Titus Burckhardt
EL
SIMBOLISMO DEL ESPEJO EN LA MÍSTICA ISLÁMICA
Artículo publicado
originalmente en alemán en la revista Symbolon,
n° 1, 1960. Traducido
al francés por Sylvie Girard e incluido en Aperçus sur la connaisance sacrée, Milano, Archè, 1987.
De
entre la riqueza de los símbolos que sirven para expresar la
mística
islámica, elegiremos la imagen del espejo, pues se presta
mejor
que cualquier otra para mostrar la naturaleza de esta mística,
es
decir, su carácter esencialmente "gnóstico", basado en una
percepción
directa. El espejo es en efecto el símbolo más directo
de
la visión espiritual, de la contemplatio, y en general de la
gnosis,
pues a través de él se concreta la relación entre el
sujeto
y el objeto.
Al mismo tiempo, puede
demostrarse a partir de este ejemplo de qué
manera
los diferentes significados de un símbolo relativos a distintos
niveles
de realidad, que a veces parecen contradecirse, poseen todos una
profunda
vinculación entre sí, y se encuentran reunidos en el
significado
más elevado de la imagen, que es un significado puramente
espiritual.
Estas
interpretaciones múltiples forman parte del carácter
propio
del símbolo; es ahí donde reside su ventaja con respecto a la
definición
conceptual. Mientras que esta última integra un concepto
dado
en un contexto lógico y, en consecuencia, lo determina en un
cierto
nivel, el símbolo permanece abierto, sin por ello ser
impreciso;
es ante todo una "clave" que da acceso a realidades que
superan
el ámbito de la razón.
Igualmente
pueden estas "realidades" que superan la razón ser
llamadas
"verdades"; e insistiremos sobre este hecho, pues demasiado
corrientemente
se admite hoy en día que el simbolismo puede tener una
explicación
puramente psicológica. La interpretación psicológica
de
un símbolo no puede descartarse de antemano; puede corresponder a
una
posibilidad; es preciso, por el contrario, rechazar la tesis según
la cual el verdadero
origen de un símbolo se encontraría en el
supuesto
"inconsciente colectivo", es decir, en las profundidades
caóticas
del alma humana. El contenido de un símbolo no es
irracional,
sino, si puede decirse, "supra-racional", es decir,
puramente
espiritual. No emitimos con esto una nueva tesis, sino que nos
referimos
al conocimiento del simbolismo tal como se halla en toda
tradición
auténtica, y tal como ha sido expuesto por autores como
René
Guénon, Ananda Coomaraswamy y Frithjof Schuon.
Nuestro
objeto es una cuestión de principio: la simbólica del
espejo
es a este respecto particularmente instructiva, ya que el espejo
es,
en un cierto sentido, el símbolo de los símbolos. En efecto,
puede
considerarse a la simbólica como el reflejo figurado de las
ideas
no-cautivas, o de los arquetipos. El apóstol Pablo dice en este
sentido:
"Vemos ahora como por espejo, de manera oscura, pero entonces
veremos
cara a cara. En el presente, mi ciencia es parcial; pero
entonces
lo conoceré todo como yo soy conocido" (I Corintios, 13-12).
¿Qué
es ese espejo en el que el símbolo aparece como imagen de
un
arquetipo eterno? Ante todo la imaginación, si se piensa en el
carácter
figurativo, "plástico", del símbolo, contrariamente al de
la noción abstracta.
Pero en un sentido más amplio es la razón,
que,
en tanto que capacidad para conocer y discernir, refleja el
espíritu
puro; y, en un sentido aún más amplio, el espíritu
mismo
es el espejo del Ser absoluto. Plotino dice del espíritu
absoluto
(nos) que
mira al Uno infinito y que, con esta visión, que
jamás
llega a asimilar enteramente su objeto, pone en evidencia el
mundo
como una imagen siempre incompleta; es como un reflejo quebrado
ininterrumpido.
Según
una sentencia del Profeta Muhammad, "hay para cada cosa un
medio
para pulirla, y quitarle la herrumbre. Y lo que sirve para pulir
el
corazón es el recuerdo (dhikr) de Dios". El corazón, el verdadero
centro
del ser humano, es entonces como un espejo que debe ser puro para
poder
recibir la luz
del espíritu divino.
Puede
establecerse una comparación con el dogma del Budismo
T'chan
del Norte.
"Todos los seres poseen en el origen la
iluminación
espiritual, de la misma manera que brillar está en la
naturaleza
del espejo. Si, por el contrario, las pasiones velan el
espejo,
éste es entonces invisible, como si estuviera cubierto de
polvo.
Si los malos pensamientos son domeñados y destruidos según
las
indicaciones del Maestro, cesan entonces de manifestarse. Entonces
el
espíritu se aclara, como corresponde a su naturaleza propia, y en
él
nada permanece oculto. Es como pulir un espejo..." (Tsung-mi). Esta
frase
podría encontrarse en un texto sufí, es decir, en un texto de
la mística islámica.
Cuando
el corazón se convierte en un espejo puro, entonces el
mundo
se refleja en él tal como realmente es, es decir, sin las
deformaciones
debidas al pensamiento pasional. Por otra parte, el
corazón
refleja la verdad
divina de manera más o menos directa, es
decir,
primero en forma de símbolos (ishârât), después en forma
de
las cualidades espirituales (Çifât) o de las entidades
(a'yn)
que están en la base
de los símbolos, y finalmente como
verdad
divina (hagîgah).
Recordemos
aquí el espejo sagrado, que desempeña un papel tan
importante
en las tradiciones del Tao y del Shinto. El espejo sagrado
del
Shinto, conservado en el templo de Ιse, significa la verdad o la
veracidad.
Según la leyenda,
los dioses lo fabricaron para que la
diosa
del Sol Amaterasu saliera de la gruta en la que se había
retirado
y para traer así la luz al mundo. Cuando la diosa lanzó una
mirada
al exterior vio su propia luz en el espejo, la tomó por un
segundo
sol y, por curiosidad, salió de la cueva. Esto indica, entre
otros
significados, que el corazón, por su capacidad de reflejar -por
su
veracidad-, atrae a la luz divina.
Todo
lo que depende de la ley de la reflexión puede igualmente
servir
para describir el proceso espiritual correspondiente. Según
estos
términos, la imagen reflejada se comporta de una manera inversa
con
respecto a su imagen de origen. Así, la Realidad divina, que lo
abarca
todo, aparece en su imagen especular como un centro reducido a un
punto
que no se puede alcanzar. La bondad del puro Ser aparece en su
reflejo
como un rigor que fulmina, la eternidad como un momento
fugitivo,
y así sucesivamente.
La
ley de la reflexión
significa también que la imagen reflejada
se
parece a su imagen de origen desde un punto de vista cualitativo,
aunque
distinguiéndose de ella materialmente; el símbolo es su
arquetipo,
en la medida en que se hace abstracción de sus limites
materiales
-incluso imaginables- y en que no se considera sino su
naturaleza
propia.
La
ley de la reflexión
significa por otra parte que la imagen de
origen
aparece de manera más o menos completa y precisa, según la
forma
y la posición del espejo. Esto es igualmente válido para la
reflexión
espiritual, y es por ello que los maestros del Sufismo dicen
habitualmente
que Dios se manifiesta a su servidor según la
disposición
o las aptitudes de su corazón. En un cierto sentido,
Dios
se adapta a la forma espiritual del corazón, al igual que el agua
adopta
el color de su recipiente.
En
este sentido, el espejo del corazón es igualmente comparado con
la luna, que refleja la luz
del sol de manera más o menos perfecta,
según
su posición en el espacio. La luna es el alma (nâfs), que es
iluminada
por el espíritu puro (rúh), pero que permanece prisionera
de
lo temporal, de modo que sufre un cambio (talwîn) en el nivel de su
receptividad.
El
proceso de la reflexión es quizá el símbolo más perfecto
del
"proceso" del conocimiento, que la razón no alcanza a agotar
completamente
en cuanto a su sentido. El espejo es lo que refleja, en la
medida
exacta en que lo refleja. Al igual, el corazón -o el espíritu
de
conocimiento-, que refleja el mundo múltiple, es este mundo, a la
manera
de este mundo, a saber, con la separación entre el objeto y el
sujeto,
el interior y el exterior. En la medida en que el espejo del
corazón
refleja al Ser divino, él lo es, y ello a la manera entera,
indivisible,
del Ser puro. En este sentido, el apóstol Pablo dice:
"Pero
en el presente se refleja en nosotros la claridad del Señor a
rostro
descubierto, y somos iluminados en la misma imagen, de una
claridad
a otra...".
Consideremos
ahora el mismo símbolo desde otro punto de vista.
Hasan
aΙ-Basrî, uno de los primeros místicos del Islam, compara al
mundo
en su relación con Dios con un reflejo que el sol proyecta sobre
un
plano de agua. Todo lo que podemos percibir de ese reflejo proviene
de
su imagen
original, pero ésta es independiente de su imagen
reflejada,
e infinitamente superior a ésta.
Para
comprender este símbolo según la doctrina de la "unicidad
de
la existencia" ('wahdat al-wujûd), que ocupa un lugar fundamental
en
la mística islámica, es necesario recordar que la luz representa
al
Ser y que, en consecuencia, la oscuridad representa la nada; lo que
es
visible es la presencia,
y lo que no es visible es la ausencia. Se ve
entonces
del espejo lo que en él se refleja. La existencia del espejo
se
descubre por la posibilidad de ese reflejo. En tanto que tal, no
obstante,
sin la luz que cae sobre él el espejo es invisible, lo que
significa,
según el sentido del símbolo, que no hay espejo en tanto
que
tal.
A
partir
de aquí, existe una conexión con la teoría india de
la
Μâyâ, la fuerza divina mediante cuyo poder el infinito se
manifiesta
de manera finita y se disimula tras el velo de la ilusión
Esta
ilusión consiste justamente en el hecho de que la
manifestación,
es decir, igualmente el reflejo, aparece como algo que
existe
aparte de la unidad
infinita. Es la Μâyâ
lo que produce este
efecto,
la Μâyâ
que, fuera de los reflejos que sobre ella se
proyectan,
no es nada más que una simple posibilidad o una capacidad
del
infinito.
Si
el mundo en tanto que totalidad es el espejo de Dios, el hombre,
en
su naturaleza original, que en si misma resume el mundo entero
cualitativamente,
es igualmente el espejo del Uno. A propósito de
ello,
Μuhyîd-Dîn Ibn `Arabî (del siglo XII) escribe: "Dios
(al-hagq)
quiso ver las esencias (a'yn) de Sus Nombres perfectos
(al-asmâ
al-husnâ), que el número no podría agotar, y, si tú
quieres,
puedes igualmente decir: Dios quiso ver Su propia esencia
('ayn)
en un objeto (kawn) global, que, dotado de la existencia
(al-wujûd),
resume todo el orden divino (al-amr), a fin de manifestar
con
ello Su misterio (sirr) a SI mismo. Pues la visión (ru'yâ)
que
tiene el ser de si mismo en si mismo no es igual a la que le
procura
otra realidad de la que se sirve como de un espejo: él se
manifiesta
a si mismo en la forma que resulta del "lugar" de la
visión;
ésta no existiría sin ese "plano de reflexión", y sin el
rayó
que se refleja...". Este objeto, comenta lbn `Arabî, es por un
lado
la materia
original (al-gâbil), y por otro Adán; la materia
original
es, en cierta medida, el espejo que es aún oscuro y en el que
ninguna
luz ha aparecido todavía, pero Adán es en cambio la
claridad
misma de ese espejo y el espíritu de esta forma.. "
(FuÇûÇ
al-Hikam, capítulo sobre Adán).
El
hombre es entonces el espejo de Dios. Pero, desde otro punto de
vista
más secreto, Dios es el espejo del hombre. En la misma obra
(capítulo
sobre Seth), Ibn 'Arabî escribe también: "...el sujeto
que
recibe la revelación
esencial no verá sino su propia "forma" en
el
espejo de Dios; no verá a Dios -es imposible que Le vea-, aunque
sabe
que no ve su propia "forma" más que en virtud del ese espejo
divino.
Esto es análogo a lo que ocurre con un espejo corporal;
contemplando
las formas, tú no ves el espejo, aunque sepas que no ves
estas
formas -o tu propia forma- sino en virtud del espejo. Este
fenόmeno
lo ha manifestado Dios como símbolo particularmente apropiado a Su revelación
esencial, para que aquel a quien ΈΙ se revele sepa que no Le ve; no existe
símbolo más directo y más conforme a la contemplación y a la revelación de la que
tratamos. Intenta pues ver el cuerpo del espejo mirando la forma que en él se
refleja; jamás lo verás al mismo tiempo. Esto es tan cierto que algunos,
observando esta ley de las cosas reflejadas en los espejos [corporales o
espirituales], han pretendido que la forma reflejada se interpone entre la vista
del que contempla y el propio espejo; esto es lo más alto que han logrado en el
dominio del conocimiento espiritual; pero, en realidad, la cosa es tal como
acabamos de decir, [a saber, que la forma reflejada no oculta esencialmente al
espejo, sino que éste la manifiesta]. Por lo demás, ya hemos explicado esto en
nuestro libro de las "Revelaciones de la Meca" (al-Futûhât
al-Makkiyah). Si supieras esto, sabrías el limite extremo
que la criatura
como tal puede
alcanzar [en su conocimiento
"objetivo"]; no aspires pues a más, y no fatigues tu alma tratando de
superar este grado, pues no hay allí, en principio y en definitiva, sino pura
no-existencia [al ser la Esencia no
manifestada]".
El
Maestro Eckhart escribe
a propósito de ello: "ΕΙ alma se
contempla a sí misma en
el espejo de la divinidad. Dios es él mismo el espejo que desvela a quien él
quiere y que vela a quien él quiere... En la medida
exacta en que el alma es capaz de superar toda palabra, en esta medida ella se
acerca al espejo. Es en el espejo donde se cumple la unión como una igualdad
pura e indiferenciada".
El sufí Suhrawardi de Alepo (siglo XII) escribe que el
hombre en camino hacia su Si descubre primero que el mundo entero
está contenido en él mismo, pues es sujeto conocedor; se ve como el espejo en
el que todos los arquetipos eternos aparecen como formas efímeras. Pero después
toma conciencia de que él no posee existencia propia; su propio Yo en tanto que
sujeto se le escapa, y no queda sino Dios como sujeto de todo conocimiento.
Muhyîd-Dîn
Ibn Arabî escribe en otro lugar: "Dios es
entonces
el espejo en el que tú te ves a ti mismo, así como tú eres Su espejo en el que
ΈΙ contempla Sus Nombres. Ahora bien, éstos no son sino ΈΙ mismo, de manera que
la realidad se invierte y deviene ambigua...".
Tanto en un caso como en otro, sea Dios el espejo del
hombre o el hombre el espejo de Dios, el espejo significa siempre el sujeto
conocedor, que en tanto que tal no puede ser al mismo tiempo el objeto del
conocimiento. Pero esto no es válido sin ninguna restricción más que para el
sujeto divino, el "testigo" eterno (shahîd) de todos los seres
manifestados; es el espejo infinito, cuya "substancia" no puede ser
asimilada en modo alguno, pero que no obstante puede ser conocida en un cierto
sentido, ya que se puede saber que todos los seres no pueden ser conocidos más
que en él. Todo esto ilumina igualmente las palabras que Dante pone en
boca de Adán, y sobre las cuales se han afrontado ya muy diversas interpretaciones.
Adán dice del deseo de Dante: "porque la veo en el veraz espejo que hace
de sí reflejo en otras cosas, mas las otras en él no se reflejan"
"perch'iο la veggio ne; verace
speglio che fa
di sé pareglio all'altre cose, e nulla face lui di sé pareglio"
Paraíso,
XXVI, versos 106 y siguientes.
En
cuanto a esto, dice Farid-ud-Din `Attar:
"Venid,
átomos errantes, volved a vuestro centro
y
convertíos en el espejo eterno que habéis contemplado..."
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