TRATADO VII. 11
La cuestión del cambio de forma tradicional
(Abbé Henri Stéphane
1907-1985, Introducción al esoterismo cristiano, Capítulo VII. La realización
espiritual)
Es en primer lugar absolutamente evidente que una cuestión tan compleja y tan delicada no puede ser tratada en su totalidad, y nosotros nos proponemos solamente de llegar a algunos
aspectos. Debe ser bien entendido igualmente que nosotros nos dirigimos solamente a los que admiten sin reservas “la Unidad transcendente de las religiones“ 44. Esto nos permite inmediatamente recordar que esta Unidad se sitúa en el ámbito informal, mientras que las distintas religiones se sitúan, tanto como los individuos a los que concierne sobre el plano formal. Las consecuencias que resultan esta afirmación indiscutible son las siguientes:
mientras que hay “unidad” en lo informal, hay por el contrario el máximum de “diversidad” sobre el plano formal, lo que condena a priori toda mezcla de formas tradicionales y, ipso facto, plantea el problema de un cambio de forma como una de las cuestiones más graves para el devenir espiritual del individuo. Esta cuestión debe pues ser enfocada sin la menor pasión, y
con una circunspección y una prudencia muy superior a todo lo que se podría enfocar en el dominio de la vida ordinaria. Es evidente que el individuo, que se sitúa a priori sobre el plano formal, incluso si concibe y admite “mentalmente” la Unidad transcendente de las religiones, no sabría estar autorizado sin embargo a elegir la forma tradicional que le agrada y que parece convenirle, sobre todo por pretextos fútiles, como, por ejemplo el hecho de que algunos aspectos de tal forma tradicional le desagradan. Su caso está lejos de ser el de un ativarna que puede esposar, según las circunstancias, tal o cual forma que juzga bueno adoptar, lo que no hace por otra parte nunca por razones de orden sentimental que le son en lo sucesivo extrañas, sino por motivos de ejemplo o de oportunidad. El caso directamente “inverso“ sería el del hombre “sin religión”,
44. Ver la obra de F. SCHUON que lleva este título.
45. En la India, el que está más allá de castas” por su estado espiritual.
que, en principio a lo menos, podría adoptar la forma que le parezca más conveniente, aunque haya numerosas reservas a aportar a esta afirmación, y lo que vamos a decir a continuación a permitirá captarlo mejor.
Muy diferente es el caso “intermedio” del que está y aligado a una forma
tradicional. No solamente todo motivo de carácter sentimental debe excluirse despiadadamente, sino que ser
considerase como una “contraindicación”, pues no se ve porqué un tal “fantasioso“ no cambiaba numerosas veces de forma tradicional, lo que, eso va de sí, puede que ser nocivo para su desarrollo espiritual. Diremos incluso que, según la enseñanza tradicional, no es él quien debe elegir la “vía”, sino la vía quien debe elegirlo: ella debe hasta cierto punto imponerse él, un poco como San Pablo sobre el camino de Damasco, y eso por señales indudables o por lo menos circunstancias que se imponen él de una manera providencial
providencial y casi vinculante, de modo que, lejos de obedecer a una impulsividad sentimental cualquiera, deja como “a pesar“ la forma tradicional a la cual perteneció hasta entonces.
La cuestión debe ser enfocada aún con más reservas cuando las dos formas tradicionales son a la vez más “divergentes“ sobre el plano formal y “equivalentes” en cuanto a las posibilidades de realización espiritual que ofrecen a sus adherentes. Las razones de un cambio de forma deben ser entonces de una importancia totalmente excepcional, y un cambio operado en la hipótesis en que estamos, si se hace a la ligera y por razones fútiles, debe ser considerado como un acto de locura pura y simple. En efecto, el que abandona una forma a la cual no solamente ha estado ligado por un rito cualquiera, sino que esta “impregnado“ por el medio tradicional, incluso sin su conocimiento, por Ia educación, la herencia o lo que ha adquirido ya por cierta práctica, y que abraza una forma nueva donde no preexiste - a fortiori si debe continuar viviendo en el medio tradicional de la forma que quiere abandonar- no solamente pierde el beneficio de lo que había ya obtenido, sino que vuelve de alguna manera a partir de cero, y en condiciones tanto más difíciles cuanto que, por hipótesis, la forma nueva que él
ha adoptado es totalmente diferente de la precedente y que tendrá toda suerte de dificultades para adaptarse allí.
Pero hay más. Hemos hecho alusión a todas horas a la evidente absurdidad de una mezcla de formas. Se nos podría objetar que no es ya cuestión de esto aquí, ya que el adherente a una nueva forma abandona todas las prácticas de la primera. Pero, hecha abstracción de la cuestión de “derecho” que no nos interesa aquí, ¿puede efectivamente renunciar a la forma
anterior, salvo en la parte de alguna manera “exterior“, o si se quiere, la práctica religiosa? Planteamos entonces la cuestión concreta siguiente: un cristiano que, por definición, está bautizado, según la enseñanza teológica, ha recibido ipso facto — la más a menudo sin quererlo como es el caso de los recién nacidos- un carácter imborrable que hace él un miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y esto en las modalidades sutiles el más profundas de su individualidad (habitus entitativo en lenguaje escolástico) 46 . Va de sí que un cambio de forma tradicional no puede modificar nada este estado de cosas, y en consecuencia, en tanto que, en la nueva forma que él ha adoptado, no ha superado los límites de la individualidad, realiza de cierta manera lo que llamaremos – para evitar toda exageración- una “cuasi-mezcla“
de formas que puede serle perjudicial, y esto quizá por una indefinidad cíclica si se revela incapaz de superar los límites de la individualidad y de alcanzar el “el estado primordial “, del que el bautismo es precisamente la virtualidad. La cuestión nos parece en cualquier caso bastante grave para merecer ser examinada con cuidado más grande.
considerase como una “contraindicación”, pues no se ve porqué un tal “fantasioso“ no cambiaba numerosas veces de forma tradicional, lo que, eso va de sí, puede que ser nocivo para su desarrollo espiritual. Diremos incluso que, según la enseñanza tradicional, no es él quien debe elegir la “vía”, sino la vía quien debe elegirlo: ella debe hasta cierto punto imponerse él, un poco como San Pablo sobre el camino de Damasco, y eso por señales indudables o por lo menos circunstancias que se imponen él de una manera providencial
providencial y casi vinculante, de modo que, lejos de obedecer a una impulsividad sentimental cualquiera, deja como “a pesar“ la forma tradicional a la cual perteneció hasta entonces.
La cuestión debe ser enfocada aún con más reservas cuando las dos formas tradicionales son a la vez más “divergentes“ sobre el plano formal y “equivalentes” en cuanto a las posibilidades de realización espiritual que ofrecen a sus adherentes. Las razones de un cambio de forma deben ser entonces de una importancia totalmente excepcional, y un cambio operado en la hipótesis en que estamos, si se hace a la ligera y por razones fútiles, debe ser considerado como un acto de locura pura y simple. En efecto, el que abandona una forma a la cual no solamente ha estado ligado por un rito cualquiera, sino que esta “impregnado“ por el medio tradicional, incluso sin su conocimiento, por Ia educación, la herencia o lo que ha adquirido ya por cierta práctica, y que abraza una forma nueva donde no preexiste - a fortiori si debe continuar viviendo en el medio tradicional de la forma que quiere abandonar- no solamente pierde el beneficio de lo que había ya obtenido, sino que vuelve de alguna manera a partir de cero, y en condiciones tanto más difíciles cuanto que, por hipótesis, la forma nueva que él
ha adoptado es totalmente diferente de la precedente y que tendrá toda suerte de dificultades para adaptarse allí.
Pero hay más. Hemos hecho alusión a todas horas a la evidente absurdidad de una mezcla de formas. Se nos podría objetar que no es ya cuestión de esto aquí, ya que el adherente a una nueva forma abandona todas las prácticas de la primera. Pero, hecha abstracción de la cuestión de “derecho” que no nos interesa aquí, ¿puede efectivamente renunciar a la forma
anterior, salvo en la parte de alguna manera “exterior“, o si se quiere, la práctica religiosa? Planteamos entonces la cuestión concreta siguiente: un cristiano que, por definición, está bautizado, según la enseñanza teológica, ha recibido ipso facto — la más a menudo sin quererlo como es el caso de los recién nacidos- un carácter imborrable que hace él un miembro del Cuerpo Místico de Cristo, y esto en las modalidades sutiles el más profundas de su individualidad (habitus entitativo en lenguaje escolástico) 46 . Va de sí que un cambio de forma tradicional no puede modificar nada este estado de cosas, y en consecuencia, en tanto que, en la nueva forma que él ha adoptado, no ha superado los límites de la individualidad, realiza de cierta manera lo que llamaremos – para evitar toda exageración- una “cuasi-mezcla“
de formas que puede serle perjudicial, y esto quizá por una indefinidad cíclica si se revela incapaz de superar los límites de la individualidad y de alcanzar el “el estado primordial “, del que el bautismo es precisamente la virtualidad. La cuestión nos parece en cualquier caso bastante grave para merecer ser examinada con cuidado más grande.
No conocemos suficientemente la teología musulmana para poder afirmar que el caso del musulmán que cambia de forma tradicional es comparable en todos los puntos al que
acabamos de enfocar. Lo es ciertamente mutatis mutandis. Nosotros nos contentaremos a plantear la cuestión siguiente, felices si otros pueden ayudarnos a aclararlo: si el Islam exotérico consiste esencialmente en la conformidad a una Idea – en el sentido platónico por supuesto — la de la Unidad divina, lo que se traduce
46. Sobre la Gracia santificante como “habitus entitativo”, ver el Tratado VII.3, página 288
in
concreto por la “sumisión“ y
por la pertenencia a una colectividad social tradicional (quien confiere el Shahâdaha) 47 mucho más “una” por el hecho mismo sobre el
plano terrestre que la comunidad cristiana cuyo centro de
atracción es la Encarnación del Verbo, cuyo “Reino no es de este mundo“, ¿no se puede decir más que él “vínculo tradicional“
musulmán es más
potente sobre el plano social que para
un cristiano,
pero, por compensación,
lo está menos
frente a un “mediador“ entre la humanidad y Dios, como es el caso del cristiano “injerto“ por el bautismo sobre el Cuerpo Místico del Cristo? Si es así, parece que habría menos inconvenientes –salvo sobre el plano social- para un Musulmán,
exoterista por supuesto que
quiera abrazar el Cristianismo que el caso contrario. Por otra parte, lo que nos permite avanzar esta opinión, no está implicado en estas palabras de F. Schuon: “En Islam nada de santidad fuera del esoterismo, en el Cristianismo nada de esoterismo fuera de la santidad “, y además de si, siempre según la afirmación del mismo autor, el Cristianismo es de esencia esotérica, las razones que abogarían por un cambio de forma nos parecen “cuasi inexistente“.
47 Fórmula de la fe
musulmana quiera abrazar el Cristianismo que el caso contrario. Por otra parte, lo que nos permite avanzar esta opinión, no está implicado en estas palabras de F. Schuon: “En Islam nada de santidad fuera del esoterismo, en el Cristianismo nada de esoterismo fuera de la santidad “, y además de si, siempre según la afirmación del mismo autor, el Cristianismo es de esencia esotérica, las razones que abogarían por un cambio de forma nos parecen “cuasi inexistente“.
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