domingo, 30 de septiembre de 2018

'Abd al-Kartm aΙ-Jîlî DEL DESVELAMlENTO (tajallî) DE LOS NOMBRES DIVINOS (Titus Burckhardt)


'Abd al-Kartm aΙ-Jîlî 

DEL DESVELAMlENTO (tajallî) DE LOS NOMBRES DIVINOS

Ext..de "al Insân a1-Kâmil" ("Del Hombre Universal"). Traducido del árabe y comentado por Titus Burckhardt. París, Dervy-Livres, 1975.
***
Cuando Allâh, el Altísimo, Se revela a uno de Sus servidores por un Nombre, este servidor es arrebatado fuera de sí mismo bajo las fulguraciones del Nombre divino, de modo que, si invocas entonces a Allâh con este Nombre, es el servidor quien te responderá, pues el Nombre divino se aplicará desde entonces a él.
El primer grado en este orden espiritual es la contemplación de Allâh revelándose como El-que-existe (al-mawjid) (1), y este Nombre se refiere al propio adorador. Más allá de este grado, Dios se revela primero por Su Nombre El Único (aΙ-wâhid), y luego por el Nombre Allâh; en este punto, el servidor se desvanece bajo la irradiación divina, su montaña se resquebraja, y Allâh (al-hagq) le llama desde lo alto del Sinaí de su Realidad esencial (hagîgah): "En verdad, Yo soy Dios, no hay divinidad fuera de Mí: -¡adórame!" (Corán, XX, 14); entonces AIIâh eclipsa el nombre del servidor y establece en su lugar Su Nombre, de manera que, si tú dices: -iAllâh!, el servidor te responde: "-¡Estoy a tu disposición!"
Si el servidor se eleva más alto y Allâh le fortifica y le
confirma, después de su extinción (fanâ), en el estado de subsistencia (bagâ), Allâh responderá ΈΙ mismo a cualquiera que invoque a este servidor; así, por ejemplo, cuando digas: "-¡Oh, Muhammad!", será Allâh quien responderá: "-iAquí me tienes!"
Después, si el servidor continúa su ascenso, Allâh Se revela a él por el Nombre El Clemente (ar-rahmân), y luego por el Nombre El Señor (ar-rabb), y luego por el Nombre El Rey (al-malik), y luego por el Nombre El Conocedor (al-'alAm), y luego por el Nombre El Potente (al-qadîr); cada uno de estos Nombres implica una revelación
superior a la que confiere el Nombre precedente, pues Allâh Se comunica de una forma más perfecta al revelarse distintamente: cuando
 Se desvela a Su adorador como el Clemente, diferencia con ello Su revelación global, expresada por el Nombre Αllâh; igualmente, cuando Se manifiesta como el Señor, ΈΙ diferencia su revelación
-relativamente global- "el Clemente", y        diferencia Su
manifestación "el Señor" en virtud del Nombre "el Rey". Este orden


es el inverso de aquel que se aplica a las manifestaciones de la Esencia a Si misma, manifestaciones cuya excelencia va de lo universal a lo particular, pues El Clemente es superior a El Señor, y Allâh
superior a ambos. En virtud de esta analogía inversa entre la
jerarquía de las manifestaciones de la Esencia y la jerarquía de las "revelaciones nominales", al adorador agota las revelaciones de los Nombre -cuya realidad intrínseca es siempre la Esencia- experimentando cada uno de ellos, pues cada Nombre divino lo exige y se aplica a él como a su propio sujeto. Es entonces cuando el pájaro de su intimidad cantará sobre las ramas de su santa realidad:
A aquel que invoca los nombres de mi Amada, respondo;
Yo llamo, y Laylâ (2) acude a mi pedido.
Es así porque no somos sino un solo espíritu;
Nos llamáis dos cuerpos, es extraño.
Somos como una sola persona que posee dos nombres y una sola esencia.
Por el nombre con que invoques a la Esencia, así Ella te visitará.
Mi esencia es Su Esencia, y mi nombre es Su Nombre.
Mi relación con Ella consiste en que yo me abismo en la unión.
En realidad, no somos dos esencias en un solo ser,
Pues el amante es también la Amada.
Cosa extraña, el hombre que recibe las revelaciones de los Nombres divinos no contempla nada más que la Esencia pura, sin que sea consciente del Nombre que La revela; y sin embargo, se discierne el Nombre divino que le domina, porque el contemplativo se refiere a la Esencia por el Nombre que rige en el mismo instante de su contemplación de la Esencia.
En esta contemplación por los Nombres divinos, los hombres difieren unos de otros. Hablaremos de algunas de sus vías, sin describirlas todas, dado que es imposible enumerar todos los Nombres divinos y, con mayor razón, todas las vías que llevan a cada uno de estos Nombres; pues los hombres que reciben la Revelación divina por un solo y mismo Nombre divino difieren no obstante por sus actitudes. No mencionaré entonces de todo ello sino lo que me fue dado durante mi propio viaje espiritual en Allâh; por otra parte, nada referiré en este libro, ni de mí ni de otro, sin que yo mismo lo haya
experimentado en el tiempo en que recorría en Allâh el camino de la intuición (al-kashf) y de la visión directa (al-mu'âyanah).
Regreso pues a aquello que dije acerca de las diferentes maneras con las que los hombres reciben las revelaciones de los Nombres divinos: a algunos, AIIâh Se revela como El Anciano de los Días (al-gadîm), y acceden a esta revelación por la intuición de su preexistencia en el Conocimiento divino: reconocen que ellos eran antes de la creación, porque el Conocimiento divino, del que ellos mismos son el objeto, era eternamente. Allâh es esencialmente conocedor; ahora bien, el objeto del conocimiento no podría estar separado del propio conocimiento,


pues es con respecto a su objeto que el conocimiento es conocimiento; dicho de otra forma, es el conocimiento del objeto lo que define la naturaleza del sujeto conocedor, de manera que, si el conocimiento es eterno, su objeto debe ser también eterno; de donde se sigue que los seres preexisten en el Conocimiento divino. Algunos se vuelven entonces a Allâh en virtud de Su Nombre El Anciano de los Días; cuando la Ancianidad de la Esencia se revela a ellos, su existencia efímera se desvanece, y subsisten eternamente por Allâh, inconscientes de su condición temporal.
A otros, Allâh Se revela como La Verdad (al-hggq), y a Ella acceden porque Allâh les descubre la Verdad divina expresada en la sentencia coránica: "No hemos creado los Cielos y la tierra y lo que hay entre ambos sino por la Verdad" (XV, 85, y XLVI, 2-3). Cuando la Esencia se desvela por Su Nombre La Verdad, la naturaleza creada del contemplativo se desvanece, y no subsiste sino su santa y trascendente esencia.
A otros, Allâh Se revela por Su Nombre el Único (al-whid), y
 les conduce a esta revelación mostrándoles la unidad
intrínseca del mundo, que procede de la Esencia divina del mismo modo
que las olas emanan del océano; contemplan la manifestación de
Allâh en la multiplicidad de las criaturas, que se diferencian en
virtud de la Unicidad divina; entonces, su montaña se resquebraja: el
que invoca desfallece; su multiplicidad se funde en la soledad del
Único; las criaturas son como si jamás hubieran sido, y Allâh como
si jamás hubiera cesado de ser (3).
A otros, Allâh Se revela por Su Nombre El Santísimo (al-quddûs), y acceden a esta revelación porque intuitivamente comprenden el secreto de la sentencia divina: "Y le insuflé Mi espíritu" (es decir, al cuerpo de Adán; Corán, XV, 29; XXXVIII, 72); Allâh les enseña que el Espíritu de Dios no es sino el propio Allâh, y que es santo y trascendente. Ahora bien, desde que AIIâh Se desvela en Su Nombre El Santísimo, el servidor se despoja de las impurezas de la existencia y subsiste por Allâh, trascendiendo todo lo efímero.
A otros, Allâh Se revela por Su Nombre El Aparente (az-zâhir); poseen la intuición de la Luz divina manifestándose en las cosas corporales, y reconocen por ello que es sólo Allâh lo que aparece. Ahora bien, cuando Allâh Se desvela como El Aparente, el servidor se extingue con toda la creación, no-manifestada como tal, en la manifestación del Ser divino.
A otros, Allâh Se revela por Su Nombre El Interior (al-btin), y acceden a ΈΙ por la intuición de que las cosas subsisten por
Allâh, que es su realidad interior. Cuando Allâh Se desvela como El


Interior, la manifestación del servidor, proyectada por la Luz divina, se extingue; ΑΙΙâh deviene el interior del servidor, y éste el exterior de ΑΙlâh.
En cuanto a la revelación divina por el Nombre Αllâh, el camino que a ella conduce no puede ser delimitado; por otra parte, lo mismo ocurre con la revelación de cualquier otro Nombre divino, como antes dijimos; definitivamente, no podrían ser fijadas las vías de acceso a estas revelaciones, pues sus modalidades varían en virtud de los receptáculos humanos. Cuando Dios Se revela a Su servidor por el Nombre Αllâh, el alma del servidor se extingue, y Αllâh se pone en su lugar, purificando su templo de las trabas de lo efímero, y rompiendo el lazo que le liga a las existencias; entonces, ΈΙ (4) es único por Su esencia y único por Sus cualidades, no conociendo ni padres ni madres. "Acuérdate de Αllâh, y Αllâh Se acordará de ti"; contempla a Αllâh, y Αllâh te contemplará! Entonces él canta por la lengua de su estado:
Ella (5) me atrae, substituyéndose a mí en mí;
Ella me reemplaza, en verdad, pero, ¿dónde estoy yo ahora?
Yo me convierto en Ella, y Ella soy yo mismo;
No existe para Ella ningún ser singular que la desee.
Yo subsisto por Ella y en Ella; no existe "tú" entre nosotros.
Mi estado con Ella era en el pasado y será en el porvenir,
Pero yo he elevado mi alma, y Ella ha roto la barrera;
He despertado de mi sueño y abandonado mi tálamo.
Ella me ha mostrado a mí mismo por el ojo de mi realidad esencial;
Leo estos caracteres sobre el rostro de la Belleza,
He pulido mi belleza interior, convirtiéndome en el espejo
Donde están impresos los rasgos de la Plenitud.
Sus cualidades son las mías, mi esencia es la Suya,
Y en Sus virtudes se alza para mí [el sol] de la Belleza.
Mi nombre es realmente Su Nombre; y el Nombre de Su esencia es mi
nombre,
Y todos estos atributos me llegan por naturaleza.
Aún a otros, Αllâh Se revela por Su Nombre El Clemente (ar-rahmân). Y es que Dios, revelándose a ellos por Su Nombre Αllâh, les dirige por Su propia Esencia hacia el supremo grado divino, que sintetiza los aspectos de la Gloria y que penetra todas las existencias; es el camino que conduce a la revelación de la Esencia por el Nombre El Clemente (6). En este estado de desvelamiento divino, la actualidad espiritual del servidor quiere que los Nombres divinos desciendan sobre él uno tras otro, y que los reciba según la medida de lo que Αllâh en él deposita de Su Luz esencial. Los Nombres se suceden hasta que el servidor recibe la revelación divina por el Nombre El Señor (ar-rabb); entonces descienden sobre él los Nombres de la Persona (an-nafs) divina, que se hallan bajo la dominación del


Nombre El Señor y que sintetizan los aspectos de lo divino y de lo creado, como El Conocedor (al-'alîm), el potente (al-gadîr) y sus semejantes. Su serie termina en el Nombre El Rey (al-malik); cuando el servidor recibe éste y Αllâh Se desvela a él esencialmente, todos los demás Nombres, en toda su plenitud, descienden igualmente sobre él uno tras otro, hasta llegar al Nombre El Subsistente (al-gayyûm). Cuando el servidor recibe este último y ΑlΙâh Se revela a él por este Nombre, él ha pasado de los "desvelamientos de los Nombres divinos" a los "desvelamientos de las Cualidades divinas" (7).
NOTAS:
1.     O más precisamente: 'El que es real"; la palabra "existir", que contiene un matiz de relatividad, tiene aquí una función simbólica.
2.     Nombre de la amada del ilustre Majnûn (el "poseído"), que es frecuentemente tomado como símbolo del contemplativo ebrio de amor divino; Laylâ es entonces la Realidad divina (al-hagîgah).
3.     En realidad, ΈΙ jamás cesa de ser; el paralelismo de las dos frases simplemente indica que para el contemplativo que se halla en tal estado de extinción no se concibe el fin de dicho estado.
4.     Este pronombre es voluntariamente ambiguo; puede referirse a Αllâh o al ser liberado.
5.     La Realidad divina (al-hagîgah).
6.     Es decir, que la diferenciación de la luz divina que reintegra poco a poco todos los aspectos cósmicos del servidor se opera espontáneamente a partir de un primer "contacto" global con la Esencia.
7.     Como el autor nos ha hecho comprender anteriormente, no puede tratarse aquí sino de una especie de esquema ideal del proceso espiritual, esquema que por otra parte tienen sus correspondencias en algunas vías fundadas en la invocación de una serie de Nombres divinos; la regla gadirita es particularmente explícita a este respecto (cf. Mehmmed Ah i Α nî, Abd-al-Kadir Guilânî, París, Geuthner, 1938).

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