jueves, 18 de abril de 2024

LA ILUSIÓN DE LA DEMOCRACIA, DE LA LIBERTAD Y DE LA IGUALDAD (Ananda K. Coomaraswamy)

 

Suis-je le gardien de mon frère?

Ananda K. Coomaraswamy

Éditions Pardès, Puisseaux ,1997, Pp.119 y s.

CAPÍTULO VIII

LA ILUSIÓN DE LA DEMOCRACIA, DE LA LIBERTAD Y DE LA IGUALDAD

Entre las fuerzas que se oponen a una síntesis cultural o, mejor dicho, a un entendimiento común indispensable para la cooperación, las mayores son las de la ignorancia y los prejuicios. La ignorancia y los prejuicios están en el origen de la presunción ingenua de una "misión civilizadora”. A los ojos de los pueblos "atrasados" contra los que se dirige y cuyas culturas se propone destruir como mera impertinencia y prueba del provincianismo del Occidente moderno. Este considera toda imitación como el halago más sincero, incluso cuando se reduce a caricatura, mientras que al mismo tiempo está dispuesto a tomar las armas para defenderse si la imitación se vuelve lo bastante real como para llevar a la rivalidad en la esfera económica. A decir verdad, si se quiere que haya un poco más de buena voluntad en la tierra, el hombre blanco tendrá que darse cuenta de que debe vivir en un mundo poblado en gran parte por gente de color (y "de color” suele significar para él "atrasado", es decir, diferentes de él mismo). Y el cristiano tendrá que darse cuenta de que vive en un mundo en el que la mayoría de la gente no es cristiana. Todo el mundo debe ser consciente de estos hechos y aceptarlos, sin indignarse ni lamentarse. Incluso antes de poder soñar en un gobierno mundial, necesitamos ciudadanos del mundo que puedan reunirse con sus conciudadanos sin sentirse avergonzados, como entre caballeros, y no como supuestos maestros de escuela al encuentro de alumnos a los que se instruye "obligatoriamente", aunque también sea "libremente". No hay lugar en el mundo para la rana en el pozo. Sólo puede juzgar a los demás por su propia experiencia y hábitos. Así que nos hemos dado cuenta de que, como dijo recientemente El Glaoui, el Pachá de Marrakech, "el mundo musulmán no quiere el inimaginable mundo americano ni su increíble estilo de vida. Nosotros (los musulmanes) queremos el mundo del Corán", y lo mismo vale, mutatis mutandis, para la mayoría de los orientales. Esta mayoría incluye no sólo a todos aquellos que son todavía “cultivados e iletrados", sino también una fracción, mucho más importante de lo que cabría pensar, de quienes han pasado años viviendo y estudiando en Occidente, pues es entre éstos que se encuentran muchos de los "reaccionarios" más convencidos (1). A veces, "cuanto más vemos lo que es la democracia y más estimamos la monarquía"; cuanto más vemos en qué consiste la "igualdad", menos admiramos "ese monstruo del crecimiento moderno, el Estado financiero-comercial "en el que la mayoría vive de sus “Jobs”, en el que la dignidad de una vocación o profesión está reservada a un pequeño número y donde, como escribe Éric Gill, "por un lado, está el artista dedicado únicamente a expresarse y, por otro, el trabajador privado de todo 'si' que expresar”.

Yo también tengo una vocación, que es mucho más buscar el significado de los símbolos universales de la Philosophia Perennis que de hacer apología -o de polemizar apropósito- de doctrinas que deben ser creídas para ser comprendidas y que deben ser comprendidas si han de ser creídas.

En el presente artículo, me propongo discutir los prejuicios suscitados, en todo espíritu cien por cien progresista y democrático-igualitario, por la palabra (portuguesa) "casta". Para el Dr. Niebuhr, por ejemplo, el sistema de castas indio es la "forma más rígida de esnobismo de clase de la historia”; por supuesto, quiere decir "arrogancia de clase", ya que ciertamente pretendía criticar la supuesta actitud de las castas superiores (comparable a la de los ingleses en la India y los que mantienen la línea Mason-Dixon en América*); mientras que, según la definición del diccionario sólo una persona inferior puede ser un "esnob". Pero ¿cómo puede haber arrogancia o esnobismo cuando no hay ambición social? Es dentro de una sociedad cuyos miembros  aspiran a trabajos de "cuello blanco" y tienen que "rivalizar de status  con sus vecinos " donde éstos vicios predominan. Si le preguntas a un hombre en India qué es, no dirá: "Soy un brahmán" o: "Soy un shúdra", sino: "Soy un devoto de Krishna" o bien “Soy shiνaïta"; y esto no es porque él esté "orgulloso" o "avergonzado" de su casta, cualquiera que ella sea, sino porque habla en primer lugar de lo que le parece más importante que no importa que distinción social.

Expliquemos entonces el significado del principio hereditario en una sociedad en la que aún no se ha producido la confusión de castas. La herencia de funciones a cargo es una cuestión de renacimiento -no en la falsa interpretación que se da corrientemente de esta, sino como es definida en las escrituras indias y de acuerdo con el postulado tradicional según el cual el padre mismo renace en su hijo.  Hemos visto que la función ha "nacido del sacrificio"; esto significa que si se quiere responder a las necesidades de la sociedad teocrática, las funciones "ministeriales" * mediante las cuales los dos fines del sacrificio (la salud en este mundo y la beatitud en el otro mundo) están aseguradas deben perpetuarse de generación en generación; la función es a la vez un estado y un cargo y, como tal, un mayorazgo. Para Platón y la filosofía escolástica, como en el Vedánta, duo sunt in homine, y de estos dos, uno es la personalidad mortal o naturaleza de este único y solo hombre, la otra la parte inmortal y la verdadera persona del hombre mismo (26). Es unicamente a la primera, a la naturaleza individual, puede aplicarse el término "color" puede aplicarse; en efecto, el término varna mismo podría en verdad traducirse con bastante exactitud por "individualidad”, ya que el color proviene del contacto de la luz con la materia que presenta entonces un color, determinado no por la luz sino por su propia naturaleza.

. Es la individualidad, no la persona, lo que el padre lega a su hijo, en parte por herencia, en parte por el ejemplo y en parte mediante ritos formales de transmisión: cuando el padre se convierte en emérito*, o a su muerte, el hijo hereda su posición y, en el sentido más amplio del término, de sus deudas, es decir, sus responsabilidades sociales. Esta aceptación de la herencia paterna libera al padre de la carga de responsabilidad social que le constreñía como individuo; "Habiendo hecho lo que tenía que hacer", el hombre perfecto se va en paz. No es por nuestro propio placer u orgullo que los hijos deben ser engendrados; de hecho, no serían  "nuestros hijos" si no asumieran a su vez la carga de nuestras responsabilidades - "los hijos son engendrados para formar una sucesión de oficiantes sacrificadores -"para la perpetuación de estos mundos" (Satapatha  Bráhmana, I, 8, 1, 31; Aitareya Upanisad, IV, 4), y lo mismo vale para Platón, que dice: "Sobre el tema de los matrimonios, está solicitado que debemos aferrarnos a lo que es la eterna renovación de la naturaleza dejando después de nosotros hijos de nuestros hijos, a fin de dar a la Divinidad eternos siervos que nos sustituyan" (Leyes, 774 a).

Sólo a la luz de la doctrina de los dos si y del mandato no menos universal de "conócete a ti mismo "(es decir, saber cuál de los dos si es nuestro verdadero Si), que nosotros podemos verdaderamente comprender el resentimiento experimentado con relación a las “prohibiciones y prescripciones” y la “desigualdad”, así como la defensa correspondiente en favor de la “protesta” y de la “rebelión” de la que hemos hablado antes. Este resentimiento tiene raíces muy profundas que no existen solamente por el hecho de una confusión de castas, la cual debería ser contemplada más como un síntoma que como causa primera del desorden.

Una aversión natural por las restricciones no es condenable por si misma. La concepción tradicional de la libertad va mucho más allá, en verdad, de lo que un anarquista podría exigir; es la concepción de una libertad absoluta y sin traba alguna, con vistas a ser como, cuando y donde se quiera. Todas las otras libertades contingentes, por muy deseables y justas que sean, son derivadas de, y no deben ser apreciadas más que en relación con este fin último. Pero esta concepción de una libertad absoluta va asociada a la firme convicción de que de todas las coacciones posibles, la más rigurosa con mucho es la sumisión a todo- lo- que- no- somos- nosotros- mismos, y más especialmente en esta categoría, la sumisión a los deseos y pasiones de nuestro hombre exterior, el "individuo". Cuando, ahora, como Boecio, hemos "olvidado quiénes somos" e, identificándonos con nuestro hombre exterior nos volvemos "enamorados de nuestro yo", entonces le comunicamos toda nuestra aspiración a ser libres y creemos que toda nuestra entera felicidad estará contenida en su libertad para hacer a su fantasía y pastar como le plazca. Es aquí, en la ignorancia y el deseo, donde radican las raíces del "individualismo" y de lo que en la India llamamos "la ley de los tiburones"  y en América "la libre empresa". Cualquiera que se proponga hacer que los miembros de una sociedad tradicional (cuya "docilidad" actual es fuente de irritación) descontentos con lo que es llamado con justo título su "suerte”, debe comprender bien que sólo podrá hacerlo si es capaz de imponer su propia convicción de la identidad de su ego con si-mismo.

Del mismo modo, cuando se sostiene que “todos los hombres nacen iguales, ¿ de qué “hombres” se habla”. La aserción no es manifiestamente verdad para todos los “hombres exteriores”, pues constatamos que están diferentemente dotados, tanto físicamente como mentalmente, y que las actitudes naturales deben ser tomadas en cuenta incluso en sociedades nominalmente igualitarias. Una afirmación de igualdad no es verdad absolutamente más que para todos los hombres interiores; verdad para los hombres mismos, pero para su personalidad. En consecuencia, en el Bhagavad Gita incluso (V, 18) donde, como ya hemos visto, se insiste mucho en la validez de la distinción de castas, está fuertemente puesta en valor y una confusión de castas equivale a la muerte de una sociedad, se dice también que "el verdadero filósofo (pandit) mira con igual consideración al brahmán perfectamente dotado de sabiduría y virtud, la vaca, el elefante, el perro, el que come carne de perro", es decir, un Chándala o "fuera de casta". Una mirada igual, no afectada por simpatías o antipatías; esto no significa que ignore las desigualdades entre los "hombres exteriores" a los que las categorías del sistema social se aplican realmente y que están aún cargados de derechos y deberes; esto significa que, viendo perfectamente, quien se ha elevado por encima de todas las distinciones establecidas por las cualidades naturales (cosa que todos los hombres pueden hacer) y que ya no pertenece al mundo, es insensible a los colores y no ve más que la esencia última e incolora, inmortal y divina, "igual" porque es inmodificada e indivisa, no sólo en cada hombre sino en toda criatura viviente "hasta en las hormigas".

Nuestro propósito al presentar estas consideraciones (que un sociólogo moderno difícilmente se atrevería a tratarlas en un análisis social), es mostrar perfectamente que, al igual que al criticar una  obra de arte no podemos aislar el objeto de nuestro estudio de su entorno global sin "matarlo , del mismo modo, en el caso de una determinada costumbre, no podemos  esperar comprender la significación que ella tiene para los que la siguen si disecamos la sociedad en la cual florece y que así extraemos una “fórmula” que nos ponemos a criticar como si ella debería imponérsenos inmediatamente por caso de fuerza mayor *. Las componentes de una sociedad tradicional no forman pura y simplemente un agregado como las de un puzzle y es solamente en el momento en que podemos ver el grabado completo cuando podemos saber de que hablamos.

En algunos aspectos, la organización vocacional de la sociedad griega se diferencia a primera vista de la de la India en el sentido de que, en tiempos de Platón y más tarde, el oficio no es necesariamente hereditario, siendo la situación a este respecto diferente en el seno de las distintas comunidades (véase Aristóteles, Política, 1278 5). En realidad, esto quiere decir que en la Grecia helenística, un sistema más antiguo, sancionado divinamente se estaba derrumbando. Como dice Hocart : "Tenemos aquí un excelente ejemplo del proceso comúnmente llamado, sin que se sepa exactamente en qué consiste, secularización "* (p. 235). Secularización: una sustracción del sentido a la forma, una "separación del alma y del espíritu", no en el sentido escriturario, sino a la inversa**, una materialización de todos los valores. Esto es lo que ocurre cuando una sociedad tradicional es aplastada por quienes creen que "hay que dar rienda suelta al progreso que sigue a la aventura industrial de la civilización", cualesquiera que sean las consecuencias humanas (34); cada vez que los que sostienen que "el conocimiento que no es empírico  no tiene sentido" detentan el control de la educación; cada vez que los servicios hereditarios y lealtades se "intercambian" por pagos en especies y se convierten en "rentas" y  se crean  las clases de rentistas *** o accionistas cuyo único interés es su “interés”. No ignoro, naturalmente, que “el humanismo científico”, el racionalismo, el determinismo económico y el ateo de pueblo se ponen de acuerdo para decir que la religión, inventada por aristócratas astutos y sacerdotes interesados en conservar su situación privilegiada, ha sido el “veneno del pueblo”. No demostraremos aquí que la religión debe tener un fundamento sobrenatural so pena de no ser una religión, pero diremos que, en las sociedades organizadas para las ganancias pecuniarias, la publicidad, inventada por industriales astutos para conservar su status privilegiado, es verdaderamente el veneno del pueblo, y que ésta es sólo una de las muchas formas en que lo que se llama "civilización" se ha convertido en "una plaga para la humanidad". ¿Se les ha ocurrido alguna vez la idea de quienes atacan los sistemas de castas, que ellos consideran injustos, que ellos también tienen valores, o que el destructor liberal de instituciones, el contestatario y rebelde, es ipso facto responsable de la conservación de sus valores?

Terminaremos refiriéndonos a uno solo de estos valores. Hemos visto que en la India parece normal que un hombre ame el trabajo para el que ha nacido y para el que es apto por naturaleza. Se dice incluso que un hombre debe morir en su puesto antes que adoptar la vocación de otro. Esto puede parecer extremo. Pero veamos cuál es a este respecto la opinión de Platón. Nos dice que Esculapio sabía que, en todos los pueblos bien gobernados, hay un oficio o asignado a cada hombre en la ciudad, que debe realizar, y que nadie tiene el tiempo libre para estar enfermo y ser médico él mismo toda su vida. Y esto lo vemos en el artesano, pero no, y esto es bastante absurdo, en el hombre rico y supuestamente realizado. Señala que un carpintero, si cae enfermo consultará realmente a un médico y seguirá su consejo. "Pero si le prescriben una dieta larga, que le envuelvan la cabeza con gorros de lana, y todo lo que ello conlleva, se apresura a decir que no tiene tiempo para estar enfermo y que no ve ninguna ventaja para no ocuparse más que de su enfermedad y descuidar su trabajo que tiene entre manos ¿no tiene un oficio que debe ejercer si quiere vivir? Para el rico, por el contrario, podemos decir que no tiene ante él ningún trabajo cuya privación equivaliera para él a la imposibilidad de vivir”( República 406c-407a)

Supongamos que se produzca en la sociedad occidental una rectificación de las injusticias sociales existentes en la marcha natural de la aventura industrial, que la pobreza no exista más, que los hombres sean verdaderamente “libres” y que cada uno tenga su propia televisión, su radio, su coche (o su autogiro) y su refrigerador, y tenga siempre asegurado un buen salario (o asignación). En estas circunstancias, ¿qué es lo que impulsará al hombre a trabajar, aunque sea por las pocas horas que le serán necesarias, si las necesidades de la vida están aseguradas para todos? En ausencia del imperativo ‘trabajar o morir de hambre', ¿no se sentirá inclinado a tomar largas vacaciones o, si es posible, vivir de los ingresos de su mujer?  Sabemos lo difícil que es en la actualidad "regular" adecuadamente a los "nativos perezosos" de las tierras salvajes que no han sido totalmente industrializadas para que sus habitantes se vean obligados a trabajar a cambio de un salario o morir. Supongamos que los hombres fueran realmente libres de elegir su oficio y se negaran a realizar trabajos desagradables como la minería, por ejemplo, o a asumir la carga de un empleo público. ¿No sería necesario requisar mano de obra, incluso en tiempos de paz? Podría ser peor que el sistema de castas, incluso tal y como se nos presenta. No veo otra solución a esta situación que estar tan enamorado del trabajo para el que se está cualificado por naturaleza que lo preferimos a cualquier ociosidad; no hay otra solución para el trabajador que poder sentir que haciendo lo que tiene que hacer no sólo está realizando un servicio social y con ello se gana la vida, sino que también sirve a Dios.

 

(1) Ver Demetra Vaka, Haremlik (1909) p.139, donde el interlocutor es una joven mujer turca de alta condición, que conoce bien los maestros de la literatura occidental. Ella dice: “Después de la lectura de vuestros periódicos (americanos),”yo se que no amo vuestro mundo, y soy feliz de ser musulmana.” En otra página, el autor pregunta a una amiga turca “¿No desearías aveces ser una mujer libre europea? Y recibió esta respuesta desconcertante:” yo no he conocido jamás europeos a los que hubiera amado pertenecer”. De nuevoel la p, 259 se le dijo:” Cuando era adolescente, yo leía cosas sobre la vida de Europa,¡ me parecían tan atrayentes, tan maravillosas ¡ Pero cuando he podido gustar el sabor, era vacía y amarga.” Por su parte Demetra Varka declara (p.221) “Estoy siempre grandemente asombrada por ese curioso sentimiento de felicidad resignada compartida por los Orientales, sentimiento que Occidente difícilmente puede concebir."

Porque no puedes concebirlo, te irrita la idea de que hombres y mujeres puedan ser felices en condiciones que para ti serían aburridas, tal como eres ahora, tú cuya ambición es ser "alguien". No comprendes que puede haber una ambición superior, la de convertirte en "persona". La sumisión a la voluntad de Dios, ese es el verdadero significado del Islam; el contentamiento, cultivar el propio jardín", esas son nuestras ambiciones. No es contra nuestra forma de vida contra lo que "protestamos" y "nos rebelamos" los orientales, sino contra vuestra intrusión. Es vuestro modo de vida lo que repudiamos, allí donde no nos haya corrompido ya.

(8) Algunos hacen referencia sin cesar a las “monarquías absolutas” de Oriente como si estas monarquías pudieran ser comparadas a la de Francia inmediatamente antes de la Revolución. Bien entendido, allí también ha habido buenos y malos reyes, como por todas partes. La monarquía oriental normal es, a decir verdad, una teocracia en la cual el rey es un agente exclusivo que puede hacer únicamente lo que debe ser hecho y un servidor de la justicia (dharma) de la que no es el mismo el autor. La entera prosperidad del estado reposa sobre la virtud del rey; y , lo mismo que para Aristóteles, el monarca que gobierna en su propio interés no es un rey sino un tirano y puede ser cazado “como un perro rabioso”, lo mismo, según la vieja ley hindú, para el mismo delito, la multa de un rey debe ser mil veces superior a la de un Shudra. Es en un sentido muy diferente como se observa en las democracias “una ley para los ricos y una ley para los pobres”. Una democracia gobernada por “representantes” no es un gobierno “para el pueblo” sino un conflicto organizado de intereses que no alcanza más que la creación de un equilibrio inestable de poderes; y “mientras que la tiranía de uno solo es cruel, la de un gran número no puede más que ser la más dura y la más insoportable (Filón Spec IV 113), Así el Oriente critica el sistema industrial según sus propias normas vocacionales y la democracia según su ideal de realeza.

(26) esa es una discriminación que es quizá más familiar al lector un el término cristiano de la distinción de nuestra forma exterior y de nuestro hombre interior, de “la separación de alma y espíritu”.

(34)” Ha sido igualmente posible envilecer a los artesanos gracias a la máuina…Se hecho caer de sus manos la posibilidad de la obra maestra. Se ha borrado de su alma la necesidad de la cualidad; se la ha dado el deso de la cantidad y de la velocidad (Jean Giono)

 

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