De igual forma que Lao-tze definió la virtud como una
no-virtud, es decir, una virtud que no está dentro de los esquemas éticos de
los moralistas usuales, así sus discípulos, Chuang-tze entre ellos, afirman que
la felicidad del taoísta no es ninguna de esas felicidades que los hombres se
fingen y desean. ¿La riqueza? Es un bien extrínseco y frágil, fatuo, como el
capricho de la fortuna. Causa de continuos trabajos del espíritu y de un asiduo
desgaste del cuerpo, hasta que no se ha conseguido; fuente de enojosas
preocupaciones, cuando se la posee, por el deseo de aumentarla y el temor de
perderla. El sabio, pues, no sabe qué hacer con el oro, porque el oro está en
su espíritu, y como no conoce deseos, su riqueza no tiene fin. ¿Honores y poder?
No otra cosa que palabras y promesas vanas con las que se complacen las almas
vulgares, triunfos efímeros a los que, por lo regular, sucede la caída y que no
es raro que cuesten la vida. ¿La longevidad? Es cosa que depende del destino y
no de nosotros; y, por lo demás, es locura desearla cuando se vive, como los
más de los hombres viven, gastando sus energías de mil modos y, por lo tanto,
apresurando inevitablemente la muerte. ¿La fama? ¿Qué utilidad puede
acarrearnos cuando ya no seamos? Por lo demás, la fama interesa más a cuanto
hacemos que a nosotros mismos, pues bajo el ala del tiempo, que todo lo devora,
bien pocos hay cuyo nombre al revolver cualquier siglo no sea más que una
curiosidad histórica. Cuatro son las cosas por las que no tiene paz la
gente—dice Yang- chu, un filósofo taoísta, que sostiene puntos de vista algo
personales y, por lo tanto, heterodoxo a saber : la longevidad, la fama, la
dignidad, la riqueza. Quien posee el deseo de estas cosas teme a muertos y
vivos, príncipes y puniciones, y no tiene un minuto de paz. ¿Pero quién que no
se rebele contra el curso natural de las cosas puede desear vivir largo tiempo?
Quienes no tienen en cuenta los honores no se preocupan de la fama. Quienes no
han hecho cálculo de la autoridad no buscan cargos públicos. Quienes no saben
qué hacer con la riqueza no acumulan oro. Solamente éstos se puede decir que
viven según las naturales inclinaciones. No hay quienes les igualen en esta
vida, puesto que regulan la suya internamente.
No se diga que de esta suerte se quiere suprimir la
emulación de nobles ambiciones que pone en evidencia el valor real de los
competidores y permite esa selección de las fuerzas mejores sin la que no sería
posible la vida social. ¿Para qué-—objeta el taoísta—-afanarse por superar a
los demás, ir adelante a cualquier costa, "arribar", como hoy se
dice, cuando todo se vuelve en daño de los mismos individuos, los cuales,
arrastrados por el orgullo o por las ambiciones, acaban por vivir una vida de
continuas aprensiones y ansias, en contraste completo con el ideal de serena
actividad deseado por el taoísta, y alimentan las tendencias egoístas que tan
fatalmente perniciosas son para ellos como para la colectividad? El verdadero
mérito—-es cuestión de tiempo—no puede dejar de ser reconocido. El mismo orden
de las cosas así lo exige, y no hay fuerza humana que lo impida. Quien con
intrigas o violencias ha ocupado un puesto que no le pertenece, deberá en día
más o menos próximo retirarse ante el más merecedor, aunque éste nada pida ni
nada quiera. El sabio —-dice Lao-tze—podrá vivir en la sombra, ignorado por
todos, humildemente sometido, ser considerado un hombre menos que mediocre ;
pero hoy o mañana, de un modo fatal, deberá imponerse definitivamente y
preceder a todos. (Cap. 67.) “Todo el mundo me dice que soy un grande hombre,
aunque parezco persona carente de méritos; pero precisamente porque soy grande,
parezco persona carente de méritos. Por el contrario, quien parece noble, es
harto mediocre. "
(Cap. 78.) "Nada hay en el mundo más leve que el agua;
pero tampoco hay cosa, por dura y fuerte que sea, que pueda resistirla. Lo
tierno vence a lo duro; lo débil vence a lo fuerte. "
No contender, sino dejar hacer. El verdadero tesoro que el
sabio no se cansa de ambicionar está en nosotros mismos, y consiste en sentirse
y ser superior a todo el descompuesto
mundo de deseos y pasiones que infaliblemente engendran
angustias y dolores para nosotros, pobres mortales, vanamente ilusionados con
poder llegar por ellos a una felicidad que tanto más se aleja cuanto más
creemos haberla alcanzada. Este—como ya se ha dicho----es el punto culminante
de toda la doctrina taoísta. Que no por eso reniega de la vida; antes bien,
desea el goce más pleno, porque es natural, ese sano y regulado desarrollo de
todas nuestras actividades físicas y mentales que cuadran y coinciden con las
leyes universales. De aquí esa superioridad serena que caracteriza al sabio taoísta;
el cual vive en este mundo, desempeña entre sus inquietos semejantes las
funciones más humildes o los oficios más importantes con igual naturalidad, sin
perder la calma, esa paz sonriente que la pintura china, por mano de sus
maestros, ha sabido representar tan bien en sus célebres cuadros inspirados en
asuntos taoístas.
Apología del Taoísmo
G. Tucci
Madrid 1926
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