MI FEUDALISMO NO ES
DE ESTE MUNDO
Delimitación del carácter tradicional del pasado occidental
Nikos Vardhikas
(Vers la Tradition
1987)
Entre aquellos que le interesa la historia sagrada, hay hoy
día pocos, sin duda, de buena fe, pero
"occidentofrenos" inveterados, que sostengan la tesis según la cual habría
habido una filiación tradicional más o menos ininterrumpida desde Egipto y los imperios
orientales, pasando por Alejandría y Roma, hasta 1806, ¡fin del Santo Imperio Germánico!
Este último término, además, interpretado a veces "esotéricamente" (y
en realidad más al manera de un nirukta afectuoso para un J. Lacan) como
significando "tierra de los gérmenes"! (1)
La mayoría de los otros se contentan con la tesis admitida por
R. Guénon: la Edad Media es la época tradicional de Occidente, que termina con
el reino de Felipe el Bello. Guénon ha fijado estos límites, especialmente en relación con
la cuestión de las relaciones entre el poder temporal y la autoridad
espiritual, relación evidentemente
volcada a favor del poder real bajo Felipe el Bello. Sin embargo, esta última
tesis también plantea un formalismo excusable cuando no se trata del tema preciso
que ocupa aquí, pero que no podemos aceptar sin matices. (2).
En efecto, el matiz a añadir consiste sobre todo en tomar en
cuenta, paralelamente a la realidad medieval occidental (que, por supuesto, era
más tradicional que la actual), la de las entidades contemporáneas del Occidente
medieval a las cuales este último debe una gran parte de su civilización
tradicional, y contra las cuales se volvió inmediatamente la asimilación hecha;
queremos hablar de Bizancio, sobre todo ella, una entidad cristiana que
transmitió aspectos negativos a la otra contemporánea de la Edad Media, la que
debía (sólo) merecer a los ojos de esoteristas el título de "intermediaria
entre Oriente y Occidente": el Islam califal. Podremos a través del
estudio de estas tres entidades, remitir la noción del carácter tradicional de
la Edad Media Occidental a su verdadera perspectiva; a menos de querer quedar a
cualquier precio Euro-centrista , nosotros ya no podemos rechazar colmar esta verdadera
laguna en nuestra perspectiva, que
peligra falsear una parte de nuestras opiniones.
En Occidente, la tara de la "novedad", al
contrario del espíritu tradicional, así como la incomprensión del sentido mismo
de la tradición que no sea como repetición ciega (tara ligada a esta otra
constante occidental que es el juridicismo y el espíritu del sistema), existe
desde los orígenes de su llamado período tradicional.
Surgido como tal de las ambiciones de Carlomagno, que
inauguró su reinado con fines papocesaristas claros (aunque haya sido coronado
como sabemos), la tradición occidental
comienza ya con una novedad: se trata de un todo basado en filioque, un asunto creado en todas sus
piezas sobre falso documentos sinodales, a fin, precisamente, de mejor desmarcar el Occidente del Oriente que él odiaba. La significación
"mundana" de esta innovación fue analizada por nosotros en otro lugar
(3). Desde el principio, por lo tanto, la
humanización de la tradición cristiana estaba
adquirida (en "germen", precisamente), y no pudo ser retardada más que gracias a los excesos de pietismo y al
papel "ordenador " (Paz de Dios, Tregua de Dieu) que los poderosos
querían aún admitir a la Iglesia. Ciertamente, el hecho mismo de que se le haya
sido transferido un papel diferencia esta época de la nuestra, pero no es en sí
misma suficiente para justificar su calidad tradicional, si, por este término,
entendemos, como Guénon, no sólo alguna cosa la cosa habitual y transmitido, a
la manera de usos y costumbres, sino además alguna cosa de carácter metafísico
y/o iniciático (y, en este caso, fiel a los principios del espíritu del
cristianismo).
La celebración de la arianidad de la tripartición de
funciones, en la Edad Media, sortea hábilmente esta cuestión del cristianismo, para
dorar el blasón del feudalismo franco-alemán de "tradicionalidad"; solamente, la cuarta
componente, presente en India, está olvidada: la de las dos categorías de los
fuera de casta (en lo alto: sannyassins y abajo : shudras). Una simple tripartición
lejos de recordar la Trinidad, niega cualquier lugar para los "no-adaptados"
y testimonia una rigidez, que asegura, adelante, un hundimiento violento. La
identificación del hombre con la sociedad estaba conseguida.
Cualquier logro iniciático, dentro de este marco, ha tomado
la forma de sociedades secretas, en los límites del cuerpo de la Iglesia y a
veces perseguido por ella, cuando no fue la obra de sociedades monásticas de
carácter " profano” muy marcado (ver los hechos y gestas en Europa Oriental de los Caballeros
Teutónico, por ejemplo). Esto, porque el contenido eminentemente iniciático del
cristianismo había sido -en ocasiones conscientemente - vaciado en provecho de su transformación en una
religión exclusivamente exotérica y remedando el poder.
Occidente sabe ahora (una de las compensaciones del
Kali-Yuga, sin duda), que la floración iniciática en él en el último tercio de
la Edad Media proviene en parte del Oriente, especialmente a través de las
Cruzadas (que el Oriente vivió como una abominación) y de la España mora: San
Francisco de Asís, Dante, el ciclo del Grial, una cierta caballería, los Templarios,
los Rosacruces, los constructores de catedrales - cuya obra no remeda ninguna
construcción oriental – la Francmasonería. Lo que es consternante y menos conocida es la manera en que este aproximación
fructífera del Oriente ha sido hecha por el Occidente, especialmente con respecto
a sus hermanos en tradición.
La sociedad que profesaba seguir al Maestro cuyo reino no es de este mundo, bendecía a los
"soldados de Cristo, que no cometían pecado (!) matando al enemigo y no corrían
ningún peligro /para su alma/ muriendo en combate" (St. Bernardo, editor
de la Regla de los Caballeros Templarios, y representante del esoterismo occidental), en
más puro estilo islámico.
Antes y durante su contacto con el "enemigo" ortodoxo
y musulmán, esta sociedad recurrió y defendió con el orgullo y la suficiencia
que el Oriente le conoció, prácticas tan poco “tradicionales”, pero ataviada
del calificativo divino, como el
"juicio de Dios":
-para juzgar la culpabilidad de un acusado, se le ataba a una
plancha y sumergirla en un barril lleno de agua; si es inocente, ¡se hunde!
Esta distorsión mental, nunca igualada con tanta religiosidad
(otras sociedades de la época se contentaban, en este orden de ideas, en creer
que el culpable se traicionaría a sí mismo si era confrontado, sin saberlo, con
una perícopa de la Escritura (4)), confundiendo
leyes naturales con justicia divina, prefigura la actividad de la Iglesia en dominios
en los que no tiene naturalmente nada
que hacer (cf. la condenación de Galileo
por motivos "religiosos").
La Edad Media Occidental nos ha dejado por otra parte otra
originalidad occidental, que pasa como cristiana: el odio al cuerpo y
mortificación.
Que no se diga que todo esto se explica "por la
época", pues es precisamente en este tema en el que el conocimiento de
Bizancio y el Islam pueden sernos útiles.
La sociedad cristiana de Bizancio cuidaba a los enfermos,
sin explicar su posible ignorancia (abundancia de amputaciones y sangrados, en
Occidente) a través del recurso a Dios.
La "virtud" medieval que se puede contemplar en las
miniaturas y otras imágenes consisten en una triste mortificación del cuerpo,
con el uso frecuente de símbolos de la muerte y del Diablo (pueda él acceder al
perdón), que explican la explosión paranoica (J. Bosch) o profana del Renacimiento
(esta europeización del islam bizantininizado).
Los iconos bizantinos, por otra parte, y el acercamiento
armónico entre este arte sagrado y la pintura “profana” observada en el siglo 14 en Oriente, evita la
desencarnación optando por la sacralización
o transformación de la realidad visible
(sin caer en trampa de una “absolutización de lo relativo ").
En realidad, el Occidente ario y romano nunca fue capaz de
asimilar la encarnación. Son los griegos, en los Hechos de los Apóstoles, que
supuestamente se "escandalizan" por esta afirmación cristiana; sin
embargo, su contribución al desarrollo de la elaboración de los dogmas de la
Iglesia primitiva es grande. Pero esta contribución no provino de los defensores
de la religión aria oficial, sino partidarios de la versión griega de la Tradición.
En Occidente, sin embargo, donde ya el panteón incluía las
innovaciones de la divinización de Roma y del Emperador, el sentido de Dios
hecho hombre nunca ha sido entendido de otra manera que como el "Rescate".
Hemos dicho que la "época " no está para nada en
esta incomprensión. Durante la Edad Media Occidental, el Oriente Cristiano
aplicó los 85 cánones apostólicos, donde se puede leer:(5)
5 - El obispo, sacerdote o diácono no debe divorciarse de su
esposa con el pretexto de piedad,
bajo pena de difrocación o excomunión.
6 - El obispo, sacerdote o diácono no podrá asumir cargos
públicos.
51 - Si un obispo, sacerdote o diácono se abstiene del matrimonio,
la carne o el vino, no por deseo de probarse, sino por disgusto,
olvidando de esta manera que "todo es muy bueno" y que "Dios los
creó hombre y mujer", blasfema y los devalúa (diaballei) la Creación; que
sea destituido y excomulgado . Lo mismo vale para los laicos.
El Occidente ha experimentado desde siempre odio o al menos
desconfianza hacia este Oriente que él consideraba preferentemente "herético".
De hecho, ¿cuántos textos copiados por monjes orientales serían puestos en el
Índice por el Vaticano? El personaje del monje español Jorge, en el libro de
Umberto Ecco "El Nombre de la Rosa" (que termina en una confusión
completamente occidental) es muy característico a este respecto.
Este odio y esta desconfianza no faltan en historiadores
contemporáneos, para los cuales Bizancio continúa encarnando la "decadencia".
En Gibbon en nuestra época, pasando por marxista (6),
esta sociedad es denigrada en nombre de todos los males imaginables,
comprendido aquí porque no ha “podido” proletarizar la masa de su población,
para llegar a las Cruzadas, a los Descubrimientos o a la creación de grandes dominios
agrícolas ¡que habrían facilitado la integración de Grecia en el Mercado Común!
Es necesario, hoy en día
(a falta de ayer), que el 0ccidente cese de cerrarse así sobre sí mismo.
Es tiempo de que no se vea escribir más de la mano de
guenonianos, que el cristianismo se identifica" con la historia del 0ccidente.
Sería preciso exorcizar de una vez por todas los viejos
demonios, comprendiendo que todas las aberraciones deploradas en Occidente no
han sido más que la reacción natural (pero no por eso justificables), a las
faltas y distorsiones que remontan mucho
más alto en el tiempo que el siglo 14. Estas faltas fueron provocadas por el
Occidente, deseoso de desmarcarse del Oriente; de manera que se puede decir que:
- cuando el Occidente era tradicional no tenía esta identidad
distinta - y resueltamente cortada de sus raíces hasta entonces- que nosotros conocemos
como "occidental" (desde Carlomagno)
-cuando esta identidad claramente occidental existió, no se
trataba más de alguna cosa tradicional, sino exteriormente; su hundimiento colapso
en la dirección del modernismo era previsible.
El famoso "milenio", por lo tanto, no habrá sido,
para el Occidente más que una duración de 600 años (desde Carlomagno hasta
Felipe el Bello), de los cuales sólo 300 antes de las Cruzadas que marcaron
entonces, desde el momento en que ya no hacemos historia de la Europa aislada,
el inicio de la decadencia no tradicional (todavía no anti-tradicional).
De esto se deduce que no podemos hablar, en el límite, más
que de una tradición occidental del tipo
kshatriya y religiosa en el mejor de los casos, y de una no-tradición en el
peor de los casos.
En Occidente, estamos siendo testigos de la estatalización el
cristianismo. En Oriente, a la cristianización del estado.
La diferencia se describe de manera penetrante (y dolorosa, para los ortodoxos que acariciaban el sueño de
copiar a los católicos) de Dostoievski, en los hermanos Karamazov.
Por otra parte, ¿es una casualidad si, en la misma obra, el discurso
del Gran Inquisidor que "se adhiere" muy bien a los marxistas (y no
faltan disidentes para hacerlo notar) se pone en la boca de un católico donde
el “se adhiere” igualmente bien?
No queremos, sobre todo en este artículo, “herir la sensibilidad",
como se dice, de los católicos. Queremos sin negar necesariamente la posibilidad
de que su tradición haya conservado, en estado (tan) latente influencia
espiritual del principio y sin querer en absoluto renegar de esta tradición, invitar
a los occidentales preocupados por su recuperación a más humildad en su
perspectiva, de lo contrario se equivocarán de adversarios y de aliados.
Un ejemplo de esta humildad sería, entre otras cosas, una mayor
prudencia cautela hacia la "renovación" católica que algunos ven en
las acciones más insignificantes del
Vaticano bajo Su Santidad Juan Pablo II. Mientras se encuentren esoteristas
que se sientan indignados cuando una revista como esta "ose" declarar
"con Pedro si es posible, sin él si es necesario", es evidente que
una de las posibles vías de recuperación, a saber, la que Guénon llamó "recuperación del Occidente” estará
minada desde el interior.
Condenar las reacciones naturales (como la llamada "teología
de la liberación”) sin corregir (ni incluso mencionar a la manera de un Estado
que hace su diplomacia) las faltas que la han producido, revela desgraciadamente,
no uno espíritu de renovación, sino el mismo espíritu jurídico que ha producido
(o no ha podido contra-balancear ) toda una serie de aberraciones que
constituyen el espíritu moderno y que de otro modo son más graves que las reacciones
al castigo de las cuales se dedica la Curia Romana.
Entre las proposiciones "renovadoras” del Cardenal Ratzinger
, por ejemplo, saludadas aquí mismo, falta el espíritu el espíritu del 51 Canon
Apostólico; el Cardenal insiste sobre el Pecado Original, delante de una
congregación infantilizada, pero en absoluto sobre la sacralización y transformación de la vida, de otra manera
que en términos de "rescate".
Sería grave, evidentemente, grave que los verdaderos renovadores
del espíritu cristiano estén oscurecidos
en el reconocimiento tanto de sus fines como del conocimiento de la amplitud de
lo que es engañoso.
Evitar esto habrá sido el deseo de la puesta a punto a la cual hemos querido contribuir , con este
artículo. Pero Dios sabe mejor.
Notas
(1) Artículo sobre el Santo Imperio en el Cahier
de l’Herne consagrado a René Guénon, por M. Denys Roman.
(2) De lo contrario,
se podría decir que el sistema parlamentario griego, por ejemplo, o el
Presidente, el Gobierno, y los diputados prestan juramento ante el arzobispo y
donde el Parlamento comienza sus sesiones con una ceremonia de bendición, ¡es un
régimen "tradicinall!
(3)"El nombre del
Dios de los Cristianos", a aparecer en esta revista.
(4) En Ph. Koukoulês,
Vida y civilización de los bizantinos, 7 vol. (en griego).
(5) Gobierno de la
Nave Espiritual de la Iglesia (Derecho Canónico Ortodoxo), Atenas, div. reediciones.
(6) Pasajes de la
antigüedad al feudalismo, Perry Anderson (Maspéro 1977) GA. Williamson, edición
e introducción del la historia secreta de Procope (Penguin Classics,
1966):"Bizancio estaba llena de belleza y magnificencia, también llena de
corrupción moral y religioso... Leemos un pasaje sobre una ciudad donde la
moralidad sexual presumiblemente no existía, donde el adulterio, y la promiscuidad reinaba y la
castidad era desconocida, así como las leyes de Dios y el ejemplo de Cristo
habían sido olvidados.. ." (p. 31). A notar, las dos partes de la
declaración en la primera parte de la citación que se supone "resume" lo que era Bizancio:
-por un lado, lo
positivo es únicamente de orden estético: "belleza", magnificencia
"
-por otro lado, lo
negativo es muy pesado: ¡corrupción moral y religiosa!
En la segunda parte,
el autor revela su criterio puritano de
la virtud : su ilustración de la corrupción bizantina se apoya con ejemplos
puramente sexuales.
Notar también en la
confrontación.
-El ejemplo de Cristo
-la promiscuidad
En cuanto a la autosatisfacción
habitual de los occidentales, es necesario leer lo que dice este autor sobre
"métodos atroces de aumentar el número de fieles".
Bibliografía
A. Ducellier, Le drame
de Byzance, Hachette 1976,"Byzantines et Croisés: le double jeu", NOTRE
HISTOIRE, 20,1986, pp. 36-41.
F. Gabrielli, Chroniques
árabes des Croisades, Sindbad 1977
A. Comnêne, Aléxiade,
Belles-Lettres
G. de Villehardouin y
otros, Chroniques des Croisades, Belles-Lettres et Pléyade (Historia y Crónicas
de la Edad Media)
P. Ponsoye, L’Islam et
le Grial, Archê (Milán) 1977
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