo posible, los pasajes evangélicos ya citados: Luc XVIII, 17 y Mateo XVIII, 1 0. A propósito de este último, importa tener en cuenta expresamente que no son los propios niños, sino sus ángeles en el Cielo, quienes ven sin cesar la Cara del Padre. El estado de infancia es pues bien la etapa intermedia indispensable para llegar a continuación al “cara a cara. A este respecto, una aproximación con 1 Cor. XIII, 11 - 12 nos parecen susceptible de confirmar lo que precede, aunque de otra manera: ” Cuando era niño, hablaba como un niño, pensaba como un niño, razonaba como un niño; cuando me he vuelto hombre, yo he dejado allí lo que era del niño. Ahora vemos en un espejo, de una manera oscura, pero entonces veremos  cara a cara; hoy conozco en parte, pero entonces conoceré como soy conocido.”

12. Cf: igualmente la parábola del grano de mostaza (de Mate. XIII, 31).
13. R. GUENON, el Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XXIV (p. 240
de la 2ª edición).

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