TRATADO
XIV .2 La antigua religión
(Abbé Henri Stéphane 1907-1985, Introducción al esoterismo
cristiano, Capítulo XIV, Varia)
Si la “nueva religión” era esencialmente el culto del hombre “, la antigua religión era esencialmente el culto de Dios “. No hay que decir que la primera no es más que una
pseudo-religión, una parodia “satánica” de la secunda, pero “estando Dios muerto “, Satán “está muerto” también. Es decir que sobre el teatro de la existencia, y según las apariencias, ambos han desaparecido. El hombre tiene el sentimiento de estar librado a sí mismo, de llegar a ser gracias a la Ciencia y al Progreso, amo de sí mismo y del Universo, y que Dios y Satán son invenciones de otra edad a relegar al museo de las “viejas lunas”
Es bastante extraño que la antigua religión que ha todas las civilizaciones anteriores, durante milenios, bajo formas evidentemente variadas pero que poseen un fondo metafísico común, hay acabado por hundirse y no dejar en su lugar más que una especie de monstruo. Pero lo más inquietante en la hora actual es ver a los representantes de la antigua religión aliarse a los pioneros de la subversión modernista, con la esperanza quimérica de conciliar a los dos; su acción no puede acabar más que en la destrucción total de la antigua religión, pues ésta es absolutamente incompasible con el “monstruo modernista “. Era sin embargo necesario llegar a esto, conforme a las Escrituras (véase Mateo, cap. XXIV y el Apocalipsis)
Solo, el pequeño número de los elegidos “debe escapar a la subversión; es pues ilusorio querer “convertir al mundo” y completamente aberrante de pretender llegar ahí desnaturalizando la religión, a la manera de los progresistas. Pero no se podrá comprender en que consiste esta “desnaturalización” que si se comienza por recordar los elementos esenciales de toda religión
lo que hemos llamado el fondo metafísico común, del que el olvido o la negación constituye la causa profunde de la subversioón moderna. Se comprenderá así cuán ilusorio es hablar del
Cristo, de la Iglesia, de la “crisis en la Iglesia “y de todos los problemas del mundo actual, si no se comienza por recordar - o más bien por exponer para los que son aún capaces de comprenderlo- ese fondo metafísico que se podría llamar a religio perennis.
Debe ser bien entendido que trataremos solamente de cuestiones esenciales y fundamentales sin las cuales ninguna religión, ninguna Revelación, ninguna teología, ningún espiritualidad es posible, ni incluso concebible.
En primer lugar “la existencia de Dios” - o más bien su Realidad - debe aparecer al hombre como una evidencia inmediata que no sea en ningún caso discutible; cualquier otra actitud conduce infaliblemente al racionalismo o al agnosticismo sin hablar por supuesto del ateísmo que es una actitud infrahumana, y que no podemos verdaderamente tomar en consideración ,
incluso si ella es la herencia de la mayoría de nuestros contemporáneos. Querer aportar “pruebas racionales” de, la existencia de Dios” es una concesión al racionalismo, incluso si estas pruebas existen y son racionalmente válidas. Repetimos que es indispensable que “la existencia” de Dios sea para el hombre una evidencia inmediata e incuestionable, sin la cual es inútil ir más lejos.
La segunda cuestión consiste entonces en saber cuál es la idea “que el hombre debe hacerse de Dios, para que el objeto de la evidencia precedente no sea inútil, ridículo o falso. Allí aún, la importancia de esta cuestión es tal que una respuesta inadecuada o insuficiente abre Ia puerta a todas las objeciones de los racionalistas, cualesquiera que sean, y conducen incluso a actitudes “espirituales “más o menos aberrantes, y diremos una vez más que es inútil ir más lejos, mientras no se haya examinado esta cuestión con el mayor cuidado.
Concebir a Dios como el Amo absoluto de todas las cosas, como el Gran Relojero que hace girar a la máquina, o concebir a las criaturas como marionetas de las que Dios tira de los hilos, comporta una parte de verdad, pero choca con la objeción principal de la libertad humana, y los filósofos contemporáneos son sensibles a esto. Si se pretende que tal concepción es la
del “Dios de temor “del Antiguo Testamento, y debe ser completada por la de “Dios de Amor “del Nuevo Testamento, respondemos que se trata de una falsa concepción del temor de Dios
1 Religión eterna
responderemos que se trata de una falsa concepción del “temor de Dios”, y si se nos objeta que la Escritura declare que “el amor rechaza el temor”, responderemos que dice también
que dice también que “el temor es el comienzo de la Sabiduría”. Pero estas antinomias tienen finalmente un resultado feliz: nos obligan a profundizar la cuestión puesta y a dar de Dios una concepción tan exacta como posible, tanto como lo permite la insuficiencia del lenguaje humano.
Dios debe ser concebido a la vez como el Infinito, no teniendo límite de ninguna clase, y como el Todo conteniendo en si todas las posibilidades criaturales, ya que si una ellas estuviera fuera de él, se lo limitaría en alguna manera, y no sería Infinito. En cambio el no está contenido en ninguna de entre ellas ni en su conjunto, lo que excluye todo panteísmo y todo inmanentismo. Esta afirmación expresa la Trascendencia divina frente a todo lo que es susceptible de ser creado, es decir de estar aparentemente fuera de Dios, pero que, en realidad, no cesa de permanecer en él. Lo que constituye el esencia verdadera de todos los seres, es pues el conjunto de los posibilidades permanentes y eternas que les corresponden in divinis y que
constituyen el Todo o la Posibilidad Universal. Se puede decir también que la multiplicidad indefinida de los seres está principialmente contenida en la Unidad de la Esencia divina, sin que ésta en razón de su transcendencia, en ningún caso sea afectada.
Es preciso comprender bien que se trata para las criaturas de un “estado principiaI” in divinis, estado permanente e incondicionado liberado de todas las condiciones de existencia cualesquiera que sean, como el tiempo o el espacio por ejemplo, y que es impropio de hablar de “preexistence “de las criaturas en Dios; las criaturas como tales “no existen” en Dios, sino que están en él a título de “puras posibilidades, o, si se prefiere de arquetipos permanentes o de esencias inmutables, y es a este título también que Dios las conoce y las ama. En cambio las criaturas como tales “no existen” — fuera de Dios- más que en sus propios niveles de existencia, constituyendo tanto estados o grados en multiplicidad indefinida, jerárquicamente
superpuestos y supeditados al Estado supremo e incondicionado, que es su realidad principial in divinis.
Se concibe que esta manera de ver excluya todo panteísmo y todo inmanentismo. Declarar como ciertos pensadores contemporáneos que “Dios ha muerto”, o que ha perdido su “transcendencia, que se volvió “horizontal” o que “Dios ha muerto en Jesucristo “está revela paranoia pura y simple. Se sabe por otra parte que este género de aberraciones está estrechamente vinculada a concepciones evolucionistas o progresistas, según las cuales
el hombre primitivo de mentalidad infantil “inventa a” Dios (o los dioses) hasta que, vuelto “adulto”, toma por fin conciencia que eso no era más una “alienación”, de la que ha llegado en
a liberarse, y que en definitiva Dios, es él. En otros términos en las concepciones antiguas o medievales, por fin separadas de su “oscurantismo” gracias al “progreso” “de la inteligencia “,
Dios no era más que un símbolo del hombre, una especie de prefiguración de la que el hombre moderno, devenido adulto y libre, debía tomar conciencia, Es apenas útil destacar el carácter
subversivo de este género de teorías marcadas de un “satanismo” pseudo-intelectual' consciente o inconsciente, sincero o hipócrita según los casos.
Hemos expuesto cómo era preciso necesario entender Ia Transcendencia divina y, en el seno de ésta, Ia realidad no menos transcendente de las “posibilidades criaturiales”. Estas dos palabras no deberían nunca separarse si se quieren captar, tanto como sea posible, él “misterio de la existencia “: es porque son “posibilidades” que las “posibilidades criaturiales” permanecen
eternamente en Dios, y es porque son, 'criaturiales “ que deben desplegarse sobre “el plano de la existencia”, es aún equivalente decir que la Posibilidad Universal comporta posibilidades que deben manifestarse en el ámbito de la Existencia. Teológicamente, se dirá que esto constituye Ia ” Gloria extrínseca “de Dios, Ia” Gloria intrínseca “residiendo en el Misterio Trinitario; en todas estas perspectivas, es Ia Transcendencia lo que se afirma, que no se pierde nunca de vista, a la cual todo está relacionado, y que es el Alfa y el Omega.
El carácter de “Gloria extrínseco” confiere sin embargo a la Existencia el aspecto de ilusión o de “Juego divino” que los Hindúes llaman Maya”; allí aún pensamos que es indispensable
no separar estas dos palabras: “Gloria extrínseca.” Su asociación subraya la fijación permanente de la manifestación al Principio, al mismo tiempo que el carácter efímero, transitorio y contingente del mundo manifestado como tal. Bien entendido, este carácter ilusorio
frente al Principio, no quita nada a la realidad relativa del mundo manifestado en su propio plano. Ocurre incluso, en un periodo de obscurecimiento y de materialismo como el nuestro, que la gran mayoría de los hombres considera el mundo que les rodea como el único real, y único digno de interés, es entonces cuando la antigua religión desaparece en provecho de la nueva, de la que hemos hablado suficientemente.
Pensamos que las consideraciones precedentes son suficientes
para caracterizar lo que hemos llamado “fondo metafísico” común a todas las
formas de religión, y sin el cual no hay más que pseudo-religión, o ateísmo
puro y simple que no nos interesa. Hemos puesto el acento en particular sobre
la Transcendencia divina que niegan todas las formas de inmanentismos. Queda
entonces un punto a precisar: ¿cómo es preciso entender la “inmanencia divina “
que aparece en ciertos textos? Pensamos que lejos de oponerse a la
transcendencia, ella es como una consecuencia o implicación. Si no se retiene
más que la Transcendencia, el mundo aparece de alguna manera por una Divinidad
que se desinteresa de él; al contrario la Inmanencia divina asegura las bases
de este mundo sin que la Esencia divina dependa de ninguna manera de él, y esto
precisamente en razón de su transcendencia. Importa pues no separar la
Transcendencia y la Inmanencia e incluso de subordinar ésta a la
transcendencia, a fin de evitar todo “inmanentismo”, que conduce finalmente al
ateísmo. Señalemos en fin que la Inmanencia divina sirve de alguna manera de
“mediador natural” entre la transcendencia y el mundo o aún de substratum sobre el cual viene a
ejercitar conjuntamente lo
“sobrenatural” pero no podremos desarrollar esta cuestión en unas líneas.
Terminemos diciendo que desde el punto de vista de la realización espiritual, o
incluso desde el punto de vista simplemente psicológico, es la consideración de
la Inmanencia divina quien toca aún más y directamente el “corazón del hombre”
y el “centro de ser”
No hay comentarios:
Publicar un comentario