TRATADO XII. 1
La muerte del intelecto
(Abbé Henri Stéphane 1907-1985, Introducción al esoterismo
cristiano, Capítulo XII. Comentarios de la Biblia)
Los trabajos de exégesis escrituraria tienen algo de monstruoso, como todas las producciones modernas. Se concibe que una tal desvergüenza mental no pudo nacer más que en las cabezas que ya nos había prodigado las elucubraciones nebulosas del idealismo, y debían a continuación aplastarnos bajo las montañas de erudición y de “cultura”. El protestantismo, que
había roto con la Tradición encontró aquí evidentemente su terreno de elección: el idealismo y el racionalismo habiendo destronado “el intelecto“, no quedaba más que escrutar las escrituras con métodos “científicos”. Pero los que han escapado al virus del cientifismo y del positivismo saben a qué atenerse sobre el valor de la ciencia moderna; puramente convencional y axiomática en el dominio de las matemáticas, empírico y conjetural en el de las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas, la ciencia moderna no constituye un conocimiento verdadero; no implica ninguna certeza, y no debe su éxito ante un público materialista y gamberro que a las aplicaciones técnicas o a los resultados deportivos para uso de “niños grandes”. Los “contemplativos”, si aún queda alguno, no pueden más que sonreír a la vista de semejante carnaval.
La aplicación de los métodos científicos modernos a la Escritura Santa no llega generalmente más que a conclusiones negativas o a lo sumo hipotéticas, del orden de las probabilidades,
y que no pueden más que engendrar la duda o el desorden en los espíritus. Cuando la Tradición enseña que la Tierra es plana y cuadrada y que el Cielo es redondo, que las estrellas son las “modalidades corporales“ de los Ángeles, etc., esta Cosmología constituye un cuadro perfectamente adaptado a la Teología, debido a su simbolismo natural y humano. No es “humano” creer que la Tierra gira en torno al Sol, y las teorías de Galileo y de Copérnico constituían una especie de “esotérismo” cuya vulgarización no podía sino perjudicar al alma del pueblo. No es más que demasiado fácil ¡juzgar el árbol a sus frutos! En la actualidad, algunos
escritores no dudan en decir que en presencia de la Televisión, del Ordenador y viajes a la Luna, el hombre ordinario no puede ya creer en Dios! No puede creer ya más que en el Hombre. Las pseudo-teologías de la “muerte de Dios” se inscriben perfectamente en este contexto psicológico.
Del mismo modo, cuando la Tradición enseña que el Pentateuco ha sido escrito por Moisés,
, que la Epístola a los Hebreos es de san Pablo, que el Corpus dionysiacun es de san Dionisio el Areopagita, etc., crea el clima de ingenuidad y credibilidad indispensables para la fe del simples, aquellos a quienes “estas cosas” han sido reveladas, mientras que ellas se ocultaron a los sabios (véase Mateo XI, 25).
Toda Escritura Santa, el Arte sagrado, la Leyenda dorada, el “folklore“, están por decirlo así, “tejidos de ingenuidad“, al contrario de la suficiencia pretenciosa de los sabios. Naturalmente hay diferentes “niveles” de ingenuidad: “Son prudentes como las serpientes y simples como las palomas“ dice el Evangelio (Mateo X, 16). Es necesario ser “ingenuo” respecto a lo espiritual y “prudente“ respecto del mundo. En otros términos, ¿Cuál es el más “ingenuo” aquél que cree que Moisés escribió el Pentateuco, o aquél que confía a los métodos de la ciencia moderna?
En cualquier caso, los Padres de la Iglesia no tenían necesidad de “ciencias humanas” para elevarse “ hasta la el más alto cima de las Escrituras místicas “(san Dionisio , Teología mística). Si el oscurecimiento del intelecto condena a los teólogos modernos al someter a la Escritura Santo a un tratamiento quirúrgico, al precio de un trabajo gigantesco, no hay el que felicitarse de ello. Es necesario saber reconocer que el “progreso” del pensamiento, que es de orden
humano, no ha podido hacerse más que en detrimento del intelecto, Santo Tomás de Aquino dice que el intelecto en nosotros nos es “nada más que una determinada participación de semejanza en la Luz increada en la cual están contenidas las razones eternas las cosas “ 1.
En un sentido, los teólogos que proclaman “la muerte de Dios” reconocen en efecto “la muerte del intelecto”, y en eso se muestran fieles continuadores de Kant 2.
Se objetará entonces, si eso es así, no hay más resignarse a utilizar los métodos de la ciencia moderna, lo que vuelve a presentar en particular a la Escritura Santa (tanto como la cosmología y la teología) en una lengua adaptada a la mentalidad actual.
Toda la cuestión consiste entonces en saber si este aggiornamento no implica una desnaturalización, una falsificación o al menos una devaluación de las “cosas santas “. La disección que se aplica a la Escritura Santa parece tan “sacrílega“ como si se examinara una hostia consagrada al microscopio en la esperanza de encontrar el ¡Cuerpo del Cristo! Una vez más, si estamos allí, no hay por qué glorificarse. La ingenuidad y la ignorancia “científicas” de la Edad Media permitían seguramente mejor el funcionamiento del intelecto. Por otra parte este no está “muerto“
1. La referencia de este texto capital es Summa Theologica, I, q 84, a. 5. ,
quaedam participata similitudo lurninis increati, in quo continentur rationes aleternae. Se atribuye al Maestro Eckhart la siguiente propuesta: “Hay en el alma algo que es increado e increable; si el alma entera fuera tal, ella sería increada e increable; y esto es el intelecto. “Esta proposición ha sido condenada como “herética” por la Bula In agro Dominico de Juan XXII,
que data del 27 de marzo de 1329. El Maestro Eckhart se había muerto, pero en una declaración hecha en la cátedra de Colonia el 13 de febrero de 1327, él se había defendido rigurosamente de decir similar cosa, en su defensa de Avignon, el Maestro Eckhart se limitó a negar aún esta propuesta como “insensata” (stultun). En efecto, la Bula condena la propuesta en apéndice sin afirmar sea necesario asignársela. Ver éd. Gandillac p. 266 y de J. ANCELET.HUSTACHE, Maestro Eckhart y la mística renana, p. 65, y sobre todo Maestro Eckhart, Sernons, vol. 1, p, 29-30.
2. En el origen, el hombre primordial (Adán) veía a Dios en la Naturaleza Virgen
con “el ojo del Corazón” (el intelecto); al “fin de los tiempos”, el intelecto obscurecido
por la “caída” implica la idolatría (Romanos, 1,18 ss.); la Revelación restablece
la “naturaleza virgen” María casa, hipóstasis de la Teotokos, y la Gracia regenera
el intelecto “que vuelve a ser capaz, en cierta medida, de la visión directa e intuitiva de los “primeros principios” (ej.: San Francisco de Asís); una nueva “recaída”, después de la Edad Media, implica la subversión moderna. En cuanto al Arte Sagrado, es un sustituto de la Naturaleza Virgen para el hombre caído.
más que en apariencia; está oculto en el corazón del hombre bajo una montaña de errores y de pasiones paralizantes, y no puede ser despertado más que por la Revelación y purificado por la Gracia. Más bien que ejercer el pensamiento humana, impotente para captar la verdad espiritual, ¿no valdría más “hacer penitencia “y “ preparar las sendas del Señor “, para abrir el camino de la Gracia? Si eI intelecto, purificado por la oración (cf Evagrio el Póntico) recobra al menos parcialmente la inocencia paradisíaca, nuestros exégetas no pensarían ni siquiera en identificar al autor del Génesis, y nuestros sabios se preocuparían poco de la rotación de la Tierra; volverían a aprender “a leer” con la inteligencia (intus legere) los primeros versículos de la Génesis, el Icono de Ia Teotokos, el portal Real de Chartres 3, la leyenda dorada, etc, y adquiriría así la certitud de la verdad.
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