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CAPÍTULO III
EL TERCER SEXO
(J. EVOLA, L’Arco e la
Clava, Milano, 1968, c. III.)
1
No cabe ninguna duda que el aumento de la homosexualidad y lo
avanzado de lo que ha llamado " tercer sexo " representan un fenómeno
característico de nuestra época, que se
puede a constatar en Italia, pero igualmente también en otros lugares.
En lo que concierne a la homosexualidad o, más precisamente,
a la pederastia, hay que poner de relieve ,como traza particular, que no se
limita en absoluto, como es el caso para una gran parte, a ciertos medios de
las clases superiores, los medios de artistas, de estetas, de aficionados
decadentes de perversiones y de experiencias fuera de la norma, es un fenómeno
que ha alcanzado igualmente a las " gentes simples " y las clases
subalternas, estando sólo preservada la clase media en cierta medida.
No es este el lugar de profundizar en la cuestión de la
homosexualidad como tal. Ya tuvimos la oportunidad, en una de nuestras obras (1), de estudiar sistemáticamente
todas las formas posibles del eros, sin limitarnos a las formas
"normales" y llevando incluso la atención sobrev las que fueron propias de otras épocas y en la esfera de otras
civilizaciones. No obstante, en este libro prácticamente hemos pasado en
silencio sobre la homosexualidad. El hecho es que' del concepto mismo de
sexualidad, a pesar de ser en el sentido más más amplio y aparte de todo
prejuicio social, no es fácil aclarar el fenómeno homosexual. Entra
esencialmente en la "patología" en una acepción amplia y objetiva,
que no se puede definir por oposición a lo que sería "sano" según las
concepciones corrientes de la moral burguesa. Nos acercaremos sucintamente la cuestión, distinguiendo dos
aspectos. El segundo nos reenviará al plano sociológico y, de cierta manera, a
las mismas consideraciones que las del capítulo precedente.
En nuestra obra señalada más arriba hemos partido de la idea
según la cual toda sexualidad "normal" deriva de estados psicofísicos
suscitados por la oposición, como de dos polos magnéticos, de dos principios,
el masculino y el femenino. Decimos masculino y femenino en lo absoluto,
entendiendo por eso dos principios de orden metafísico, anteriores y superiores
al plano biológico, principios que pueden estar presentes en grados muy
variables entre los hombres como entre las mujeres. En efecto, en la realidad
las mujeres y los hombres "absolutos" existen tan poco que el
triángulo abstracto de la geometría pura. Se tiene al contrario seres en los
cuales predomina la calidad hombre (los " hombres ") o la calidad
mujer (las " mujeres "), sin que la otra cualidad esté por eso completamente
ausente. La ley fundamental de la atracción sexual, ley ya presentida por
Platon y Schopenhauer, luego exactamente formulada por Weininger, es que la
atracción sexual bajo sus formas más típicas nace del encuentro de una mujer y
de un hombre tales que la suma de las partes de feminidad y de masculinidad
contenidas en cada uno da en total a un hombre absoluto y una mujer absoluta. Por
poner un ejemplo, el hombre que tuviera tres cuartos hombre y un cuarto mujer
encontraría su complemento sexual natural, por el que se sentirá atraído con un
modo irresistible y magnético, en una mujer que tuviera tres cuartos mujer y un
cuarto de hombre: porque entonces la suma estará justamente formada por un
hombre absoluto y por una mujer absoluta, que se unen. Esta ley vale para todo
erotismo intenso y profundo, elemental entre los sexos; no concierne a las
formas debilitadas, mezcladas, burguesas o "solamente "ideales"
y sentimentales del amor y de la sexualidad.
Entonces, esta ley permite también descubrir los casos en
que la homosexualidad es comprensible y " natural ": son los casos en
que el sexo, en los dos individuos que se encuentran, no está muy diferenciado.
Tomemos, por ejemplo, a un hombre que no es "hombre" más que al 55 %,
y "mujer" para el resto. Su complemento natural será un ser
"mujer" al 55 % y "un hombre" al 45 %; pero tal ser, de
hecho, se diferencia poco del hombre, y ya que se debe considerar no sólo solamente
el sexo exterior, físico, sino también
(por no decir sobre todo) el sexo interior, este ser podrá justamente ser un
“hombre”, lo mismo ocurrirá en el caso de la mujer. Se podría hacer corresponder el concepto de " tercer
sexo " a estas "sexualizaciones" poco diferenciadas, aunque se
trate solamente, lo vemos, de casos- límites. Así quedarían claras la génesis y
la base de las relaciones entre pederastas o entre lesbianas como fenómenos "naturales"
que provendrían de una conformación innata particular y de la misma ley que, con una conformación diferente, lleva a las relaciones normales entre los sexos. En
estos casos, pero en estos casos
solamente, estigmatizar la homosexualidad como una "corrupción" no
tiene sentido (porque para seres como estos de quienes hablamos, las relaciones
llamadas "naturales" no serían naturales, sino contrarias a su naturaleza); creer en la eficacia de
una profilaxis cualquiera o terapia estaría también privada de sentido, si rechaza
pensar (y esta negativa es razonable) que con medidas de este género se consiga
modificar lo que en biología llama el biotipo, la constitución psicofísica
congénita. Si se quiere formular un juicio moral frente al estado de hecho que
corresponde a estos casos-límites, es sobre todo la pederastia la que sería censurable, porque aquí uno de ambos
compañeros el hombre como "persona" está degradado, está empleado
sexualmente como una mujer. No es lo mismo en el caso de las lesbianas; si es
verdad, así como lo decían los Antiguos, que tota mulier sexus, es decir si la sexualidad es el fundamento
esencial de la naturaleza femenina, una relación entre dos mujeres no parece
tan degradante: A condición de que no se trate aquí de la caricatura grotesca de
una relación heterosexual normal, sino de dos mujeres igualmente femeninas, sin
que una de ellas, masculinizada y degenerada, desempeñe el papel de hombre con
respecto a su compañera.
Si este marco general no explica todos los casos de homosexualidad,
esto es debido al hecho de que una gran parte de ellos entran en una categoría
diferente, en una categoría de formas anormales en sentido específico,
determinadas por factores extrínsecos, frente a los cuales el juicio debe ser
diferente. Si se debiera dar una visión de conjunto del fenómeno tal como él
presenta en la historia y en otros pueblos, deberíamos menudo en cuenta otro
orden de consideraciones. Queremos decir que no se trata más de fenómenos
explicables por la ley de la atracción sexual suscitada por una forma
cualquiera de polaridad del principio masculino y del principio femenino
(tomado en ellos mismos, abstracción hecha su dosificación variable entre las
mujeres y los hombres vivos). Por ejemplo, la pederastia del mundo clásico representa un fenómeno aparte. Sabemos que Platón
ha buscado relacionarlo con el factor
estético. Pero, en este caso, es evidente que no se puede hablar más de una
atracción erótica en el sentido estricto. Se trata, en efecto, del caso en que la
facultad genérica de arrebato y de embriaguez que se despierta habitualmente,
debido a la polaridad de los sexos, frente a un ser de sexo diferente, logra
ser acelerada por otros objetos, que simplemente sirven de apoyo o de ocasión a
esta facultad. Si bien Platón habló del eros como de una forma de "
entusiasmo divino ", de manía, próxima a otras formas que no tienen que
ver nada con sexo, y que se separa siempre más del plano corporal, por no decir
incluso carnal. Establece en efecto una progresión en que el encantamiento y el
eros despertados por un efebo
representan sólo el grado más bajo - el encantamiento y el eros son suscitados en otros grados por la belleza espiritual - antes de llegar a la idea de la belleza
pura, abstracta y supra terrestre. Hasta que l punto tal " amor platónico
" homosexual (que, a su nivel más bajo, no teniendo una mujer por objeto,
sería "más "puro", no pudiendo tener evidentemente finalidades genésicas)
justificó verdaderamente la práctica
efectiva de la pederastia antigua, es otra cuestión. En el caso del romanidad de
la decadencia, está seguramente permitido no fiarse de eso.
La teoría platónica tuvo un equivalente en ciertos medios
islámicos. Pero sería difícil de relacionarla con la pederastia muy extendida, por ejemplo, entre los turcos, hasta tal punto
que en el ejército otomano (en el de ayer por lo menos: ver el caso relatado por el coronel Lawrence) parece que la
negativa del soldado de prestarse a los deseos de un superior hubiera tenido el
sentido de una insubordinación. Por otra parte, en este caso parece haber
actuado a veces otro factor, extraño a la sexualidad en sentido propio; en una
confesión que nos ha sido relatada, era cuestión (siempre para Turquía) de la
embriaguez suscitada en el pederasta activo de un " sentimiento de
potencia ". Pero hay ahí algo poco claro, visto el número de formas en que
una libido dominandi puede ser
ejercida y satisfecha en unas relaciones normales con mujeres. La pederastia en
Japón plantea un problema análogo.
En general, todos estos fenómenos no se explican como casos-límites
de la ley, indicada más arriba, de la complementariedad sexual, porque la
condición de un sexo poco diferenciado entre ambos compañeros está ausente. En
una relación pederástica, uno de ambos individuos puede ser fuertemente viril,
por ejemplo, (es decir con un alto porcentaje de la calidad
"hombre"); es lo contrario de una relación entre dos representantes
del " tercer sexo " como forma
intermediaria hibrida.
El fenómeno señalado más arriba de la diversión del eros que
hace de allí posible el despertar fuera de las condiciones normales de la
atracción sexual (la bipolaridad de los sexos, con el magnetismo relacionado)
y, en cierto sentido también, el fenómenos de la "deslocalización" del eros, su
transferencia sobre un objeto diferente (fenómeno ampliamente verificado por el
psicoanálisis), pueden pues valer como una explicación aditiva de la
homosexualidad. Pero debemos añadir a eso otro orden de consideraciones.
2
Hemos considerado precedentemente la constitución de los individuos con respecto al sexo (su
"sexualización", el grado diferente de su calidad hombre o mujer)
como algo preformado y estable. Entonces, hay que introducir en cuestión el
caso en que, por el contrario, ciertos cambios se vuelven posibles bajo el
efecto de procesos regresivos, favorecidos eventualmente por las condiciones
generales del medio, de la sociedad y de la civilización.
A título de premisa, es importante tener una idea más exacta
del sexo, en los términos siguientes. El hecho de que solo excepcionalmente se
sea hombre o mujer al cien por cien y que de que en cada individuo subsisten residuos del otro sexo
está en relación con otro hecho, bien conocido en biología, a saber que el
embrión sexualmente no está diferenciado al principio que presenta en origen
las características de ambos sexos. Es un proceso más tardío (a lo que parece,
comienza a partir del quinto o del sexto mes de la gestación) el que produce el
"sexualización": entonces las características de un sexo van a
prevaler y a desarrollarse siempre más, las del otro sexo que se atrofian o
pasan al estado latente (en el dominio puramente somático, se tiene como
residuos del otro sexo los pezones en el hombre, y el clítoris en la mujer).
Así, cuando el desarrollo se ha cumplido, el sexo de un individuo masculino o
femenino debe ser considerado como el efecto de una fuerza predominante que
imprime su propio sello, mientras que neutraliza y excluye las posibilidades
originamente coexistentes del otro sexo, especialmente en el dominio corporal y
fisiológico (en el dominio) psíquico, el margen de oscilación puede ser mucho
más grande).
Entonces, está permitido pensar que este poder dominante del
que depende el sexualización se debilite por regresión. Entonces, lo mismo que
políticamente, a consecuencia del debilitamiento en la sociedad de toda
autoridad central, las fuerzas de abajo, hasta entonces frenadas, pueden
liberarse y reaparecer, también podemos verificar en el individuo una
emergencia del caracteres latente del otro sexo y, en consecuencia, una
bisexualidad tendencial. Nos encontraremos pues de nuevo frente a la condición
de " tercer sexo ", y es evidente que un terreno particularmente
favorable para el fenómeno homosexual estará presente. La condición, es un
doblegamiento interior, una debilitación de la " forma interior " o,
mejor, del poder que da forma y que no se manifiesta solamente en la sexualidad,
sino que también en el carácter, en la personalidad, en el hecho de tener, como
regla general, una " cara precisa”.
Entonces se puede comprender por qué el desarrollo de la homosexualidad
misma entre las capas populares y eventualmente bajo formas endémicas es un
signo de los tiempos, un fenómeno que entra lógicamente en conjunto de los
fenómenos que hace que el mundo moderno se presenta como un mundo regresivo. Y
somos reenviados así a las consideraciones formuladas en el capítulo
precedente.
En una sociedad igualitaria y democratizada (con sentido
amplio del término), en una sociedad en que no existen más ni castas, ni clases
funcionales orgánicas, ni Órdenes; en una sociedad en que la "cultura"
tiene como algo de nivelado, de extrínseco, de utilitario, y en que la
tradición dejó de ser una fuerza formadora y viva; en una sociedad en que el
pindárico " Sé tú mismo " se ha vuelto una frase desprovisto de
sentido; en una sociedad en que tener del carácter es como un lujo que sólo el
imbécil puede permitirse; mientras que la debilidad interior es la norma; en
una sociedad, en fin, en que se ha confundido lo que puede estar por encima de
las diferencias de raza, de pueblo y de nación con lo que efectivamente está
debajo de todo esto y que tiene pues un carácter informal y híbrido - en tal
sociedad actúan fuerzas que, a la larga, no pueden no tener incidencia sobre la misma
constitución de los individuos , con efecto de atacar todo lo que es típico y
diferenciado, hasta en el dominio psicofísico.
La "democracia" no es un simple estado de hecho
político y social; es un clima general que acaba por tener consecuencias regresivas
sobre el plano existencial. En el dominio particular de los sexos, puede estar
favorecido sin duda este doblegamiento inferior, este debilitamiento del poder
interior sexualizador que, hemos dicho, es la condición del formación y de la
propagación del " tercer sexo " y, con él, de numerosos casos de
homosexualidad, según lo que las costumbres actuales nos presentan con un modo
que no puede no chocar (2). Por otra parte, se
tiene como consecuencia la banalización y barbarización visible de las relaciones
sexuales normales entre los jóvenes de las últimas generaciones (a causa de la
tensión menor debida a una polaridad aminorada). Incluso ciertos fenómenos extraños
que, por lo que parece , eran muy raros precedentemente, los del cambio de sexo
en el plano físico - hombres que se vuelven somáticamente mujeres, o viceversa-
somos llevados a considerarlos según el mismo modelo-, y a llevarlos a causas
idénticas: es como si las potencialidades del otro sexo contenidas en cada uno
hubieran adquirido, en el clima general actual, una excepcional posibilidad de
reaparición y de activación a causa del debilitamiento de la fuerza central
que, hasta en el plano biológico, define el "tipo", hasta socavar
y cambiar el sexo del nacimiento.
En todo lo que hemos podido decir de convincente hasta aquí,
hay que registrar solamente un signo de los tiempos y reconocer la inanidad completa de toda medida represiva de
base social, moralista y conformista. No se puede retener la arena que desliza
entre los dedos, cualquiera que sea el esfuerzo que se quiera hacer. Habría que
volver más bien al plano de las causas primeras, de donde todo el resto, en los
diferentes dominios, incluido el de los fenómenos considerados aquí, es sólo una consecuencia y
actuar en este plano, producir allí un cambio esencial. Pero eso quiere decir que
el comienzo de todo debería ser la superación de la civilización y de las sociedades
actuales, la restauración de un tipo de organización social diferenciada,
orgánica, bien articulada gracias a la intervención de una fuerza central viva
y formadora. Ahora una perspectiva de este género se parece cada vez más a una pura
utopía a, porque es en la dirección exactamente opuesta en la que va hoy el
"progreso", en todos los dominios. A los que, interiormente, no
pertenecen y no quieren pertenecer a este mundo les queda pues solamente constatar
las relaciones generales de causa a efecto que escapan a la tontería de
nuestros contemporáneos y contemplar con tranquilidad todos los excrecencias
que, según una lógica muy reconocible, florecen sobre el suelo de un mundo en plena
descomposición.
(1) Metafísica del sexo, Pequeña Bibliothêque Payot, París, 1976.
(2) Esto está de acuerdo con el
hecho que hoy, el aumento de las lesbianas es prácticamente despreciable con
relación al de los pederastas; en efecto, según lo que Aristóteles ya había
reconocido, es eminentemente "hombre" el portador del principio en que
reposa la "forma".
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