3/8/97. EL PRESENTE ARTÍCULO SE PUBLICÓ EN
MARZO DE 1930 EN "LA TORRE". SU TEMÁTICA NOS REΜΙΤΕ A LOS PRIMEROS
DESARROLLOS DE "REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO".
Julius Evola:
"JERARQUÍA TRADICIONAL Y HUMANISMO MODERNO"
Para comprender el
espíritu "tradicional" y lo que el mundo moderno ha construido para
negarlo es preciso hacer referencia a una enseñanza fundamental, la de las dos
naturalezas. De la misma forma que hay un orden físico y un orden metafísico,
existe la naturaleza mortal y la de los inmortales, la razón superior del
"ser" y la inferior del "devenir". En todas partes donde hubo
"tradición" verdadera, sea en Oriente o en Occidente, bajo una forma
u otra, esta enseñanza existió siempre. No es sólo la oposición de dos
conceptos; es la de dos experiencias, la de dos modalidades del ser. Lo que hoy
es difícil comprender es que por "realidad" se conozca algo que vaya
más allá de estas ideas. En nuestros días, realidad y mundo de los cuerpos no
son más que una sola cosa.
Lo que es "físico",
opuesto a lo metafísico, lo que deviene y es mortal, opuesto a lo que es
estable e incorruptible, no comprendía tradicionalmente este mundo, sino, más
generalmente, todo lo que es "humano". Como el cuerpo y los sentidos
-generadores de la imagen material del mundo- las diferentes facultades
mentales, sentimentales y volitivas del hombre eran consideradas como partes
integrantes de la "naturaleza" y, como ella, privadas de ser en sí,
sujetas al nacimiento y a la muerte, a un destino de corta duración y de
mutación. Pertenecían a lo "otro" en relación a la espiritualidad
verdadera, al estado "metafísico' del ser y de la conciencia. Por
definición, el orden de "lo que es" no tenía nunca ningún contacto
con los estados y las condiciones humanas.
Por otra parte, "ser" y
"devenir" no tenían el valor, como hoy, de conceptos pensados, es
decir, exteriorizados, sino de significados íntimos de la conciencia. Así, nos
encontramos en la tradición hindú con que el SAMSARA, que domina la vida contingente
y la maneja, denuncia por su raíz un aspecto de deseo, de fiebre, de
unificación irracional. El Helenismo, así mismo, personificó a la naturaleza
inferior por una "privación" eterna que aspiraba a una plenitud que
no poseía. Plotino habla de la naturaleza de lo que fluye y discurre
indefinidamente, no poseyendo en sí la vida ni el bien, a la búsqueda de otra
cosa, portadora de una debilidad que prohíbe la posesión y la realización
perfectas. En estas tradiciones, la "materia" y el
"devenir" eran identificadas con el principio del caos, del desorden
y de la necesidad, con lo que es impotente para realizar su propia ley y poseer
su propia forma en la naturaleza: ADHARMA y APEIRON. En cuanto al devenir
exterior, no era considerado más que como una alegoría, cuyo sentido dependía
de esta condición interior.
Por el contrario, pertenecerse, no fluir más, tener y dominar en si el principio de su propia vida -ya no más
disipado y caduco, ni errante
aquí y allí a la búsqueda de lo que podría complementarlo, ni roto por la
necesidad y el deseo irracional de lo exterior y de lo diverso-, todo esto
bosquejaba el estado del "Ser", el mundo de lo que, en la conciencia,
ya no es físico, ni fluye
en la contingencia temporal. Y los dioses y los símbolos uránicos eran las
representaciones de estos estados de conciencia liberada y reintegrada.
Tales son las "dos naturalezas":
fue concebido un nacimiento según una y según la otra, el paso de un nacimiento
al otro fue igualmente enseñado: "UN HOMBRE ES UN DIOS MORTAL, Y UN DIOS
ES UN HOMBRE INMORTAL", o también: "UNO ES
EL TRONCO DE LOS DIOSES Y
OTRO EL DE LOS HOMBRES, Y AMBOS VIENEN DE LA MISMA MADRE.
El mundo premoderno conoció
estos dos grandes polos de ser y las vías de realización que conducían de uno a
otro. Por encima de este mundo, conoció el "supramundo", el
HIPERCOSMΟS; uno "caída", el otro liberación. Conoció que la realidad
material, tangible, es inicialmente correlación de un estado de necesidad, de
embriaguez, de sed del espíritu, y en sus estructuras reconoció una
aproximación simbólica de la realidad verdadera y espiritual. Conoció que nadie
posee tan perfectamente la vida como aquel que rechaza la vida, alterada por el
deseo y el instinto, y teje la no-vida. Conoció la acción del tránsito: la
ACCION y la CONTEMPLACION; y el gran apoyo: la TRADICION y la LEY.
En el mundo premoderno, la
iniciación tenía el valor de tránsito de una condición a otra, a título de
acontecimiento excepcional. Implicaba una transformación esencial, efectiva,
positiva, podríamos casi decir orgánica, de una manera de ser a otra. A través
de la iniciación algunos hombres escapaban a una naturaleza y conquistaban la
otra, cesando así de ser hombres. Su acceso a la otra condición de existencia
constituía, en el orden de esta última, inmaterial pero no por ello irreal, un
acontecimiento rigurosamente equivalente al engendramiento y al nacimiento
físico. Re-nacían pues, eran re-generados. Habiendo encontrado "el
recuerdo" y extinguido la sed, finalmente libres, adquirían otra
conciencia, pertenecían interiormente a otro mundo y participaban de la
"naturaleza intelectual sin sueño'.
En
este "renacimiento" no había nada de "místico' en el sentido
moderno, ni "moral" o "religioso": no se
trataba de una teoría, sino de una realidad, de un hecho, incomprensible para
aquel que no hubiera sufrido la misma experiencia. Su naturaleza no se revela
ciertamente en las larvas "espiritualistas" de hoy, sino a través de
lo que se ha conservado en las formas premodernas de cultura superior en los
pueblos primitivos: "EN ELLOS -escribe Macchioro- LA PALINGENESIA NO ES
UNA ALEGORÍA, SINO UNA REALIDAD, Y ES
TAN REAL QUE FRECUENTEMENTE ES TENIDA POR UN HECHO FÍSICO Y MATERIAL. EL
"MISTERIO" NO TIENE COMO FIN ENSEÑAR, SINO RENOVAR AL INDIVIDUO.
NINGUNA RAZON JUSTIFICA O IMPONE ESTA RENΟVACION: LA PALINGENESIA ES NECESARIA,
ESO ES TODO. ES NECESARIA PARA QUE EL HOMBRE PASE DE LA ADOLESCENCIA A LA
VIRILIDAD, DICE EL NEGRO; PARA QUE EL HOMBRE PASE DE LA IMPUREZA A LA PUREZA,
DICE EL GRIEGO". Y cuando las condiciones necesarias están reunidas para
la iniciación, el renacimiento se efectúa independientemente del "mérito'
o de cualquier otro factor de carácter humano. Pues, según Plotino, "su
esfuerzo tiende no a disgregarse sino a ser Dios". El sentido es la
destrucción interior del estado humano y la realización de otro estado de
conciencia, que no es ya caduco ni
está sujeto a la necesidad, ni ligado al destino de los cuerpos, es decir, el
estado inmortal.
Si la iniciación realizaba el renacimiento, la Acción y la
Contemplación eran los medios más inmediatos para aproximarse a ella. El mundo
antiguo veneró al Héroe y al Asceta, dos seres sagrados que no eran ya hombres,
sino expresiones de una realidad y no de una alegoría. Del "vivir"
habían pasado al "más que vivir" (TAPAS, palabra que traduce tanto el
ardor de la ascesis y de la renuncia como el de un estado heroico); habían
destruido en ellos el lazo de los intereses temporales y particulares y
alcanzado una vida más alta; así (y sobre todo en las dos funciones de la
Realeza y el Sacerdocio) representaban las dos llaves tradicionales del
supramundo, las dos puertas solares y
lunares, occidentales y orientales, del "reino de los
cielos", es decir, de los estados trascendentes y no-humanos de la personalidad.
En fin, para quien no podía alumbrar en sí el
fuego sagrado ni alcanzar la realización, pero que, sin embargo, sentía esta
necesidad, incluso de manera confusa, se le daba una señal más allá del simple
hecho individual: la Tradición (en el sentido estricto) y la Ley. La profunda y real obediencia a los principios
tradicionales durante toda una vida, incluso sin un reconocimiento consciente
para justificarla, permitía a esta vida adquirir virtualmente,
"ritualmente", un sentido superior: a través de la obediencia, una
fuerza objetiva conseguía formarla y disponerla para el estado sobrenatural,
que, en un pequeño número, existía bajo la forma de luz y realización.
Es en estos términos que el
mundo tradicional era jerárquico: en un sentido SAGRADO, sobre las bases de la
realidad metafísica tomada como principio, como centro y fin de la existencia, como estado supremo del
ser, como estado de verdad.
Allí donde existía la
ordenanza temporal establecida sobre este esquema, a través de los grados de
luz, se formó espontáneamente un tránsito entre lo humano y lo no-humano, una
visión SIMBOLICA de las cosas, de las naturalezas y de los acontecimientos, que
dio nacimiento a las ciencias tradicionales "superadas" y donde el
demonismo elemental de la naturaleza inferior era detenido por formas de
liberación y de luz.
La ruptura de la relación
entre los dos mundos, la concentración de cada posibilidad en una sola, la del
hombre; la sustitución en el supra-mundo de los fantasmas efímeros y las falsificaciones pasajeras acompañadas de
conflictos y exhalaciones de la naturaleza mortal, tal es el sentido del mundo moderno.
HUMANISMO es la consigna de
la anti-tradición. El mundo moderno no conoce más que el HOMBRE: en el hombre
comienza y termina todo; sobre el hombre reposan los cielos y los infiernos, las glorificaciones y las maldiciones que son conocidas desde hace
cientos de años. El límite es ESTE mundo, lo OTRO del mundo verdadero, con sus
potencias demoniacas, con sus criaturas sedientas y enfebrecidas. Desde que se produjo la
fractura, un proceso rápido ha separado y arrojado la parte que, ahora, ya no pertenece
a la interioridad viviente.
El individualismo moderno
es el primer rostro del humanismo: individualismo como centro ilusorio fuera
del centro, como CONSTRUCCIDN de las facultades humanas que se fabrican y
ofrecen apariencias sin consistencia desde que están fuera de este centro falso
y frágil.
De donde deriva un
IRREALISMO y una INORGANICIDAD fundamentales en todo lo que es moderno: tanto en el
interior como en el exterior, ya nada más es vida, todo, todo es TÉCNICA, es
decir, construcción descansada sobre facultades individuales; el QUERER y el "yo" han sustituido al SER
EXTINGUIDO, siniestras construcciones de un cuerpo en todos los terrenos
muerto.
La
primera cosa que se debía fatalmente perder con el humanismo era la Tradición
de la iniciación, y la contaminación religiosa iba a convertirse en universal. El
conocimiento de las dos naturalezas implicaba la de un doble destino: muerte
verdadera y efectiva para todos
aquellos cuyo centro se fija en la región inferior del devenir e inmortalidad
condicionada (condicionada por la iniciación) para los demás. Ya con el Orfismo,
pero sobre todo con el Cristianismo, asistimos a la "vulgarización"
de la verdad propia a los iniciados y válida solo para ellos:
es el nacimiento de la extraña idea de la "inmortalidad del alma"
hecha extensible a no importa qué alma sin condiciones. Luego, y hasta nuestros días, la ilusión ha continuado: el alma de
un mortal es inmortal, la inmortalidad es una certidumbre y no una problemática posibilidad entre tantas otras. Una
vez establecido este equivoco, alterada la verdad en este sentido, en beneficio
de lo humano,
la
iniciación ya no aparecía como
necesaria: su valor de operación REAL y efectiva no podía ser ya comprendida.
El alma mortal parece ser ya inmortal, el OTRO estado debía necesariamente
identificarse con ESTE estado, así que de los dos mundos no quedaba más que
uno, el mundo inferior, cuyas prolongaciones más o menos hipotéticas no eran
concebidas más que en función de este último. Ya no hubo ninguna posibilidad
verdaderamente trascendente. Y cada vez que se continuó hablando de
renacimiento, todo se agotó en un episodio de la vida mortal, no podía ser de
otra forma: se tuvo el sentimiento, el significado moral, la aspiración
religiosa o "mística". Las relaciones de REALIDAD estaban separadas
de lo que no es físico, la espiritualidad se convirtió en IRREALIDAD: fe,
creencia, sentimiento, moralidad, imaginación y especulación. Dios y dioses,
esencias metafísicas, realidades intelectuales, tomaron la forma de mitos, como
signos de experiencias posibles, como símbolos de otras condiciones de
existencia, de partes profundas del ser integral del hombre; se cesa de SABER.
Se convirtieron en hipótesis de objetos dogmáticos, "exigencias" del
pensamiento o del sentimiento. Más tarde, la autotítulada "critica"
debía incluso dar a estos residuos larvarios el golpe de gracia y celebrar en
el humanismo, al fin consciente de su poder teogónico y cosmogónico, la verdad
cadavérica de un mundo de cadáveres.
El
espíritu irrealizado, la conciencia perdida del supra-mundo, la visión material
del mundo, no podía imponerse más que como omnicomprensiva y exclusiva. De la
CIENCIA no se transmitió más que la concebida en relación a la materia y en el
dominio de la CONSTRUCCION: ya no era la síntesis de una VISIÓN, de una
intuición intelectual de la realidad suprasensible, sino el esfuerzo de
facultades puramente humanas para unificar del exterior, "inductivamente",
la contingencia de las cosas particulares sujetas al devenir y descompuestas en
sus elementos, para llegar a hipótesis, leyes abstractas, principios de
uniformidad y constantes, formas sólo pensadas que no correspondían a ninguna
experiencia, que no tenían ningún significado y que no provocaban ninguna
liberación interior. Este conocimiento de cosas muertas crea el arte siniestro
de descomponerlas y moverlas en entidades artificiales, automáticas,
demoníacas: es el advenimiento de la máquina, centro y apoteosis del mundo
"humano". Como el iniciado, los dos otros grados sucesivos de la
jerarquía tradicional -el Asceta y el Héroe- no podían más que ser contaminados
por el mismo proceso de degradación. Hoy, el Asceta es el representante de un
"valor" virtualmente "superado": uno de los focos de
infección humanista -la mentalidad protestante- no ha esperado hasta hoy para
hacer estallar su desprecio por las tradiciones y las civilizaciones que
proclamaban la grandeza y la preeminencia del ascetismo. En cuanto al heroísmo,
que no haya equívoco: el heroísmo es falso, vano y estéril cuando es a la
medida del hombre y del individuo; el heroísmo no es verdadero y sagrado más
que cuando se justifica por un orden y un fin superiores. El heroísmo, como la
Ascesis, sí no es vivido como un ACTO SACRIFICIAL, como una vía que, según la
Acción, como la Ascesis para la Contemplación, tienda a reconducir el centro
del ser a la realidad metafísica, es profano y no tiene nada de sagrado; no
tiene nada en común con lo que se ha exaltado tradicionalmente; es una
"construcción" que empieza y termina con el hombre y que no tiene
otro sentido, pues, que el impuro y contingente de la SENSACION y del
sentimiento. Así, en el héroe moderno -deportista, patriota, romántico,
"civilizado", etc.¿no se celebra la profanación y la muerte del
antiguo Héroe? Es un sacrificio del cual el hombre se convierte incestuosamente
en presa y depredador, o en ello le convierten las fuerzas de un demonismo
colectivo, que le integra, potencialmente, en el mundo de las máquinas. En fin,
sin hablar más del Asceta, descendiendo al tipo de "Hombre
religioso", ¿qué hay en él que vaya simplemente más allá de lo
estrictamente humano? La religión, desde hace siglos, es un hecho individual, una "construcción"
de los histerismos, esperanzas, temores, consolaciones, etc., de la
subjetividad, una bruma impura, más allá de la cual, inaccesible, intocable y
-de qué manera ignorada- se encuentra la realidad luminosa, potente, no humana,
del supramundo.
Por el
contrario, estas amalgamas comienzan a aliarse con fuerzas sub-humanas. Nos
referimos aquí a lo que dijimos anteriormente sobre la regresión del poder en
Occidente, de una a otra de las cuatro castas, y a la resurrección de las
energías oscuras y temibles de lo bajo, en los cuerpos colectivos galvanizados
por las pasiones políticas y nacionales. En esta descomposición universal ¿cuál
podía ser pues el último soporte de la Tradición? La profunda obediencia a la
ley tradicional del sumiso y de aquel que no sabe tenía un sentido y una
eficacia suprasensibles cuando se elevaba jerárquicamente hasta los que sabían
y ERAN, hasta los que testimoniaban y mantenían viviente la verdad y la
espiritualidad, de la cual la ley tradicional era el cuerpo y la adaptación.
Pero, cuando tales seres terminan por faltar, ¿qué puede derivar del
reconocimiento de la tradición? El sacrificio es vano, la obediencia estéril;
el resultado es una petrificación; no es ni una participación ritual, ni una
elevación. El mundo moderno debía así fatalmente encaminarse hacia la
destrucción de toda tradición, incluso sobre el plano social, moral y
religioso, y ensombrecer en la anarquía de lo individual.
Es el momento de la
construcción científica que busca, por un proceso del exterior al interior,
recomponer la multiplicidad de los fenómenos particulares, súbitamente privada
de su unidad interior y verdadera, que sólo la realidad metafísica es
susceptible de dar. Los modernos han buscado reemplazar la unidad dada por las
tradiciones espirituales vivientes por una unidad exterior, violenta,
insignificante, donde los individuos son oprimidos y no disponen entre ellos de
ninguna relación 0RGANICA. El significado del SOCIALISMO occidental en su
acepción más amplía es un intento de organización puramente humana y laica
donde los hombres no pertenecen a una unidad espiritual y no están relacionados
y ligados más que por las condiciones de existencia material y por los
diferentes factores sentimentales, pasionales, politices, etc. que se derivan.
Organización, en consecuencia, verdaderamente demoníaca y arhimánica, amalgama
más que organización, donde toda ley de orden está desprovista de razón y
estabilidad, pues, ¿qué puede haber fuera y en ausencia del principio superior
y anterior al individuo y a las construcciones individuales?
Por el contrario, fuerzas
sub-humanas comienzan a animar estas amalgamas (ver supra) y esto nos aclara
algo sobre los fines últimos del mundo moderno. La aceleración inherente a todo
lo que cae hace que la fase ilusoria del humanismo y del individualismo
anárquico esté ampliamente superada; desemboca en el triunfo del principio
irracional y salvaje de la vida y en su celebración y divinización. Es esto lo
que puede llamarse el SATANISMO del mundo moderno: la TRAICIÓN DE LOS CLÉRIGOS,
anunciada por Benda (1), muestra aquí su verdadera extensión.
Los que en otro tiempo, por
su adhesión a formas desinteresadas de actividad, servían de freno y antídoto
al realismo de las masas, ofreciendo a la vida temporal estos principios que no
podía poseer en sí misma, para trasladarla sobre un plano trascendente, son
precisamente hoy, estos clérigos, quienes celebrando el realismo lo adornan de
una aureola mística, moral y religiosa.
Llegamos
así a la religión de la "vida", del "devenir", de lo
irracional, a la glorificación de la civilización "fáustica" y
"activista", al relativismo, al pragmatismo, al intuicionismo, al
actualismo y así sucesivamente. El desorden absoluto de los puntos de vista es
evidente. El centro está ocupado por el principio del mundo inferior desviado
por la sed, maldito por una eterna insuficiencia y una eterna impotencia para
una realización, no cesando de fluir en su avidez de lo "diverso" que, en el mundo
tradicional -tanto en Grecia como en Oriente- era considerado como la potencia
enemiga que era preciso barrer y subyugar mediante una soberbia dominación y
una liberación iluminada del alma, tarea que incumbía a aquel que aspiraba a la
existencia superior preconizada por los misterios, los mitos heroicos, la
sabiduría de los Ascetas y de los Yoguis. Antiguamente, las posibilidades
humanas que se orientaban hacia la liberación o que, al menos, reconocían su
eminente dignidad, cambiando de polaridad bruscamente, han pasado, en el mundo
moderno, al servicio de las potencias del devenir, pues diciendo SI, ayudando,
acelerando y exasperando el ritmo frenético, les conferían la medida de lo
real, de lo verdadero, lo válido, de lo que no solo es, sino que debe ser.
Así, las diferentes
ideologías, las nuevas "religiones" a las cuales hemos hecho alusión
anteriormente, se han convertido, en la cultura contemporánea, en porta-estandartes de un
período último y resolutivo. Desvanecidas en lo lejano como las cimas de las
altas montañas están las claridades desencarnadas y estelares del mundo de lo
Alto. Las pálidas brumas cubren las llanuras; los espejismos del irrealismo
humano, con sus espectros intelectuales, sus fuegos impuros, sus desagradables
conglomerados de sustancias orgánicas, vacilan como un preludio de sueño en una
fase definitiva, donde serán las potencias demoníacas del mundo inferior las
primeras en brotar desnudas, sin freno, sin matices, entrañando en su estela el
final de este mundo de máquinas y de seres ebrios y apagados que, en su locura,
les han facilitado la substancia de su reencarnación. Hoy podemos decir
realmente que vivimos en un período de transición, preludio de la última fase:
punto de unión entre la época luciferina (2) (pues puede darse este nombre a la
época donde causo estragos el mito del "hombre" y del poder absoluto
de la construcciόn humana) y una época DEMONÍACA. "Tierras inmóviles",
"tierras elevadas" selladas de silencio e intangibilidad, surgen de
este mundo que vacila en su &rbita, que tiende a despreciarse y a
desprenderse definitivamente en los espacios donde no hay otra luz que el
siniestro resplandor producido por la incandescencia de su caída.
NOTAS DEL TRADUCTOR:
1. Cf la nota de René GUÉNON, en Autorité spirituelle et puovoir temporel, Paris,
1930 (nueva ediciόn 1964, p. 31, nota 2): "No es que sea lícito extender
el significado de la palabra "clero" como hace Julien Benda en su
libro "La traición de los clérigos", pues esta expresión implica el
desconocimiento de una distinción fundamental, la misma que existe entre
conocimiento sagrado y conocimiento profano; la espiritualidad y la
intelectualidad no tienen ciertamente el mismo sentido para Benda que para
nosotros, y eso es entrar en un terreno que califica de espiritual muchas cosas
que para nosotros son de orden puramente temporal y humano, lo que no debe, por
otra parte, impedirnos reconocer que hay muchos
aspectos positivos en su libro'.
2. Cf. nota de René Guénon, op. cit., pag. 46:
"...(el) "luciferismo", (...) no debe ser confundido con el
"satanismo', aunque exista sin duda cierta conexión entre uno y otro (...)
el "luciferismo" es el rechazo al reconocimiento de una autoridad
superior; el "satanismo" es la inversión de las relaciones normales
de orden jerárquico; y éste es frecuentemente una consecuencia de aquel, del
mismo modo que Lucifer se convirtió en Satán tras su caída".
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