El
hombre y el cosmos
L’Orthodoxie
hier-demain . Deuxième partie: La Pensée
Marc-Antoine Costa de
Beauregard
E. Buchet/Chastel.
Paris 1979 Pp159-161
La antropología y la cosmología están estrechamente
vinculadas 106. El Logos eterno es el eje
central de toda la Creación. Distribuido en "logoi”, en "palabras"
o ideas-principios que dan existencia al universo, el Verbo gobierna el
universo en su conjunto. Este universo, tomado en su unidad, participando de
Dios a través de la energía que se encarna en él, no es simple ni inmutable,
como es propio en Dios del ser. Está compuesto y existe en el devenir. En
particular, y aquí San Máximo retoma una visión clásica, está compuesto de dos
mundos, el inteligible (es decir, el mundo angélico y las almas humanas) y el
sensible (es decir, la materia, pero no materia estática; materia dinamizada
por las energías).
Más complejo aún, el mundo de la materia se compone de
cuatro elementos cuyas relaciones mutuas determinan el flujo incesante de las
cosase las cosas, es la ley de la acción y de la reacción. Pero este mundo de
los fenómenos querido por el Creador existe y guarda , a través del mundo
inteligible, un contacto permanente con su Principio, el Logos. Los Padres
griegos no separan estos dos mundos. El mundo sensible, el mundo de los
fenómenos, está unido con el mundo inteligible, del que es el signo visible. Y
esta unión se opera en el hombre, criatura que participa a la vez de lo
sensible y de lo inteligible, de lo visible y lo invisible, lugar de encuentro
de todas las energías encarnadas.
El hombre, catalizador, por así decirlo, de la energía
divina en el universo, no es solamente un “microcosmos”, es también y sobre
todo "microtheos" o "micrologos" - no solamente “pequeño
mundo”, sino también y sobre todo "pequeño dios ", "pequeño
verbo” porque el hombre no ha sido creado a imagen del mundo, sino a imagen de
Dios. a imagen de Dios, a imagen del Verbo divino. El hombre es, pues, la impronta
de la Palabra de Dios en el universo.
El Verbo se manifiesta en el hombre como Inteligencia
soberana (noûs de Cristo), uniendo la razón con el ser, el conocimiento con la
existencia, la verdad y la vida. El noûs, ojo del alma, es el depositario de la
imagen (icono) divina, la imagen trinitaria de Dios: la efigie del Hijo impresa
por el sello del Espíritu Santo. El noûs es la facultad del conocimiento y de
la intuición carismática. Receptáculo y cáliz de la gracia iluminadora y
deificante, se sitúa en la ruptura de lo racional; es el punto extremo de la
razón (dianοϊa). El conocimiento de Dios es "irracional", incluso y
sobre todo si utiliza también los conceptos de la razón para expresarse. Dios
está en el hombre; es la realidad única en el trasfondo del alma, en el Santo
de los Santos que es el noûs en el corazón
del temple que es el hombre. Así pues, lo que evita que la antropología de los
Padres griegos sea puro intelectualismo es precisamente confesar, en el corazón
mismo de la inteligencia, lo incognoscible.
Es esta cualidad de imagen del Verbo la que hace de Adán el
que está llamado a cumplir el plan de la economía divina. El hombre, asumiendo
el papel del Logos, debía armonizar los opuestos de la Creación en ciernes,
para completar esta. Este era el era el camino de perspectivas ilimitadas que
el hombre, como pequeño dios y colaborador de Dios, debía seguir. Cumpliendo su humanidad integral, estaba -y está de nuevo
en Cristo- llamado a elevarse por encima de las distinciones transitorias (los
dos sexos, el bien y el mal, etc.) y a realizar con el poder de Dios, por la
práctica y el conocimiento de la voluntad de Dios, la espiritualización de todo
lo que existe. Transformar la tierra en cielo, unir la tierra con el cielo,
asemejarse plenamente a Dios, llegar a ser como Él en todo menos en la
naturaleza.
"Por naturaleza, el hombre, cuerpo y alma, es menos que
hombre; por la gracia se convierte en Dios en su totalidad, en su alma y en su
cuerpo”, dice San Máximo. Se recupera la distinción fundamental de la
naturaleza y de la persona, que pertenece a la imagen trinitaria en el hombre.
Por naturaleza, el hombre es un ser infrahumano, incluso independientemente del
pecado. Por la participación personal en la gracia divina, encuentra la
plenitud de la humanidad al convertirse en Dios. Esta metamorfosis última, como
todas las etapas de la deificación, está sometida a la acción carismática de Espíritu
Santo que "corona misteriosamente" el alma, como dice un himno al Espíritu
Santo.
Así era el hombre Adán en el Edén. Para alcanzar el fin que
se le había prometido, la semejanza a esta perfección, esta deificación, que
constituye su finalidad natural, el hombre gozaba de un don innato, la caridad:
la presencia del Espíritu, el deseo inmanente de perfección en el hombre, el
conocimiento infuso de la Luz. Y en esta situación, el espíritu humano no era
turbado por ninguna pasión; sino que su consejo estaba constantemente
magnetizado por Dios y vuelto hacia Él.
106. Sobre las perspectivas
cosmológicas , ver P.Serge Boulgakov, Le Paraclet; Paul Evdokimov, L’Orthodoxie
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