Capítulo
XXXIX: GRANDES MISTERIOS Y PEQUEÑOS MISTERIOS
(René Guénon, Apreciaciones sobre la iniciación)
Hemos hecho alusión repetidas
veces, en lo que precede, a la distinción entre “Grandes Misterios” y
“Pequeños Misterios”,
denominaciones tomadas de la antigüedad griega, pero que en realidad son
susceptibles de una
aplicación completamente general; debemos ahora insistir un poco más sobre
ello, a fin de precisar cómo
debe ser entendida esta distinción. Lo que ante todo debe comprenderse
es que no hay aquí diferentes
géneros de iniciación, sino estadios o grados de una misma iniciación,
considerando a ésta como
debiendo constituir un conjunto completo y ser seguida hasta su último
término; en principio, los “Pequeños
Misterios” no son entonces más que una preparación para los
“Grandes Misterios”, puesto
que su término no es aún sino una etapa de la vía iniciática. Decimos en
principio, pues es muy
evidente que, de hecho, cada ser no puede llegar más que hasta el punto en
que se detienen sus propias
posibilidades; en consecuencia, algunos podrán no estar cualificados
sino para los “Pequeños
Misterios”, o incluso para una porción más o menos restringida de éstos;
pero esto solamente significa
que no son capaces de seguir la vía iniciática hasta el final, y no que
sigan una vía distinta a la
de aquellos que pueden ir más lejos que ellos.
Los “Pequeños Misterios”
comprenden todo lo que se relaciona con el desarrollo de las posibilidades
del estado humano considerado
en su integridad; desembocan entonces en lo que hemos
denominado la perfección de
este estado, es decir, en lo que es designado tradicionalmente como la
restauración del “estado
primordial”. Los “Grandes Misterios” conciernen propiamente a la realización
de los estados supra-humanos:
tomando al ser en el punto en que lo han dejado los “Pequeños
Misterios”, y que es el
centro del dominio de la individualidad humana, lo conducen más allá de este
dominio, y a través de los
estados supra-individuales, aunque todavía condicionados, hasta el estado
incondicionado que es el
único y verdadero fin, y que es denominado la “Liberación final” o la
“Identidad Suprema”. Para
caracterizar respectivamente ambas fases, se puede, aplicando el
simbolismo geométrico (1),
hablar de “realización horizontal” y de “realización vertical”, debiendo
servir la primera de base a
la segunda; esta base está representada simbólicamente por la tierra, que
corresponde al dominio
humano, y la realización supra-humana es entonces descrita como un
ascenso a través de los
cielos, que corresponden a los estados superiores del ser (2). Por otra parte,
es fácil de comprender por
qué motivo la segunda presupone necesariamente a la primera; el punto
central del estado humano es
el único en que es posible la comunicación directa con los estados
superiores, efectuándose ésta
según el eje vertical que encuentra en este punto el dominio humano;
es preciso entonces haber
alcanzado primero este centro para poder después elevarse, según la
dirección del eje, a los
estados supra-individuales; y por esta razón, empleando el lenguaje de Dante,
el “Paraíso terrestre” es una
etapa sobre la vía que conduce al “Paraíso celestial” (3).
Hemos citado y explicado en
otro lugar un texto en el cual Dante sitúa al “Paraíso celestial” y al
“Paraíso terrestre” respectivamente
en relación con lo que deben ser, desde el punto de vista
tradicional, el papel de la
autoridad espiritual y el del poder temporal, es decir, con otras palabras, con
la función sacerdotal y la
función real (4); nos contentaremos con recordar brevemente las
importantes consecuencias que
se desprenden de esta correspondencia desde el punto de vista que
nos ocupa ahora. Resulta en
efecto que los “Grandes Misterios” están en relación directa con la
“iniciación sacerdotal”, y
los “Pequeños Misterios” con la “iniciación real” (5); si empleamos términos
prestados de la organización
hindú de las castas, podemos decir entonces que, normalmente, los
primeros pueden ser
considerados como el dominio propio de los Brahmanes y los segundos como el
de los Kshatriyas (6).
También puede decirse que el primero de ambos dominios es de orden
“sobrenatural” o “metafísico”,
mientras que el segundo es solamente de orden “natural” o “físico”, lo
que se corresponde
efectivamente con las respectivas atribuciones de la autoridad espiritual y del
poder temporal; y, por otra
parte, esto permite también caracterizar claramente el orden de
conocimiento al cual se
refieren los “Grandes Misterios” y los “Pequeños Misterios” y que ponen en
práctica gracias a la
realización iniciática que les concierne: éstos comportan esencialmente el
conocimiento de la naturaleza
(considerada, no es preciso decirlo, desde el punto de vista tradicional
y no desde el punto de vista
profano de las ciencias modernas), y aquellos el conocimiento de lo que
está más allá de la
naturaleza. El conocimiento metafísico puro depende entonces propiamente de los
“Grandes Misterios”, y el
conocimiento de las ciencias tradicionales de los “Pequeños Misterios”;
como el primero es por otra
parte el principio del cual derivan necesariamente todas las ciencias
tradicionales, resulta
entonces que los “Pequeños Misterios” dependen esencialmente de los
“Grandes Misterios” y tienen
en ellos su principio mismo, al igual que el poder temporal, para ser
legítimo, depende de la autoridad
espiritual y tiene en ella su principio.
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Acabamos de hablar solamente
de los Brahmanes y de los Kshatriyas, pero no debe olvidarse que los
Vaishyas pueden también estar
cualificados para la iniciación; de hecho, encontramos en todas
partes, como estándoles más
especialmente destinadas, formas iniciáticas basadas en el ejercicio de
los oficios, sobre las cuales
no tenemos la intención de extendernos demasiado, puesto que hemos
explicado suficientemente en
otro lugar su principio y su razón de ser (7), y además hemos debido
hablar de ello aquí mismo en
repetidas ocasiones, dado que es precisamente a tales formas a las que
se vincula todo lo que de
organizaciones iniciáticas subsiste en Occidente. Para los Vaishyas, con
mayor razón aún que para los
Kshatriyas, el dominio iniciático que propiamente conviene es el de los
“Pequeños Misterios”; esta
comunidad de dominio, si puede decirse, ha conducido frecuentemente a
contactos entre las formas de
iniciación destinadas a unos y otros (8), y, por consiguiente, a
relaciones muy estrechas
entre las organizaciones mediante las cuales estas formas son
respectivamente practicadas
(9). Es evidente que, más allá del estado humano, las diferencias
individuales, sobre las que
esencialmente se apoyan las iniciaciones de oficio, desaparecen
totalmente y no podrían
desempeñar ningún papel; desde el momento en que el ser ha llegado al
“estado primordial”, las
diferencias que dan nacimiento a las diversas funciones “especializadas” ya
no existen, aunque todas estas
funciones tengan igualmente su principio, o más bien por ello mismo;
y es a esta fuente común a la
que en efecto se trata de remontar, llegando hasta el término de los
“Pequeños Misterios”, para
poseer en su plenitud todo lo que está implicado en el ejercicio de una
función cualquiera.
Si consideramos la historia
de la humanidad tal como la enseñan las doctrinas tradicionales, en
conformidad con las leyes
cíclicas, debemos decir que, en el origen, el hombre, teniendo plena
posesión de su estado de existencia,
poseía naturalmente por ello las posibilidades correspondientes
a todas las funciones,
anteriormente a toda distinción entre ellas. La división de estas funciones se
produjo en un estado
ulterior, representando un estado ya inferior al “estado primordial”, pero en
el
que cada ser humano, no
teniendo más que ciertas posibilidades determinadas, poseía aún
espontáneamente la conciencia
efectiva de estas posibilidades. Es solamente en un período de
mayor oscurecimiento que esta
conciencia se perdió; y, desde entonces, la iniciación fue necesaria
para permitir al hombre
reencontrar, con esta conciencia, el estado anterior al cual ella es inherente;
tal es en efecto el primero
de sus objetivos, el que se propone más inmediatamente. Esto, para ser
posible, implica una
transmisión que se remonta, a través de una “cadena” ininterrumpida, hasta el
estado que se trata de
restaurar, y así, progresivamente, hasta el “estado primordial” mismo; y aún,
no deteniéndose aquí la
iniciación, y no siendo los “Pequeños Misterios” sino la preparación a los
“Grandes Misterios”, es
decir, a la toma de posesión de los estados superiores del ser, es preciso en
definitiva elevarse más allá
de los orígenes de la humanidad; y por esta razón la cuestión de un
origen “histórico” de la
iniciación se muestra como completamente desprovista de sentido. Ocurre por
otra parte lo mismo en lo
concerniente al origen de los oficios, de las artes y de las ciencias,
consideradas en su concepción
tradicional y legítima, pues todos, a través de diferenciaciones y
adaptaciones múltiples, pero
secundarias, derivan igualmente del “estado primordial”, que los
contiene a todos en
principio, y, por ello, se relacionan con otros órdenes de existencia, más allá
de la
humanidad misma, lo cual es
por lo demás necesario para que puedan, cada uno en su rango y
según su medida, concurrir
efectivamente a la realización del “plan del Gran Arquitecto del Universo”.
Debemos aún añadir que,
puesto que los “Grandes Misterios” tienen por dominio el conocimiento
metafísico puro, que es
esencialmente uno e inmutable en razón de su carácter principial, es
únicamente en el dominio de
los “Pequeños Misterios” donde pueden producirse desviaciones; y esto
podría explicar muchos hechos
referentes a ciertas organizaciones iniciáticas incompletas. De
manera general, estas
desviaciones suponen que el vínculo normal con los “Grandes Misterios” ha
sido roto, de forma que los “Pequeños
Misterios” han llegado a ser tomados como un fin en sí
mismos; y, en estas
condiciones, no pueden siquiera llegar realmente a su término, pues se
dispersan
en cierto modo en un
desarrollo de posibilidades más o menos secundarias, desarrollo que, no
estando ordenado en vistas a
un fin superior, corre el riesgo entonces de adquirir un carácter
“desarmónico”, el cual
constituye precisamente la desviación. Por otra parte, es también en este
mismo dominio de los “Pequeños
Misterios”, y solamente aquí, donde la contra-iniciación es
susceptible de oponerse a la
verdadera iniciación y de entrar en lucha con ella (10); el de los
“Grandes Misterios”, que se
relaciona con los estados superiores y con el orden puramente espiritual,
está, por su naturaleza
misma, más allá de tal oposición, luego totalmente cerrado a todo lo que no es
la verdadera iniciación según
la ortodoxia tradicional. Resulta de todo ello que la posibilidad de
extravío subsiste en tanto
que el ser no esté aún reintegrado en el “estado primordial”, pero deja de
existir cuando éste alcanza
el centro de la individualidad humana; y por este motivo se puede decir
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que aquel que ha llegado a
este punto, es decir, a la terminación de los “Pequeños Misterios”, está ya
virtualmente “liberado” (11),
aunque no pueda estarlo efectivamente sino cuando haya recorrido la vía
de los “Grandes Misterios” y
realizado finalmente la “Identidad Suprema”.
NOTAS:
(1). Ver nuestra exposición
en Le Simbolisme de la Croix.
(2). Hemos explicado
ampliamente esta representación en L'Esotérisme de Dante.
(3). En la tradición
islámica, los estados en los cuales desembocan respectivamente los
"Pequeños Misterios" y los
"Grandes Misterios"
son designados como el "hombre primordial" (el-insân ul qadîm)
y el "hombre universal" (elinsân
ul-kâmil); ambos
términos corresponden entonces propiamente al "hombre verdadero" y al
"hombre
trascendente" del
Taoísmo, a los cuales hemos recordado en una nota anterior.
(4). Ver Autorité
spirituelle et pouvoir temporel, cap. VIII. -Este texto es el pasaje en el cual
Dante, al final de su
tratado De Monarchia,
definió las atribuciones respectivas del Papa y del Emperador, que representan
la plenitud de
ambas funciones en la
constitución de la "Cristiandad".
(5). Las funciones sacerdotal
y real comportan el conjunto de las aplicaciones cuyos principios son
suministrados
respectivamente por las
correspondientes iniciaciones, de donde el empleo de las expresiones "arte
sacerdotal" y
"arte real" para
designar a estas aplicaciones.
(6). Sobre este punto, ver Autorité
spirituelle et pouvoir temporel, cap. II.
(7). Ver Le Règne de la
Quantité et les Signes des Temps, cap. VIII.
(8). En Occidente, es en la
Caballería donde se encontraban, en la Edad Media, las formas de iniciación
propias de
los Kshatriyas, o de lo que
debe ser considerado como el equivalente de éstos tan exactamente como es
posible.
(9). Esto es lo que explica,
limitándonos a dar aquí un único ejemplo característico, que una expresión como
la de
"arte real" haya
podido ser empleada y conservada hasta nuestros días por una organización como
la Masonería,
unida por sus orígenes al
ejercicio de un oficio.
(10). Cf. Le Règne de la
Quantité et les Signes des Temps, cap, XXXVIII.
(11). Es lo que la
terminología búdica llama anâgamî, es decir, "aquel que no retorna"
a un estado de
manifestación
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