Titus Burckhardt
NATURALEZA
DE LA PERSPECTIVA COSMOLÓGICA
Artículo publicado
originalmente en Études Traditionnelles, julio-agosto de 1948, y posteriormente incluido en AperÇus sur la connaissance sacrée, Milano, Archè, 1987. La traducción castellana que utilizamos estuvo a cargo de Agustín
López, y fue publicada en el n° 1 de la revista Axis lundi (I época), en otoño
de 1994.
Las
siete "artes liberales" de la Edad Media tienen por objeto
disciplinas
que los modernos no dudarían en calificar de "ciencias";
tales
son, por ejemplo, las matemáticas, la astronomía, la
dialéctica
o la geometría.
Esta identificación de ciencia y arte,
conforme
a la estructura contemplativa del Trivium y el Quadrivium, se
deriva
de la naturaleza fundamental de la perspectiva cosmológica.
Por
regla general, los historiadores modernos no ven en la
cosmología
tradicional -ya se trate de las doctrinas cosmológicas de
las
civilizaciones antiguas y orientales o de la del Occidente
medieval‑
más
que ensayos infantiles y titubeantes de explicar la causalidad de
los
fenómenos. Sucumben así a un error de óptica análogo al de
los
espectadores que, imbuidos de un prejuicio "naturalista", juzgan las
obras
de arte medievales según sus criterios de observación "exacta"
de
la naturaleza y de "habilidad" artística. La incomprensión
moderna
respecto al arte sagrado y la cosmología contemplativa
proceden
de los mismos errores. Y ello no queda en modo alguno
desmentido
por el hecho de que ciertos estudiosos (a menudo los mismos
que
adoptan ante la cosmología
medieval u oriental una actitud
compasiva
mezclada de ironía) rindan homenaje a tales formas
artísticas
o reconozcan al artista el derecho a "exagerar" ciertos
rasgos
de sus modelos naturales y a suprimir otros para sugerir
realidades
de orden interior; lo que esa "tolerancia" demuestra es que
para
los modernos el simbolismo artístico no tiene más que un
alcance
estrictamente individual, psicológico o incluso simplemente
afectivo.
Estos eruditos ignoran evidentemente que la elección
artística
de las formas, cuando surge de principios inspirados o
regularmente
transmitidos, puede hacer asentir a posibilidades
permanentes
e inagotables del Espíritu, puesto que el arte tradicional
implica
una "lógica" en el sentido universal del término (1). La
mentalidad
moderna está cegada por su apego a los aspectos
sentimentales
de las formas de arte y, con frecuencia, reacciona en
función
de una herencia psicológica muy particular; parte, además,
del
prejuicio de que la intuición artística y la ciencia constituyen
dos
dominios radicalmente distintos. Si fuera de otro modo, se
debería,
en justicia, conceder a la cosmología lo que parece
concederse
al arte, a saber, el derecho a expresarse por alusión y a
utilizar
formas sensibles como parábolas.
Pero
para el hombre moderno toda ciencia se hace sospechosa desde el
momento
en que abandona el plano de los hechos psicológicos comprobables, y deja de ser
verosímil desde que se desliga de una forma de razonamiento que está basada en
la idea de una especie de supuesta continuidad plástica de la mente: como si
todo el cosmos debiera estar configurado según lo que la facultad imaginativa
tiene de "material" y cuantitativo. Sin embargo, esta actitud
representa mucho más una limitación mental, fruto de una actividad
extremadamente unilateral y artificial, que una posición filosófica, pues toda ciencia,
por relativa o provisional que sea, presupone una correspondencia necesaria
entre el orden espontáneamente inherente al espíritu cognoscente, por una parte,
y la composibilidad de las cosas, por otra, sin lo cual no habría ninguna forma
de verdad (2). Ahora bien, puesto que la analogía constitutiva del macrocosmo
no puede ser negada, y puesto que esa analogía afirma desde ambas partes la
unidad principial, unidad que es como un eje en relación al cual todo se
ordena, no se ve por qué el conocimiento de la "naturaleza", en el
sentido más vasto del término, no debería abandonar las muletas de una
experiencia más o menos cuantitativa, y por qué toda visión intelectual "a
vista de pájaro" sería de entrada una hipótesis
gratuita.
Pero los eruditos modernos tienen una verdadera aversión contra todo lo que
transcienda esa condición de lo "pegado a la tierra" propia
de la "ciencia exacta"; a sus ojos, poner de relieve el atractivo
"poético" de una doctrina es desacreditarla como ciencia. Esta torpe
y pesada desconfianza "científica" hacia la grandeza y la belleza de
una concepción revela una incomprensión total de la naturaleza del arte
primordial y de la naturaleza misma de las cosas.
La cosmología tradicional implica siempre un aspecto de
"arte" en el sentido primordial del término: cuando la ciencia
sobrepasa el horizonte del mundo corporal, o cuando simplemente se considera lo
que en este mundo se manifiesta de las cualidades transcendentes, se hace
imposible "registrar" el objeto del conocimiento como se registran
los contornos y los detalles de un fenómeno sensible; no queremos decir que la
intelección de las realidades superiores al mundo corporal sea imperfecta; no
hablamos más que de su "fijación" mental y verbal; todo lo que puede
transmitirse de estas visiones de la realidad tiene el carácter de claves
especulativas que ayudarán a reencontrar la "visión" sintética que se
busca. Ahora bien, la justa aplicación de estas "claves" a la
multiplicidad irisada de las facetas del Cosmos dependerá de lo que se puede
llamar un arte, puesto que esa aplicación supone una
cierta realización espiritual o al menos el dominio de ciertas
"dimensiones conceptuales" (3).
En cuanto a la ciencia moderna, no sólo se limita, en
el estudio de la naturaleza, a uno de sus planos de existencia -lo que origina
la dispersión "horizontal" contraria al espíritu contemplativo-, sino
que desmenuza, además, tanto como puede, los contenidos de la naturaleza, como
tratando de agarrar con más fuerza la "materialidad autónoma" de las
cosas; y esta parcializaciόn a la vez teórica y tecnológica de la realidad se
opone radicalmente a la naturaleza del arte; pues el arte no
es nada sin plenitud en la unidad, sin ritmo y proporción.
Dicho de otro modo, la ciencia moderna es fea, de una
fealdad que acaba por acaparar la noción misma de "realidad" (4) y
por arrogarse el prestigio del juicio "objetivo" sobre las cosas (5);
de ahí la ironía
de los modernos hacia todo lo que, en las ciencias tradicionales, irradia una
sensación de ingenua belleza. Por el contrario, esa fealdad de la ciencia
moderna le quita todo valor desde el punto de vista de las ciencias
contemplativas e inspiradas, pues el objeto central de estas ciencias es la
Unicidad de todo lo que existe, unicidad que la ciencia no podría propiamente
negar -puesto que todo lo afirma implícitamente- pero que puede, sin embargo,
merced a su método diseccionante, impedirnos "saborear".
NOTAS:
1. Véase
Frithjof Schuon: "La question des formes d'art", en De
l'Unité transcendante des religions, París, du Seuil, 1979. ["La cuestión
de las formas de arte", en De la unidad transcendente de las religiones,
Madrid, Heliodoro, 1980].
2.
Cf. René Guénon: "Le Νyâya", en Introduction
générale El l'Étude
des Doctrines Hindoues, París, Vega, 1976 ["El Νyâyα",
en Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, Buenos Aires,
Losada, 1945], donde dice "...si la idea, en la medida en que es verdadera
y adecuada, participa de la naturaleza de la cosa, inversamente,
la propia cosa participa también de la naturaleza de la idea".
3. Un
ejemplo de tal "clave" especulativa es el esquema de un horóscopo,
que representa simbólicamente todas las relaciones entre un microcosmo humano y
el macrocosmo. La interpretación del horóscopo llevará consigo aplicaciones
innumerables que no pueden ser intuidas con certeza más que en virtud de la "forma"
única del ser, forma que el horóscopo vela y revela a la vez.
4. De
ahí el empleo en la estética moderna del término "realismo".
5. Para
la gran mayoría de los europeos, el signo y el patrimonio de la ciencia son los
aparatos complicados, el papeleo, la actitud del cirujano.
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