martes, 26 de febrero de 2008

Desinformación y lenguaje. Vladimir Volkoff (lenguaje electoral)

¿Quieren ejemplos? (de palabras- amebas). Los pido prestado, con la autorización de Alexandra Viatteau, en su curso enseñado en el Instituto francés de prensa en el marco de la universidad de Paris II. Ella les propone un juego que llama <> (del verbo piper –trucar, cazar con reclamo-, supongo)y que les permitirá componer innumerables palabras- amebas que no presentan ningún significado real pero que se integran perfectamente en no importa que articulo de un periódico político contemporáneo.

Primer miembro de la frase:

con/la situación/presente
considerando/la coyuntura/actual
donde nos lleva/la crisis/que nos ocupa
Teniendo en cuenta/la inercia/que es la nuestra (o)
visto/el callejón sin salida/Inducido (a)
en lo que concierne/al extremo/coyuntural
en el caso particular/de la degradación de las costumbres/contemporánea (o)
cualquiera que sea/la siniestralidad/de este comienzo de siglo
Del hecho de/la dualidad de la situación/de la sociedad
en tanto dure/la baja de confianza/de estos últimos tiempos


Segundo miembro de la frase

conviene/estudiar/todas las
es necesario/examinar/cada una de las
se debe de/tomar en cuenta/la mayoría de las
es preferible/tomar en consideración/todas las
sería interesante/anticipar/el conjunto de las
no es necesario descuidar de/imaginar/la suma de las
no se puede pasar por alto/Preocuparse de/la totalidad de las
es necesario/interesarse en/la globalidad de las
sería bueno /tener en la mente/todas las
es necesario con toda urgencia/acordarse/ ciertas


Tercer miembro de la frase

soluciones/factibles
consecuencias/posibles
problemáticas/ya en nuestra posesión
vías/ofreciéndose a nosotros
alternativas/de sentido común

¿Quiere que ensayemos? En tanto dure la dualidad de la situación que es la nuestra, no es necesario descuidar de tomar en consideración la globalidad de las alternativas posibles. O: Considerando la crisis que nos ocupa, es necesario anticipar todas las problemáticas factibles. En el mismo orden de ideas y siempre para ilustrar el concepto de palabras-ameba, se me permitirá de reproducir pasaje mi Pequeña Historia de la desinformación donde cito al historiador protestante Frangois Bluche y al sacerdote católico Philippe Sulmont que habían “ inventado un juego insípido literatura eclesiástica progresista contemporánea.. . ]. La tabla adjunta-permite forjar 160000 formulas que nosignifican gran cosa pero imitan perfectamente el tono de una cierta tartufería modernista. Basta tomar un verbo en la columna A, hacerlo seguir de un complemento tomado del columna B, y añadir allí añadir un adjetivo de la columna C y añadir allí un complemento determinativo de la de columna D”


A************/B************/C**********/D

reactualizar/la transparencia/esencial /de nuestras diferencias
testimoniar/la dimensión/pastoral/del problema de los jóvenes
animar/el reparto/ecuménico /de la catequesis
llegar a/el compromiso/sociológico/del equipo
estar atento a/la llamada /eclesial/de lo que vive
hacerse presente/con urgencia/querigmática/de la realidad humana
programar/la aproximación/colegial/del tejido local
promover/la responsabilidad/no tranquilizador (a)/de nuestra escucha
concientizar/las prioridades/comunitaria/de nuestros análisis
Tomar a cargo/El riesgo/Extremadamente rico /De nuestra búsqueda
Asumir /Las probabilidades /Plural (les)/De las células de base
Ser interpelado por/La ambivalecia/Ético(a) /Del mundo
Estar concernido por/Las complementaridades/Discernidos (a)/De hoy día
liberar/El contexto/apremiante/De los media cristianos
concebir/El esquema/fundamenta/De las concelebraciones
profundizar/La dialéctica /Radiante /De nuestras respuestas
manifestar/Los cambios/Caritativos (a)/Del militantismo
decir/La solidaridad /Festivo (a)/De los verdaderos mensajes
recurrir/El proyecto/Imperativo (a)/De la unidad
identificarse/Al arraigo/profundo/De nuestras búsquedas

Su turno de ensayo. Naturalmente, es fácil bromear, pero no olvidemos el mensaje más que inquietante de Kara-Mourza: aceptar la lengua del adversario o incluso de un amigo es llegar a ser su prisionero.

Vladimir Volkoff.
La désinformation vue de l’est
Éditions du Rocher 2007
pp. 55-59

jueves, 21 de febrero de 2008

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Secretaría del Cofre

miércoles, 20 de febrero de 2008

Religión remedio a la decadencia y 3 (P. de Meuse)

Continuación

El Comandante: - Y bien, consideremos pues que, para reedificar la ciudad terrestre, solo tenemos necesidad de las lecciones de la naturaleza. Tenemos teólogos que los sostendrán.

Simplicio: - Su análisis no es nuevo. Es tan viejo como el Bajo Imperio, esto es el principio de la era constantiniana, cuando las autoridades cristianas se encontraron frente a los imperativos del orden temporal. Desembocó en una compartimentación de la moral según los objetos a los cuales se aplica. Santo Tomás ha consagrado a esta delimitación el preliminar de su Summa Theologica. La Ética regula los actos de los individuos, lo Económico regula los de los hogares, y la Política los de la Ciudad. Esta clasificación magistral permitió la Cristiandad funcionar durante ocho siglos. Teniendo en cuenta los datos de la experiencia, supo reservar a cada dominio la parte que le permitía organizarse según sus propias reglas de manera a la vez tradicional y humana. Así el príncipe podía guerrear sin faltar a la Caridad, los cristianos podían oponerse entre ellos enarbolando en cada campo las banderas adornadas con la cruz. El poder no era un pecado, la exclusión era generalmente legítima, y la cristiandad estaba erizada de defensas.

El Comandante (exaltándose): ¡- Y bien! Es de eso que tenemos necesidad: de una fe de cruzado, sin reservas mentales ni pesares, de una fe que esgrima la cruz como un emblema sublime, y que permita también ¿como diría yo? Que recomiende, que se la sirva también como de una masa de armas. Una fe que justifique la violencia cuando sirva a la mayor gloria de Dios. Una fe que haga dar espadazos como de los actos de caridad. ¡Quién nos volverá el corazón puro de Balduino IV de Jerusalén, que combatía bajo el sol quemante de la Tierra Santa a pesar de la lepra que lo corroía, cuando su cota de mallas le arrancaba a cada movimiento de su caballo pedazos de carne! ¡Los valientes del siglo XII no conocían estado de ánimo. Ahí está nuestro ejemplo y nuestra vía de salvación.

Simplicio: - Desgraciadamente, parece evidente que esta bello sistema no funciona más desde hace mucho tiempo, y que, a pesar de nuestros esfuerzos, es imposible volver a ponerlo en marcha. En efecto, se basa en la no interferencia de la norma ética sobre la norma de la política desde el momento en que se aplica un acto operado en su esfera, y la aplicación de una ética adaptada para los hombres que ejercen el poder. Dicho de otra manera, en la moral del siglo XI, es una mancha, incluso un pecado personal, para Godofredo de Bouillon, masacrar musulmanes y judíos después de la toma de Jerusalén, el 15 de julio de 1099, pero no necesariamente una falta de política; incluso hubo que llevarse a los altares a este héroe de la pura tradición caballeresca. En cuanto a Bayard, el último gran caballero, el héroe sin miedo y sin reproches, había ordenado colgar en la horca a los todos arcabuceros que sus ejércitos hacían a presos, porque era intolerable que un destripaterrones pudiera tener razón de un caballero a distancia, suprimiendo así la distancia legítima entre los gentilhombres y los plebeyos. En la moral cristiana de siglo XXI, ningún eclesiástico se atrevería a encontrar las excusas que se le prodigaban sin pesar un asesino de viejas damas. La compartimentación moral, ha sido no solamente trastocada, sino invertida, en el sentido de que el acto cometido en la esfera de la Política en violación de regla ética aparece inmediatamente como un pecado contra el espíritu. En "Política", hay polis, que designa la Ciudad. Se basa pues en la distinción fundamental entre el otro (aquél que es extranjero a la ciudad) y el mismo (el conciudadano), distinción que el hombre dotado de responsabilidad debe aplicar en cada instante, en aplicación de una caridad especial para defender a su grupo con relación y, llegado el caso, contra el otro. En el dominio de la gestión de la ciudad, el egoísmo colectivo es pues de rigor. Ahora bien la moral cristiana está precisamente fundada sobre la apertura al otro por compasión. ¿Qué queda de un tal deber de Estado, el de la Política cuándo se suprime la autonomía de los dominios? Nada significativo. Pero es necesario ir más lejos aún. Cuando la sociedad está destruida, cuando las barreras están aplastadas y la sociedad no es más que un magma, la defensa de las identidades no descansa ya sobre la autoridad de los políticos, sino sobre cada uno nosotros, individualmente. Ahí, la moral cristiana hacia el próximo puede revelarse contradictoria con el deber de solidaridad hacia el grupo. Es preciso osar, pienso, plantearse la cuestión. Como Jean Raspail. En una entrevista que otorgó a L’ Opinion indépendant, el 15 de octubre 1999 y cuyas observaciones fueron recogidas por Christlan Authie, el novelista respondió a la cuestión: “¿Pero que hacemos?” que le fue planteada, con las siguientes palabras: “Soy novelista. No tengo teoría, ni sistema, ni ideología a proponer o a defender. Me parece solamente que una única alternativa se presenta ante nosotros: aprender el coraje resignado de ser pobre o encontrar el inflexible coraje de ser ricos. En ambos casos, la caridad llamada cristiana se revelará impotente. Estos tiempos serán crueles.”

El Comandante: - Olvidan que el próximo, es el más cercano, y soy más cercano de mi hermano que de mi primo, de éste que del extranjero que vive en China. Me siento en el deber pues ocupar en primer lugar cuidar al primero en detrimento del segundo, y así sucesivamente. En fin, conocen el razonamiento.

Simplicio: Bello razonamiento, querido Comandante, que he sostenido muchas veces con la convicción de mi delgado talento. Usted me dice que es necesario distinguir deberes según la jerarquía, los que se tiene hacia sus prójimos, y los que se tienen hacia los menos cercanos. Hay toda una gama de contrafuegos y sutilezas casuísticas que se han construido pacientemente por teólogos preocupados con razón defender el orden social. Sin embargo, no se le puede escapar a usted que ha perdido su fuerza, estos últimos tiempos. En efecto, cuando distancias inmensas separan al otro de usted, es casi imposible no dar prioridad a los suyos, en sentido amplio, ya que la eficacia de la relación humana se impone. La moral del prójimo es una evidencia. Pero cuando el otro está por todas partes en torno ustedes, cuando el extranjero está en su calle, su comercio, su escuelas, cuando sus hijos juegan con vuestros hijos que acaba por hablar como él, imitando su acento o sus idiotismos, es difícil no considerarlo como el prójimo en el sentido cristiano, a menos de construir en su propia cabeza las murallas que remplacen las de la ciudad, que se hundieron. Ahí, la moral de apertura al otro interfiere en nuestras acciones, volviendo más difícil el ejercicio de los derechos del grupo, puesto que declara que nada esencial cuenta más que lo búsqueda de la salvación, para las cual la libertad humana es inalienable. Ahora bien ¿de qué argumento moral dispone, por ejemplo, un padre de familla que desea, en una voluntad de continuidad familiar, impedir una unión de su hijo cuya naturaleza misma implica su ruptura irremediable, por ejemplo una diferencia de raza, de clase o de cultura? Muy pocas cosas. Frente a la soberanía del yo, que trastorna todas las lealtades, afirmando que el individuo no pertenece más que a si mismo, y que la cadena inmensa de generaciones pueden ser rota sin respeto ni remordimiento, la teología moral cristiana (que no se suma) no opone más que la virtud de la prudencia, dicho de otra manera una virtud menor, y mientras que nuestras solidaridades se desmantelan por este brecha, su firmeza se disuelve infaliblemente por otra parte bajo el efecto de la moral de la compasión, también segregada en las glándulas del yo íntimo. Asistimos, en uno periodo muy cortos de cuarenta años apenas, al anonadamiento de siglos de humildes tradiciones que daban una identidad a millones de famillas, quienes no se acuerdan más de nada, cuyos retoños han enajenado la totalidad de su memoria, para reducirse voluntariamente a la condición servil como se la definía en la antigüedad, propia de un ser que no conocía sus ascendientes y vive en el simple instante. El vagabundeo marital que constatamos hoy en porciones cada vez más numerosas de la sociedad no hace más que reforzar esta similitud. ¿Quién volverá a dar a los hombres desgraciados de nuestro tiempo el sentimiento de pertenencia a un grupo natural si ninguna voz trascendente habla a su alma para intimarle a perpetuar su grupo como un derecho y un deber? No sé si usted es teólogo, querido Comandante, pero si lo es, y ya que a usted se lo ve en la vía de la devoción, ¿no podría hacernos un buen razonamiento de teología moral que permita restituir a las comunidades naturales lo que la doctrina de la autonomía del sujeto le ha retirado? ¿Nos puede elaborar minuciosamente una buena ética de grupo, religiosa a la manera del Júpiter Capitolino, o del Shinto, una moral de nosotros al lado de la del otro? O tomar ejemplo de las iglesias orientales, como la Iglesia Armenia que no hace más que una con su pueblo, o, de una manera menos neta, como la ortodoxia; forjar un nuevo razonamiento remplazando esas mecánicas benefactoras que se han convertido en inoperantes, o reforzándolas para volver a poner lo divino en armonía con el buen orden. Para responder este desafío formidable, debemos reformar nuestros argumentos ideológicos, adaptarlos a las nuevas situaciones. ¿Lo puede usted?

El Comandante: ¡- Adaptar, reformar! ¡Pero a usted le parezco un progresista, querido amigo! ¿Para qué raciocinar si es para cambiar lo que es intangible? ¿Qué valor tendrá una religión católica que la se revisa como un anuario telefónico?

Simplicio: - Pero, querido Comandante, usted la revisa sin darse cuenta, y en dominios no desdeñables. La manera como recibe usted las palabras del papa hubiera asombrado mucho a su bisabuelo, para el cual la simple crítica de un gesto del Santo Padre representaba un principio de herejía. El rechazo de ciertos realistas a suscribir la República según el deseo de León XIII era ya considerado como sospechoso y pecaminoso. La lectura de la Acción Francesa les ponía fuera del sacramento en algunas diócesis después de 1926. Incluso a su cuerpo vetado, la religión que practica dejaría muy sorprendido a un devoto de del siglo XVI. Sin embargo, hay algo mucho más grave en este registro. Usted ha estado en disposición de observar, no lo dudo, el horror que los hombres de nuestro tiempo, sobre todo los jóvenes, sean creyentes o no, experimentan por la valorización del sufrimiento, tal como fue practicada durante dos mil de años de cristianismo. Las maceraciones, el ayuno, los golpes de disciplina que los santos de los siglos pasados se infligían para participar en el misterio de la cruz son muy buenamente incomprensibles, incluso obscenos, para la inmensa mayoría de los cristianos de nuestro época Le dejaré el cuidado de deducir lo que quiera en lo que concierne a la fe de nuestros contemporáneos en lo que es el segundo gran dogma de la religión cristiana: la Redención.

Como lo remarcaba Ortega y Gasset, hay en toda convicción una parte de inercia y una parte de voluntad. Ciertas concepciones son aceptadas porque forman parte del entorno, sin haber sido inventariadas, sin que sus implicaciones hayan sido registradas. Ortega las llama los objetos de la creencia. Otras son objeto de una fuerte asociación del pensamiento y de la voluntad, son, siempre según él, los verdaderos objetos de la fe. La imposibilidad en el cual usted está de diferenciar estos dos datos: el que tienerealmente y el que le vincula solamente la fuerza del hábito, y que estaría desolado de perder, sin que adoptara las medidas necesarias para preservarlos. Es el papel del pensamiento viviente hacer esta división. Por otra parte, grandes controversias han sacudido la cristiandad durante siglos, y vivimos siempre sobre los conclusiones de una de las más famosos: la Controversia de Valladolid. Deberíamos interrogarnos sobre su pertinencia, que tiene una singular actualidad.

El Comandante ' – No creo acordarme perfectamente de esta controversia Recuérdeme de que se trata, se lo ruego.' Simplicio: - En medio del siglo XVI se celebró en Valladolid, en presencia de los representantes del Papa et del rey de España un coloquio entre dos teólogos:" el obispo dominicano de Chiapas Bartolomé de Cansa uno de los padres del derecho de gentes, y el filosofe tomista Ginés de Sepúlveda. El primero sostenía que el estado de servidumbre en el cual los españoles habían reducido a los indios de América era incompatible con la fe cristiana. Proclamaba la necesidad de convertirlos por la única fuerza de la persuasión misionero. Por lo demás, España debía reembarcar sus soldados, sus feudatarios y sus mercaderes si quería evitar la maldición divina. El segundo, basándose en los escritos de Aristóteles, sostenía al contrario que las poblaciones autóctonas de este continente estaban predestinadas a la esclavitud por su naturaleza inferior, y que solamente una pequeña parte de entre ellos podían merecer recibir la revelación de los evangelios. Justificaba su disminución y la destrucción de su cultura por su naturaleza semi-humana y el horror de sus costumbres, especialmente los sacrificios humanos y la antropofagia.

El Comandante: ¿- Y que decidieron el papa y el muy católico rey?

Simplicio: - El Papa rechazó el imprimatur a Sepúlveda a causa de la falsedad de sus tesis; puesto que las uniones entre indios y españoles no eran estériles, no se podía rechazar la plena condición humana a los indios, y por tanto su derecho a la salvación. Las Casas había pues ganado en lo esencial. Sin embargo su victoria estaba teñida de amargura: en efecto, para ahorrar a los Indios los trabajos demasiado duros que les hacían perecer en gran número, autorizó al rey de España, según los consejos que el pobre obispo habían dado imprudentemente, a hacer venir por barcos cargamentos de esclavos negros, estando consideradas las poblaciones negro-africanas resistentes al trabajo. Bien entendido que no era cuestión de renunciar a las Indias Occidentales, ni a las plantaciones, ni a las minas de oro y plata. Fue este debate famoso el que dio la señal inicial de la trata de negros que duró cerca de tres siglos. Se ve ahí en obra un escenario que se reproducirá más tarde: buenas intenciones y principios "inmaculados" dan lugar, por ignorancia o menosprecio de las necesidades, a consecuencias desastrosas.

El Comandante: - ¿Y cuales son las consideraciones que le inspiran hoy día la controversia en cuestión? ¿Sobre todo, en que concierne este debate a nuestra época?

Simplicio: - Esta controversia es un ejemplo característico de la dificultad insuperable a que ha experimentado la Iglesia en responder a una cuestión que esconde otra, que esa, no le concierne. En efecto, el razonamiento propuesto por Sepúlveda es extraño, en el sentido de se ve mal cómo los tribunales eclesiásticos habrían podido admitir que los Indios solo pertenecían “parcialmente” a la especie humana, mientras que la principal justificación de la conquista era la conversión. Por tanto, tenía detrás de él a lo los funcionarios imperiales del Consejo de Indias y las autoridades coloniales, que temían las consecuencias catastróficas que una decisión real inducida por el sentencia pontificia hubiera provocado inevitablemente sobre la administración de los territorios conquistados, si hubiera impuesto las soluciones que Las Casas deseaba. Se trataba pues de preservar una institución humana, amenazada por la aplicación intransigente de un principio de teología moral. La respuesta de la autoridad religiosa, reafirmando el principio, pero concediendo compromisos cuestionables, es típica de los problemas sin solución. En efecto, el problema es saber que consecuencias se debe sacar de la unidad de la especie humana. Si esta unidad se aplica con menosprecio de las barreras necesarias, ninguna obra humana resiste, y el cristianismo opera como una bomba de efecto retardado.

El Comandante: - Pero no es la Iglesia ni la Fe quienes reclaman estas destrucciones. Al contrario, usted mismo dice que sus enseñanzas han buscado, incluso torpemente, compromisos para preservar el orden. ¿Entonces que queda de sus observaciones?

Simplicio:-Efectivamente, pero cuando la Fe se eclipsa, cuando las instituciones religiosas se secularizan, los instintos de conservación colectiva que la religión ha sustituido no se reconstituyen ya. En un sentido, estamos hoy en frente de un rompecabezas similar, pero invertido. Nuestras sociedades, en su fundamento mismo, el de la transmisión biológica de la herencia, sin la cual nada puede durar, están amenazadas a muy corto término por el individualismo universalista que el cristianismo no ha predicado, pero que ha salido de su seno. Parafraseando a Pablo VI, digamos que, si es cierto que las causas de nuestra decadencia no está en el cristianismo, ellas vienen de ahí sin embargo. Todas las cosas iguales por otra parte, nuestro hundimiento moral no carece de semejanzas con la brutal dimisión de la voluntad que afectó a las sociedades Indias el tiempo de Conquista. Mismo disgusto por el esfuerzo, misma negativa a parir, misma certeza de no merecer transmitir una tradición en quiebra, mismo rechazo de su sacralidad, mismo suicidio de una cultura que encontraba en sus propios mitos un anuncio de su propia destrucción, puesto que los guerreros españoles eran reconocidos por ellos como encarnación de sus dioses. Los Aztecas y los Incas, si no encontraron en las filas sus sacerdotes una puesta en orden de la mitología de manera para organizar su renacimiento, tuvieron al menos en frente ellos una religión compasiva que les garantizó una supervivencia humillada. Nosotros no tendremos esa “suerte”. Cada pueblo del mundo verá en la desaparición o el mestizaje de la raza blanca una sabrosa venganza. No contemos ni con el reconocimiento, ni con la piedad. Es pues a los clérigos testarudos y caritativos de los que hablaba ahora mismo que incumbe dar una nueva visión de la teología moral que permita a nuestros pueblos sobrevivir y reconstruir un orden social, echando a bajo las ideas falsas que imponen cada día una represión totalitaria de todo lo que se opone ellas.

Lo que la situación actual requiere nosotros, en efecto, es la reconstrucción, en nuestro fuero íntimo, de una sociedad, por un acto de voluntad que no tiene precedente en la Historia, a pesar de que toda nuestra herencia religiosa plantea que el mundo real se sitúa en lo invisible y que la relación que el hombre mantiene con este mundo está en el seno del alma individual. La Necesidad, en efecto, no pesa más en favor del orden social, sino contra él.

Para resumir nuestra conversación, formulemos nuestra hipótesis en forma de proposiciones:

1º La decadencia que sufrimos no es (solamente) el resultado de una conspiración pero sino el resultado de una tendencia milenaria del espíritu occidental al individualismo, facilitada y fomentada por los progresos científicos.

2º- El sobrepasamiento del individuo para seguir el deber de la especie es de naturaleza religiosa y espiritual." Sin el recurso esta dimensión del hombre, nada es posible para oponerse a la entropía.

3 º- La religión de Europa es, sin discusión posible, el Cristianismo.

4º- Es nuestra religión que está en la fuente de este individualismo. Su Historia no es más que una larga sucesión de rupturas imperceptibles, produciendo una evolución que condujo la secularización de sus principios. No que el sea conforme a la religión cristiana, al contrario, pero se ha derivado dentro de él.

5º-Es imposible volver de nuevo un estado previo de la religión por una razón bien simple: cada estado previo contiene los otros en germen. Sin deber adherir a un determinismo mecanicista, es necesario de todos modos reconocer a la evolución del pensamiento una cierta recurrencia, a la cual no escapan las religiones, cualquiera que sea su verdad. El problema es aún más inextricable cuando se los examina en su relación con la política, en la medida en que la forma de las sociedades no es, para el cristianismo, más que una contingencia.

Como ve, estamos en plena pesadilla. Nuestra situación es profundamente trágica, en el sentido que nos encierra en una contradicción sin salida.

¿Se puede pensar la religión y su moral de una manera diferente , dejándonos una tabla de salvación colectiva?. Es digno de notarse que la cuestión se estudió, todavía en el siglo XVI, durante las tentativas de conversión de China. En esta época, los Jesuitas habían comprendido que la irrupción de un cristianismo universal en este inmenso y viejo país, si se acompañaba de una adopción de los esquemas de pensamiento extranjeros, no podía hacerse sin destruir los fundamentos de la cultura y de la identidad china. Nos encontramos hoy en la misma problemática, desenraizados de nuestras propias creaciones mentales, que se vuelven contra nosotros. Necesitamos pues, si queremos sobrevivir, demandar a nuestra Fe y a la moral que ella induce los compromisos indispensables para escaparse a la entropía y a la indiferenciación del magma universal. Yo no sé si esto es posible, ya que mis luces son demasiado débiles, pero si los Europeos son capaces de expresar una manera europea de vivir religiosamente, compatible con la perennidad de nuestras razas, entonces, les prometo que me juntaré a sus procesiones, agitaré sus banderas, llevaré sus cilicios, (aunque sea muy quisquillosos, lo reconozco tanto) sin reclamar mérito por tanto. El temor de Dios, el culto de los santos y los ángeles, la veneración Virgen María, la llamada a la inmensa multitud de seres poderosos e invisibles de que la tradición cristiana ha poblado el cielo, son alimentos del alma europea que no pueden sino lo elevar más allá de ella misma nuestra conciencia colectiva. Se dice incluso de ciertos ángeles, como el Arcángel San Miguel, han recibido la misión de velar por la perennidad de las naciones. Usted perdonará, estoy seguro, mi ingenuidad. Mi única recompensa será que la Francia europea, la mía, naturalmente, que es también la suya, perdure y renazca.

Notas

(1) Spengler, Le déclin d ' Occident (Der Untergang des Abendlands, Munich "1923."

(2) Mg Hippolyte Simon, La France païanne , Éditions Cana, 1999.

(3) Georges Dllinger sur Radio Courtoise.

(4) Marc Augé, Génie du Paganisme, Gallimard 1982

(5) Marc Augé, ibid.

(6) La documentación católica mensaje de Pascua 2000.

(7) Saint Augustin, La cité de Dieu, 19, 13.

(8) VoirJean Delumeau, Historia del miedo en Occidente., Plural, 1999 (Éédition) y también las obras del profesor Michel Roüche que ve en la legitimización de Clodoveo por la Iglesla la elección de la dinastía más capaz de quebrar las solidaridades clánicas de los Francos

(9) Radio Notre-Dame el 15 de noviembre de 1998.

(10) Juan-Pablo II radicalizó su oposición a la pena capital en su vlaje a EE.UU. en 1995. Desde entonces, no pasa un año sin que haga una declaración en este sentido.

Pierre de Meuse.

Essai sur les contradictions de la droite. Dialogues avec les hommes de ma tribu.

Éditions de L’Aencre. Paris 2002

pp. 85-114

Religión remedio a la decadencia 2 (P. de Meuse)

Continuación.

El Comandante:- ¡Y bien! ¿Qué religión puede ventajosamente religarle más a su patria que aquélla que heredó sus de sus padres?

Simplicio: - Ninguna, indiscutiblemente. No obstante, el resultado actual de la Iglesia Católica hace reflexionar seriamente sobre las capacidades que nos deja su magisterio para buscar las vías de la supervivencia colectiva de nuestra herencia. Me limitaré recordarles entre millares de otros, dos hechos significativos: el día 15/08/1989, con ocasión de la fiesta de la Santa Virgen, el papa Juan Pablo II pide a Europa se recristianizarse y abrir sus fronteras. Pascua 2000; el misma papa pide para la humanidad la vuelta a la Paz y reclama de la conciencia universal una movilización acrecentada contra la xenofobia y el racismo, cuya falta reconoce a nuestra cultura (6).

El Comandante: - ¿Usted se siente aludido por estas críticas contra el racismo y la xenofobia? Me parece que esta crítica pastoral no nos concierne, sino que van dirigidas a otros, que, en nombre de teorías materialistas y deterministas que rechazamos, se proponen instaurar o mantener prácticas criticables. Son válidas tan para los Chinos que oprimen a los Tibetanos, o el Ghaneanos que expulsan a los Nigerianos; ¡no de en la manía persecutoria, que diablo!

Simplicio:-Me tiende una trampa en la que no caeré. Cuando el Papa condena el racismo, no es solamente las teorías de Vacher de Lapouge lo que está en causa, sino el conjunto de las prácticas por las cuales una colectividad social se defiende. Por otra parte, estas palabras van dirigidas del mundo entero y se entienden bien en este sentido. Ellas exhortan a una actitud moral que tienen por resultado ignorar las diferencias y solo son susceptibles de ser seguidas por los pueblos cristianos. A once años de distancia, es el mismo mensaje todavía el que se extiende, venido de Roma, exigiendo el desarme mental de Europa, a la que se le reclama siempre más apertura sobre La Humanidad, a ella y solo a ella. Ya que es ella la que se supone entender su palabra, intimándole el deber de borrarse a sí misma y el renunciamiento al precio mismo de su existencia, mientras que el resto del mundo no quiere oír más que el advenimiento de su derecho, y de su crédito a nuestro respecto. ¿Piensa realmente que esta llamada sea compatible con la perennidad de nuestra comunidad natural? .

El Comandante: - No sea demasiado duro para el Santo Padre, que tiene ya mucho que hacer con nuestros enemigos: mostró una firmeza espléndida oponiéndose al aborto, a la contracepción, al matrimonio de los sacerdotes. Está atraído por la venganza universal de los progresistas y los liberales. Eso debería volverles propenso a la indulgencia para el que ha abatido con su báculo la tiranía comunista.

Simplicio: ¿- Esta pugnacidad en defender la cohesión de la Iglesia debería pues ser la contrapartida de una renuncia de Europa a existir? ¿" Dejadme la regla moral, os dejo las patrias"? Sería difícilmente aceptable, incluso con la Fe, pienso.

El Comandante: - Quizá, pero después de todo, esto solo es la opinión personal del Soberano Pontífice, el cual nosotros no estamos obligados de adherir. Sólo debe contar para nosotros el Verbo infalible, el que los Padres de la Iglesia han definido durante su larga vida que solo terminará con el Juicio último. El resto no es más que incidencia.

Simplicio: - Ahí, no puedo seguirle, ya que es demasiado fácil transformar en opinión personal lo que se difunde al mundo entero desde los cátedras más altas. En primer lugar, este mensaje ha sido repetido sin parar por tres papas, si se excluye a Juan Pablo I que no ha tenido tiempo de hablar, y esto, durante más de cuarenta años, es decir mucho más tiempo que la más grande de de las herejías que tocaron Roma. La situación actual es completamente nueva. Queda claro que, en la imagen que quiere dar de ella misma, en la exposición que da del mundo, y que debe permitirle mantener sus acervos y conquistar las almas, la Iglesia no cesó desde 1960, esto es la muerte de Pío XII y el principio del Concilio de Vaticano II, de dar autoridad moral al Humanitarismo y a los Derechos del Hombre, dos sistemas que sin embargo había condenado severamente ambos durante los siglos anteriores. En estos años que vieron la descolonización y el final de la hegemonía de Europa en el mundo, Roma eligió aliarse al más fuerte, a saber la ideología universalista temporal que había precedentemente combatido. Ciertamente, los dogmas de la religión siguen siendo los mismos, y ninguna bula pontifical, ninguna declaración del concilio vino a derogar el a Transubstanciación ni la Presencia real. Sin embargo, los temas sobre los que funda su desarrollo se modificaron completamente, siendo relegados los dogmas al segundo plan. La Iglesia no se basa ya en la teología, dejada solamente para “uso interno", para hablar al mundo, ni sobre su mística, algunos carismáticos puesto a parte, ni incluso sobre su moral, sino sobre la extensión de esta moral a las sociedades, demandando así a nuestras naciones la misma contrición que ella demanda a los individuos. Nosotros no podemos pues esperar ninguna ayuda de un discurso que pone en primer plano la renuncia de Europa a ser ella misma. Cuando, en l969, el papa Pablo VI impuso delante de las cámaras su bendición sobre la cabeza del siniestro Mugabe, célebre hoy día por la expulsión sangrante de los agricultores blancos de Rodesia, no hacía más que prever, dotado del extraordinario haz de información del que dispone, el descenso definitivo de Europa, a la cual no quería a ligar la Iglesia. Es por esto que Juan XXIII y sobre todo sus sucesores, comenzaron a aliarse a la idéología1945, la de la ONU, en la idea "de cristianizarla".


El Comandante: ¿- Es pues tan criticable? ¿No es lo propio de la política adaptarse a una relación de fuerzas? ¿Y no alababa usted hace mucho tiempo al florentino Maquiavelo por ver en este planteamiento la primera condición para una acción política?

Simplicio: -¡Atención! esta actitud de los papas contemporáneos implica un cambio de registro más pesado de consecuencia de lo que usted cree. Cuando los papas de la Edad Media o el Renacimiento, como jefes de la Cristiandad, decidían sostener a un príncipe o desposeer a otro, no pretendían poner en entredicho la naturaleza de su poder, ni a someter su autoridad a una regla de legitimidad nueva, liberada de las leyes de Historia, sino solamente aplicar, en tanto príncipes, los reglas tradicionales del ejercicio del poder. La actitud de la Iglesia post conciliar, al contrario, fomenta la puesta en obra de un proyecto revolucionario, el advenimiento de un hombre nuevo sobre el plan temporal y no solamente en la ciudad celeste. La antigua doctrina cristiana reclamaba la paz civil de un poder legítimo, esto decir “la tranquilidad en el orden”, según la expresión de San Agustín (7), no pidiendo el Estado cristiano más que garantías de libertad preferencial para su enseñanza. El antiguo papado justificaba las necesidades del poder como imperativos "técnicos", propios la ciencia política, de la que no repugnaba servirse, en tanto que depositarla una soberanía temporal. La nueva doctrina hizo renunciar a los papas, desde Pablo VI, a este poder temporal, cuyas exigencias no soportan ni sostienen más: no es una casualidad si ningún papa, incluso el efímero Juan Pablo I, haya llevado la tiara, ya que Roma sabe aún lo que significa la simbólica. El magisterio católico no se preocupa ya realmente de la conformidad de las leyes civiles con la conducta de las almas hacia la salvación, sino solamente de la adhesión á un principio general: el de un vago humanismo, conducente a un Estado mundial construido sobre la disminución de las diferencias y fronteras, y la culpabilidad unilateral y permanente de las antiguas culturas y naciones cristianas. Es lo que Juan Pablo II expresa en sus "arrepentimientos' sucesivos que, lo sé, le hace chirriar de los dientes." ¿Pero ha reflexionado sobre el su significado? No expresan la culpabilidad personal del que las profiere, que tendría el derecho a confesar, sino la, colectiva, de toda la Europa cristiana, que no le pertenece, a pesar de la altura de su función. ¿Y cómo puede responder a eso? Nadie se atrevió entre ustedes, a formular del contra-arrepentimiento, diciendo orgullosamente: “ yo asumo todo esta que hizo mi patria, bien o mal, y no pido ningún perdón!" Eso prueba bien cuánto les paraliza este mecanismo. No hay más anatemas contra los herejes, ni contra los descreídos. En cambio, cada vez que un hombre, un partido, un pensador, se rebela contra La indiferenclación, reclama la aplicación de las legítimas discriminaciones, es seguro encontrar en frente él los doctores de la fe y toda la jerarquía de la Iglesia. Últimamente, y en la época en que el FN representaba un motivo de inquietud para la clase política, los obispos franceses no faltaban felicitarse con razón, al apoyo de estadísticas, que el obstáculo más temible que obstaculizaba su desarrollo fuera la masa de practicantes de nuestro país. Perdone mi brutalidad, pero el catolicismo ha tomado partido sin reservas contra nuestras naciones y nuestras culturas. Se ha pasado al enemigo. Su sumisión a sus órdenes, su voluntad de no ver, contra la evidencia, en sus tomas de posición más que una preocupación de apaciguamiento apostólica, dan prueba de su humildad, pero no de su lucidez.

El Comandante: - Sea, yo se lo concedo, con rabia en el corazón. ¡Y bien! Debemos unirnos a los batallones de los que resisten, que llaman respetuosamente del papa mal informado al papa bien informado. Contra los errores de la jerarquía, nosotros formamos una cohorte de laicos y sacerdotes cabezones que se obstinan defender la religión tridentina, a pesar de las desviaciones de la fe ocasionadas por el Concilio y sobre todo las interpretaciones falaces a las que dio lugar. Desde que el dedo de Dios levante sobre nosotros, estaremos allí para remitir a su lugar las certezas vivificantes de la Revelación: en el corazón del orden social restaurado.

Simplicio: ¿- Esta es una solución? Me permitirá guardar alguna desconfianza. No estoy seguro que la creación de una comunidad cristiana- tradicional baste, ni restaurar nuestras sociedades, ni incluso a edificar una contrasociedad.

En efecto, no se trata de conservar un orden social bien asentado sino de reconstruirlo después de que haya sido destruido. Ahora bien para reconstituir, aunque solo fuera en la cabeza, una estructura compleja, es necesario retomar sus componentes y no solamente una de ellas. Además, cuando la lógica de los elementos culturales es contradictoria, es indispensable edificar un compromiso entre ellas. En efecto, la cultura europea no se reduce al cristianismo. En el orden social cristiano del siglo XIII que usted admira a justo título, y considera como un modelo imperfecto, pero magnífico, de cristiandad viva, existen muy numerosos comportamientos normativos previos al cristianismo, y que, en gran parte, le son contrarios y con todo esenciales. Citemos la guerra privada, las venganzas del clan, la violencia limitada, pero omnipresente, el duelo, las dificultades patrimoniales ejercidas sobre los individuos, los rescates, la moral selectiva, el saqueo de las ciudades y tierras conquistadas, la masacre de sus guarniciones, y, por encima de todo, el punto de honor. Podría por otra parte ennegrecer páginas enteras de enumeraciones en este sentido. La Iglesia, naturalmente, tomó sin relajo medidas para oponerse estas prácticas. No obstante la imagen serena y mística de la Edad Media que guardamos proviene de esta tensión interna que conocía; en otros términos, la gloria de la sociedad cristiana procede precisamente del hecho de que no es ¡enteramente cristiana!

El Comandante: - En este caso deberíamos admirar la que nosotros vivimos, que no lo es más. Todo eso me tiene le aire ser un elegante sofisma

Simplicio: - No es que nuestra sociedad no sea ya cristiana, es que ella ha desviado radicalmente los principios cristianos secularizándolos, y cumpliéndolos. “ no hay ya ni Judío ni Griego, ni hombre ni mujer” nos afirma, según la palabra de San Pablo en la carta al Colosenses. Solamente que, naturalmente, no es una fusión espiritual en el Reino de Dios más de lo que se trata, sino de un indiferenclación temporal y materialista. La sociedad "orgánica" la cual se refieren sus nostalgias - y las mías-conoce une gama extensa de deberes muy fuertes basados en primer lugar en los lazos de sangre. Deber de obediencia, de fidelidad, de venganza, deber, en una palabra, de conformar su destino al de la comunidad en que el nacimiento le ha colocado. La soberanía del individuo, en todo eso, contaba bien poco. La persona estaba sometida a estas obligaciones, cualquiera que fuera la casta a la cual perteneciera, de modo que solo excepciones podían desligarse. La religión cristiana, incansablemente, se esforzó de mil maneras para reducir el peso de estas cadenas, canalizando al mismo tiempo las energías producidas por estos solidaridades que ella no había creado, y que estaba forzada a acepta. Las Instituciones tradicionales del Antiguo Régimen estaban iluminadas por la fe, pero su lógica, su dinámica es previa y exterior al cristianismo.

El Comandante: - Me va usted a decir ahora que el cristianismo es hostil la familla. Es insensato. Es por el contrario la defensa más segura, más indefectible.

Simplicio: - No diría una cosa similar. Es cierto que la doctrina cristiana es favorable a la familla, calificada por los teólogos tradicionales de "sociedad imperfecta". Dicho esto, no es de cualquier familla que se trata, sino de la familla celular, compuesta del padre, la madre y de los niños, funcionalmente indispensables para su educación en la Fe. Es por otra parte aún un trazo, perdóneme usted que se lo diga, que lo aproxima al Islam. Es del todo diferente si se interesa por la familla "troncal", la que reagrupa varias generaciones y varias células, y que se llaman también "patriarcal". En lo que concierne a esta, los moralistas cristianos vinieron muy pronto a reclamar limitaciones a sus poderes sobre los individuos. La patria potestad, los imperativos patrimoniales, las obligaciones de endogamia aparecieron en efecto como abusivas a los ojos de los moralistas. Les recordaré que los primeras contestaciones al principio del derecho de primogenitura provienen de los teólogos de la Contra-Reforma y no de los Filósofos del siglo XVIII La Iglesia con la dulzura y la obstinación de las instituciones que tienen el tiempo delante de ellas, ha reducido las prerrogativas de los clanes y fratrías; buscó rebajar el orgullo de las razas que querían que cada generación hizo crecer el patrimonio. Pacientemente, y hasta el siglo XVI , exigió un impuesto sobre las sucesiones (más de un cuarto, a veces) sin el cual rechazaba el entierro en tierra cristiana, considerada en ese tiempo como la puerta del paraíso (8). Es suficiente leer las obras de los profesores Jean Delumeau y Jean de Viguerie, a pesar de la oposición total de sus tesis, para convencerse que todo esto no es producto de la casualidad. Las cosas vienen de lejos y la evolución postconciliar, contrariamente a lo que dicen muchos tradicionalistas, no es el resultado de una conspiración súbita y de una ruptura total, sino de una larga evolución de ideas que se encontraba en gestación y que se expresaba diferentemente, pero cuyo origen es antiguo.

El Comandante:-Quizá. ¿Pero que deduce usted? La Iglesia es una institución humana, y sus príncipes estaban y están sometidos como todos los mortales a las tentaciones y a las ambiciones de la humana naturaleza. Estaban, como todo el mundo, ávidos de poder y buscaban someter al prójimo según sus debilidades de pecadores. No es necesario juzgarla por este rasero.


Simplicio – Yo deduzco simplemente que el cristianismo es una religión individualista. La salvación individual es el gran, el único asunto del cristiano. No hay, radicalmente, salvación colectiva. La civilización cristiana, está fundada, no lo negará, sobre dos pilares: la caridad y el libre arbitrio, es decir dos valores que se sitúan, en cuanto a su fin como en cuanto a su resorte, en el alma individual. Para el cristianismo, no hay pasado colectivo. Muy pronto algunos apologistas sacaron la conclusión terrible de que el cristiano no tiene necesidad de patria. Naturalmente, me dirá usted, estas opiniones lapidarias no comprometen la fe. Son sin embargo la consecuencia lógica extrema de la palabra del Evangelio:” si tu mano derecha se opone a tu salvación, córtala y arrójala lejos ti”, “si tu padre se opone a tu salvación, aléjate de él”.

El Comandante:- Sin embargo, contrariamente lo que dice usted, la religión católica siempre ha sabido hacer la parte entre el ámbito de la libertad individual, quien solo afecta a salvación, y el ámbito de los deberes de Estado hacia la colectividad, para la cual no consiente ninguna reducción, no justifica ninguna retirada en si mismo. Toda la teología moral cristiana se lo dirá: la Iglesia tradicional no promueve la rebelión. Ella demanda solamente que se le deje a cada uno una parte inalienable que le permite elegir libremente la vía del Bien. Ella no demande la liberación del presidiario, sino proclama solamente que, incluso cargado de cadenas, cuya legalidad no impugna, o incluso la legitimidad, éste sigue siendo libre cara a su Dios. Afirma igualmente que la política es una forma superior de la caridad. Privar su próximo de su comunidad humana, es pues faltar lo más alto de las virtudes teologales.

Simplicio: - Ciertamente, toda la obra de la historia de la Iglesia nos da a conocer los compromisos que ella concibió para hacer su funcionamiento compatible con las instituciones terrestres. Sin embargo, no es necesario perder vista que estos acomodamientos son el producto de una transacción, producida por una relación de fuerza entre un imperativo espiritual y un estado de hecho, con el cual era necesario negociar como con un conjunto extranjero. El orden social cristiano pues todavía ha sido el producto de la necesidad .Desgraciadamente, no estamos más ahí hoy día.

En efecto, cuando existe un orden social, dedicado a la salvación individual, y en tanto que ella se limite se a los fines últimos, la Fe puede vivir en armonía con este orden, vivificarlo e incluso perennizarlo durante quince siglos. Desgraciadamente, cuando este orden se destruye, no es necesario pensar en las virtudes cristianas para reconstruirlo. Es un asunto puramente humano pues contingente, para el cual nos deja sin recursos. La lectura de las instrucciones diocesanas es a este respecto instructiva. No es por ignorancia por lo que los obispos, que tomamos fácilmente por imbéciles, han renunciado a defender el orden social, ya que saben perfectamente qué consecuencias ha encadenado su destrucción para las costumbres de nuestro país, que por otra parte, deploran, sin que esta incoherencia sea siempre el producto de la mala fe.

Uno de ellos describía últimamente sobre las ondas con una lucidez implacable cuanto la fidelidad de las parejas, la estabilidad de los matrimonios, la continuidad de los padres y de los hijos estaban directamente vinculada a las dificultades de carácter patrimonial, financiero, legal, que los individuos sufrían antes y que ellos sufren cada vez menos, a causa de leyes que favorecen hoy día al individuo frente al grupo. Citaba estadísticas muy claras que prueban que los días individuos no siguen la vía recta más que a condición que sea balizada severamente por la ley civil. Mostraba con una sensatez que estallaba cuánto las prestaciones sociales, descartando la obligación de buscar la solidaridad familiar, permite a cada uno vivir según sus gustos, incluso con menosprecio de las buenos costumbres. ¿Cree usted que el abogaba por una restauración de esas reglas coercitivas que mantienen al individuo protegiéndole al mismo tiempo? ¿Piensa usted que añoraba el tiempo en que era necesario el coraje para ser un pecador público? De ninguna manera. Muy al contrario, se felicitaba con ingenuidad de esta “bella aventura” de la liberación de los individuos, porque “la elección del bien llegaba a ser más preciosa que antes, pues era una elección personal, no contaminado por obligaciones aceptadas a regañadientes (9)

Tenemos ahí una ilustración de un hiato esencial entre las exigencias de orden social y la tendencia de la moral evangélica fundar todo esto que es importante sobre la autonomía del sujeto. Si mi observación les parece obscura, les daré un ejemplo sorprendente: la discriminación que hacen todas las sociedades tradicionales, sin excepción, entre los niños legítimos y los niños naturales. Ustedes no negarán que este concepto es crucial ya que se encuentra en el corazón de los derechos del grupo. Ahora bien esta maldición que pesa sobre los niños inocentes de las "faltas" de sus padres siempre ha sido considerada como escandalosa por los moralistas cristianos. La aceptaban generalmente, pero como una prueba la "dureza de corazón" inherente a la imperfección del mundo aquí abajo. ¿Una vez que, en el consenso general, estas exclusiones hayan sido abolidas, cree usted que podría volverlas a poner en vigor sin justificación moral?

Es exactamente lo mismo para la pena de muerte. Cuando Juan Pablo II martillea cada vez que tiene la ocasión su hostilidad de principio a la pena capital (10), no se propone expresar una opinión personal sobre este tema, sino quiere ser el continuador de un pensamiento cristiano muy antiguo, que se resume en la célebre formula: “ Ecclesin abhorret asanguine” . Bien entendido que los teólogos tradicionalistas tendrán el bonito juego de responder que esta interpretación del viejo proverbio es cuestionable, ya que la Iglesia preconciliar se guardaba bien de militar por la abolición, sino que se limitaba a tenerse al margen de un método que tenía como una exigencia terrestre gravemente manchada por la imperfección de los hombres. Ello no impide, este estrabismo, corolario del principio evangélico “mi reino no es de este mundo “, sea la causa de una incurable tendencia de la Iglesia a la indiferencia por las exigencias del orden civil, que Pascal expresaba ya bajo una forma extrema, pero que está latente en el pensamiento católico latino desde el siglo XVII; el orden social es necesario pero su único valor reside en su existencia; su legitimidad solo es contingente.

Queda claro que la Iglesia no puede sola restaurar la sociedad. A lo sumo puede aliviar su sufrimiento de haber perder perdido su patria carnal y espiritual, por las "consolaciones" con que ella nos gratifica. Más grave aún, sus preceptos, incluso y sobre todo cuando han sido relajados, y solo subsisten como un entorno cultural, dejan subsistir una pendiente deslizante hacia lo humanitario, hacia el rechazo del sometimiento al grupo cuyo renacimiento es la condición sine qua non de la recuperación que nosotros deseamos usted y yo.

¿Ha observado, un mi querido Comandante, quien los países protestantes se mezclan mucho menos que los católicos? Es un observación que he hecho durante mis viajes y que me apesadumbró mucho tiempo; el Catolicismo, más respetuoso de las costumbres, debería al contrario, en una justa acepción de la diferencia entre la Ética y las costumbres, permitir un mejor preservación de las diferencias innatas. Ahora bien, los países latinos católicos conocen un mestizaje par la parte baja de la escala social, mientras que los países nórdicos y protestan conocen que un mestizaje por la cumbre, por lo tanto mucho más limitado.

El Comandante: - Es que los barreras son de tanto más eficaces cuanto que la consciencia de clase es fuertes, y esta conciencia solo protege las élites, que han conservado tradiciones colectivas. Así los békés de la Martinica, aunque católicos y franceses, se reproducen en su grupo, porque tienen un sentido de la comunidad aristocrática que les separa de la masa antillana. No es, salvo excepción, con un razonamiento como se controla la libido humana, sino con un conjunto de solidaridades e interacciones sociales.

Simplicio: - Precisamente. Ahora bien los países protestantes tienen un orden social tan destruido como los católicos, si no aún más, y sin embargo, las mezclas no se hacen en la masa, o en una proporción mucho menor. Aventuro a este hecho una explicación: es que la religión católica, en su forma tradicional, estaba mas socializada que la protestante; integraba todas las autoridades legítimas en el lo sagrado, cercando los personas en una red donde los deberes naturales y los derivados de la Fe solo hacían uno, mientras que el libre examen no exige de los protestantes más que una adhesión contingente al orden social. El reflujo de la religión en los países católicos deja un espacio vacío en el cual el preceptos universales del catolicismo han dejado un recuerdo vago, pero pregnante, y que nada viene a remplazar. Este contexto es particularmente favorable a la indiférenclación. Al contrario la disminución de la Fe en los países afectados por del protestantismo no concierne más que al fuero interno de cada uno, y las actitudes naturales e instintivas de los hombres se mantienen intactas, porque la religión las habían afectado más. Conclusión: cuanto más una religión es perfecta, tanto más su secularización deja desarmado. España e Italia que se suicidan bajo nuestros ojos con una tasa de natalidad inferior un niño por mujer son una prueba más de de lo que avanzo.

Religión remedio a la decadencia 1 (P. de Meuse)

La noción de pueblo en occidente se ha visto modernamente sometida a tan dispares interpretaciones semánticas, que para retomar la noción tradicional de pueblo es un referente esclarecedor usar el término sánscrito de “Jana” que es el pueblo caracterizado por una cultura basada en una concepción metafísica tradicional de carácter sagrado que impregna de manera unánime al pueblo. Claro está que unánime se refiere al fondo tradicional y sagrado muy diferente de la modernas nociones de igualdad e indiferenciación que no son sino una manifestación de la entropía. Muy por el contarios el pueblo tradicional trata de preservar las diferencias cualitativas o funcionales inherentes al hombre, sobre todo las diferencias internas que corresponden a la función sacerdotal o sagrada, la función guerrera y la función artesana que corresponden a la vocación diferente, irremplazable e íntima de cada ser humano –swadharma- que son la base de lo que Dumezil ha llamado sociedades tri-funcionales que occidente era el fundamento de la sociedad estamental o de las castas en la India.

La decadencia progresiva de la tradición que estaba en la base de los pueblos cristianos europeos trajo consigo una degeneración y confusión progresiva del sentido de las funciones tradicionales, que sucesivos episodios revolucionarios acabaron por extinguir casi del todo.

En un contexto no exactamente centrado en la noción tradicional de pueblo unánime o Jana, Pierre de Meuse trata de analizar en su libro : Essai sur les contradictions de la droite. Dialogues avec les hommes de ma tribu, Éditions de L’Aencre, Paris 2002 y mas concretamente en su capítulo III : De la religión como remedio a la decadencia de Europa; las posibilidades de la religión cristiana como fundamento posible de un pueblo en los tiempos actuales, en el caso que el contempla se refiere de manera general a los pueblos europeos , pero de una manera más concreta a Francia, pero que puede ser una reflexión pertinente para cualquier otro pueblo europeo y cristiano, por ejemplo Castilla. Su estilo rememora los diálogos platónicos

La noción de pueblo que maneja Pierre de Meuse se esboza más bien como una solidaridad comunitaria - no siempre bien perfilada - frente al moderno individualismo, que no de un pueblo en su sentido tradicional.

En lo que se refiere a la tradición subyacente se refiere naturalmente a la tradición cristiana occidental o católica, con referencias también al protestantismo, y que como ocurre con la inmensa mayoría de los occidentales deja fuera la consideración de la ortodoxia oriental que tiene particularidades especiales que el propio autor considera quizá como más factibles como fundamento existencial de un pueblo.

Un poco superficial en conocimientos de nociones teológicas y místicas repite en varias ocasiones que el cristianismo actual no considera más que la salvación individual y no la salvación colectiva, interpretación desde luego más válida para el catolicismo y el protestantismo actuales que no para el cristianismo de los orígenes o la ortodoxia oriental en donde la noción de restauración universal o apocatástasis no es un palabra vacía de significado.

Se echa de menos también una referencia, por ligera que sea, a la especial particularidad de la religión cristiana como una tradición que en su origen era teológicamente mística o en terminología guenoniana esotérica, que por avatares históricos se convirtió en una religión oficial imperial de caracteres marcadamente externos o exotéricos, y que además en occidente derivó en una tendencia terrenal y marcadamente raciocinante muy diferente por cierto de la ortodoxia oriental.

Hace referencia a que la consideración del cristianismo como fundamento de convivencia social y política en una Europa progresivamente deslizada al individualismo y la indiferenciación no es una preocupación reciente, muchos políticos han intentado rectificar la decadencia fatal imponiendo con más o menos brío a las masas un cristianismo de ordenanza y decreto: Federico II de Prusia, Napoleón, Mussolini con sus pactos lateranenses y otros privilegios, Franco con el nacional-catolicismo, intento combinado de boletín oficial del estado , código penal, grises y respetables dosis de hipocresía; intentos todos ellos de crear con la religión guardianes de almas , vigilantes de fuegos y policías auxiliares pero incapaces a la postre de contener el aluvión imparable de decadencia y caos creciente. No obstante aun es posible observar algún llamado tradicionalista que pretende volver por los fueros del nacional catolicismo.

Lo que parece claro es que el intento de volver al pasado es una ensoñación irrealizable. Trasformado el cristianismo occidental fundamentalmente en una ideología humanista al estilo correcto propagado por la ONU difícilmente puede ser el fundamento tradicional de nada. Aunque mucho antes de esta transformación mundanal y humanitaria ya decían algunos moralistas cristianos que el cristiano no tiene necesidad de patria. Hoy día parece incluso que no verían con malos ojos la destrucción pura y simple de las patrias que quedan, cuando no entregarlas postradas a la conquista del Islam.

Cuanto más perfecta es una religión tanto más desarmado deja su secularización, o como decían los alquimistas “corruptio optimi pessimi”.

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III DE LA RELIGIÓN COMO REMEDIO A LA DECADENCIA DE EUROPA

¿ Es de tu agrado, dime, que tu lleves el yugo?
O en tu pueblo tienes el odio de un partido,
que sigue la voz de un dios?

Odisea III 214-215

Diálogo entre Simplicio y el Comandante (continuación)

El Comandante: -¿ Decadencia? ¿Habla de decadencia? Pero querido Simplicio, la palabra no es bastante fuerte, hay en la decadencia como un vago olor de refinamiento malsano que puede tentar a los estetas, un relente de escuela literaria a lo Huismans, sugiriendo el agotamiento de los sentidos y voluntades que alcanza a un organismo hastiado y perverso, y que puede suscitar aún un interés de curiosidad. ¡No! "decadencia" es una palabra demasiado bella para describir la ignominia de la que vivimos." Es de caducidad, de putrefacción, de lo que sería necesario hablar: nuestro siglo asquea a fuerza de peste y de de sanie. Por todas partes se manifiestan las señales de una vuelta al paganismo: la deificación del hombre impone su innoble dictadura en todos los ámbitos de la moral; aceptación de la eutanasia, del aborto, hedonismo generalizado, que expone bajo nuestros ojos la imagen del estupro más descarado, esclavitud del dinero, desfiguración de la obra de Dios en las creaciones humanas cada vez más utilitarias, cada vez más feas. Todo en esta sociedad refleja la imagen repelente de un mundo que retorna a sus falsos dioses, adorando ídolos gesticulantes: Mammon, para la riqueza, Freya para el sexo, Mercurio para las relaciones sociales limitadas al comercio, Hefaistos parar la técnica. El hombre no es ya el templo de la chispa divina, sino un impuro objeto de deseo, un simple instrumento de potencia y de gozo instantáneo. Nuestro entorno se ha vuelto absolutamente obsceno. Querría tener la pluma de Léon Bloy para llamar sobre él el castigo de Dios que lo fulminara en Su sabiduría y Su infinita bondad.

Simplicio: - Permítame hacer dos observaciones sobre lo que acaban de decir. En primer lugar sobre el carácter decadente de nuestras sociedades. Es necesario observar que estos caracteres no son nuevos y otros pensadores los han discernido desde más de un siglo, diagnosticando los síntomas de una sociedad en la vía de la decadencia: acuérdese de Renan, lanzando al joven Barrés su famoso apóstrofe: “Francia se muere, joven, no turbe su agonía”o de Spengler que preveía a la vuelta de los años treinta la decadencia de Occidente(1). Queda claro que La Historia nos prodiga ejemplos de sociedades que se hundieron por haber seguido la misma vía: la desaparición del vínculo que une a los hombres entre ellos, en su adhesión al pasado como en su percepción del futuro. Ya que esto es un rechazo de toda herencia de lo que se trata. Las mujeres no quieren parir más, los hijos no quieren seguir más la obra de su padres ni su modo de vida, nadie quiere admitir más que debe a veces sacrificar su deseo. Hace hincapié en la pérdida de sentido moral que caracteriza nuestro tiempo. Sin embargo, todos los aspectos de la actividad humana están tocados, y no solamente el respeto del Decálogo, en un rechazo casi unánime de todas las dificultades y de todas las diferencias. Queda claro que nunca a una sociedad conoció tal grado de desagregación y con todo, nuestros gritos de alarma parecen ridículos, ya que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos no percibe en absoluto esta situación como una decadencia. Mucho peor, nuestras advertencias son casi ridículas, en el sentido que anuncian catástrofes que no se producen, pero que deberían haberse producido si... nuestra sociedad funcionara como las del pasado. En efecto, La actividad económica prospera, y permite a cada uno vivir sin dificultades mayores, sin que se sepa cuánto tiempo el intercambio monetario que es su esencia podrá seguir haciéndose en una sociedad privada progresivamente de todas las acciones gratuitas sin la cual ninguna sociedad puede vivir. Lo que llamamos "decadencia", el espíritu público lo llama pues "progreso" y considera " que el deterioro progresivo del orden social no es más que una etapa normal hacia el nacimiento de una sociedad enteramente nueva en la cuál razas y culturas estarán enteramente mezcladas, no solamente porque los hombres vivirán en paz (se cree), sino sobre todo porque las únicas diferencias que subsistirán entre los hombres serán las que son individuales e incluso voluntarlas, habiendo desparecido las otras progresivamente. Utopía, me dirá con razón, pero una utopía que parece realizarse bajo nuestros ojos bajo al menos en algunos aspectos, y con el consentimiento general de los hombres de nuestro tiempo. La Ciencia, en efecto, ha venido a aportar los medios de liberar a los individuos de todas las dificultades más naturales. Le daré un ejemplo que, espero, no encontrará inconveniente: el de la contracepción. He ahí una técnica que los hombres de nuestro tiempo utilizan para escaparse a los sufrimientos del parto y a las cargas de los hijos no deseados. En eso, no hacen más que seguir la pendiente natural que empuja a los humanos, sirviéndose de su inteligencia, a obtener el máximo de satisfacción con el mínimo de esfuerzo. ¿No pagan la contrapartida, me dirá? ¿Despojan a la especie de sus derechos en favor de su pequeña persona, me contestará?

Anonadan lo sagrado en favor de lo prosaico, me objetará. Seguramente, todo esto es verdad; pero es una tendencia que rige el comportamiento racional de los hombres desde siempre. Se puede inducirles a llevar una vía recta mediante reglas adecuadas, se puede conducirlos al heroísmo y al sacrificio, pero raramente. Desgraciadamente, no se puede obligarlos seguir constantemente los caminos más duros cuando tienen en permanentemente la posibilidad de hacerlo de manera diferente. ¿Si los hombres de la Edad Media hubieran conocido la píldora, esta usted seguro qué la Cristiandad hubiera durado y qué estaría aquí hoy? No negará que los orígenes de nuestra entropía residen en el seno mismo de la razón individual y los fines que ella se fija. Las leyes que elevan los hombres sobre su existencia, que conceden a la Especie sus derechos, están sobre la Razón individual. Lo que le digo no es no una novedad, desgraciadamente.

Los organismos que alientan y organizan discretamente esta evolución ponen en práctica el viejo proverbio alquímico "solve et coagula": disolver las comunidades existentes y sustituirlos por grupos fundados sobre Ia adhesión individual, voluntarla y racional. Lo que denunciamos "in desertis" como decadencia es un fenómeno global y secular en el cual todo está lógicamente causado por la misma actitud. Amoralidad, pérdida de memoria, colapso demográfico, desaparición de lo sagrado, odio de todo lo que es elevado, omnipresencia de lo feo, confusión de las clases, borrado de las diferencias, mezcla no diferenciada de las razas son el producto de la soberanía del Ego de la que se alegran la mayoría de nuestros contemporáneos. Mientras la catástrofe que anunciamos no se convierta en visible al otro lado de la calle, nuestros contemporáneos se burlarán de nuestros gemidos.

Por otra parte, me permitirán contradecirle, Querido Comandante, en su diagnóstico. Contrariamente lo que usted dice, nada en la visión de nuestra sociedad permite referirse al paganismo de los antiguos días. En efecto, las sociedades paganas se caracterizan al contrario por la presencia de innumerables prohibiciones de todas las clases. Las religiones anteriores al cristianismo no favorecían el laxismo sino imponían a los hombres dificultades omnipresentes en su comportamiento, de carácter territorial, ritual, corporal. El hombre antiguo estaba encerrado en una red de deberes sagrados que se elaboraban en torno él barreras destinadas a guardarlo en una conformidad con el orden social y religioso, que no eran más que uno, por otra parte. La referencia a la eutanasia o al aborto- infanticidio no es más que una ilusión óptica ya que las sociedades que la practicaban como Esparta o el antiguo Japón no contemplaban realizar así la liberación del individuo sino la conformidad con el interés social tal como era percibido por ellas (eugénico o demográfico). Su contrasentido proviene de lo que identifica paganismo e irreligión, lo que es un grave error, cometida recientemente por Mgr Simon autor de un libro muy discutible titulado La France païanne(2). No, Querido Comandante, la deriva de nuestras sociedades no es la prueba de un retorno a los antiguos dioses, sino al contrario, como lo destaca el Sr. Georges Dillinger3), una evolución original, sobre sus propias bases, pero traicionándolas, de la sociedad precedentemente humanista y cristiana: asistimos hoy día a una formidable rebelión del individuo contra la especie que no debe nada a los Ases ni a los Olímpicos. Lo que la modernidad triunfante coloca más alto que todo no es lo sagrado antiguo, sino la soberanía del Yo.

El Comandante: - Me parece percibir en su observación una tentación pagana. ¿No será usted de los que van a bailar desnudos a la luz de luna al sonido de la chirimía? ¿O que, vestidos de lino blanco, recogen el rocío de las hojas y cortan los ramos de muérdago cantando informes melopeas?

Simplicio: - No, Comandante, no se de lo que habla usted; no me enviarán a la cumbre su hoguera íntima sobre este cargo de acusación ya que la palabra "pagano" está para mi desnuda de sentido. Formada en el siglo V para designar les campesinos atrasados que no habían asimilado las convicciones de su tiempo, (pagus = país) este vocablo me parece vacío. Algunos lo emplean, como Pedro Louys, para designar un estado de ánimo concibiendo los placeres de la carne sin culpabilidad ninguna, lo que es una visión muy parcial y pueril de las antiguas religiones; otros se refieren ahí para celebrar la rebelión prometéica contra las fuerzas de la inercia, lo que es un contrasentido total. Hay para quien ser "pagano' es solo es un manera de ser ateo. Algunos al contrario querrían, como el viejo Maurras, borrar el corte abierto cavado entre la antigüedad y la Edad Media, congregándose en un catolicismo del Orden, heredero de dioses de Olimpo. De todas formas, se sea esteta, moralista o erudito, nadie está en condiciones de comprender a fondo cómo los Griegos antiguos concebían su fe, porqué sacrificaban a sus rebaños a sus dioses, porqué el renacimiento de Grecia, por el advenimiento de la Ciudad, después de las "edades obscuras", se han hecho por reagrupaciones alrededor de los lugares consagrados (4). La motivación mística del paganismo nos sigue siendo misteriosa, herméticamente cerrada. Sus señales, sus milagros, no hablan ya. Como lo decía Walter Otto, tenemos tanta dificultad en comprender su contenido como un arqueólogo de los siglos futuros que solo tuviera por todo elemento de teología católica las ruinas de una catedral. Por lo tanto, las tentativas de reconstrucción artificial de ritos a las cuales hicieron alusión no son más que mascaradas, sin ningún valor, que no comprometen realmente el corazón y el espíritu de los que se entregan a ellas, no dándoles ni regla ni vida espiritual. Desafío pues la calificación de paganismo, tanto a mi respeto como al de la sociedad del tiempo presente. Los únicos que, de manera perceptible de una sola mirada, guardan una actitud religiosa en la sociedad actual, a pesar de su extremo decadencia, son los cristianos. Esto no es de mi parte una concesión, sino una comprobación.

El Comandante: - Bien. Yo prefiero eso. Pero poco importan. Quería solamente hacer hincapié en el hecho de que en el estado en que nos deslizamos, no podemos escapar a la desesperación sino por la Fe. Se lo digo francamente, ante el grado de subversión al que hemos llegado, no nos queda ya más que rezar, confiando en la Esperanza. Es necesario creer en el milagro, ya que solamente lo sobrenatural puede salvarnos, y omnipotencia de Dios se manifestará plenamente cuando toda esperanza humana nos haya abandonado, mostrándose así que no tenemos nada que esperar de otro que de El.

Simplicio: - Constato que usted pasa muy rápidamente de la certeza en la fuerza irresistible del genio francés a la serenidad desapegada que dan las contemplaciones eternas. ¿Quieren rezar? ¡Yo no sabría desviarle! No obstante la oración no le dispensa de combatir y arrojar una mirada lúcida sobre nuestro tiempo. Es cierto que nada es irreversible en las cosas esenciales, excepto nuestra muerte individual, y el mestizaje, la decadencia, no hacen excepción; sin embargo, su esperanza se asemeja mucho a la desesperación, en el sentido que dejan al fatum, cualquiera que sea el nombre que le de, el cuidado de decidir lo que se salvará y lo que se sacrificará. Su voluntad se asusta de la tarea inhumana de distinguir entre estos objetos. Usted está seguro de que Dios no puede abandonarle, y esta certeza le devuelve la paz.

El Comandante: - Sí, lo digo con fuerza, incluso si su ironía de descreído se ejercen abroncarme, pues creo que, como lo decía Mgr el Conde de Chambord en su lecho de muerte, Dios no puede abandonar a sus Francos, desde el pacto que hizo a Clodoveo en Tolbiac, desde el crisma de Saint Rémi.

Simplicio:- Estoy contento de desengañarle, querido Comandante, e incluso si yo no compartiera la integridad de su fe, yo no me burlaría de usted, ya que es cierto que nuestra esperanza no puede ser más que religiosa. Sin un compromiso completo del alma, nada nos puede detener sobre la pendiente mortal en que nos deslizamos Nuestras fidelidades, nuestras solidaridades, nuestros linajes, nuestra cultura incluso, todo será llevada por la mascarada que la disloca, si no tenemos en el fondo nosotros una chispa divina que nos eleve sobre nosotros mismos. Cada vez que en la Historia, una civilización pudo renovarse, siempre ha sido siempre necesario que ella se enderece con el recurso sus dioses. No veo lo que haría de la civilización europea una excepción.

El Comandante (sospechoso): - Si hombre, quiere dar al sacerdote el papel de guardián de las almas, de guardafuegos, de policía auxiliar. Es su pensamiento secreto; la confesión es, a vuestro modo de ver, una versión benigna de las medidas represivas del orden público. ¡Qué piedad! Napoleón, Federico II de Prusia expresaron por turno estas concepciones mezquinas de agnóstico y de cínico. El miedo del infierno, puesto al mismo plano que el miedo del presidio. ¿Pero no ven qué todo esto no más que un expediente temporal? La Religión no está al servicio del Estado. Sus beneficios son de un otro registro. En primer lugar existe la Verdad. No hay una verdad para los imbéciles quienes se le intimida la sumisión, y una verdad para las élites.

Simplicio: - Su sospecha es aún injusta, Comandante. Tal no es mi concepción del orden. La religión no puede ser sierva; debe encontrarse en la cumbre del orden social, en la fuente misma de la soberanía. Es suicida encerrarse en la contradicción que coloca Marc Augé de la manera siguiente: “los hombres no pueden ser gobernados más que en nombre de un principio trascendente; este principio no existe”(5), Lo Divino debe resumir y proyectar la esencia de una sociedad. Sin él, nada no es posible: ni mantenimiento ni renacimiento, y nosotros quedaremos solos, impotentes y desnudos. La decadencia que sufrimos no puede ser frenada más que por una resurrección religiosa. Ella sola, sobre nuestro continente, puede transmitir la llamada de la especie a sobrepasar al individuo para seguir la marcha colectiva que conecta las generaciones.

El Comandante: - Muy bien hablado; puesto que usted está del lado de la buena palabra, y dado que recusa el paganismo, no le falta más que la Fe, que no se adquiere más que por las obras. Únase a nosotros. Justamente le propongo participar en la próxima peregrinación que organizamos próximamente a Santa Gertrudis de las Picotets y que...

Simplicio: - Desgraciadamente, temo que, en el estado en que se encuentra él cristianismo no pueda responder solo a nuestra espera. Necesitamos una religión, en efecto, pero de una religión que nos religue, según el origen de la palabra, y no de una que nos desate.

martes, 19 de febrero de 2008

NO VOTES

Cultura popular castellana (RES)

Cultura popular castellana


Si alguna palabra causa perplejidad por la variedad de sentidos que se le atribuyen modernamente esa es la palabra pueblo, no menos que su adjetivo correspondiente: popular. El buen pueblo en ciertas épocas fue algo así como una doncella en penoso cautiverio por los manejos y asechanzas de un malvado tirano que incitaba a algunos a la quijotesca empresa de su liberación; eran épocas de reductoras y emocionales consideraciones del pueblo como gimiente esclavo de intolerables iniquidades, y lo popular una consigna de combate justiciero; así por ejemplo los bolcheviques aseguraban en su época que eran los mejores amigos del pueblo al que, no faltaba más, se proponía liberar de sus duelos sin fin, lo que vista con la perspectiva que dan los años hace pensar que con amigos así no hacen falta enemigos. No se puede considerar que esté definitivamente ida la época del ensalzamiento popular, tanto tiempo usada por algunos partidos políticos, que frecuentemente sucumbían a la crasa reducción del “pars pro toto”, así por ejemplo no ha sido infrecuente considerar como pueblo en esencia al proletariado industrial, los parias de la tierra como bien dice el canto de la Internacional, y si no se llegaba tanto, si al menos se consideraba algo así como su parte más excelsa. Claro que el pensamiento político revolucionario del siglo XX tampoco se ha sentido demasiado cómodo con la idea de pueblo y de popular, a pesar de las reducciones explícitas a que ha sometido dichos vocablos, en el fondo con demasiadas connotaciones cualitativas para un manejo político eficaz, y así se pasó a una versión políticas más recientes en el tiempo, a la noción más cuantitativa y pedestre de masa, mucho más acorde con la degradación cuantitativa de nuestra época. Los nostálgicos del pasado pueden aún consultar aquel breviario de masas titulado “El libro rojo” del borrascoso timonel chino si quieren fascinarse con sus jaculatorias.

Simultáneamente a las concepciones anteriores han existido otras modernas concepciones que han visto al pueblo más como una bella durmiente que como una cautiva; una bella doncella de rubios cabellos, ojos azules como el océano, blanca piel como el nácar y tal vez rh negativo, cuya dotación genética material portaba el arcano de una superioridad indiscutible, que algún iluminado de turno sellando con beso los labios de la doncella despertaría para gloria de la humanidad. Estas concepciones han ido ligadas más que a la palabra pueblo a otros equivalentes en lenguas foráneas, volk, o incluso no tan foráneas, herri. En realidad esta concepción se podría considerar como el polo antitético de la anterior concepción del pueblo como masa cuantitativa, uniforme y sin cualidades, pero en el fondo a ambas concepciones subyace una idéntica concepción material, mecanicista, rígida y susceptible de violencias sin cuento, bautizadas a veces con el pomposo nombre de revolución liberadora, dos versiones diferentes en definitiva en un mismo plano de inferioridad espiritual.

La noción de pueblo en su sentido radical es hoy día algo ampliamente desconocido en occidente, aunque con voz engolada y pomposa se hable del pueblo y de la democracia o gobierno del pueblo; es bien sabido que todo hombre de hoy no solo debe ser demócrata sino también parecerlo; pues así y todo no se suele llegar en el mejor de los casos más que a dar a lo sumo caracterizaciones demasiado secundarias, parciales y fragmentarias, y ni siquiera acudiendo a términos griegos y latinos se resuelve satisfactoriamente la cuestión. Es muy curioso como los judíos han sido un pueblo, o mejor aún el pueblo por antonomasia, cuyo núcleo generador es su religión, careciendo de muchas de las características externas que modernamente se creen indispensables la existencia de un pueblo, tales como territorio, lengua profana, o similitudes raciales externas. No deja tampoco sorprender como la variedad de etnias de religión islámica conservan la noción general de pueblo creyente, la umma, más allá de divisiones raciales o estamentales, y que aún produce reacciones unánimes en algunas ocasiones. Algo similar ocurrió en los países occidentales en la Edad Media, donde ausente el concepto de nación, y con relaciones de fidelidad entre los soberanos, los diferentes pueblos formaban la Cristiandad, de hecho la moderna noción de Europa no existía en la Edad Media, el ámbito de cultura occidental se designaba como la Cristiandad, una unidad que dio al traste a la larga una tendencia hacia la exteriorización en todos los órdenes que desembocó en el humanismo, a la que no fue ajena la concepción imperial de origen romano de la organización eclesiástica occidental; ruptura que fue el origen de las naciones modernas de fundamentos muy distintos a las raíces religiosas y sagradas de los pueblos. No fue lo mismo el caso de la cristiandad Ortodoxa de Oriente, que fue el germen del florecimiento de pueblos y culturas distintas, que con una organización popular y autocéfala alejada en extremo de la organización imperial católica, mantuvo una unidad espiritual que no fue posible en occidente. Otros ejemplo es el pueblo japonés, cuya raíz no es el arroz, ni el bambú, ni las gheisas, ni las cámaras fotográficas, ni los automóviles, ni siquiera las características físicas de ojos oblicuos, el pueblo japonés surgió de y en el shintoismo.

Desde un punto de vista tradicional la noción de pueblo, jana en sánscrito, palabra que es la que mejor hace justicia a dicha noción, se caracteriza ante todo por una cultura unánime basada en un concepción metafísica y cósmica u ordenada de carácter sagrado, expresada con un simbolismo adecuado del espacio y del tiempo, que permite la manifestación diferencias cualitativas o funcionales inherentes al ser humano, siendo la transmisión de tal sabiduría el sentido etimológico de tradición. Atendiendo a ese sentido y de una manera rigurosa la tradición crea los pueblos y las culturas. En tal orden el ser humano es una imagen divina, velada pero imagen divina y no simple criatura. Por lo que en tal supuesto el trabajo humano es una continuación o réplica de la creación divina, donde caben distintos de grados de perfección pero no diferencias intrínsecas; todo quehacer humano tiene en definitiva como meta llegar a ser uno con la realidad divina de la cual salió, de forma que el fin viene a ser una restauración del principio, el omega es el alfa. Es justamente el cultivo de las diferentes aptitudes humanas en orden a conseguir esa meta es lo que constituye la cultura en el verdadero sentido de la palabra, que es además cultura popular. Cultivo que viene a ser un camino, vía o tao, que es el tesoro que la cultura popular ofrece a todos los hombres del pueblo. Ahí es donde se forma la verdadera unidad del pueblo, eso constituye su verdadera unanimidad, los demás aspectos cualitativos y mucho más los aspectos formales materiales, etnos en griego, son secundarios.

La unidad no supone naturalmente la identidad indiferenciada, sino que se manifiesta en diversidad, que posee dos dimensiones diferentes: una dimensión vertical, cualitativa o interior, y una dimensión horizontal, cuantitativa o exterior. Las diferencias o categorías pertinentes desde el punto de vista vertical son los diferentes aptitudes, capacidades y funciones, que determina las vocaciones, caminos que forman la encrucijada del destino: sabiduría, guerra contra el mal, destreza artesana, tienen todos un fondo común único, que no es extraño al hecho de que todo persona en una cultura tradicional tiene componentes variables de la triple función sapiencial, guerrera y artesana. Es decir todas las categorías están en cada categoría y lo que es más están en todo hombre, que más allá de tópicos estereotipados viene a decir que en una cultura popular todo hombre según su naturaleza puede desarrollar la triple función humana de monje, guerrero y artesano de acuerdo con los grados y composición variable de su estructura particular. La dimensión horizontal de la diversidad se refiere a aspectos externos y secundarios: territorio, clima, lengua, caracteres psicológicos y étnicos, y es prácticamente la única considerada en el mundo actual; de acuerdo con esa visión de distinguiría bien hoy día al pueblo húngaro del pueblo portugués, pero desde el punto de vista más ecuménico de la Edad Media, hoy apenas conservado por la Iglesia, se consideraría a ambos ante todo como pueblo cristiano, aún sabiendo perfectamente que un húngaro y un portugués son distintos por características no esenciales.

La cultura popular comporta acción, pensamiento y trabajo, aunque la degradación del concepto a llegado hoy día a tal extremo que la mayoría de la gente piensa que se trata de un ocioso entretenimiento que se refiere a temas tan extraños y pedantes como la filosofía etrusca, la cerámica de la dinastía Ming o el cine expresionista, siendo las cosas importantes de la vida algo que ni remotamente tiene nada que ver con la cultura. Muy por el contrario y atendiendo al sentido etimológico de cultura como cultivo, tiene que ver con azada, con pala, con guadaña, con yunque, con torno, con laúd, con pincel, con pluma, con martillo, con sudor, con todo tipo de labor encaminada a un fin superior. La tarea humana en un sentido tradicional consta de dos aspectos: libre y servil, teórico y operativo, inventivo e imitativo; es decir de una acción espiritual o intelectual cuyo sentido es la perfección o adecuación cósmica y sagrada de la obra y un trabajo material subordinado a la acción conducente a esa perfección; puesto que no conviene olvidar que el hombre en sentido tradicional no es una democracia sino una jerarquía de espíritu, alma y cuerpo; este equilibrio entre acción y trabajo es propiamente el arte, es decir el arte es la manera correcta de hacer las cosas, submarinos o sonatas, alfombras o botijos; la obra de arte es la obra hecha con arte pero no el arte mismo, el arte está en el artista y consiste precisamente en el conocimiento que permite hacer las cosas. La pintura, la agricultura, la música, la carpintería o la alfarería son todas clases de poesía o de creación Es conveniente evitar con cuidado la moderna confusión entre arte y moral, o entre saber y voluntad, que con incorregible deriva moralista pretende que una catedral en cuanto tal es mejor que un granero en cuanto tal, o que una sinfonía es más noble que una dulzaina; obviando que a pesar de los pesares la belleza no se puede ordenar en jerarquías. Cada hombre al realizar su propia función consciente de su significado espiritual y de su perfección, en otras palabras al trabajar en artista, recorre un camino o vía, marga en sánscrito, tao en chino. Claro está que el artista no es solo un virtuoso, un buen manipulador, un buen obrero, es ante todo un contemplativo, refiriéndonos a la contemplación no como un vago ensimismamiento o un somnoliento apartamiento, sino a la elevación de lo empírico a ideal, de la observación a la visión, de la sensación auditiva a la audición, de la apariencia a la esencia, en suma a la intuición es decir a una intelección que sobrepasa la esfera de la dialéctica y alcanza las razones arquetípicas eternas. Desde el punto de vista del arte, que no de la moral, un helicóptero puede ser una obra de arte, construido acaso por hábiles operarios que poseen notables destrezas mentales y manuales, pero que en su trabajo no han actuado con arte, es decir como verdaderos artesanos, sino tan solo como mercenarios; este ejemplo es una muestra de cómo es posible diferenciar arte de trabajo en un artefacto, etimológicamente objeto hecho con arte; esta disociación es algo demasiado frecuente en el mundo moderno, el trabajo de abeja laboriosa no es arte, no es camino, ni es digno del hombre. El arte o actividad tradicional , al revés que el arte moderno, se ocupa de la naturaleza de las cosas y solo rara y accidentalmente de las apariencias, de las causas de los efectos y no de estos últimos. En este sentido el arte tiene un carácter propiamente sapiencial, como decía el maestro medieval parisino Jean Mignot “arte sine scienta nihil”, entendiendo por ciencia no un resultado leyes de inferencia estadística sino la referencia de todos los particulares a unos principios unificadores. Indudablemente la perfección del arte es susceptible de provocar también la emoción estética, la belleza es inherente a la perfección hasta en las cosas más humildes como un bordado o un arreo campesino, aunque no es la belleza lo que se buscó al hacerlas.

El anonimato es una de las características de todo arte verdaderamente popular, cuyo sentido poco tiene que ver con la moderna valoración del anonimato como falta de ese afán de distinción, individualidad, y personalidad egóica características del artista moderno. En una cultura tradicional y popular el logro supremo de la consciencia individual es perderse o encontrase en lo que es su primer principio y su último fin, lo que implica el anonimato como anhelo de liberase uno mismo. En las artes tradicionales desde el momento que admiten que toda verdad tiene su origen en el espíritu, frente al que la personalidad individual es nula, no interese quien dijo, o quien hizo o quien firmó, sino que se dijo, o que se hizo. En ese ambiente el artesano no es el que hace sino que es un instrumento, la individualidad no es un fin en si mismo sino un medio, un instrumento que requiere ciertamente eficacia y obediencia. Inútil pues buscar la firma del artista en el arte y la cultura popular, a lo sumo una referencia para garantizar que la obra se hizo de acuerdo con el orden y normas del arte. Así aparece en la iglesia románica de Santa María la Real de Sangüesa una escultura románica la inscripción “Maria Mater Xpi Leodegarius me fecit”, donde el artista se oculta ante el símbolo de una realidad que le sobrepasa. Claro que de acuerdo con la sentencia evangélica de Cristo: “ No hago nada por mi mismo” (Juan VIII, 28) bien conocida en los pueblos cristianos medievales ¿qué cristiano se atrevería a considerar suya una obra cualquiera?. No deja de contrastar todo esto con la creciente inflación narcisista del individuo a partir del humanismo renacentista: el pintor firma su obra, el literato sus libros, el científico quiere unir su nombre a una teoría, el paseante del parque quiere eternizar sus vivencias en una placa fotográfica, y hasta el más humilde meritorio busca naderías y futilidades a las que certificar su autoría en un curriculum. La propiedad es la cúspide sublime del arte moderno , y ya no solo los individuos, también a los pueblos modernos se le atribuyen al parecer propiedades, caracterizadas, por supuesto, por sus aspectos más superficiales, externos, materiales y biológicos cuando no por fantasías desbordadas, a las que se les supone características inmutables de identidad y poderes soberanos entre las que no falta la supervaloración de las contingencias históricas y políticas que lo configuraron como nación y estado, un ejemplo paradigmático de todo ello fue el Volkgeist místico de los nazis, una extraña amalgama de títulos de propiedades de sangre, tierra, rubio, genotipo, superior, señor de esclavos y algún otro delirio añadido y con unas metas sumarias, miserables y netamente terrenas : un solo pueblo, un solo estado, un solo fhürer.

En las sociedades populares tradicionales no cabe establecer una división rígida entre artes dedicadas al señor y artes dedicadas al campesino, o entre bellas artes y artes aplicadas, o entre arte puro y arte decorativo, puesto que proceden del mismo modo a escala distinta, hay diferencias de refinamiento y lujo, pero no de contenido o estilo, o de valor material pero no de orden espiritual y psicológico; así por ejemplo la diferencia entre la iglesia románica parroquial de Sotosalbos en Segovia y la iglesia románica juradera de los reyes de Castilla San Vicente en Ávila. Los motivos aristocráticos y populares en la literatura son ambos arte popular, por ejemplo el Mester de Clerecía usaba un refinamiento literario como era la cuaderna vía, pero eran los juglares los que recitaban sus composiciones junto con los cantares épicos de gesta y con los romances. Por otra parte también el Mester de Clerecia componía temas amorosos de origen juglaresco como el Libro de Apolonio. Algo similar ocurría en la música, nada raro teniendo en cuenta que no existía la actual separación entre narración y canto, así en las Cántigas de Santa María del rey Alfonso el Sabio (1221-1284) se encuentra el gregoriano en textos de lengua vulgar. La inspiración popular se extiende en el tiempo, incluso cuando va menguando su irradiación y comienza la literatura individualista de autor, un caso típico es el de don Juan Manual literato aristócrata cuya obra mayor “El Conde de Lucanor” es de clara inspiración popular, algo similar a lo que pasaría siglos después en la época áurea de la literatura de autor en que la influencia del Romancero viejo y del juglaresco inspiró a Lope de Vega, y a Quevedo. El arte popular presenta variaciones de estilo inherentes a la libertad humana de sus cultivadores a lo largo del tiempo, pero con unos temas centrales de inspiración fijos, algo bastante distinto de las modas de efímera duración del arte contemporáneo. No hace falta decir que la sabiduría vehiculada por la tradición es intemporal, y el pueblo generado y alimentado por ella no es solo cosa del presente, como una consideración moderna, chata, miope y pragmática cree, el pueblo y su voz es algo de todas las generaciones que se suceden; solo que al igual que el hombre que se olvida de su pasado y de lo que es, así los pueblos padecen amnesias a las que no es fácil disipar con el recuerdo.

Hay una triada de palabras que expresan bien la meta de cualquier cultura tradicional , que en sánscrito son: “chat, sit, ananda”, que se pueden interpretar como ser, conciencia y felicidad o beatitud. El artesano o artista popular, palabras a las que no se puede encontrar ninguna diferencia en una cultura tradicional popular, es bien consciente de lo inseparable de esa triada y así en la perfección o verdad de su obra encuentra sin proponérselo la emoción de la belleza y la felicidad de lo bueno, no hace una cosa útil que no sea a su vez bella y con un aura de bondad. Todo artefacto de una cultura popular al haber sido hecho con arte posee belleza y significación, es decir es herramienta y símbolo. Cualquier objeto hecho con arte sirve no solo para las necesidades inmediatas sino para su vida espiritual, para el hombre total y no solo para el hombre exterior que vive solo de pan. Lejos de la moderna consideración del arte como lujo y ornamento, en la cultura popular el arte era una manera de vivir, lo que es tanto como decir una manera de pensar, una manera de actuar y una manera de valorar jerárquicamente el cosmos y el principio de todas las cosas. No es nada extraño encontrar en la Edad Media frases como aquella de Santo Tomás de Aquino “el artista trabaja con arte y buena gana” o aquella del maestro Eckhart : “al artesano le gusta hablar de su oficio”; hoy día al obrero de la fábrica o el empleado de la oficina le gusta más bien hablar de fútbol o de la tele. Tras las costosas inversiones en escuelas, universidades y academias, se ha llegado tan solo a la producción inevitable de hornadas anuales de técnicos, especialistas y facultativos con poca o ninguna noción del significado de vocación, de vía, de arte, de destino , de camino o de tao; de esta forma el mundo moderno ha creado un tipo de hombre que solo puede ser feliz, o sucedáneo de tal, cuando se evade y se divierte; en general se da por supuesto que en el trabajo se hace lo que menos gusta, prueba de que estamos trabajando para una tarea para la cual nunca podríamos haber sido llamados por nadie más que por un comerciante, con sus señuelos de trueque monetario. En una cultura popular el artesano rechazaba como indigno del hombre lo que no fuera a la vez útil y bello, ni era concebible en tal clima un exceso de cosas útiles pero sin belleza, ni por consiguiente la acumulación de objetos útiles que no se usaran realmente, no eran aquellas las modernas sociedades capitalistas, únicas que, gestionadas privada o públicamente, concibe el hombre moderno. El sentido contemplativo del arte tradicional rechaza lo que no se puede admirar y utilizar al mismo tiempo, que es justamente la noción austeridad o pobreza voluntaria, aplicable tanto al monje, como al artesano, como al rico. Muy distinto por supuesto de la constante sugestión actual de consumo de bienes fabricados en serie que ni proporcionan la emoción estética de la belleza ni la beatitud de la bondad a aquellos que los pueden comprar, a menos que se considere tal la manía compulsiva de compras en super e hiper a que se ven compelidos muchos y muchas para compensar sus neuras y depres. Sugestión complementada a la vez y contradictoriamente con la incitación casi anal al atesoramiento y al ahorro, para finalmente desembocar de nuevo en el consumo, artificio monstruoso y diabólico en que se basa la economía moderna, que además del saqueo y deterioro del globo, sus recursos y su naturaleza, nada unifica, a ninguna meta final conduce y es fuente inacabable de conflictos.

La perspectiva moderna sobre la cultura popular estuvo desde sus comienzos fuertemente teñida de prejuicios, así cuando Williams Thoms en 1846 pone en circulación el neologismo folklore de etimología sajona, saber del pueblo, análogo al término alemán volkslhere, la referencia a pueblo distaba del sentido sánscrito de jana; la palabra pueblo hacía referencia explícita a bajas clases, a pueblo analfabeto o semianalfabeto, más concretamente a campesino y más tarde por extensión a elementos urbanos donde aún era posible apreciar la continuidad campo-ciudad. Algo por otra parte que aún está vivo en la mentalidad del habitante actual de ciudad, convenientemente saturado los tópicos y lugares comunes de la civilización burguesa, para el que la expresión “ser de pueblo” es sinónimo de paleto, zafio, ignorante y basto. La delimitación del ámbito del flolklore comenzada cuando la creación de la Folklore Society de Londres en 1878 , se refería a tradiciones de transmisión oral , que comprendía el más ancestral de los géneros literarios: la narrativa, en ella estaban incluidas leyendas, cuentos populares, cuentos de hadas, romances, creencias supersticiosas, atribuidas a la ignorancia de las masas. Naturalmente que desde los comienzos de los estudios del folclore no solo se tenía un concepto ligeramente encanallado del pueblo, no en vano eran ciudadanos y burgueses sus cultivadores, sino que también el sentido de la palabra tradición estaba ya convenientemente degradado, no haciendo ninguna referencia a la transmisión de principios metafísicos y cósmicos, base de toda cultura verdadera, sino que en base a sentidos etimológicos parciales se hacía referencia a meras transmisiones sensibles y físicas, a movimientos, cambios de lugar, tales como el agua de un río, tal como sugería Edmund Burke. No menos importante era el canto y la danza, que hoy día se considera como folclore por antonomasia tal vez debido a la cantidad de recitales y festivales folclóricos populares que proliferan al socaire de importantes medios y fuentes de financiación no tan populares, pero que en sus comienzos no eran más que unos apartados de las formas sociales y objetos materiales del ámbito al que se pretendía ceñir la cultura popular. Posteriores profundizaciones en el ámbito del folklore trataron de ennoblecer tan desprestigiada rama del saber intentando elevarla a la categoría de etnografía, se pretendió por tanto que el folclore fuera una rama de dicha ciencia en el sentido de que el folclore era la etnografía de los sectores populares.

Desde el primer momento se intuyó que no era lo mismo el saber popular que la ciencia que estudia dicho saber, y hasta se llegaron a proponer nombres distintos para esos dos distintos aspectos, llamándose demosofía a lo primero y demótica a lo segundo. Convencionalmente se ha llegado a creer que muchos saberes populares transmitidos por leyendas y cuentos infantiles y de hadas, a no confundir con los escritos por autores literarios para niños, eran nada más que simples fábulas para entretenimiento de niños, cuando no supersticiones debida a la ignorancia de las masas campesinas iletradas, cuando en realidad se trata más bien de doctrinas esotéricas y símbolos nada populares, inaccesibles a la comprensión de una enseñanza moderna definitivamente desligada de la enseñanza simbólica e iniciática. El material del folclore, a pesar de las muchas reservas expresadas por los etnógrafos, de las que vienen a la memoria las muy explícitas de un Julio Caro Baroja, es inteligible en unos niveles de referencia que no solo no son inferiores sino que están muy por encima de nuestro saber contemporáneo ordinario, entre otras razones porque la cultura burguesa de las universidades ha declinado en información puramente empírica y limitada, de forma que la educación moderna, de la que estas instituciones son la avanzada, ha destruido el viejo saber iniciático. Tales saberes aunque expresados de forma limitada, fragmentaria e ingenua, forman parte de una vida campesina aunque los campesinos no sean capaces de dar una explicación racional de ellos, entre otras cosas por que no son susceptibles de una reducción puramente racional. Es en virtud del aspecto acogedor y maternal de la naturaleza porque los estamentos campesinos, guardianes de la naturaleza, han sido el receptáculo de antiguas sabidurías perdidas en los niveles superiores, algo no concebible en las clases burguesas de las ciudades ni maternales ni tradicionales, cuyo entorno es una materia muerta e inerte encadenada con fatalidad a mecanismos autónomos. Algunos de los cultivadores de la etnografía folclórica, entre los que no se puede dejar de destacar al etnógrafo y escritor gallego Vicente Risco, han llegado a atisbar algo más que la disección académica y han llegado a ver en la cultura popular una tradición viva, y no solo viva sino también operante. Decía el mitógrafo portugués Theófilo Braga que el estudio de las tradiciones “no representa solo simplemente una fase científica, sino también una misión moral en que el espíritu de emoción local se presenta como la forma de reconstrucción de un pueblo en la larga decadencia católico-feudal”. No deje de ser sintomático que el folclore ha sido especialmente cultivado en tiempos modernos, siglos XIX y XX, en aquellos lugares donde se ha considerado postergada su nacionalidad.

Ese recuerdo nostálgico y emocional del pasado, ante la avalancha de uniformización de la sociedad y de la técnica, síntoma inequívoco del romanticismo y claro prodromo del agotamiento del humanismo moderno, estuvo presente en todos los renacimientos regionales y luego nacionalistas de toda Europa; donde se producían extrañas mixturas de afinidades: el burgués buscando inspiración en el pueblo, concebido en el fondo como residuo retardatario incapaz de civilización moderna y de progreso, como curiosidad insólita que en el fondo temía y despreciaba; el erudito de gabinete ocupado del gañán y del cabrero, de sus cuentos y de sus canciones, cada vez más lejos, sin embargo de los fundamentos últimos que inspiraban esa cultura, puesto que en una civilización progresivamente profana y laica, los fundamentos metafísicos y las creencias religiosas no pasan de ser un puro posicionamiento emotivo personal, que en nada trascienden al ordenamiento social, salvo referencias retóricas cada vez más vacías; nada más lejos del presente que aquellas palabras de Emerson .”el intelecto busca el orden absoluto de las cosas tal como se hallan en el espíritu de Dios y sin los colores de los afectos”. Así por ejemplo fue una institución típica del resurgimiento catalán los orfeones, posteriormente afianzados también en Galicia, País Vasco y Castilla. La polifonía, la perfección formal de la escritura musical, la armonía y otros elementos de la cultura burguesa ahogaban la espontaneidad y libertad del cantar popular; más que una resurrección se trataba de una creación moderna con la rigidez de un producto enlatado aunque fuera de inspiración popular su tema. Vinieron luego los coros, algo más respetuosos y en sintonía con los motivos populares, y con la acumulación característica de nuestro tiempo siguieron bandas, conjuntos y orquestas cada vez mejor dotadas, con selectos virtuosos y con presupuestos nada despreciables, que por supuesto incluyen temas populares en sus repertorios y conciertos por capitales y ciudades. Pero ¿todas esas cosas hacen a una nación más musical?. Contaba el escritor inglés Samuel Pepys (1633-1703) que la Inglaterra de su época era “un nido de pájaros cantores”, así por ejemplo para elegir una chica de servicio se probaba antes la calidad de su voz en el coro familiar. Las colecciones de cantos recopiladas en libros son más bien síntomas de una pérdida que no de una ganancia, son un ordenado panteón de difuntos, que recuerda que desaparecieron las serranillas, los madrigales, los villancicos, las canciones de mayo, de romería, , de bodas, de siega, de vendimia, las canciones de los canteros, de los marineros y de los mineros, junto con los oficios artesanales del campo, del mar y de la tierra y los hombres que los ejercían. El moderno revival folclórico es tan solo un sucedáneo que a manera de hobby se practica en tiempo libre, cultura irreal y de invernadero, que nada tiene que ver con la necesidad de antaño, requisito imprescindible para ser una vía o camino. Ya tan solo queda preservar un recuerdo que no siempre es bien entendido, y que al margen de caprichos y gustos a la moda del día, es una manera de oposición al desprecio y olvido de una manifestación de vida, y un homenaje al misterio de la creación intuitiva, popular y espontánea que las modernas globalizaciones profanas pretenden arrinconar para siempre.

La cultura burguesa actual se basa en la mayor o menor capacidad de información, basado en la alfabetización o capacidad de leer, de tal manera que no es fácil establecer la barrera que separa las masas incultas de la burguesía culta puesto que en realidad todos saben leer y escribir, y tan solo con dudosos criterios cuantitativos se podría establecer una convención más o menos aceptable. No existe un criterio cualitativo o de profundidad, de diferenciación según el grado de conciencia. La naturaleza de la sabiduría artesanal conservada por la por la transmisión tradicional, no puede reducirse por la mera acumulación de información que ha venido a ser el moderno sucedáneo de la sabiduría tradicional e intemporal, sus principios se deducen por analogía de arquetipos del mundo ideal; de hecho hay culturas tradicionales que durante milenios han transmitido el oficio de maestros a aprendices sin necesidad de libros ni de escuelas profesionales. En realidad el alfabetismo o analfabetismo son irrelevantes para la transmisión de valores espirituales, existen otros medios además de los libros, incluso estos en determinados aspectos son perfectamente inútiles. La pintura se ha llamado la Biblia pauperum, Biblia de los pobres y la escultura el libro del pobre en la cultura popular, como aun es fácil comprobarlo el la escultura medieval del románico y del gótico, hay iglesias románicas cuyos capiteles, frisos y canecillos constituyen todo un universo: escenas narrativas bíblicas, evangélicas, escatológicas, cósmicas, iniciáticas o morales. Qué bibliotecas sin igual para quien sepa ver son Frómista, San Millán y San Esteban de Segovia, Santo Domingo de Soria, San Pantaleón de la Losa, Cervatos o San Martín de Elines . Estas son muestras que inducen a pensar que lo que produce unas sociedades es la mejor clave para comprender el fin de la vida que rige esa sociedad, en todo de acuerdo con la sentencia evangélica “por sus obras los conocereis”.

La cultura o los residuos que quedan de ella en nuestro tiempo ha sustentado la creencia ilusoria que el arte ante todo la tarea de un tipo humano especial: el hombre de genio, especialista en estética que no en sabiduría, con un raro talento y una aguda sensibilidad fuera del alcance de la mayoría. En cuanto la estética es un tipo de efecto emocional más que una comprensión que nada tiene que ver con la razón de ser; muy por el contrario estético, sentimental y materialista, al revés de lo que primera vista se podía suponer, son virtualmente sinónimos; el arte considerado como esteticismo lejos de ser el arte para la vida se convierte en arte de adorno y adulación, arte por el arte, se dedica a los sentidos y a la estimulación emocional, pero, suprema clave de la moderna creación artística, carece de significación y sentido, el momento de la sabiduría está ausente en el arte moderno y contemporáneo. La transparencia de la verdad, de la belleza y del bien queda empañada por la personalidad del artista, que lejos de cualquier anonimato trata de explotarla al máximo convirtiéndose en un exhibicionista. Este arte de puro espectáculo es de un valor meramente transitorio y temporal y como tal valorado en monedas corrientes, que al fin y al cabo tiempo, interés y capital están unidos por las fórmulas que se enseñan desde la escuela primario. Mercancía lujosa posee avales y prendas de garantía, como los derechos de autor, desconocidos en la cultura popular que no concebía que pudiera haber propiedad en el terreno de las ideas, sino que con muy buen criterio consideraba que las ideas son de quien las adopta. Adorno y lujo de la burguesía pudiente y con valor monetario cotizable en los mercados, con la ayuda de marchantes y medios de comunicación, es un arte perfectamente ausente para el pueblo, que con atinado juicio lo considera una extravagancia y no una cosa necesaria, razón por la que ni le interesa ni lo conserva en su memoria.

Inmerso en la cultura de la cantidad el arte moderno incide cada vez más en la superficie que no en la esencia de las cosas, en las apariencias y no en el ser. Así el arte moderno pierde cada vez más el potencial simbólico, al sumergirse en el naturalismo profano, cree avanzar en la pintura y escultura con el conocimiento descriptivo de la anatomía, con el orden visual de la perspectiva, en suma con el humanismo, pero la observación analítica al fascinarse con el árbol no puede ver el bosque, el detalle impide el símbolo omnitotal, y oculta más que revela. Con tales supuestos no se puede valorar en modo alguno la pintura popular románica, considerada como una pintura de niños, una especie de balbuceo atrasado y sin evolucionar de artistas que no conocían ni la anatomía ni la perspectiva. Imposible apreciar de esta forma el sentido simbólico de tanta obra de arte del medievo castellano: frescos de Maderuelo (Segovia), de San Pelayo de Perazancas (Palencia) , de San Baudelio de Berlanga de Duero o los Apocalipsis del Beato de Liébana, o de las iluminaciones de tantas Biblias, como la de Burgos o Ávila, breviarios, como el Breviarium Gothicum, libros de bautizados, libros de horas canónicas o cantorales de música gregoriana que saltando sobre las apariencias de yuxtaposición y continuidad son muestras magníficas de libertad y sabia abstracción como todo arte verdaderamente intelectual, tradicional y popular, muy diferentes de la moderna moda estética abstracta basadas en el capricho y asociaciones personales del artista, cuyo fin es eliminar la reconocibilidad y que por tanto nada pretende ni puede comunicar sino provocar reacciones. Incapaz de apreciar sentido simbólico libre y abstracto de la pintura primitiva no puede por tanto percibir el enorme empobrecimiento simbólico que va del icono bizantino tradicional o de la pintura primitiva italiana influida por él, al arte renacentista y humanista del cuatrochento, Algo similar cabe decir de la escultura en piedra apta para expresión simbólica de la majestad estática, pero de problemática adecuación para la ilusión del movimiento y de la emoción, ¡Qué distintos el Pantocrator palentino de Moarve o el Salvador del friso de Carrión de los Condes a la Transverberación de Bernini!

Alternativamente al arte estético ornamental y exhibitorio de la cultura moderna se presenta la industria como quehacer utilitario, como el arte es quehacer de lujo; excluyendo ambas, industria y arte modernos, la expresión y comunicación de ideas, que es tanto como decir la sabiduría. La industria moderna sacrifica la calidad a la cantidad, pero al estar ausente en su fabricación el arte, los muchos aparatos para existencia que suministra, casas, vestidos, cacerolas, autobuses, carecen de las características de las obras de arte: belleza y significación, y marcan ese tono de fealdad característico del mundo moderno. Lejos de tal división esquizofrénica entre utilidad y belleza cualquier producto de la cultura popular, un bordado campesino, los arreos de bueyes y caballos, un cuento infantil, un cuerno para pólvora, una reja de balcón, tenía un significado por encima de su consideración como fuente de placer o necesidad vital, en ella valores funcionales y simbólicos coinciden, al revés que en la civilización burguesa ni siquiera se puede concebir un uso eficaz sin arte .El artesano o artista, que ninguna diferencia había entre ellos en la cultura popular tradicional, es un imitador de las formas celestes, en el sentido platónico de la palabra. En ese sentido la casa, por ejemplo, no es una máquina de vivir, sino que es una manifestación de una cosmología, una casa arquetípica constaba de: un suelo abajo, un espacio medio, una bóveda arriba y una salida o chimenea para escapar de la limitación del espacio y del tiempo y acabar en un empíreo ilimitado y eterno. La columna de humo del hogar que asciende es el eje del universo que separa o une como una columna cielo y tierra. Ciertamente las casas modernas con su amontonamiento de conejeras o colmenas, sus yacusis y sus calefacciones de hilo radiante no transparentan ya ningún tipo de simbolismo cósmico. Igualmente las iglesias como edificios sagrados, tenían en la cúpula y el ábside claros referencias a los ejes horizontal y vertical del universo, de cuya pérdida de significado actual da buena cuenta la arquitectura de las modernas iglesias, que en realidad están edificadas con arreglo al modelo de una vulgar caja de zapatos.

Muy distinta de la aglomeración urbana moderna, la antigua ciudad era también una réplica del orden del universo, así en el mundo de la antigüedad clásica toda ciudad constaba de un forum centro a partir del cual se orientaba jerárquicamente por dos ejes: el cardo maximus y el decumanus maximus y unos ejes secundarios: los cardines y decumani que formaban los cuadrados o centuriae . Aún quedan ciudades castellanas que conservan esta ordenación, así por ejemplo en Ávila el centro o forum es la plaza del Mercado Chico, y los ejes son: cardo maximus la vía entre el Arco de Mariscal y la Puerta del Rastro a lo largo de la calle de Caballeros, decumanus maximus la via entre la Puerta de San Vicente y la Puerta del Adaja a lo largo de la calle de Vallespín ; claro que ningún orden ni jerarquía simbólica cabe encontrar en las modernas urbanizaciones del barrio de las Hervencias, o de la Toledana de esa misma ciudad..

El arte del tejido tradicional hecho a mano poseía una claro orden simbólico del que era consciente, la urdimbre es una imagen de la luz del alba de la creación, y la trama son los planos del ser que dependen de su centro común y soporte fundamental. El vestido en su condición sagrada confería una capacidad apta para marcar las diferencias y dignidades sociales, tan solo un modesto hábito podía sugerir la dignidad del estado monástico, o un gorro a una cofradía profesional. Hoy el día el “pret à porter” no sugiere nada, a lo sumo una moda inconsistente o un capricho momentáneo.

Lejos de los periodos sincrónicos de la civilización moderna, la cultura popular escanciaba los ciclo con fiestas y conmemoraciones, que eran también manifestaciones especiales de arte: el rito, el canto, la danza, la oratoria; muy distintas de los reglamentadas pausas modernas era un periodo de ruptura que era a la vez que ciclo, esperanza de progresión y crecimiento, término de recolección del fruto de la Tierra, conmemoración de la nueva estación, momento de concertar bodas, de bautismos e iniciaciones. Apenas existente hoy, se ha degradado a la categoría de pasatiempos turístico del que apenas subsiste más que los aspectos más periféricos y triviales, tanto menos atractivos cuanto que la civilización burguesa dispone de toda una industria festiva que ha desvirtuado definitivamente la posibilidad de comprensión.

La industria sin arte no es más que brutalidad, lo que los antiguos romanos diferenciaban bien, la primera era trabajo en sentido estricto, reservado para los esclavos, la segunda era acción y era la actividad propia del hombre libre. La degradación de la producción burguesa que significó una primacía de la cantidad sobre la cantidad, del beneficio monetario sobre la satisfacción de la obra bien hecha, reduciendo esta última a mera comodidad sensorial a bajo precio, es decir invirtiendo los valores de tal manera que el burgués llega a identificar lo mejor con lo más barato, creó un tipo de civilización que de acuerdo con los criterios de la antigua Roma se podría denominar esclavista en el más estricto sentido de la palabra, independientemente de los atenuantes económicos de nivel de salarios, estándar de vida, confort y consumo que se esgriman para rebatirlo; en general, aunque oculto con sofisticadas especializaciones, es un futuro de esclavo lo que se propone al hombre de la civilización burguesa. Convertirse en bruto, hormiguita, abeja o mula, o en esclavo, es morir como hombre, como decía A. Coomaraswamy poca diferencia existe entre morir en una trinchera o morir en una fábrica día a día, en ambos casos no se es más que carne de cañón. Degradado cada vez más el arte en trabajo para la mayoría, se advierte desde la época renacentista, con el hito importante de Calvino, una extraña y siniestra compensación que trata de dar tintes religiosos a la vida profesional, reivindicando celosamente el tiempo y el alma, como si la razón necesaria y suficiente de la condición humana fuese determinada empresa económica, comercia o industrial y no la verdad, la sabiduría y la beatitud intemporal. Esta moderna religión del trabajo ciega ante las diferencias irreductibles de arte y trabajo ha extendido como buena nueva, parece que con general aceptación, la honorabilidad y respetabilidad del trabajo, todos: profesores, investigadores, artistas, ejecutivos, músicos o payasos presumen y alardean de lo mucho que trabajan; ignorantes de la cualidad horizontal del trabajo moderno evocan muchos aquello de “el trabajo realiza” , entre los que no faltan movimientos autodenominados progresistas, eco amortiguado quizá de un sentido completamente diferente que tenía arte, combinación jerárquica de acción y trabajo. Si de verdad supieran lo que dicen se sorprenderían al comprobar que su significado es aquel “vivan las caenas” de la época ominosa de Fernando VII. La hagiografía hacendosa propone al yupi estresado como modelo ejemplar de virtudes heroicas a imitar, incluso pondera las excelencias del vértigo producido por infarto de miocardio laboral; se elude el diagnóstico evidente; estamos saturados de trabajo, la industria se ha convertido en un vicio, para curar esa insidiosa patología es necesario administra una receta que de prioridad a la contemplación sobre el trabajo, y esto con una urgencia cada vez más acuciante..

Es lamentable que el sindicalista, el reformador social o el teórico revolucionario limiten sus reivindicaciones a la retribución salarial y a las condiciones de trabajo justas en cuanto consideran al obrero como mercenario y víctima de un engranaje productivo, pero no reivindican como hombre la oportunidad de ser un artista y de alcanzar la perfección de un maestro. Lo primero acaso proporciones más medios y tiempo libre para vivir como un burgués y adquirir sus mismos adornos reproduciendo así un sistema productivo social meramente cuantitativo y sin trascendencia, pero en absoluto eleva al obrero a la categoría de artesano y artista, vocación a la que está destinado como hombre, muy bien expresada en palabras de Platón: ”se hará mejor y con mayor facilidad cuando cada cual haga solo una cosa, de acuerdo con su genio; y esto es justicia para el hombre en si mismo”. Muy al contrario de todo esto parece abrirse paso de forma cada vez más notoria la opinión de que en futuro lejos del arte, lejos de la maestría, predominará cada vez más lo que se llama el reciclaje laboral, perpetuación sin límites del aprendizaje meramente funcional, de la recepción pasiva de formación, del adiestramiento simiesco y del infantilismo, y todo esto con la ayuda y aplauso de los sindicatos que en teoría son los que dicen defender al trabajador. Más allá de rentas, salarios y precios solo la transmutación del trabajo en arte puede transformar el trabajo de mal necesario en bien necesario.

El arte en sentido tradicional no es en absoluto la actividad de un ser especial, el genio, sino que es la manera correcta de hacer las cosas tanto en su aspecto material como espiritual; el artista no es una clase especial de hombre sino que el hombre es una clase especial de artista, es decir todo hombre que no sea un holgazán y un parásito puede y debe ser un artista de alguna clase: carpintero, pintor, herrero hombre de leyes, cocinero, agricultor, sacerdote, tejedor ; hábil y satisfecho con la tarea de elaborar o disponer de una cosa u otra de acuerdo con su naturaleza, formación y capacidad. En la cultura popular es la obra maestra, la obra bien hecha y no el genio lo importante; así como el genio es el exponente máximo de la individualidad, la obra maestra en la cultura popular es por el contrario el exponente de la socialidad, es la prueba de un aprendiz para ser maestro, para ser miembro de un gremio, para integrase activamente en la sociedad. Habitualmente los miembros del gremio estaban unidos de por vida, más que por intereses económicos y objetivos de producción por un sentido ritual: tenían un santo protector, un altar, un culto funerario, enseñas simbólicas, conmemoraciones, rituales, reglas éticas, secretos profesionales, un sentido del honor e impersonalidad en el trabajo, unos jefes cuya función solo podían ejercer aquellos que tuvieran un nombre sin tacha y un nacimiento honorable, cuya misión era hacer respetar las normas y deberes.

Las consideraciones previas sobre la cultura popular pueden ayudar a particularizar acerca de la cultura popular castellana, no sin antes indagar que puede entenderse por pueblo castellano. Las consideraciones históricas al uso suelen enumerar una serie de componentes étnicas humanas en el nacimiento de Castilla: cántabros, visigodos, várdulos, hispano-romanos o mozárabes, con el correr de los tiempos bereberes y con una imprecisión mucho más notable vascos, que de ninguna manera existían como pueblo diferenciado en la época del nacimiento de Castilla, ni tenían siquiera ese nombre. Pero ni las componentes étnicas, ni el régimen económico agrario-pastoril, ni la geografía, ni los avatares históricos son suficientes para explicar el nacimiento del pueblo castellano allá por el siglo VIII, falta enumerar claramente el catalizador vital de todos esos elementos que fue el cristianismo, él fue el atanor en que se forjó el pueblo castellano y otros pueblos de la península. En este asunto no cabe especular con evoluciones parciales más o menos progresivas, hay una visión de la existencia y de la vida cristiana o no la hay, dicotomía un poco brutal pero inexorable. El pueblo castellano y cualquier otro pueblo no existió porque evolucionaran poco a poco sus componentes, sino que existió a partir del momento en que un catalizador espiritual lo puso en movimiento, algo tan simple que acaso no de lugar a demasiadas elucubraciones y disquisiciones pero que es así, otra cosa bien distinta sería el concepto de nación cuyo advenimiento fue muy posterior.

Así considerada la noción de pueblo surgida unánimemente de un catalizador espiritual, responde más bien a la noción sánscrita de jana, pueblo unánime, que no al griego etnos, que se refiere más bien a aspectos externos y secundarios y menos aún a demos pura connotación cuantitativa que goza hoy de prestigio sin igual. Desde esta perspectiva conviene esclarecer algunos tópicos modernos proyectados sobre el pasado, uno de los cuales es el llamado mestizaje cultural, que en el asunto que nos traemos entre manos viene a decir más o menos, que el pueblo castellano fue una mezcla de cristianos, judíos y moros. Es cierto que algunas elementos culturales y artísticos circularon entre los tres pueblos de forma más fluida que en otras partes de Europa, que produjeron corrientes artísticas tan importantes como el arte mudéjar con importantes manifestaciones en Castilla, solo como muestra valgan la ermita de La Lugareja de Arévalo o Santa Clara de Tordesillas. Esto no puede hacer olvidar que la esencia de la cultura y del pueblo judío no son las canciones sefarditas, ni el estilo arquitectónico de las sinagogas de Toledo, su esencia es la religión revelada mosaica, que no deja precisamente muy bien parados a los gentiles, entre los cuales incluye a cristianos y moros. Por su parte la razón última de ser de la umma o pueblo creyente musulmán no son ni los arabescos de cerámica, ni la mezquita de Córdoba, ni los pinchos morunos, ni el te verde sino la revelación coránica, que excluye como enemigo al infiel y considera como pueblos de segunda a los otros pueblos del Libro que son cristianos y judíos. Por tanto puede hablarse de que en Castilla además del pueblo cristiano castellano, vivió en ciertas épocas un pueblo judío y un pueblo morisco, unidos si pero no mezclados como hoy día se pretende.

La investigación histórica del siglo que acaba sobre los orígenes de Castilla ha puesto de manifiesto que el pueblo castellano tuvo una organización extraordinariamente libre y popular aunque el adjetivo sea una redundancia, excepcional en la Europa cristiana de aquel tiempo. Era ciertamente una sociedad estamental pero tanto su estamento guerrero como su estamento eclesiástico eran de clara predominancia popular, apenas existían aristócratas de alta alcurnia ni prelados eclesiásticos de elevado rango ni grandes monasterios. Una de las causas que condicionó dicha situación fue una larga guerra defensiva contra el Islam sin defensas naturales. Caso distinto del vecino reino de León, cuyo estamento guerrero de ascendencia visigótica era mucho más cerrado y exclusivo, y probablemente también más eficiente militarmente que el guerrero popular castellano, de hecho la reconquista avanzó mucho más rápidamente por las fronteras de León que por Castilla. Pero la guerra popular castellana dejó una honda huella en la cultura: los cantos de gesta y los romances, de los cuales nos ha quedado como paradigma “El cantar del Mío Cid”, un arte de tipos o mejor aún de arquetipos, en este caso el modelo del guerrero valeroso, justo, fiel y generoso; conservada la memoria de las durante siglos por el pueblo surgió en Castilla uno de los más sugestivos conjuntos poéticos de la literatura europea: el Romancero, espléndida muestra de cultura popular que conmemora los orígenes de la vieja Castilla en los romances viejos o tradicionales, como Fernán González, los Infantes de Lara, el Cerco de Zamora, el Cid. Más allá de su autenticidad histórica el romance es esencialmente una epopeya, así como la epopeya es un mito, donde no es posible separar lo personal de lo impersonal, espacio vedado a la pretensión estética o egoísta; mensaje destinado a todo hombre y aprovechables según sus posibilidades, y sin características individuales, puesto que el héroe es en el fondo una manifestación particular o arquetipo de la providencia divina y por tanto del ser. Nada más lejos de aquella atmósfera de peligro constante y de guerra que el ideal burgués de bienestar y confort, así no es extraño que uno de los adalides regeneracionistas del progreso material y burgués del siglo XIX, Joaquín Costa, propusiera cerrar con siete candados el sepulcro del Cid. No menos importantes fueron los romances juglarescos, con piezas maestras como el romance del conde Arnaldos o el de Fontefrida, donde asoma una sutil sabiduría esotérica que sorprende hasta a los fríos eruditos actuales. Unido al romancero, o mejor inseparable de él surgió el cancionero popular anónimo, la música instrumental pura no es una característica destacada de la cultura popular, sino que más bien es una parte de algo superior en que canto y narración son indisociables.

Quizá no fuera ajeno a ese talante popular de la sociedad castellana, de los caballeros villanos, de las milicias concejiles y de los concejos de Villa y Tierra, que fuera en Castilla donde más densidad hay de toda Europa de ese estilo arquitectónico medieval eminentemente popular que es el románico, buen indicio del sentido de la vida que imperaba en la sociedad castellana. Aunque en realidad no es muy acertado pensar que “ in illo tempore” todo era jauja, los embates al pueblo comenzaron desde tempranas fechas, así en el 1.081 Alfonso VI promulga la Lex Romana que acaba con el viejo rito cristiano mozárabe o hispano, cuyo origen remonta al cristianismo primitivo y originario de la Hispania romana, que en muchos aspectos se podría considerar ortodoxo en el sentido oriental del adjetivo, del que se perdieron importantes manifestaciones de rito, liturgia y canto, del no se conserva más que unos libros de música de cuya notación no se conserva la clave y que son por tanto indescifrables. Aún se puede hacer una idea de lo que fue ese rito y de lo que supuso su pérdida en las celebraciones mozárabes de la catedral de Toledo. Tal ley promulgada significativamente por un rey originario de León, Alfonso VI rey de León y solo por casualidades históricas rey de Castilla, sustituyó de forma autocrática el rito mozárabe por el rito romano, importado por los monjes del Cluny, a lo que no fue ajeno, como en todos los países del occidente europeo, un sentido de disciplina castrense propio de sociedades guerreras, que encadenaron definitivamente a Castilla a los avatares históricos de la Iglesia de Roma, poseedora de fuertes connotaciones exclusivistas, burocráticas y militares que tantas consecuencias habría de traer: Cisma, Cruzadas, crisis del sigo XIII, Inquisición con hogueras, calabozos y potros incluidos, Reforma, Contrarreforma, guerras de religión, misión expansionista obligada y coercitiva etc.

En aquellos tiempos medievales se manifestó curiosamente más que nunca la afinidad y hermandad de los distintos pueblos hispánicos a pesar de tener regímenes políticos independientes; eran entonces patentes los motivos de unidad cristiana, y por otra parte pone de manifiesto que sin duda es más fácil el entendimiento de los pueblos conscientes de su origen que no de las actuales naciones y estados. La progresiva pérdida de irradiación y energía del cristianismo occidental no dejó de tener repercusiones en el pueblo castellano como en todos los pueblos del occidente europeo, la más importante de las cuales fue el ascenso imparable del humanismo individualista. Como nota característica del arte popular castellano cabe decir que un los tiempos posteriores al Renacimiento al ser Castilla un país atrasado, de acuerdo con los criterios burgueses modernos, conservó durante algún tiempo algunas características del arte popular medieval tales como el anonimato del arte gremial, incluso produjo entre otras alguna pepita de oro como la literatura y poesía de esa mujer de pueblo que fue Teresa de Ávila, que se le daba una higa la pretensión de poetisa sublime, o la capilla gótica de Mosén Rubí de Bracamonte en Ávila, la misma ciudad de la santa, una de las últimas construidas por los gremios de la masonería operativa.

Declinante el cristianismo y ascendiente el humanismo y convaleciente por tanto el fundamento del pueblo, la convivencia social comenzó a buscarse progresivamente en el derecho y la ley exclusivamente humana, a veces demasiado humana, considerada como pacto social, como atrevido intento de frágiles reciprocidades, es decir: de garantizar la libertad, más concebida como una ausencia de coerción y cortapisas, cuando no como capricho más o menos placentero e ilusorio, que no como una liberación absoluta de las condiciones limitantes de vida y muerte a que aspiraba el cristianismo originario; de garantizar la igualdad, entendida como comparación y no como unidad de procedencia y origen divino y finalmente de intentar garantizar la fraternidad, intento mucho más ilusorio y evanescente cuanto que la fraternidad residual de los pueblos provenía más de su pasado de pueblo cristiano que no de pacto social alguno, espejismo que al faltar principios de orden sagrado y metafísico ha dado lugar a una inflación de moralismo axfisiante en las naciones occidentales. Así pues a una conciencia progresiva de nación, humana, territorial, externa y temporal, corresponde una pérdida progresiva de conciencia de pueblo, de origen, unidad y libertad divina, ilimitada, interna y eterna. Pueblo y nación, como correspondientes a tradicional y moderno respectivamente, no son en absoluto términos sinónimos, a menos de reducir deliberada y malintencionamente la noción de pueblo, de jana, a la mera acumulación de características individuales o a la masa numérica, es decir a demos, cómodo instrumento así de maniobras políticas de dudosa ejemplaridad y elevación de fines. La estabilidad popular devenida exánime se convierte en el frágil equilibrio nacional, temeroso y por tanto peligroso frente al extraño no incluido en la nación e inquieto ante el ciudadano nacional que acaso quiera en el fondo menos libre, igual y fraterno de lo que proclama. Y así devenida España poco o nada quedó de la verdadera Castilla de su pueblo y de su cultura, salvo ditirambos elogiosos y distorsionados que de cuando en cuando se proclamaban para glorias un tanto sospechosas.

Un mal entendimiento del sentido de la tradición donde ha desaparecido de escena la dimensión de la trascendencia y solo queda la dimensión inferior de la historia, adornada a veces con aditamentos fantásticos, ha dado pie para acusar con cierta razón que el reclamo del pasado, con la divinización de sus glorias y sus héroes, adorados con incienso de veneración idolátrica que tiene más de funeral de apolillados difuntos que de conmemoración de lo eterno, viene finalmente a dar en lo que Chesterton llamaba democracia de los muertos, que demasiadas veces ha exigido cual implacable Moloch la muerte de los vivos, frecuentemente demócratas vivos. El recuerdo, que no la identificación con el pasado, tan solo trata de preservar una sabiduría intemporal irreducible a circunstancias de lugar y tiempo, bien expresado en un adagio tradicional:

“No sigo a los antiguos,
busco lo que ellos buscaban”