Es cierto que nuestros contemporáneos están inundados de
información, hasta el punto de la indigestión. En teoría, pueden elegir entre
los candidatos y sus programas, que se les presentan con todos los recursos de la
publicidad como si fueran productos comerciales; pero para elegir, necesitan
tener su propio criterio, sus propias preferencias, de acuerdo con una línea de
conducta que ellos se ha dado a sí mismo. El "Conviértete en lo que
eres" de los Antiguos presupone como requisito previo el "Conócete a
ti mismo" y los Antiguos sabían que este autoconocimiento, esta búsqueda
de sí mismo, no podía ejercerse al margen de cualquier pertenencia (a una
ciudad, a un pueblo, a una raza o a una a un pueblo, a una raza o a una casta),
que tantos modelos proporcionaba para la realización de su personalidad. Un
eminente jurista ha dicho: "La forma es libertad", una expresión
concisa que nuestros contemporáneos encontrarán paradójica, pero que transmite
exactamente la misma idea. Con excepción de los que han alcanzado la
liberación, todos los demás hombres necesitan referencias que guíen sus
elecciones, para ejercer su libertad; y es precisamente en el momento en que su
libertad en este sentido parece la más total, es cuando se pretende ¡”liberarlos"
de todo sentimiento de pertenencia!
Resulta sorprendente e incluso angustioso constatar hasta
qué punto la falsa idea de libre determinación del pueblo ha infectado el
pensamiento de quienes se oponen a los errores de nuestro tiempo. En el curso
de nuestra lectura, nos encontramos con frases de este tipo: "El pueblo,
cuando no es manipulado por malos pastores, resulta ser buen juez”... En otras
palabras, ¡su juicio es sano cuando es dictado por buenos pastores! O de nuevo:
"Si dispone de la información necesaria, el pueblo es perfectamente
competente para juzgar si está bien gobernado o no". Como si se tratara
sólo de una cuestión de información. Es cierto que el pueblo está en
condiciones de juzgar si su nivel de vida aumenta o disminuye, pero ¿se reducen
las opciones políticas a las del ama de casa? Cuando se trata del honor o la
grandeza del país ¿podemos imaginar al Jefe del Estado haciendo un balance
prospectivo y el coste (incluso en vidas humanas) y los beneficios de una
operación de prestigio? Por decirlo suavemente sería algo así "Evaluados
escrupulosamente los riesgos militares cada ciudadano tiene una probabilidad
del X% (siendo X mínima) de perder su vida o la de un miembro de su familia.
Por otra parte la reputación del país aumentará un Y% (siendo Y significativa) y los beneficios
comerciales supondrán un aumento del Z% en nuestro comercio exterior. No, estos
no son datos "objetivos", ni se supone que lo sean, ya que incluso hasta
los hechos más concretos son susceptibles de valoración subjetiva, aunque sólo
sea a través de la selección y presentación de estos hechos, no son estos datos
los llevan la adhesión de las masas; sino, por el contrario, la capacidad de
convencer, de arrastrar, y que tiene mucho más que ver con la seducción, con el
carisma, que con el razonamiento.
La propia Iglesia, cuando todavía era una fuerza
conservadora, no pudo o no quiso evitar la trampa. Así, el Papa Pío XII, al
final de la guerra, dirigió un mensaje al mundo en estos términos “Cuando se
pide "más y mejor democracia", esta exigencia no puede tener otro
significado que poner al ciudadano cada vez más en condiciones de tener su
propia opinión personal y de expresarla y darla a conocer de manera que
corresponda al bien común.". Aquí encontramos los mismos errores que
antes. O de nuevo: "Sólo la clara inteligencia de los fines asignados por
Dios a toda sociedad humana, junto con un profundo sentido de los sublimes
deberes de la vida social puede poner a aquellos a quienes se ha confiado el
poder en condiciones de cumplir con sus propias obligaciones en el orden
legislativo, judicial o ejecutivo con esa conciencia de su propia
responsabilidad, con esta objetividad, con esta imparcialidad, , con esta
lealtad, con esa generosidad , con esa incorruptibilidad sin las cuales el
gobierno democrático llegaría difícilmente a ganarse el respeto, la confianza y el apoyo de
la mejor parte del pueblo.” El Santo Padre pinta un cuadro del verdadero hombre
de élite, como el que hemos encontrado a lo largo de nuestra exposición; pero
pretender que este tipo humano puede proceder naturalmente del pueblo mediante
una papeleta electoral se contradice tanto por la experiencia como por el
sentido común. Se trata, de hecho, de un tipo humano completamente opuesto al
que el régimen democrático empuja a la cima. Es cierto que el Santo Padre añade
un poco más adelante: "Los pueblos cuyo temperamento espiritual y moral es
suficientemente sano y fecundo encuentran en sí mismos y pueden dar al mundo
los heraldos e instrumentos de la democracia, que viven en estas disposiciones
y saben ponerlas en práctica. Por el contrario, allí donde faltan estos
hombres, otros vienen a ocupar su lugar para hacer de la actividad política el
campo de su ambición, una carrera de ganancias para sí para sí mismos, para su
casta 1 o para su clase, y es así como la
persecución de intereses particulares lleva a perder de vista y pone en peligro
el verdadero bien común.” En otras palabras, el Papa cuenta con la influencia
de la religión para hacer mejores a los hombres; pero aquí repite el error
histórico de sus predecesores, que creyeron poder contrarrestar, mediante la
sola doctrina difundida en el seno del pueblo por la casta sacerdotal (cuyo
horizonte se limita al campo de la religión, a la especulación eventualmente
iluminada por el misticismo),
1. Casta se entiende aquí obviamente en el sentido de mafia
la eliminación de la casta soberana apoyada por la
aristocracia, eliminación a la que tanto había contribuido la Iglesia al
limitar el poder temporal al dominio secular. Este fue un error fatal por parte
de la Iglesia, pues sólo los representantes de las castas superiores, hombres
íntimamente poseedores de la Esencia, podían, en palabras del Santo Padre,
"(constituir) una élite de hombres espiritualmente eminentes y de carácter
firme que se consideran a sí mismos como los representantes de todo el pueblo y
no como los representantes de una
muchedumbre a los intereses a los cuales
se sacrifican, por desgracia, las verdaderas necesidades y exigencias del bien
común (...) una élite de hombres (...) que, en toda circunstancia, permanecen
coherentes consigo mismos (...) sobre todo hombres que, por la autoridad de su conciencia
pura, e irradiando ampliamente a su alrededor, sean capaces de ser guías y
líderes.”
Es ayudando a reconstituir el tándem de Otón III y Silvestre
II como la Iglesia pudo desempeñar un papel constructivo, aportando un papel
constructivo, aportando un elemento de concordia, incitando a los individuos a
trascender su egoísmo y reconocer una dimensión trascendental.
HUBERT DE MIRLEAU
LA DÉMOCRATIE EST-ELLE
UNE FATALITÉ?
ED PARDÉS 1991
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