jueves, 8 de febrero de 2024

El hombre microcosmos, microtheos o micrologos (Marc-Antoine Costa de Beauregard)

 

El hombre y el cosmos


L’Orthodoxie hier-demain . Deuxième partie: La Pensée

Marc-Antoine Costa de Beauregard

E. Buchet/Chastel. Paris 1979 Pp159-161

 

La antropología y la cosmología están estrechamente vinculadas 106. El Logos eterno es el eje central de toda la Creación. Distribuido en "logoi”, en "palabras" o ideas-principios que dan existencia al universo, el Verbo gobierna el universo en su conjunto. Este universo, tomado en su unidad, participando de Dios a través de la energía que se encarna en él, no es simple ni inmutable, como es propio en Dios del ser. Está compuesto y existe en el devenir. En particular, y aquí San Máximo retoma una visión clásica, está compuesto de dos mundos, el inteligible (es decir, el mundo angélico y las almas humanas) y el sensible (es decir, la materia, pero no materia estática; materia dinamizada por las energías).

Más complejo aún, el mundo de la materia se compone de cuatro elementos cuyas relaciones mutuas determinan el flujo incesante de las cosase las cosas, es la ley de la acción y de la reacción. Pero este mundo de los fenómenos querido por el Creador existe y guarda , a través del mundo inteligible, un contacto permanente con su Principio, el Logos. Los Padres griegos no separan estos dos mundos. El mundo sensible, el mundo de los fenómenos, está unido con el mundo inteligible, del que es el signo visible. Y esta unión se opera en el hombre, criatura que participa a la vez de lo sensible y de lo inteligible, de lo visible y lo invisible, lugar de encuentro de todas las energías encarnadas.

El hombre, catalizador, por así decirlo, de la energía divina en el universo, no es solamente un “microcosmos”, es también y sobre todo "microtheos" o "micrologos" - no solamente “pequeño mundo”, sino también y sobre todo "pequeño dios ", "pequeño verbo” porque el hombre no ha sido creado a imagen del mundo, sino a imagen de Dios. a imagen de Dios, a imagen del Verbo divino. El hombre es, pues, la impronta de la Palabra de Dios en el universo.

El Verbo se manifiesta en el hombre como Inteligencia soberana (noûs de Cristo), uniendo la razón con el ser, el conocimiento con la existencia, la verdad y la vida. El noûs, ojo del alma, es el depositario de la imagen (icono) divina, la imagen trinitaria de Dios: la efigie del Hijo impresa por el sello del Espíritu Santo. El noûs es la facultad del conocimiento y de la intuición carismática. Receptáculo y cáliz de la gracia iluminadora y deificante, se sitúa en la ruptura de lo racional; es el punto extremo de la razón (dianοϊa). El conocimiento de Dios es "irracional", incluso y sobre todo si utiliza también los conceptos de la razón para expresarse. Dios está en el hombre; es la realidad única en el trasfondo del alma, en el Santo de los Santos que es el  noûs en el corazón del temple que es el hombre. Así pues, lo que evita que la antropología de los Padres griegos sea puro intelectualismo es precisamente confesar, en el corazón mismo de la inteligencia, lo incognoscible.

Es esta cualidad de imagen del Verbo la que hace de Adán el que está llamado a cumplir el plan de la economía divina. El hombre, asumiendo el papel del Logos, debía armonizar los opuestos de la Creación en ciernes, para completar esta. Este era el era el camino de perspectivas ilimitadas que el hombre, como pequeño dios y colaborador de Dios, debía seguir. Cumpliendo  su humanidad integral, estaba -y está de nuevo en Cristo- llamado a elevarse por encima de las distinciones transitorias (los dos sexos, el bien y el mal, etc.) y a realizar con el poder de Dios, por la práctica y el conocimiento de la voluntad de Dios, la espiritualización de todo lo que existe. Transformar la tierra en cielo, unir la tierra con el cielo, asemejarse plenamente a Dios, llegar a ser como Él en todo menos en la naturaleza.

"Por naturaleza, el hombre, cuerpo y alma, es menos que hombre; por la gracia se convierte en Dios en su totalidad, en su alma y en su cuerpo”, dice San Máximo. Se recupera la distinción fundamental de la naturaleza y de la persona, que pertenece a la imagen trinitaria en el hombre. Por naturaleza, el hombre es un ser infrahumano, incluso independientemente del pecado. Por la participación personal en la gracia divina, encuentra la plenitud de la humanidad al convertirse en Dios. Esta metamorfosis última, como todas las etapas de la deificación, está sometida a la acción carismática de Espíritu Santo que "corona misteriosamente" el alma, como dice un himno al Espíritu Santo.

Así era el hombre Adán en el Edén. Para alcanzar el fin que se le había prometido, la semejanza a esta perfección, esta deificación, que constituye su finalidad natural, el hombre gozaba de un don innato, la caridad: la presencia del Espíritu, el deseo inmanente de perfección en el hombre, el conocimiento infuso de la Luz. Y en esta situación, el espíritu humano no era turbado por ninguna pasión; sino que su consejo estaba constantemente magnetizado por Dios y vuelto hacia Él.

106. Sobre las perspectivas cosmológicas , ver P.Serge Boulgakov, Le Paraclet; Paul Evdokimov, L’Orthodoxie

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