TRATADO XI.2 De la Verdad
(Abbé Henri Stéphane
1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo XI, Epistemología)
La Verdad, es Dios mismo. Sólo Él puede comunicarla. Pretender
alcanzarla por medio de las facultades humanas es una Ilusión pura y simple. La
verdad filosófica o la verdad científica no son más que un abuso de
lenguaje, un producto del cerebro humano que corre peligro de complacerse y de encerrarse
allí, y frente a las cuales la ignorancia del analfabeto es muy preferible, a
menos que el filósofo o el sabio reconociendo su impotencia se inclina delante
de la Verdad divino, o lo que hace las veces de eso: la Revelación.
Desde un punto de vista espiritual, la " cultura
profana ", de la que la humanidad está
tan orgullosa, es más bien un obstáculo que un socorro. El hombre debe, no
"cultivarse", sino prepararse para recibir la Verdad por el ayuno y la oración 1. Su alma no puede recibir la Verdad más que si es '
virgen ", a ejemplo de María que recibe el Verbo divino en su seno. Este
"ayuno" del espíritu, esta virginidad de lo mental la hace apta para
" ver a Dios ": "Bienaventurados los pobres de espíritu, Bienaventurados
los corazones puros " (Mateo V, 1-8; XI, 25-27 y Juan I, 16-18). La
oración vuelve al alma conforme a María, su modelo virginal, y la recitación de
Ave María la inclina a recibir la
visita del Verbo.
Dios se comunica al hombre exteriormente e interiormente.
Exteriormente por la Revelación, la Escritura Santa y el Pan de la Verdad,
interiormente por la Gracia, la Eucaristía y el Pan de la Vida. Las virtudes teologales
que acompañan la Gracia operan la purificación de las facultades psíquicas: la Fe
es el ayuno de la inteligencia, la Esperanza es el ayuno de la memoria, la
Caridad es el ayuno de la voluntad; el alma no cree más que en Dios, no se
acuerda más que de Dios, no ama más que a Dios.
La Verdad no tiene otro criterio que ella misma . Probar la
verdad por argumentos necesariamente de orden inferior, racional o sentimental,
acaba en el fracaso o riesgo de desfigurar la Verdad. El alma virginal reconoce
simplemente la Verdad: es el espejo donde Dios se reconoce, y Dios es el Espejo
donde el alma "se " 2 reconoce. Pues
la Esencia divina es incognoscible : " si tu saboreas esto, a saber que el
ser que contempla no ve jamás ve la Esencia misma , sino su propia
"forma" en el esspejo de la Esencia, saboreas el limite extremo que
pueda alcanzar la criatura " (Ibn Arabî).
1. Alusión a Marcos, IX, 29,
según la traducción latina de la Vulgata.
2. “Se” designa el “Si”
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