DIÁLOGOS MÍSTICOS
Jakob Boehme
DEL CIELO Y DEL INFIERNO
UN DIALOGO ENTRE EL ESTUDIANTE JUNIO Y SU MAESTRO TEOFORO
El estudiante preguntó a su maestro: — ¿Adónde va el alma
cuando el cuerpo muere?
Su maestro le respondió: — No tiene necesidad de ir a
ninguna parte.
iCόmo!— dijo el inquisitivo Junio—, ¿acaso el alma no debe
abandonar el cuerpo con la muerte e ir bien al cielo o al infierno?
—No tiene por qué ir a parte alguna— replicó el venerable
Teόfοrο—; sólo la vida externa mortal, junto con el cuerpo, se separarán del
alma. El alma tiene el cielo y el infierno dentro de ella misma con
anterioridad, de acuerdo a lo que está escrito: El reino de los cielos no llega
con la observación, ni dirá nadie ¡mira aquí!, ¡mira allí!, pues has de saber
que el reino de Dios no llega con la observación, ni dirá nadie ¡mira aquí!, o ¡mira
allí!, pues has de saber que el reino de Dios está dentro de ti. Y el alma se
establecerá sobre aquello que en ti se manifieste, sea el cielo o el infierno.
Entonces Junio dijo a su maestro: — Esto resulta difícil de
entender ¿Acaso no entra en el cielo o en el infierno igual que un hombre entra
en una casa, o igual que se entra en un lugar conocido a través de un agujero o
de una ventana? ¿No entra acaso en otro mundo?
El maestro habló, y dijo: — No. En verdad que no se da dicha
suerte de entrada, por cuanto que el cielo y el infierno están en todas partes,
estando coextendidos universalmente.
— ¿Cómo es ello posible? — dijo el estudiante—; ¿pueden el
cielo y el infierno estar presentes aquí, donde nos sentamos? Y si uno de ellos
pudiera estar presente, ¿quieres Hacerme creer que ambos podrían estar aquí
juntos?
Entonces el maestro habló de la siguiente manera: —He dicho
que el cielo está presente en todas partes; y es verdad. Pues Dios está en el
ciclo, y Dios está en todas partes. También he dicho que igualmente el infierno
debe estar en todas partes, y eso también es verdad. Pues el maligno que es el
diablo, está en el infierno; y el mundo entero, como nos ha enseñado al
apóstol, reside en el maligno, lo que es tanto como decir que no sólo el diablo
está en el mundo, sino que también el mundo está en el diablo. Y si está en el
diablo, también estará en el infierno, porque el diablo está en el infierno. Es
así que el infierno está en todas partes, al igual que el cielo. Esta es la
cosa que habría que probar.
El estudiante, asombrado ante esto, dijo: —Te ruego que me
ayudes a comprender esto.
A lo cual el maestro respondió: —Entiende, pues, lo que es
el cielo. No es sino hacer que la voluntad se vuelva hacia el amor de Dios y se
introduzca en él. Dondequiera que encuentres a Dios manifestándose en el amor,
ahí encontraras el cielo, sin tener que viajar por ello ni un solo paso. Y
entiende así también lo que es el infierno, y dónde se encuentra. Te digo que
no es sino volver la voluntad hacia la ira de Dios. Dondequiera que la ira de
Dios se manifiesta más o menos, ahí ciertamente habrá más o menos infierno, sea
cual sea el lugar. Así que son el volverse de la voluntad bien hacía su amor,
bien hacia su ira, y de acuerdo a ello estarás en el cielo o en el infierno.
Tenlo bien presente. Esto tiene lugar en nuestra vida presente, y es por ello
que San Pablo dijo: "Nuestra conversación está en el cielo." Y Cristo
dijo también: “mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen,
y las doy la vida eterna; y nadie las arrancará de mi mano." Observad que
no digo les daré, tras terminar la vida, sino les doy, es decir, ahora, en el
tiempo de esta vida. Y qué otra cosa es el don de Cristo para sus seguidores
sino ''una eternidad de vida; lo cual, ciertamente, solo puede tener lugar en
el cielo. E igualmente, si ciertamente Cristo está en el cielo, y quienes le
siguen en la regeneración están de su mano, entonces ellos están donde esta él,
y por tanto no pueden estar fuera del cielo. Más aún nadie será capaz de
arrancarlos del cielo, pues es Cristo quien los retiene, y están en su mano a
la cual nadie puede resistirse. Todo, por .consiguiente, consiste en volver la
voluntad hacia el cielo, o hacerla entrar en el cielo, escuchando la voz de
Cristo, conociéndolo y siguiéndolo. E igualmente lo contrario, ¿Comprendes
esto?
Su estudiante le dijo: —Creo que lo entiendo en parte. Pero,
¿de qué modo tiene lugar esta entrada de la voluntad en el cielo?
El maestro le respondió: — Trataré de darte satisfacción en
esta pregunta, pero has de estar muy atento a lo que he de decirte. Sabes pues,
hijo mío, que cuando el fundamento de la voluntad se entrega a Dios, cae de su
propio ser, fuera y más allá de todo fundamento y lugar que puedan ser
imaginados, a una cierta sima desconocida en la que sólo se manifiesta Dios, y en
la que sólo él obra y tiene voluntad. Entonces se vuelve como nada para sí misma,
en cuanto a su obrar y a su voluntad; y así Dios obra y tiene voluntad en ella.
Y Dios habita en su resignada voluntad, con lo cual él alma es santificada, y
queda lista para entrar en el reposo divino. Ahora bien, en este caso en el que
se rompe el cuerpo, el alma es completamente penetrada en su totalidad, pierde
su oscuridad, y deviene brillante y reluciente. Esta es la mano de Cristo, por
la cual al amor de Dios habita plenamente en el alma y es en ella una luz
brillante y reluciente una vida nueva y gloriosa. Entonces el alma está en el
cielo, y es un templo del Espíritu Santo, y es ella misma el cielo de Dios, en
el que mora. Fíjate bien, ésta es la entrada de la voluntad en el cielo; y así
es como tiene lugar.
Ten a bien, señor, proseguir—dijo el estudiante—, y
permíteme saber qué le ocurre en el otro lado.
El maestro dijo: —El alma está divinizada, como ves, está en
la mano de Cristo, esto es, en el cielo, como él mismo nos ha contado; también
has escuchado de qué modo viene a suceder esto. Pero el alma no divinizada no
quiere llegar durante esta vida a la resignación de su voluntad, ni desea
entrar en la voluntad de Dios, sino que persiste en su propia codicia y deseo,
en la vanidad y en la falsedad, y es así que entra en la voluntad del diablo.
Recibe por tanto en sí misma tan solo la malicia; solo el engaño, el orgullo,
la sordidez, la envidia, la cólera, y a ello entrega su voluntad y todo su
deseo. Esta es la vanidad de la voluntad; y esta misma vanidad o sombra vana
debe de la misma manera manifestarse en el alma, la cual se ha entregado o
rendido como su sirviente. En ella debe obrar, igual que el amor de Dios obra
en la voluntad regenerada y la penetra completamente, al modo en que el fuego lo
hace con el hierro.
"Y no le es posible a este alma llegar al reposo
divino, pues la ira de Dios se manifiesta en ella, y obra en ella. Ahora bien,
cual el cuerpo se separa del alma, la melancolía y la desesperación eternas
comienzan, pues encuentra ahora que se ha convertido totalmente en vanidad, una
vanidad sumamente vejatoria para sí, y que se ha convertido en una furia trastornante
y una abominación autoatormentante. Ahora percibe la decepción de todo lo que
anteriormente había deseado. Se siente ciega, desnuda, herida, hambrienta y sedienta,
sin las menores perspectivas de liberarse nunca o de obtener siquiera una gota
de agua de la vida eterna. Y siente que solo es un diablo para sí misma, su
propio ejecutor y torturador; se aterroriza ante su propia forma oscura y
horrible, como un gusano deforme y monstruoso, y gustosamente quisiera huir de
sí misma si pudiera, pero no puede, pues está encadenada con las cadenas de la
naturaleza oscura, en la que se sumió mientras estaba en la carne. Y así, no
habiendo aprendido a sumirse en la gracia divina, ni habiéndose acostumbrado a
ello, y siendo también poseída fuertemente por la idea de Dios como un Dios
airado y celoso, la pobre alma tiene a la vez miedo y vergüenza de introducir
su voluntad en Dios, que es el modo de que consiguiera posiblemente la liberación.
El alma tiene miedo de ello, confundida por su propia desnudez y monstruosidad,
y quisiera por tanto, si fuera posible, ocultarse de la majestad de Dios, y
ocultar su forma abominable al ojo de Dios, sumamente santo, pero esto lo
quisiera hacer introduciéndose aún más profundamente en la oscuridad, con lo
que no entraría en la voluntad de Dios. No podría entrar en el amor, a causa de
la voluntad que ha reinado en ella. Pues un alma así está cautiva de la cólera,
ella misma no es sino mera cólera habiéndose encerrado ella misma por su falso
deseo que se ha despertado en sí misma, y habiéndose así transformado en la
naturaleza y peculiaridad de la cólera.
"Y puesto que la luz de Dios no brilla en ella, ni la
inclina el amor de Dios, el alma es como una gran tiniebla, y como un ansioso
dolor ígneo, transportando un infierno dentro de ella, y no siendo capaz de
discernir el menor vislumbre de la luz de Dios, o de sentir el menor chispazo
de su amor. Reside por tanto en sí misma como en el infierno, y no necesita
entrar en el infierno en absoluto, ni ser llevada a él; pues en cualquier lugar
en que esté, mientras esté en si misma estará en el infierno. Y aunque viaje
lejos, y se separe muchos cientos miles de leguas de su presente lugar con el fin
de salir del infierno, aún permanecerá en el dolor y en las tinieblas infernales.
—Si esto es así—dijo el estudiante a Teόforo—, ¿cómo es que
un alma celestial no percibe perfectamente durante el tiempo de esta vida la
luz y el gozo celestiales, y que el alama que carece de Dios en el mundo no
siente tampoco aquí el infierno, igual que los perciben y sienten luego? ¿Por
qué no habrían ambos de ser percibidos y sentidos tanto en esta vida como en la
siguiente, dado que ambos se encuentran en el hombre, y que todo hombre opera siempre uno de ellos
como lo has mostrado?
A lo cual Teόforo respondió: — El reino de los cielos opera
y se manifiesta en lo santos por la fe. Aquellos que llevan a Dios dentro de sí,
y que viven de acuerdo a su espíritu, encuentran el reino de Dios en su fe, su
voluntad se ha entregado a Dios a causa de esta fe, y se ha hecho divina. En
una palabra, dentro de ellos hay una transacción causada por la fe, lo cual les
supone la evidencia de los invisibles eternos, y urna gran manifestación en su
espíritu de este rcinυ divino que se encuentra dentro de ellos. Pero su vida
natural se halla de todos modos circundada de carne y huesos. Y al hallarse así
en contrariedad, y colocarse por la Caída en el principio de la ira de Dios, y
al estar rodeadas del mundo, que no puede en modo alguno reconciliarse con la fe,
estas leales almas se hallan sumamente opuestas a los ataques de este mundo por
el que viajan. No pueden ser insensibles al hecho de estar rodeadas de carne y
hueso, y de las vanas codicias de este mundo, que no dejan continuamente de
penetrar la vida externa y mortal y de tentarlas en múltiples modus, como lo
hizo con Cristo. De donde el mundo por una parte, y el diablo por otra, no sin
la maldición de la ira de Dios en la carne y en la sangre, penetran y
escudriñan concienzudamente la vida. Con ello sucede que el alma se halla a
menudo en ansiedad cuando estos tres se echan sobre ella juntos, y cuando el
infierno asalta de este modo a la vida, deseando manifestarse en el alma. Pero
el alma entonces se sumerge en la esperanza de la gracia de Dios, y se mantiene
como una bella rosa en medio de las espinas, hasta que el reino de este mundo
se aparta de ella a la muerte del cuerpo. Y entonces al alma se manifiesta por
primera vez verdaderamente en el amor de Dios, y en su reino, que es el reino
del amor, no teniendo ya en lo sucesivo nada que se lo impida. Pero durante la
vida debe caminar con Cristo en este mundo, y entonces Cristo la libera de su propio
infierno, penetrándola con su amor, y hallándose a su lado en el infierno del
alma por cielo.
"Más en cuanto a lo que también dices de que porqué las
almas que están sin Dios no sienten el infierno en este mundo, te respondo: lo
llevan consigo en sus pervertidas conciencias, pero no lo0 saben, pues el mundo
les ha sacado los ojos, y su letal copa las ha sumido igualmente en su sueño,
en un sueño sumamente fatal. No obstante, debe reconocerse que los malvados
frecuentemente sienten el infierno dentro de ellos durante el tiempo de esta vida
mortal, aunque puedan no darse cuenta de la vanidad terrenal que se les adhiere
desde fuera, y a causa de los placeres y entretenimientos sensibles con los que
están intoxicados. Más aún, ha de advertirse que la vida externa de tales
personas tiene, sin embargo, la luz de la naturaleza externa, que rige dicha
vida; el dolor del infierno no puede revelarse por tanto, mientras la luz de la
naturaleza externa gobierne. Mas cuando el cuerpo muere, de modo que al alma ya
no puede seguir gozando de dichos placeres y deleite temporales, ni de la luz
de este mundo exterior, que se extingue entonces totalmente para ella, entonces,
digo, el alma tiene un hambre y una sed eternas de las vanidades de las que
aquí estuvo enamorada, pero no puede alcanzar nada salvo esa falsa voluntad que
había impresionado en sí misma mientras estuvo en el cuerpo. Y ahora, mientras
que tenía una gran cantidad de su voluntad en esta vida, sin estar no obstante
contenta con ello, siente que tiene, tras esta separación hecha con la muerte,
poco de ella, lo que crea en ella una sed sempiterna de aquello que no podrá obtener
nunca más, lo que la hace estar en una perpetua codicia lujuriosa de la
vanidad, de acuerdo a su anterior impresión, y en una continua furia de hambre
de toda esa clase de perversiones y lascivias en las que estuvo inmersa cuando
se hallaba en la carne. Gustosamente haría más daño todavía, pero al no tener
dónde o con qué llevarlo a efecto, sólo lo hace sobre sí misma. Toda transacción
es ahora interna, igual que si fuese afuera; así, el alma no divina es
atormentada por las furias que están en su propia mente y que ha engendrado
ella misma sobre sí misma. Pues verdaderamente se ha convertido en su propio
diablo y torturador. Aquello por lo cual pecó aquí, reside todavía con él, en
la impresión, cuando la sombra del mundo ha pasado de largo y se ha convertido
en su prisión y en su infierno. Pero esta hambre y esta sed infernales no
pueden manifestarse plenamente en el alma hasta separarse del alma el cuerpo
que suministraba al alma aquello que ésta codiciaba, aquello que codiciaba
tanto que la hacía perseguir todas sus ansias.
Percibo, pues —dijo Junio a su maestro—, que el alma, habiendo
jugado al disoluto junto con el cuerpo
en toda voluptuosidad, y habiendo servido a las lascivias de aquél durante esta
vida, retiene todavía las mismas inclinaciones y los mismos afectos que antes
tenía, aunque ahora ya no tenga ni la oportunidad ni la capacidad de seguir
satisfaciéndolas; y que al no poder ser esto, el infierno se abre en dicha
alma, infierno que antes había estado cerrado por medio de la vida externa en
el cuerpo y por la luz de este mundo. ¿Lo entiendo correctamente?
Teóforo dijo: — Lo entiendes correctísimamente. Continua.
—Por otro lado —dijo Junio— percibo claramente lo que he
oído de que el cielo sólo puede estar en un alma amante, poseída por Dios, y
que por tanto ha sometido al cuerpo a la obediencia del espíritu en todas las
cosas, y que se ha sumergido perfectamente en la voluntad y en, el amor de
Dios. Me resulta evidente que cuando el cuerpo muera, y esta alma sea con ello
redimida de la tierra, la vida de Dios, que se encontraba oculta en ella, se
desplazará gloriosamente, manifestándose entonces el cielo en consecuencia. No
obstante, si no hubiese también un cielo local, no sé dónde colocar la más
pequeña parte de la creación, y no digamos lo más grande. Pues ¿dónde podrán
residir todos sus habitantes intelectuales?
En su propio principio —respondió el maestro—, sea este de
la luz o de oscuridad. Pues todo ser intelectual creado permanece en sus hechos
y en sus esencias, en sus maravillas y peculiaridades, en su vida e imagen, y
ahí contempla y siente a Dios, que está en todas partes, sea en el amor o en la
ira.
"Si estuviese en el amor de Dios, contemplará a Dios de
acuerdo con ello, y lo sentirá pues en el amor. Pero si se ha cautivado a sí
mismo en la ira de Dios, sólo puede contemplar a Dios en la naturaleza
colérica, no puede percibirlo sino como un espíritu irritado y vengativo. Todos
los lugares son iguales para este ser intelectual si se halla en el amor de
Dios, y si no está en este amor, todo lugar es igualmente un infierno para él. ¿Qué
lugar podría atar a un pensamiento? ¿Qué necesidad tiene un espíritu de comprensión,
de mantenerse aquí o ahí, en cuanto a su felicidad o miseria? Verdaderamente,
dondequiera que esté, se hallará en el mundo abismal, en el que no hay ni final
ni límite. Y, pregunto, ¿adónde podría ir? Pues aunque se alejase mil millas, o
mil veces diez mil millas, y diez mil veces esto, más allá de los límites del
universo, yendo a los espacios imaginarios del más allá de las estrellas, aún
estaría en el mismísimo punto del que partió. Pues Dios es el lugar del
espíritu, si es lícito atribuirle un nombre tal que tiene relación con el
cuerpo. Y en Dios no hay límite alguno. Tanto lejos como cerca son aquí uno
solo. Y sea en su amor o en su cólera, la voluntad abismal del espíritu se
halla confinada en su totalidad. Es veloz como el pensamiento, pasando a través
de todas las cosas; es mágica, y no pueden admitirla las cosas corporales o
externas; habita en sus maravillas, y éstas son su hogar.
"Esto es lo que sucede con todo ser intelectual, sea el
orden de los ángeles o de las almas humanas. No temas que no vaya a haber lugar
para todos, por muchos que sean, y un lugar que sea el más acomodado para
ellos, de acuerdo a su elección o determinación, y que puede entonces llamarse
su propio hogar.
—Ahora —dijo el estudiante— recuerdo, en verdad, que se ha escrito
sobre el gran traidor que, tras la muerte, fue a su propio hogar.
El maestro dijo a esto: —Lo mismo es cierto de toda alma
cuando marcha de esta vida mortal. Y es cierto de la misma manera de todo
ángel, o de cualquier espíritu, y ello es necesariamente determinado por su
propia elección. Igual que Dios está en todas partes, también sus ángeles están
en todas partes, pero cada uno en su propio principio y en su propia
peculiaridad, o, si prefieres decirlo así, en su propio lugar. Se admite que la
misma esencia de Dios, que para los espíritus es como un lugar, se encuentra en
todas partes, pero la apropiación o participación de ésta es diferente para
cada uno, de acuerdo a lo que cada uno haya atraído mágicamente en el anhelo de
la voluntad. La misma esencia divina que se encuentra arriba con los ángeles de
Dios, está también abajo con nosotros,
se halla igualmente con ellos, pero en diferentes maneras y en diferentes
grados en cuanto a comunicación y participación.
"Y lo que he dicho aquí de lo divino debes por igual considerarlo
de la participación en la esencia y en la naturaleza diabólicas, que son el
poder de las tinieblas, en cuanto a los múltiples modos, grados, y
apropiaciones de ellas en la voluntad falsa. En este mundo hay una lucha entre
ambos, pero cuando este mundo ha alcanzado el límite en alguien, entonces el
principio capta aquello que es lo suyo propio, y así el alma recibe compañeros
de acuerdo con ello, esto es, bien ángeles o bien demonios.
A esto el estudiante dijo nuevamente: —El cielo y el infierno,
por tanto, comienzan en nosotros la lucha en el tiempo de esta vida; mas,
estando, Dios mismo también cerca de nosotros, ¿dónde pueden habitar los
ángeles y los demonios?
El maestro le respondió así: —Ahí donde tú no habitas con tu
yo y con tu propia voluntad, ahí habitan contigo los ángeles santos, y en todo
tu derredor. Recuerda esto bien. Al contrario, cuando habitas en cuanto a ti
mismo, en la búsqueda de ti mismo, y en la autovoluntad, entonces con seguridad
que los diablos se hallarán contigo, y tomarán en ti su morada, habitando sobre
ti y en todo tu derredor. Que Dios en su misericordia lo impida.
—No entiendo esto tan perfectamente bien como desearía —dijo
es estudiante—. Hazme el favor de aclarármelo un poco más.
El maestro habló, y dijo: —Toma buena nota de lo que voy a
decirte. Ahí donde la voluntad de Dios es la que quiere algo, Dios se
manifiesta, y en esta misma manifestación de Dios habitan los ángeles. Pero
cuando Dios no quiere en una criatura con la voluntad de esa criatura, entonces
Dios no se le manifiesta, ni puede hacerlo, sino que reside en sí mismo, sin la
cooperación de aquélla, y sin que la criatura esté sujeta a él con humildad. En
tal caso es para la criatura un Dios inmanifestado; por tanto los ángeles no
habitan con uno, así pues dondequiera que ellos habitan se halla la gloria de
Dios, y hacen su gloria. ¿Qué es, entonces, lo que habita en tal criatura? Dios
no habita en ella; los ángeles no habitan en ella. El caso es evidentemente,
que en dicha alma o criatura su propia voluntad carece de la voluntad de Dios,
y ahí reside el diablo, y con el diablo todo lo que carece de Dios y de Cristo.
Esta es la verdad; guárdala en tu corazón.
El estudiante: —Es posible que pregunte varias cosas impertinentes,
pero te ruego, buen señor, tengas paciencia conmigo y compasión de mi
ignorancia si te pregunto algo que quizá te parezca ridículo, o algo cuya
respuesta no merezca. Pues aún tengo varias preguntas que proponerte, aunque estoy
avergonzado de mis propios pensamientos en esta cuestión.
El maestro: —Sé llano conmigo y propón todo lo que se
encuentra en tu mente. No tengas vergüenza de parecer ridículo, pues
preguntando sólo puedes volverte más sabio.
El estudiante agradeció a su maestro esta libertad, y le dijo:
¿Cuán separados están el cielo y el infierno?
A lo cual éste respondió así: —Tanto como el día y la noche, o tanto como algo y nada. Están uno en el
otro, y sin embargo, están a la mayor distancia el uno del otro; no obstante,
se causan gozo y pesar el uno del otro. El cielo está a lo largo de todo el
mundo, e igualmente fuera del mundo, incluso en cualquier lugar que sea o pueda
ser imaginado. Lo llena todo, está dentro de todo, está fuera de todo, lo circunda
todo; sin división alguna, sin lugar alguno; obrando por una manifestación
divina, y fluyendo universalmente, pero sin salir de sí mismo en lo más mínimo.
Pues sólo obra y se revela en sí mismo, siendo uno sólo y sin división alguna.
Sólo se evidencia a través de la manifestación de Dios, y nunca en sí mismo
solamente. Y en el ser que llega a él, o en el que se manifiesta, ahí también
se manifiesta Dios. Pues el cielo no es más que una manifestación o revelación
del Eterno, en el cual todo obrar y toda volición se hallan en el amor tranquilo.
"De la misma manera el infierno también se encuentra a
través del mundo entero, y no habita y opera sino en sí mismo, y en aquello en
lo que se manifiestan los cimientos del infierno, a saber, en el ego y en la
falsa voluntad. El mundo visible tiene a ambos; y no hay lugar alguno en el que
el cielo y el infierno no puedan encontrarse y revelarse. Ahora bien, el
hombre, en cuanto a su vida temporal, sólo pertenece al mundo visible, y por lo
tanto durante el tiempo de esta vida no ve el mundo espiritual. Pues el mundo
externo, con su sustancia, es un cobertor para el mundo espiritual, igual que
el cuerpo lo es para al alma. Pero cuando el hombre externo muere, entonces el
mundo espiritual, por lo que respecta al alma, que se ha despojado ya de su
cobertor, se manifiesta o bien en la luz eterna con los ángeles santos, o en la
oscuridad eterna, con los diablos.
El estudiante preguntó entonces: — ¿Qué son un ángel o un
ser humano, que pueden manifestarse así tanto en el amor de Dios como en su
ira, tanto en la luz como en las tinieblas?
A lo cual Teόforo respondió: —Ambos vienen del mismo origen;
son como pequeñas ramas de la sabiduría divina, de la voluntad divina, brotadas
de la palabra divina, y convertidas en objeto del amor divino. Surgen del
terreno de la eternidad, en el que manan la luz y las tinieblas; las tinieblas,
que consisten en recibir el autodeseo, y la luz, que consiste en tener la misma
voluntad que Dios. Pues en la conformidad de la voluntad con la de Dios se
halla el cielo, que se da esta voluntad unida a Dios y dondequiera que se da
esa voluntad unida a Dios, y su luz no dejará de manifestarse. Pero en la
autoatraccíón del deseo del alma, o en la recepción de uno mismo dentro de la volición
de cualquier espíritu, sea angélico o humano, la voluntad de Dios opera con
dificultad, y no es para dicha alma o espíritu sino tinieblas; no obstante, a
partir de esto puede manifestarse la luz. Y estas tinieblas son el infierno del
espíritu en el cual se encuentran. Pues el cielo y el infierno no son sino una
manifestación de la voluntad divina sea en la luz o en la oscuridad, de acuerdo
a las peculiaridades del mundo espiritual.
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