domingo, 30 de junio de 2019

Escolios a un texto implícito 21 (Nicolás Gómez Dávila)


 — País sobrepoblado es aquel donde todo ciudadano es prácticamente anónimo.

 — El ritualismo es el protector discreto de la espiritualidad.

 — Una nube de incienso vale mil sermones.

 — Racionalizar el dogma, ablandar la moral, simplificar el rito, no facilitan el acercamiento del incrédulo sino el acercamiento al incrédulo.

 — La gente nace cada día más apta a encajar perfectamente en estadísticas.

 El discurso continuo tiende a ocultar las roturas del ser. El fragmento es expresión del pensamiento honrado.

 — El cristianismo completa el paganismo agregando al temor a lo divino la confianza en Dios.

 — Nada más ominoso que el entusiasmo del siglo XIX por la “unidad”, la “solidaridad”, la ”unanimidad”, de la especie humana.
 Esbozos sentimentales del totalitarismo contemporáneo.

 — Problema que no sea económico no parece digno, en nuestro tiempo, de ocupar a un ciudadano serio.

 — La gente admira al que no se queja de sus males, porque la exime del deber de compadecerlo.

 — En las épocas de plena libertad la indiferencia a la verdad crece tanto que nadie se toma el trabajo de conformar una verdad o de refutarla.

 — Hay que apreciar los lugares comunes y despreciar los lugares de moda.

 — Solemos compartir con nuestros predecesores más opiniones que caminos de llegar a ellas.

 — Toda inteligencia llega a un punto donde cree que camina sin avanzar un paso.

 — Lo contrario de lo absurdo no es la razón sino la dicha.

 — La decadencia vuelve amables muchas cosas.

 — Los períodos de estabilidad política son períodos de estabilidad religiosa.

 — El hombre recobra en la soledad aliento para vivir.

 — La humanidad no oye con júbilo sino las invitaciones catastróficas.

 — La madurez consiste en caminar por vías trilladas con paso inconfundible.

 — Lo que deja de pensarse cualitativamente para pensarse cuantitativamente deja de pensarse significativamente.

 — Una idea extravagante se vuelve ridícula cuando varios la comparten. O se camina con todos, o se camina solo.
 Nunca debe caminarse en grupo.

 — Detrás de la “voluntad de todos” se asoma la “voluntad general”.
 “Voluntad” que no es volición, en realidad, sino programa. Programa de un partido.

 — Al despojarse de la túnica cristiana y de la toga clásica, no queda del europeo sino un bárbaro pálido.

 — Las dos más insufribles retóricas son la retórica religiosa y la retórica de la crítica de arte.

 — Las concesiones al adversario llenan de admiración al imbécil.

 — La única pretensión que tengo es la de no haber escrito un libro lineal, sino un libro concéntrico.

 — Las verdades no se contradicen sino cuando se desordenan.

 — Las imposibilidades estéticas de una época no provienen de factores sociales, sino de censores internos.

 — El demócrata cambia de método en las ciencias humanas cuando alguna conclusión lo incomoda.

 — La mente del marxista se fosiliza con el tiempo; la del izquierdista se vuelve esponjosa y blanda.

 — En materia importante no se puede demostrar, sino mostrar.

 — La distinción entre uso científico y uso emotivo del lenguaje no es científica sino emotiva.
 Se utiliza para desacreditar tesis que incomodan al moderno.

 — El escritor moderno olvida que tan sólo la alusión a los gestos del amor capta su esencia.

 — El enemigo de una civilización es menos el adversario externo que el interno desgaste.

 — Los errores políticos que más obviamente podrían evitarse son los que más frecuentemente se cometen.

 — En reiterar los viejos lugares comunes consiste la tarea propiamente civilizadora.

 — La verosimilitud es la tentación en que más fácilmente cae el historiador aficionado.

 — La soledad nos enseña a ser intelectualmente más honestos, pero nos induce a ser intelectualmente menos corteses.

 — Se acostumbra pregonar derechos para poder violar deberes.

 — La diferencia entre “orgánico” y “mecánico”, en los hechos sociales es moral: lo “orgánico” resulta de innúmeros actos humildes; lo “mecánico” resulta de un acto decisorio de soberbia.

 — La idea peligrosa no es la falsa, sino la parcialmente correcta.

 — El escritor que no se empeña en convencernos nos hace perder menos tiempo, y a veces nos convence.

 — La relatividad del gusto es disculpa que adoptan las épocas que lo tienen malo.

 — No siempre distinguimos lo que hiere nuestra delicadeza de lo que irrita nuestra envidia.

 — Cuando el clima intelectual donde algo acontece carece de originalidad, el acontecimiento sólo tiene interés para los que concierne físicamente.

 — La historia parece reducirse a dos períodos alternos: súbita experiencia religiosa que propaga un tipo humano nuevo; lento proceso de desmantelamiento del tipo.

 — El moderno no tiene vida interior: apenas conflictos internos.

 — Donde no hay huellas de vieja caridad cristiana, hasta la más pura cortesía tiene algo frío, hipócrita, duro.

 — No les demos a las opiniones estúpidas el placer de escandalizarnos.

 Los reaccionarios les procuramos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia.

 — El derrotado no debe consolarse con las posibles retaliaciones de la historia, sino con la nuda excelencia de su causa.

 — Cuando apuntamos alto no hay público capaz de saber si acertamos.

 — La historia de los géneros literarios admite explicaciones sociológicas.
 La historia de las obras no las admite.

 — La única superioridad que no peligra encontrar una superioridad nueva que la eclipse es la del estilo.

 — La decisión que no sea un poco demente no merece respeto.

 — Lo difícil no es creer o dudar
 — en cualquier campo— sino medir la proporción exacta de nuestra auténtica fe o de nuestra auténtica duda.

 — Nada que se pueda sumar tiene fin que colme.
 Lo importante es inconmensurable plenitud.

 — Quien viva largos años asiste a la derrota de su causa.

 — Los factores habituales de la historia no bastan para explicar la aparición de nuevas mentalidades colectivas. Conviene introducir en historia la noción misteriosa de mutación.

 — A hacer lo que vale sólo debemos invitar en vista de que lo vale.
 El bien por el bien, la verdad por la verdad, el arte por el arte.

 — Para renovar no es necesario contradecir, basta profundizar.

 — El liberal se equivoca siempre porque no distingue entre las consecuencias que atribuye a sus propósitos y las consecuencias que sus propósitos efectivamente encierran.

 — “Pertenecer a una generación”, más que necesidad, es decisión que toman mentes gregarias.

 — Pretender que el cristianismo no haga exigencias absurdas es pedirle que renuncie a las exigencias que conmueven nuestro corazón.

 — Abundan los que se creen enemigos de Dios y sólo alcanzan a serlo del sacristán.

 — El hombre común vive entre fantasmas, tan sólo el solitario circula entre realidades.

 — Reemplazar la percepción sensorial concreta del objeto por su construcción intelectual abstracta le hace ganar el mundo al hombre y perder el alma.

 — Sólo lo inesperado satisface plenamente.

 La ley es el método más fácil de ejercer la tiranía.

 — Los textos reaccionarios les perecen obsoletos a los contemporáneos y de una actualidad sorprendente a la posteridad.

 — Cada una de las sucesivas ortodoxias de una ciencia le parecen verdad definitiva al discípulo.

 — Todo lo físicamente posible le parece pronto al moderno plausible moralmente.

 — El buen libro de ayer no le parece malo sino al ignorante; en cambio, el libro mediocre de hoy puede parecerle bueno hasta a un hombre culto.

 — Toda metafísica tiene que trabajar con metáforas, y casi todas acaban trabajando sólo sobre metáforas.

 — Las épocas de liberación sexual reducen a unos pocos gritos espasmódicos las ricas modulaciones de la sensualidad humana.

 — La existencia de la obra de arte demuestra que el mundo tiene significado.
 Aun cuando no diga cuál.

 — Sólo la contemplación de lo inmediato nos salva del tedio en este incomprensible universo.

 — El peso de este mundo sólo se puede soportar postrado de hinojos.

 — Los filósofos suelen influir más con lo que parecen haber dicho que con lo que en verdad dijeron.

 — Las soluciones en filosofía son el disfraz de nuevos problemas.

 — El sentido común es casa paterna a la cual la filosofía regresa, cíclicamente, desmirriada y flaca.

 — Nada patentiza tanto los límites de la ciencia como las opiniones del científico sobre cualquier tema que no sea estrictamente de su profesión.

 — El hombre actual no admira sino los textos histéricos.

 — El hombre compensa la solidez de los edificios que levanta con la fragilidad de los cimientos sobre los cuales los construye.

 — Pensamiento valiente y atrevido es el que no rehuye el lugar común.

 — No es donde las alusiones mitológicas cesan donde la huella griega se borra, es donde los límites de lo humano se olvidan.

 — Para detestar las revoluciones el hombre inteligente no espera que comiencen las matanzas.

 — El prójimo nos irrita porque nos parece parodia de nuestros defectos.

 — Una sociedad comunista se paraliza pronto intelectualmente en un terrorismo recíproco.

 — Indicios de civilización sólo son la claridad, la lucidez, el orden, los buenos modales, de la prosa cotidiana.

 — El moderno ignora la positividad del silencio.
 Ignora que son muchas las cosas de las cuales no se puede hablar sin deformarlas automáticamente.

 — Toda clasificación estricta de un hecho histórico lo adultera.

 — La atomización de la sociedad deriva de la organización moderna del trabajo: donde nadie sabe concretamente para quien trabaja, ni quién concretamente trabaja para él.

 — Clásico castellano significa, salvo excepciones, libro ilegible.

 — Lo más notorio en toda empresa moderna es la discrepancia entre la inmensidad y la complicación del aparato técnico y la insignificancia del producto final.

 — Cuando termine su “ascenso”, la humanidad encontrará al tedio esperándola sentado en la más alta cima.

 — El subjetivismo es la garantía que el hombre se inventa cuando deja de creer en Dios.

 — La permanente posibilidad de iniciar series causales es lo que llamamos persona.

 — El libro que no escandalice un poco al experto no tiene razón de existir.

 — Los dos polos son el individuo y Dios: los dos antagonistas son Dios y el Hombre.

 — La mayoría de las civilizaciones no han legado más que un estrato de detritos entre dos estratos de cenizas.

 — No confundamos el estrato específico del misterio con el estrato de lo inexplicable.
 Que puede ser meramente el de lo inexplicado.

 — Sin previa carrera de historiador no debiera ser lícito especializarse en ciencias humanas.

 — Del gran filósofo sólo sobreviven los aciertos: del filósofo subalterno sólo sobrenadan los errores.

 — Las únicas metas que se les han ocurrido a los filósofos fijarle a la historia humana son todas tediosas o siniestras.

 — La libertad embriaga al hombre como símbolo de independencia de Dios.

 — Si la coyuntura no lo constriñe, no hay judío radicalmente de izquierda.
 El pueblo que descubrió el absolutismo divino no pacta con el absolutismo del hombre.

 — No es la vaga noción de “servicio” lo que merece respeto, sino la concreta noción de “servidor”.

 — Hay algo definitivamente vil en el que no admite sino iguales, en el que no se busca afanosamente superiores.

 — Aun cuando no pueda ser acto de la razón la opción debe ser acto de la inteligencia.
 No hay opciones constrictivamente demostrables, pero hay opciones estúpidas.

 — Donde desaparece hasta el vestigio de nexos feudales, la creciente soledad social del individuo y su creciente desamparo lo funden pronto en masa totalitaria.

 — Las tesis que el marxista “refuta» resucitan intactas a su espalda.

 — Las “libertades” son recintos sociales en los cuales el individuo se puede mover sin coacción alguna; la “Libertad”, en cambio, es principio metafísico en nombre del cual una secta pretende imponer a los demás sus ideales de conducta.

 — Cuando el tirano es la ley anónima, el moderno se cree libre.

 — Pocas ideas no palidecen ante una mirada fija.

 Una mayor capacidad de matar es el criterio de “progreso” entre dos pueblos o dos épocas.

 — Criticar un presente en nombre de un pasado puede ser vano, pero haberlo criticado en nombre de un futuro suele resultar ridículo cuando ese futuro llega.

 — El mundo se llena de contradicciones cuando olvidamos que las cosas tiene rango.

 — El “arte moderno” parece aún vivo porque no ha sido reemplazado, no porque no haya muerto.

 La raíz del pensamiento reaccionario no es la desconfianza en la razón sino la desconfianza en la voluntad.

 — Hasta fines del XVIII, lo que el hombre agregaba a la naturaleza acrecentaba su hermosura.
 Lo que agrega desde entonces la destruye.

 — Nada podemos edificar sobre la bondad del hombre, pero sólo podemos edificar con ella.

 — Después de resolver un problema, la humanidad se imagina hallar en soluciones análogas la clave de todos.
 Toda solución auténtica arrastra un cortejo de soluciones grotescas.

 — Sobre la naturaleza de las cosas sólo el vencido llega a poseer ideas sanas.

 — El buen gusto aprendido resulta de peor gusto que el mal gusto espontáneo.

 — Entre el escepticismo y la fe hay ciertas connivencias: ambos minan la presunción humana.

 — Frente a las diversas “culturas” hay dos actitudes simétricamente erróneas: no admitir sino un solo patrón cultural: conceder a todos los patrones idéntico rango.
 Ni el imperialismo petulante del historiador europeo de ayer; ni el relativismo vergonzante del actual.

 — La tentación del eclesiástico es la de transportar las aguas de la religión en el cedazo de la teología.

 — Basta contraponerla a un error nuevo para que la verdad envejecida recobre su frescura.

 — La historia exhibe demasiados cadáveres inútiles para que sea posible atribuirle finalidad alguna.

 — Sin talento literario el historiador falsifica inevitablemente la historia.

 — Hay ignorancias que enriquecen la mente y conocimientos que la empobrecen.

 — La máquina moderna es más compleja cada día, y el hombre moderno cada día más elemental.

 — Reivindicaciones económicas, hostilidad entre clases sociales, discrepancias religiosas, suelen ser meros pretextos de un apetito instintivo de conflicto.

No hay comentarios: