El sentido de la creación
Nicolás Berdiaev
Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires 1978.Pp.397-401
Creación y cultura
*
* *
La cultura occidental, por su origen, es ante todo una
cultura católica y latina.1 Y esta cultura, en sus mani-
festaciones más perfectas, mantuvo el vínculo con la
Antigüedad, fuente eterna de toda cultura humana. Las
marcas de su origen sagrado quedaron impresas en esta
cultura surgida del culto. La raza latina, los pueblos románicos,
tienen la cultura en la sangre. Y, de hecho, es
cultura lo que está ligado por la sangre al mundo grecorro-
mano, a las fuentes antiguas, así como a la Iglesia,
occidental u oriental, que recibió la herencia de la cu!tu-
ra antigua. En el sentido estricto de la palabra, no existe
otra cultura que la cultura grecorromana, ni puede
existir. La cultura pravoeslava-católica asumió la sucesión
de la cultura grecorromana. La irrupción de la raza
germánica en la palestra de la historia europea señaló la
inoculación de una gota de sangre bárbara del Norte en
la sangre latina y civilizada de Occidente. La raza ger-
mánica es bárbara, no tiene en sí la primacía de un lazo
con el mundo antiguo. El individualismo de la Reforma
germánica fue un individualismo bárbaro y opuesto al
individualismo cultural del Renacimiento italiano. Lutero
y Kant son bárbaros insignes. El criticismo del pensamiento
alemán es un producto de la barbarie, que no
quiere saber que existe para toda cultura, como para
todo pensamiento, una primacía de hecho, natural, or-
gánica y suprapersonal. El protestantismo rechaza no
sólo la tradición sagrada de la Iglesia sino también la
herencia sagrada de la cultura. El individualismo alemán,
como el criticismo alemán, rompe con toda tradición
y le opone una especie de revuelta bárbara. Pero
toda cultura descansa sobre una tradición. El espíritu
germánico volcó en la vieja sangre latina de la cultura
europea elementos nuevos e indómitos; su misión fue
engrosar su aporte espiritual. Por no haberse adentrado
en caminos ya trazados, el pensamiento germánico bárbaro
creó las formas profundas de un criticismo religioso
y filosófico en el que el mundo objetivado se libera
de su sumersión en el sujeto, en la profundidad del espíritu.
Pero la irradiación y la claridad del pensamiento
latino permanecieron ajenos a estas formas brumosas
de meditación. El germanismo es el norte metafísico, y
la cultura germánica se elabora en tinieblas privadas
de sol. La genialidad misma de los grandes filósofos alemanes
nació de una ruptura con el sol, y no de una comunión
con las fuentes naturales de la luz. Pura y elevada,
pero bárbara, la cultura alemana permanece en gran
parte como una cultura de espiritualidad abstracta, extraña
a cualquier plástica encarnada en una figuración concreta.
La raza germánica no adoptó el cristianismo sino en
cuanto religión de pura espiritualidad, sin plástica y sin
tradición. Y la misión religiosa del germanismo consistió
en luchar contra un renacimiento del cristianismo en el
plano psico-corporal, contra la corrupción del catolicismo,
y en introducir en la vida religiosa el principio
exclusivo de la espiritualidad pura. La profundidad mística
de Meister Eckhart constituye el punto por el cual
se puede penetrar en lo que el espíritu germánico tiene
de elevado y original. Este espíritu es extraño al espíritu
de la Antigüedad y, en cambio, bajo una forma in.
esperada, pariente del de la India: el mismo idealismo,
la misma espiritualidad, el mismo apartamiento para
la encarnación concreta del ser, la misma convicción de
que toda individualidad es pecado. El germanismo quiere
ser puramente ario, y no deber nada al injerto religioso
del semitismo. El espíritu germánico se esfuerza
por desprender de sus profundidades un ente que no
puede concebirse en cuanto realidad. Lo que, por consiguiente,
hay que buscar en la cultura alemana es su
hondura, aunque bárbara, que es una especie de pureza.
Pero carece de sutileza y de elegancia. Aun en los más
grandes alemanes, aun en Goethe, hay algo de falta de
gusto y de grosería. La sutileza y la elegancia pertenecen
exclusivamente a la cultura francesa. Y son precisamente
éstas las cualidades que predominan en la cultura. El
espíritu alemán edifica algo grandioso, pero que no es
cultural en el sentido estricto de la palabra, y no es en
vano que Nietzsche dijo que no había cultura en Alemania
y que la cultura era esencialmente francesa. Los
alemanes reflexionan sobre la cultura, hacen su crítica,
examinan todos los problemas que plantea, pero no la
poseen. Porque la cultura no puede ser crítica e individualista;
siempre es orgánica y universal. La raza alemana
detenta, con toda evidencia, una misión distinta
y providencial en el mundo de Occidente. La crítica
alemana, la música alemana, la filosofía alemana están
llamadas a grandes destinos. Pero esto no implica la
creación de la cultura más general y universal, digna
de propagarse entre todos los pueblos. El espíritu germánico
no creó normas universales de cultura, como querrían
hacerlo creer los Kulturträger alemanes. Hay mucho
que aprender en la mística y la filosofía alemanas,
pero es imposible difundir una cultura propiamente alemana.
La cultura latina, por el contrario, fue llevada
hasta el extremo de la universalidad. Los alemanes, además,
no han deseado este extremismo. Tienen una burguesía
santa y bárbara que elige quedarse a mitad de
camino en una media goetheano-kantiana. Esta cultura
abstracta perdió el sentido de lo extremo y de lo excesivo.
El espíritu germánico es lo menos apocalíptico
posible. Nietzsche no pertenece al espíritu alemán; en
él hay mucho de eslavo y se nutrió de la cultura francesa.
La filosofía alemana, empero, cumple una tarea
mundanal. Ayuda a la solución de la crisis mundanal,
pero de manera indirecta y por oposición: es la mística
alemana, que encarna el último mensaje dirigido al
mundo por la raza germánica y representa también el
aporte supremo de los alemanes a esta solución de la
historia universal. Hay en la mística de los alemanes
una verdad eterna, pero ella no puede ser una fuente
general de cultura, no puede ser el peldaño que lleva a
una cultura superior 2. Son las fuentes antiguas del he-
braísmo y de Grecia las que subsisten siempre con su·
espíritu de concretización y de encarnación. Y la mística.
eslava, en gran parte apocalíptica, está ligada a los tiem-
pos y a las demoras de la historia universal, a la encar-
nación y a la escatología. La cultura eslava, entendida
en el sentido habitual de la palabra, está infinitamente
por debajo de la cultura alemana. Pero la raza eslava
recibió en su carne y en su sangre la primacía de la
cultura griega y bizantina. La raza eslava, por su posición
histórica, es antagonista de la raza germánica.
Puede aprender de ella, pero no puede inspirarse en ella
y fundirse con ella. Estamos más cerca de los latinos
aunque no sean semejantes a nosotros, de suerte que po-
demos aprender de ellos sin que amenacen absorbemos.
La influencia predominante de la cultura alemana significa
para la raza eslava el abandono de su misión supracultural
y apocalíptica.
1. VIACESLAV lVANOV dice muy bien: "No hay en Europa otra
cultura que la cultura helénica, que sometió a la latinidad y está
aún viviente en el mundo latino, echando nuevos brotes sobre el
antiguo tronco, trimilenario y carcomido, pero siempre viviente.
Se ha enraizado en la sangre y la lengua de las tribus latinas;
pero, en cambio, nunca pudo ser asimilada plenamente por los
elementos germanos y eslavos, que le son extraños por la sangre
y· por la lengua" (Bajo las estrellas ... ).
2. Encontramos tanto en Dreuss como en Chamberlain ese nacionalismo
alemán y este método alemán que quieren a toda costa
hacer surgir una religión del germanismo