domingo, 19 de noviembre de 2023

LITURGIA (Titus Burckhardt)

 

LITURGIA

Titus Burckhardt

Principios y métodos del arte sagrado.

Edicioes Lidiun. Buenos Aires 1982.Pp. 52-55

IV

El arte sagrado del Cristianismo constituye el marco normal de la liturgia; es su amplificación sonora y visual, así como la liturgia no-sacramental tiene por objeto preparar y manifestar el efecto de los medíos de gracia instituidos por Cristo mismo. No existe ambiente "neutro" para la "Gracia"; éste está a favor o en contra de la influencia espiritual; ló que no "une", inevitablemente "dispersa".

Es completamente inútil invocar la "pobreza evangélica" para justificar la ausencia o la negación de un arte sagrado. Ciertamente, cuando la misa se celebraba en las cavernas o en las catacumbas, el arte era superfluo, al menos el arte plástico; pero una vez construidos los santuarios, éstos deben ordenarse de acuerdo con un arte consciente de las leyes espirituales.

De hecho, no existe ninguna iglesia primitiva o medieval cuyas formas no expresen esta idea (75); por el contrario, todo ambiente no tradicional se encuentra recargado de formas vanas y falsa: La simplicidad misma es un sello de la tradición, si es que no lo es de la naturaleza intacta.

La liturgia se nos presenta como una obra de arte, con varios grados de inspiración: su centro, el sacrificio eucarístico, es sublimado por el arte divino. En virtud de dicho sacrificio eucarístico se realiza la más perfecta y misteriosa trasformación. En torno a este centro o núcleo se expande, a ejemplo de un comentario inspirado pero necesariamente fragmentario, la liturgia fundada en el uso consagrado por los apóstoles y los Padres de la Iglesia. En este orden, la gran variedad de usos litúrgicos, tal como existía en la Iglesia latina antes del Concilio de Trento, no ocultaba de ningún modo la unidad orgánica de la obra, pero subrayaba, por el contrario, su unidad interna, la naturaleza divinamente espontánea del plan y su carácter de arte, en el sentido más elevado del término; por eso mismo, el arte propiamente dicho se integraba más fácilmente en la liturgia.

En virtud de ciertas leyes objetivas y universales el ambiente arquitectónico perpetúa la influencia del sacrificio eucarístico. El sentimiento no puede crear este ambiente, cualquiera sea la nobleza de su fervor, de su ímpetu, pues la afectividad está sujeta a las reacciones engendradas por otras reacciones; es enteramente dinámica, y no puede aprehender directa y certeramente las cualidades del espacio y del tiempo, que responden con toda naturalidad a las leyes eternas del Espíritu. No puede hacerse arquitectura sin hacer implícitamente cosmología. La liturgia no determina sólo el orden arquitectónico, también rige la repartición de las imágenes sagradas según el simbolismo general de las regiones del espacio y la significación litúrgica de la izquierda y de la derecha.

En la Iglesia Ortodoxa griega las imágenes están integradas más directamente al drama litúrgico. Adornan sobre todo el iconostasio, el tabique que separa el Sancta Sanctorum. —lugar del sacrificio eucarístico llevado a cabo sólo delante de los sacerdotes— de la nave accesible al común de los fieles.

Según los Padres griegos, el iconostasio simboliza el límite que separa el mundo de los sentidos del mundo espiritual, y por eso las imágenes sagradas aparecen sobre este tabique, de igual manera que las Verdades divinas —que la razón no puede aprehender directamente— se reflejan, en forma de símbolos, en la facultad imaginativa, intermediaría entre el intelecto y las facultades sensoriales, recogido en sí mismo, expresando la ilimitación del circulo o de la esfera (fig. 16).

La liturgia latina, al contrario, tiende a diferenciar el espacio arquitectónico conforme a la cruz de los ejes, comunicándole así algo de la naturaleza del movimiento. En la arquitectura románica, la nave se prolonga progresivamente; es el peregrinaje hacia el altar, la Tierra Santa, el paraíso; también el transepto se desarrolla en forma creciente. Además, la arquitectura gótica, al destacar sobre todo el eje vertical, acaba por reabsorber el desarrollo horizontal en su impulso hacia el cielo: las secciones de la cruz se incorporarán poco a poco en una vasta nave, de tabiques perforados y paredes diáfanas.

Los santuarios latinos de la alta Edad Media participan de la cripta y la caverna. Están concentrados en el Sancta Sanctorum, su ábside es abovedado y encierra el altar, así como el corazón contiene el misterio divino; y están iluminados por los cirios del altar del mismo modo en que el alma se ilumina desde el interior.

Las catedrales góticas expresan otro aspecto del cuerpo místico de la Iglesia o del cuerpo del hombre santificado: su trasfiguración en virtud de la luz de la Gracia. Este estado traslúcido, diáfano, de la arquitectura sólo llegó a ser posible gracias a la diferenciación de los elementos constructivos en aristas y membranas; las aristas asumen la función estática y las membranas la de la vestimenta. En cierto sentido, hay aquí un paso de la estática mineral a la del vegetal; no es vana la consideración de las bóvedas góticas como cálices de flores. Además, la arquitectura "diáfana" no sería concebible sin el arte de los vitrales que tornan trasparentes las paredes, protegiendo la intimidad del santuario: la luz quebrada por los vidrios coloreados es esperanza, beatitud, y no la crudeza del mundo externo. Al mismo tiempo, el color de los vitrales se trasforma en luz, o, mejor dicho, la luz del día revela su riqueza interior a través del color trasparente y centellante del vidrio. También la Luz divina, en si enceguecedora, se atenúa y se vuelve gracia cuando se refracta en el alma. El arte de los vitrales se adecua íntimamente al espíritu cristiano, pues el color corresponde al amor, como la forma al conocimiento. La diferenciación de la luz única por las sustancias multicolores de los vitrales recuerda la ontología de la Luz divina, tal como la exponen San Buenaventura o Dante.

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