domingo, 10 de septiembre de 2017

RENÉ GUÉNON: PROBLEMAS DE LA TRADICIÓN


Este artículo fué publicado en la revista italiana Arthos (Anno II, N. 3, Maggio-Agosto 1973) con la siguiente nota: "Articolo pubblicato nel numero del novembre 1937 de La Vita Italiana. Questo scritto dovrebbe essere proposto alla particolare ponderazione di chi, anche di recente, si è fatto sostenitore di confuse teorie per le quali cattolici, massoni, tradizionalisti di destra o di sinistra (sic) dovrebbero essere affratellati da presunte identità di obiettivi (n. d. R.)." 

RENÉ GUÉNON: PROBLEMAS DE LA TRADICIÓN

Aquellos de nuestros contemporáneos que pretenden  estudiar las doctrinas tradicionales sin penetrar para nada la esencia , y sobre todo  los que  consideran desde un punto de vista histórico y de mera erudición, tienden casi siempre a confundir la síntesis con el sincretismo.  Es una observación, ésta, que en general puede hacerse acerca del  estudio profano sea de las doctrinas de carácter puramente metafísico como de las distintas adaptaciones de ellas, como p. ej, las religiosas. Por otro lado, es raro que se la haga, al respecto, una distinción, y la llamada ciencia de las religiones trata de una cantidad de cosas que, realmente, no tienen nada de religiosas en sentido estricto y moderno, como p. ej. los misterios de la antigüedad. Una tal ciencia manifiesta a luego por sí misma, y netamente, su carácter profano en  su opinión de  que quien  está fuera de toda religión y que no puede  tener  de la religión (preferiríamos decir de la tradición sin especificar alguna modalidad particular) más  que un mal conocimiento  exterior, sea el  único capaz de  ocuparse científicamente. La verdad es que, cerca de un pretexto de conocimiento desinteresado, se oculta una intención netamente antitradicional: se trata de una crítica destinada, ante todo – en el espíritu de sus promotores y, quizá menos conscientemente, en lo que los siguen – a destruir toda tradición, no queriendo ver, por toma de partido, más que un conjunto de hechos psicológicos, emotivos, sociales, etc, en cualquier caso, hechos puramente humanos. 

Error del sincretismo   

El sincretismo, entendido en su sentido verdadero, no es más que la simple superposición de elementos de diferente procedencia, reunidos desde el exterior, sin que algún principio de orden más profundo entre en juego. Es evidente que tal conjunto pueda así constituir una doctrina verdadera, como muchas piedras puedan constituir un sólido edificio.
No hay es necesidad de ir lejos para encontrar ejemplos típicos de sincretismo: las falsificaciones modernas de la tradición, sobre todo las de color neo-espiritualista y teosofista, no son, en el fondo, más que esto: ideas tomadas en préstamo de distintas formas tradicionales, generalmente mal comprendidas   y más o menos deformadas, que se encuentran mezcladas a concepciones de la filosofía y de la ciencia profana. Hay incluso teorías filosóficas - formadas casi enteramente por fragmentos de otras teorías, y aquí el sincretismo se llama habitualmente eclecticismo; pero este caso es ya menos grave, dado que se trata de pura filosofía, es decir, de un pensamiento profano que, al menos, no pretende hacerse pasar por lo que no es.
 En cualquier caso, el sincretismo es siempre un procedimiento esencialmente profano, a causa de su misma exterioridad: y no solo no tiene un carácter de síntesis, sino  tiene uno contrario. De hecho la síntesis, por definición, parte de los principios, es decir, de lo que  es más interior; va, por decirlo así, del centro a la periferia, mientras que el sincretismo permanece en la periferia, en la pura multiplicidad de los elementos considerados en sí mismos, separados de su principio y después artificialmente asociados. Sin embargo ciertos  sincretistas hablan a menudo y de buen grado de síntesis, esto prueba solamente una cosa: es decir, que sienten que, en caso de que reconocieran la naturaleza real de sus teorías compuesto, confesarían por eso mismo no ser los depositarios de ninguna tradición y que el trabajo al cual se dieron no difiere en absoluto de cualquier investigador puesto a conectar  esta o aquella  idea tomada de los libros.
Si éstos tiene pues un interés evidente en hacer pasar por síntesis su sincretismo, el error de ellos, como decíamos al principio, es decir, de los que presumen hacer la ciencia, se produce generalmente en sentido opuesto: cuando se encuentran de frente a una verdadera síntesis, son llevados siempre a no ver casi más que un sincretismo. La explicación de esta actitud, en el fondo, es muy simple: al atenerse a la opinión más profana y más exterior que pueda concebirse nunca, no tienen ninguna conciencia de un orden diferente y, al no querer admitir que algunas cosas se les escapan, pretenden naturalmente reconducir todo a lo que está  al alcance de su comprensión. Con suponer que cada doctrina sea únicamente  la obra de uno o más individuos humanos, sin ninguna  intervención de elementos superiores (ya que es necesario no olvidar que éste es el postulado fundamental de toda su ciencia), asignan a tales individuos lo que ellos  mismos terminarían por  hacer en un caso similar; y es inútil decir, que ellos no se preocupan mínimamente de saber si la doctrina que estudian a su modo sea o no la expresión de la verdad; tal problema, no siendo  histórico  no se plantea. Se puede al contrario dudar que nunca hayan pensado rastros de una verdad de orden  diverso de la simple verdad de hecho que es la única que puede ser  objeto de erudición. 

Presuntas filiaciones
  
Lo que en cualquier caso es importante observar, es que la falsa concepción de un presunto  sincretismo de las doctrinas tradicionales tiene como consecuencia directa e inevitable la inclinación a explicar la concordancia de elementos pertenecientes a diversas formas tradicionales con algo, que una habría tomado prestado de  otra. Por supuesto, aquí no entra en absoluto el origen común de las tradiciones, ni su filiación autentica, con la transmisión regular y las adaptaciones sucesivas que implica: todo eso, al escapar a los medios de investigación de los que dispone la historia profana, no existe en absoluto. Se quiere por el contrario hablar solamente de una especie de copia o plagio que de una tradición habría hecho de otra, al ponerse en contacto con la primera por circunstancias casuales, de una incorporación de elementos trasladados, que no responden a ninguna razón profunda: que es la propia esencia del sincretismo. No se pregunta para nada si no es normal que una misma verdad reciba expresiones más o menos similares independientemente de cada transmisión material a grandes rasgos, y esta cuestión no se plantea, porque, como señalábamos, se decidió ignorar tal verdad, la cual, aunque representaría una explicación incompleta sin la idea de una unidad tradicional primordial, incluso representaría un determinado aspecto de la realidad. Añadimos que tal referencia no tiene nada ver con esta otra teoría, igualmente profana, aunque de orden diverso, que recurre a lo que se convino en llamar; la unidad del espíritu humano, entendiendo esta unidad en sentido para nada psicológico: a tal nivel, una unidad del género no existe en absoluto, y en eso una vez más se traiciona el prejuicio propio de quien cree que cada doctrina es un simple producto del espíritu humano.
 Observaremos aún que esta misma idea del sincretismo y de los aportes, propiamente aplicada a los textos tradicionales, da nacimiento a la busca de fuentes hipotéticas, como incluso a la suposición de interpolaciones que, como se conoce, constituye una de los mayores recursos de la obra destructiva de la crítica, el único objetivo real del cual es la negación de toda inspiración sobrehumana. Lo que se reconoce estrechamente en la intención antitradicional afirmada al principio; y en esta ocasión, dicho sea también de paso, indicamos la incompatibilidad entre cada explicación humanista y espíritu tradicional, incompatibilidad evidente, porque no tener en cuenta el elemento no-humano significa propiamente rechazar lo que constituye la esencia misma de la tradición, eso, sin lo cual no hay ya nada que pueda llevar legítimamente este nombre.
Si es imposible que haya sincretismo en las doctrinas tradicionales, porque lo que en ellas se trata está en forma de síntesis, es del todo imposible que lo  haya en quien  de verdad haya comprendido, no obstante tener cabida la vanidad, de un  tal procedimiento, así como todos  aquéllos del pensamiento profano, no siente ninguna necesidad de recurrir a ella. Todo lo que de verdad se inspira en el conocimiento tradicional procede siempre del interior y no de afuera; cualquiera que tenga conciencia de la unidad esencial de todas las tradiciones puede, para exponer e interpretar la doctrina, recurrir, según los casos, a medios expresivos procedente de formas tradicionales diferentes, si retiene que eso sea ventajoso; pero esto no es nada que se parezca a cualquier sincretismo o al método comparativo de los eruditos. Por una parte, la unidad central y principal que ilumina y domina todo; del otro, los que de tal unidad ni siquiera sospechan la existencia y se pierde en el laberinto de una investigación en desorden y siempre confinada a la periferia.
Eso conduce incluso al siguiente orden de consideraciones.

Tradición y supertradición
   
Según la tradición hindú hay dos modalidades opuestas, una inferior y la otra superior, de estar fuera de las castas: se puede ser sin casta – avarna – en un sentido privativo, es decir, debajo de ellas; y se puede ser por el contrario más allá de las castas – ativarna – a es decir, sobre ellas, aunque este segundo caso sea incomparablemente más raro que el primero, sobre todo en las condiciones del tiempo actual. De modo análogo, se puede estar  aquí o más allá de las  formas tradicionales: el hombre sin religión, por ejemplo, tal cual se encuentra corrientemente en el mundo occidental moderno, corresponde naturalmente al primer caso; el segundo, por el contrario, se refiere exclusivamente al que han tomados una conciencia efectiva de la unidad y la identidad fundamental de todas las tradiciones; e incluso éste es un caso que, actualmente, es más que excepcional.
 Se comprende bien, por otra parte, que hablando de una conciencia efectiva no entendamos las nociones simplemente teóricas acerca de esta unidad e identidad; nociones que, al no ser en absoluto desdeñables, por eso serían insuficientes para que alguien pueda elogiarse de haber sobrepasado el estadio, en el cual es necesario adherirse a una forma dada y atenerse rigurosamente. Y ello, por supuesto, no significa en absoluto que quien se encuentra en ese caso no deba tender a comprender lo más completa y profundamente posible las otras formas, pero solo que, prácticamente, no debe buscar contactos los cuales, sobre tal plan, no tendrían sino un efecto destructivo.
  Las formas tradicionales pueden compararse a vías que conducen todas al mismo objetivo, pero que, en cuanto que vías, no por eso no dejan de ser bien distintas. Es evidente que no se pueden recorrerse simultáneamente arias, y que, una vez que se ha comprometido en una de ellas, es necesarios seguirla hasta en fondo sin apartarse, puesto que querer pasar de una  a otra sería el mejor método para no pasar adelante, sino incluso para no extraviarse del todo. Solamente quien ha llegado al término, por eso mismo domina todas las vías, en cuanto que no debe seguirlas más. Si es necesario, podrá practicar formas diversas, de verdad porque las sobrepasó y porque para él se unifican ahora en su común principio. De otra parte, en general, esa persona  continuará a mantenerse exteriormente fiel a una forma dada, por lo menos  a título de  ejemplo para los que no llegaron a su mismo punto; pero, si  circunstancias especiales lo requirieran, podrá igualmente bien emplear otras formas, de la misma manera que quien conoce distintas lenguas, haciendo  por eso principalmente empleo de la suya propia, tiene la facultad, allí donde es necesario para hacerse entender , expresar los mismos conceptos en los términos  de otra lengua.
 En resumen, entre este caso y el de una ilegítima mezcla de las formas tradicionales hay toda la diferencia que habíamos indicado existir ya entre síntesis y el sincretismo: de la que cada uno podrá ver el alcance que tienen las consideraciones nuestras desarrolladas a tal respeto. Quién considera todas las formas en la unidad misma de su principio no tiene, por este mismo, una vista sintética en el sentido más riguroso de la palabra; puede situarse dentro de cada una de ellas, en realidad, diríamos que se incorpora al punto que es para todas ellas el más anterior, siendo en realidad su centro común. Al reanudar la imagen ahora empleada, todas las vías, al partir de puntos diferentes, van acercándose las unas a los otras, por eso permanecen distinguidas, hasta que desembocan en este centro único. Pero, vistas desde tal centro, realmente ya no aparecen más que como otros tantos rayos provenientes de él, mediante los cuales entra en relación con los puntos múltiples de la periferia. Estos dos sentidos, inversos, según los cuales las mismas vías pueden considerarse, corresponden exactamente a los puntos de vista propios, respectivamente, a quien está en camino hacia el centro, y a quien lo ha alcanzado; estados, que en el simbolismo tradicional a menudo se describieron como los del viajero y el sedentario. Este último es similar a que, al estar sobre la cima de una montaña, sin deber moverse, no ve de igual modo las distintas vertientes, mientras el que escala la misma montaña ve solamente la parte que le es vecina; y está claro que solamente la visión del primero puede ser llamada sintética.

 El conjunto de las observaciones que hemos desarrollado no debe darse como puramente abstracto. Si deseamos mantenernos siempre sobre el plano de los puros principios, las consecuencias, que pueden extraerse de ellos, pueden alcanzar también problemas de orden concreto y de importancia inmediata. Por ejemplo, en un período, como el actual, donde se hace cada vez más urgente la necesidad de sobrepasar cada particularismo en nombre de una solidaridad espiritual, porque solamente ésta puede oponerse eficazmente a la acción concertada de las fuerzas mundiales de subversión y destrucción, es cuánto más  importante es estudiar las condiciones, con relación a las cuales la diferencia y la unidad pueden reconciliarse; con relación a las cuales un único espíritu puede subsistir detrás de la variedad de expresiones diferentes; con relación a las cuales  la fidelidad a una tradición no es sectarismo y no se traduce en un principio de cisma y desorganización. Es por tal vía que hemos creído conveniente hacer hincapié, en este mismo lugar, sobre algunos puntos fundamentales, sin los cuales no es posible tener una verdadera orientación en los mismos problemas de la organización de las fuerzas espirituales en lucha contra la decadencia moderna.

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